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Francia que la violencia de unos pocos tenia oprimida la libertad de Castilla; que en las córtes del reyno no se daba lugar á la razon, antes prevalecia la soltura de la lengua y las demasías: las banderas campeaban en palacio, y en la corte no se veia sino gente armada : la junta del reyno no osaba chistar ni decir lo que sentian, antes por el miedo se dexaban llevar del antojo de los que todo lo querian mandar y revolver, hombres voluntarios y bulliciosos : que la postrimera voluntad del Rey Don Juan, que debieran tener por sacrosanta, era menospreciada; con la qual si no se querian conformar, por haber hecho aquel su testamento de priesa y con el ánimo alterado (velo con que cubrian su pasion) ¿qué podian alegar para no * obedecer á las leyes que sobre el caso dexó establecidas un príncipe tan sabio como el Rey Don Alonso? si le querian tachar de falta de juicio, ó gastado con sus trabaxos y años? concluia con que no creyesen era público consentimiento lo que salia decretado por las negociaciones y violencia de los que mas podian : pedia acudiesen con brevedad al remedio de tantos males, y á la flaca edad del Rey, de que algunos se burlaban y hacian escarnio, y en todo pretendian sus particulares intereses sin tener cuenta con el pro y daño comun: que esto les suplicaba por todo lo que hay de santo en el cielo la mayor y mas sana parte del reyno. El de Benavente poco adelante por desgustos que resultaron, y nunca suelen faltar, á exemplo del ⚫ arzobispo se salió de la corte y se fué á la su villa de Benavente sin despedirse del Rey, Comunicóse con el arzobispo de Toledo: pusieron su alianza, y por tercero se les allegó el marqués de Villena, si bien ausente de Castilla. Los que restaban con el gobierno: despacharon á todos sus cartas y mensages en que les requerian que pues era forzoso juntar córtes generales del reyno, no faltasen de hallarse presentes. Ellos se escusaron con diversas causas que alegaban para no venir. De parte del Papa Clemente vino por su nuncio fray Domingo de 3 la órden de los Predicadores, obispo de San Ponce, con dos cartas que traia enderezadas la una al Rey, la otra á los gobernadores. La suma de ambas era declarar el sentimiento que su Santidad tenia por la muerte desgraciada del Rey Don Juan, príncipe poderoso y de aventajadas partes: que aquella desgracia era bastante muestra de quán inconstante sea la bienan

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danza de los hombres, y quan quebradiza su prosperidad: sín embargo los amonestaba á llevar con buen ánimo pérdida tan grande, y con su prudencia y conformidad atender al gobier no del reyno y soldar aquella quiebra; lo qual harian con facilidad, si pospuestas las aficiones y pasiones particulares, pusiesen los ojos en Dios y en el bien comun de todos: cosa que á todos estaria bien, y como padre se lo encargaba, y de parte de Dios se lo mandaba. Trató el nuncio conforme al órden que traia, de concertar aquellas diferencias que comenzaban entre los grandes habló ya á los unos, ya á los otros, pero no pu do acabar cosa alguna; la llaga estaba muy fresca para sanalla tan presto. Vinieron en la misma razon embaxadores de Francia y de Aragon : lo que sacaron fué que se renovaron las alian. zas antiguas entre aquellas coronas, y de nuevo se juraron las paces. Los embaxadores de Navarra que acudieron asimismo, demas de los oficios generales del pésame por la muerte del padre, y del parabien del nuevo reyno, traian particular órden de hacer instancia sobre la vuelta de la Reyna Doña Leonor á Navarra para hacer vida con su marido, y ofrecer todo buen tratamiento y respeto como era razon debido. Alegaban para salir con su intento las razones de suso tocadas. La Reyna á esta demanda dió las mismas escusas que antes : era dificul toso que el Rey acabase con su tia, mayormente en aquella edad, lo que su mismo hermano no pudo alcanzar. En este medio el arzobispo de Toledo juntaba su gente con voz de libertar el reyno, que unos pocos mal intencionados tenian tyranizado. La gente se persuadia queria con este color apoderarse del gobierno, conforme á la inclinacion natural del vulgo, que es no perdonar á nadie, publicar las sospechas por verdad, echar las cosas á la peor parte, demas que comun. mente le tenían por ambicioso, y por mas amigo de mandar que pedia su estado y la persona que representaba. Acometieron segunda y tercera vez á mover tratos de conciertos entre los grandes de Castilla: el suceso fué el que antes; ninguna cosa se pudo efectuar por estar tan alteradas las voluntades y tan encontradas. Los procuradores del reyno que asistian al gobierno, se recelaron de alguna violencia. Parecióles no estaban seguros en Madrid por no ser fuerte aquella villa : acordaron de irse á Segovia en compañía del Rey. El conde de Tras

tamara, uno de los gobernadores, pretendia ser condestable de Castilla. Para salir con su intento alegaba que el Rey Don Juan antes de su muerte le dió intencion de hacelle aquella gracia testigos no podian faltar, ni favores, ni valedores. A los mas prudentes parecia que no era aquel tiempo tan turbio á propósito para descomponer á nadie, y menos al marqués de Villena, si le despojaban de aquella dignidad. Dióse traza de contentar al de Trastamara con setenta mil maravedís por año que le señalaron de las rentas Reales, y eran los mismos gages que tiraba el condestable por aquel oficio, con promesa para adelante que si el marqués de Villena no viniese en hacer la razon y apartarse de los alborotados, en tal caso se le haria la merced que pedia, como se hizo poco despues. Arrimáronse al arzobispo de Toledo demas de los ya nombrados el maestre de Alcántara y Diego de Mendoza tronco de los duques del Infantado, señores hoy dia muy poderosos en rentas y aliados. Juntaron mil y quinientos caballos, y tres mil y quinientos de á pie. Con esta gente acudieron á Valladolid, do el Rey era ido: hicieron sus estancias á la ribera del rio Pisuerga que baña aquel pueblo y sus campos, y poco adelante dexa sus aguas y nombre en el rio Duero. La Reyna Doña Leonor de Navarra, de Arévalo en que residia, acudió para sosegar aquellos bullicios y atajar el peligro que todos corrian si se venia á las manos, y el daño que seria igual por qualquiera de las partes que la victoria quedase. Puso tanta diligencia que aunque á costa de gran trabaxo é importunacion, alcanzó que las partes se hablasen, y tratasen entre sí de tomar algun asiento, y de concertarse. Juntáronse de acuerdo de todos en la villa de Perales en dia señalado personas nombradas por la una y por la otra parte acudió asimismo la misma Reyna, hembra de pecho y de valor, y el nuncio del Papa Clemente para terciar en los conciertos. El principal debate era sobre el testamento del Rey Don Juan, si se debia guardar ó no. El arzobispo de Santiago con cautela preguntó en la junta al de Toledo si queria que en todo y por todo se estuviese por aquel testamento, y lo que en él dexó ordenado el Rey Don Juan. Detúvose el de Toledo en responder. Temia alguna zalagarda, y en particular que pre tendian por aquel camino excluir y desabrir al duque de Benavente: que no quedó en el testamento nombrado entre los go

bernadores del Reyno. Finalmente respondió con cautela que le placia se guardase, á tal que al número de los gobernadores alli señalados se añadiesen otros tres grandes, es á saber el de Benavente, el de Trastamara y el maestre de Santiago, gran personage por sus gruesas rentas y muchos vasallos; que esto era conveniente y cumplidero para el sosiego comun, que tales señores tuviesen parte y mano en el gobierno. Vinieron en esto los contrarios mal su grado: no podian al hacer por no irritar contra sí tales personages. Acordaron que para mayor firmeza de aquel concierto y asiento que tomaban, se juntasen córtes generales del reyno en la ciudad de Búrgos, para que con su autoridad todo quedase mas firme. En el entretanto se dieron entre sí rehenes, hijos de hombres principales: es á saber el hijo de Juan Hurtado de Mendoza mayordomo mayor de la casa Real, de quien descienden los condes de Montagudo marqueses de Almazan; el hijo de Pero Lopez de Ayala, el hijo de Diego Lopez de Zúñiga, el hijo de Juan Alonso de la Cerda mayordomo del Infante Don Fernando. Con esta traza por entonces se sosegaron aquellos bullicios de que se temian mayores daños.

Capítulo XVI.

Que se mudaron las condiciones deste concierto.

Con esta nueva traza que dieron, quedó muy válido el partido del arzobispo de Toledo, tanto que se sospechaba tendria él solo mayor mano en el gobierno que todos los demas que le hacian contraste, lo uno por ser de suyo muy poderoso y rico, que tenia mucho que dar; lo otro por los tres señores tan principales que se le juntaban, como grangeados por su negociacion. Asi lo entendian el arzobispo de Santiago y sus con sortes: por este recelo buscaban algun medio para desbaratar aquel poder tan grande. Comunicaron entre sí lo que se debia hacer en aquel caso. Acordaron de procurar con todas sus fuerzas de poner en libertad al Conde de Gijon para contraponelle á los contrarios y á la parte del de Toledo: decian la prision tan larga era bastante castigo de las culpas pasadas,

que

qualesquier que ellas fuesen. Parecia muy puesto en razon esta demanda, y asi con facilidad se salió con ella. Sacáronle de la prision, y lleváronle á besar la mano al Rey, que le mandó restituir su estado. La revuelta de los tiempos le dió la libertad que á otros quitara: ansi van las cosas, unos pierden, otros ganan en semejantes revoluciones. Juntáronse las córtes en Búrgos, segun que lo tenian concertado. Comenzóse á tratar Idel concierto puesto entre las partes. El arzobispo de Santiago, como lo tenian trazado, dixo que no vendria en ello, si no admitian al Conde de Gijon por quarto gobernador junto con los tres grandes que antes señalaron, pues en nobleza y estado á ninguno reconocia ventaja. Mucho sintió el arzobispo de Toledo verse cogido con sus mismas mañas. Altercaron mucho sobre el caso. Los procuradores de las ciudades divididos no se conformaban en este punto como los que estaban negociados por cada qual de las partes. Temíase alguna revuelta no menor que las pasadas. Para atajar inconvenientes acordaron de nombrar jueces árbitros que determinasen lo que se debia hacer. Señalaron para esto á Don Gonzalo obispo de Segovia y Alvar Martinez muy eminentes letrados en el derecho civil y eclesiástico. No se conformaron, ni fueron de un parecer por estar tocados de los humores que corrian, y ser cada uno de su bando. Continuáronse los debates, y duraron hasta el principio del año que se contaba mil y trecientos y noventa 1392. y dos, en que finalmente á cabo de muchos dias y trabaxos otorgaron con el dicho arzobispo de Santiago que todos los quatro grandes de suso mentados tuviesen parte en el gobierno junto con los demas: dieron asimismo traza que entre todos se repartiese la cobranza de las rentas Reales; para lo demas del gobierno que cada seis meses por turno gobernasen los cinco de diez que eran, y los demas por aquel tiempo vacasen. Parecióles que con esta traza se acudia á todo, y se evitaba la confusion que de tantas cabezas y gobernadores podia resultar. Tomado este asiento, parecia que toda aquella tempestad calmaria, y se conseguiria el deseado sosiego. Regalá ronse estas esperanzas por un caso no pensado. Dos criados del duque de Benavente dieron la muerte á Diego de Rojas volviendo de caza, que era de la familia y casa del Conde de Gijon. Entendióse que aquellos homicianos llevaban para lo que

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