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en los pies, sino en sus manos y esfuerzo volved valerosamente la cara al enemigo, y no las espaldas ciegas para ser heridas de los contrarios. Vémonos en tiempo que ó hemos de darnos esclavos á los Moros, ó tenemos de pelear animosa-, mente por la patria, por nuestras mugeres y hijos, y por nuestra santísima fe, con cierta y no vana esperanza de alcanzar una gloriosísima victoria; que si otra cosa sucediere ¿donde con mayor provecho ni mas honradamente podemos arriscar las vidas que mañana se han de acabar? qué cosa nos puede ser mas saludable, que con un brevísimo dolor ganar aquellas perpetuas sillas celestiales ? que es lo que aquella Santísima Cruz nos promete, á quien tenemos por amparo y guia en esta jornada, y lo que los obispos nos aseguran y conceden. Ea pues, soldados y amigos, alegres y sin ningun recelo acometed y herid en vuestros mortales enemigos.» Dada la señal, luego empezaron los esquadrones á adelantarse y moverse ácia el enemigo. Corria entre los dos campos un rio que llaman el Salado, de quien esta memorable batalla y victoria tomó el nombre (que se llamó la del Salado) y dende á poco espacio entra en el mar. Los que primero le pasasen, eran los primeros á pelear. Envió el Rey bárbaro dos mil ginetes para que estorbasen el paso. Entretanto él arrogante y muy hinchado con la esperanza de la victoria que ya tenia por suya, habló á sus esquadrones en esta manera: « Si mirara solamente á nuestra edad, y á los grandes hechos que en Africa hemos acabado, ninguna cosa nos faltaba ni para gozar desta vida, ni para que de nosotros en los venideros tiempos quedase un glorioso nombre y perpetua fama, pues con vuestro esfuerzo, valerosos soldados, tenemos ya sugetas todas las provincias que con nuestro imperio confinan. El amor de nuestra nacion, y el deseo del aumento de nuestra sagrada y paterna Religion, y vuestros ruegos me hicieron pasar en España. Cosa fea seria no cumplir en la batalla lo que en tiempo de la paz me teneis prometido; y mal parecerá ser floxos en la pelea, y en sus casas hacer grandes amenazas y blasones. Quando nuestros enemigos fueran otros tantos como nos, estuviera yo en vuestro valor bien confiado: quando el peligro fuera cierto, sin duda tuviera por mejor quedar todos muertos en el campo, que mostrar ninguna flaqueza: al presente teneis llana la victoria,

TOMO IV.

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nuestros enemigos son pocos, mal armados, sin diciplina mi→ litar y con menos uso de la guerra ; lo que mas al presente se puede femer, es no sea caso de menos valer venir á las manos con gente semejante aquellos que han domado la poderosa Africa, pues de qualquiera manera que á ellos les avenga, les será mucha honra contrastar con nosotros. Tened presentes aquellas insignes victorias de Fez, de Tremecen y del Algarve. Pelead con aquel ánimo y con aquella confianza que es razon tengan concebida en sus pechos los que están acostumbrados á vencer. Acometed con gallardía, tened firme en los peligros, menospreciad vuestros enemigos, y aun la misma muerte.» De parte de los Christianos guiaron al rio y llegaron los primeros Don Juan de Lara y Don Juan Manuel: estuvieron un rato parados, no se sabe si de miedo, si por otra ocasion, pero es cierto que se sospechó y derramó por todos los esquadrones que estaban conjurados, y que lo hacian de propósito. Los dos hermanos Lassos, Gonzalo y García, pasado un pequeño puente, fueron los primeros que comenzaron á pelear. Cargó muy mayor número de enemigos que ellos eran: estaban estos caballeros muy apretados, socorriólos Alvar Perez de Guzman, siguieronles los demas. El Rey de Portugal caminaba á la parte siniestrá por la ladera de los cerros. El Rey de Castilla con un poco de rodeo que hizo la vuelta de la marina, con grande ímpetu dió en los Moros. Alzaron de ambas partes grandes alaridos, animábanse unos á otros á la batalla, peleábase por todas partes valerosamente. Détiénense los esquadrones; y á pie quedo se matán, hieren y destrozan. Los capitanes hacen pasar los pendones y banderas á aquellas partes donde es la mayor priesa de la batalla, y donde veen que los suyos tienen mayor necesidad de ser acorridos. Ciertas bandas de los nuestros sé apartaron de la hueste por sendas que ellos sabian: dieron en los reales de los Moros, y desbaratada la guarnicion que los guardaba, se los ganaron. Destruyeron y robaron quantó en ellos hallarón. Visto esto por los Moros que andaban en la baş talla, y hasta entonces se defendian valientemente, comenzaron á desmayar y retraerse, y á póco rato volvieron las espal das, y fueron puestos en huida. Fué grande la matanza que se hizo, murieron en la batalla y en el alcance docientos mil Moros, cautivaron una gran multitud dellos; de los Christianos

no murieron mas de veinte, cosa que con dificultad se puede creer, y que causa grande espanto. Los soldados de la armada fueron de poco provecho, porque todos los Aragoneses sin faltar uno se estuvieron dentro de sus naves. No se hallaron los Navarros en esta batalla, porque su Rey Don Philipe se hallaba embarazado en las guerras de Francia. Era gobernador de Navarra Reginaldo Poncio hombre de nacion Francés. Don Gil de Albornoz arzobispo de Toledo nunca se quitó del lado del Rey de Castilla, que siendo en la batalla casi desamparado de los suyos, se iba á meter con grande furia donde se via el mayor golpe de los Moros; mas el arzobispo le echó mano del brazo y le detuvo; díxole con una grande voz no pusiese en contingencia una victoria tan cierta con arriscar inconsideradamente su persona. Ganóse esta batalla el año de mil y trecientos y quarenta de nuestra salvacion. Del dia varian los his- 1340. toriadores, empero nosotros de certísimos memoriales tenemos averiguado que esta nobilísima batalla se dió lunes treinta de octubre, como está señalado en el kalendario de la iglesia de Toledo, do cada año por antigua constitucion con mucha solemnidad y alegría se celebra cón sacrificios y hacimiento de gracias la memoria desta victoria.

Capítulo VII.

De la restante desta guerra. ✅

-Los Moros vencidos y desbaratados se recogieron á Algecira: dende por no confiarse de la fortificación de aquella ciudad, con temor de ser asaltados de los nuestros, el Rey de Granada se fué á Marbella y Albohacen á Gibraltar, y la misma noche se pasó en Africa por miedo que su hijo Abderrahman á quien dexara por gobernador del reyno, no se alzase con él quando supiese la pérdida de la batalla; que los Moros no guardan mucho parentesco ni lealtad con padres, hijos ni mugeres: cásanse con muchas segun la posibilidad y hacienda que cada uno alcanza, y con la multitud dellas y de los hijos se mengua y divide el amor, y las unás y las otras se estiman y quieren poco. Asi Albohacen no sintió mucho le hobiesen

cautivado en esta batalla á su principal muger Fátima hija del Rey de Tunez, y otras tres de sus mugeres, y á Abohamar su hijo otros dos hijos de Albohacen fueron muertos en la batalla. Los reales de los Moros se hallaron llenos de todo género de riquezas así del Rey como de particulares, costosos vestidos, preseas, y tanta cantidad de oro y plata que fué causa que en España abaxase el valor de la moneda y subiese el precio de las mercadurías. Nuestros Reyes victoriosos se volvieron la misma noche á los reales: de los soldados los que executaron el alcance, volvieron cansados de herir y matar, otros que tuvieron mas codicia que esfuerzo, tornaron cargados de despojos. El dia siguiente se fueron á Tarifa, repararon los muros que por muchas partes quedaron arruinados, basteciéronla, y pusieron en ella un buen presidio. El miedo que tenian los Moros era grande, y parece fuera acertado poner luego cerco sobre Algecira; pero desistieron de la conquista de aquella ciudad á causa que no venian apercebidos de mantenimientos y mochila sino para pocos dias, de que se comenzaba á sentir falta. Por esto y porque ya entraba el invierno, les fué forzoso á los Reyes volverse á Sevilla. Allí fueron recebidos con pompa triumphal : saliólos á recebir toda la ciudad, niños y viejos, eclesiásticos y seglares, y todos estados de gente. Llamábanlos con alegres y amorosas voces augustos, libertadores de la patria, defensores de la fe, príncipes victoriosos. En toda España se hicieron muchas procesiones para dar gracias a Dios nuestro Señor por tan alta victoria como les diera, grandes fiestas y alegrías, y luminarias por todo el reyno. El Rey de Portugal de toda la presa de los Moros tomó algunos jaeces y alfanges para que quedasen por memoria y se ñal de tan insigne victoria. Diéronsele algunos esclavos, y volvióse á su reyno, ganada grande fama y renombre de Defensor de los Christianos y de Capitan valeroso. Acompañóle su yerno el Rey de Castilla hasta Cazalla de la sierra. De la presa de los Moros envió á Aviñon al Papa Benedicto en reconocimiento un presente de cien caballos con sendos alfanges y adargas colgados de los arzones, y veinte y quatro banderas de los Moros, y el pendon Real y el caballo con que el mismo Rey Don Alonso entró en la batalla, y otras cosas. Salieron un buen espacio los cardenales á recebir el embaxador por

nombre Juan Martinez de Leyva, que llevaba este mandado. El Papa despues de dicha la misa (como es de costumbre) en accion de gracias á nuestro Señor, delante de muchos Príncipes y de toda la corte predicó y dixo grandes cosas en honra y alabanza del Rey Don Alonso. Despues desto hizo el Rey de Castilla almirante del mar á un caballero Ginovés llamado Gil Bocanegra, y le encomendó guardase el estrecho de Gibraltar, porque los Moros no rehiciesen su armada y volviesen á entrar en España esto por gratificar á los Ginoveses lo que sirvieron en esta jornada; y tambien porque como era acabada la guerra no mandasen volver sus galeras, como lo hicieron los Aragoneses y Portugueses, bien que despues las volvieron á enviar en mayor número que de antes, á instancia y ruego del mismo Rey de Castilla, que se recelaba y con él todos los hombres inteligentes y de mas prudencia juzgaban que los Moros no sosegarian, sino que rehecho que hobiesen su exército, á la primavera volverian á España y acometerian de nuevo su primera demanda.

les

Capítulo 1x.

Del principio de las alcabalas..

LIBRES de un miedo tan grande asi el Rey como los Españo por la victoria que ganaron á los Moros cerca de Tarifa, crecióles el ánimo y deseo de desarraygar del todo las reliquias de una gente tan mala y perversa. Trataban de llegar dinero para la guerra, que se entendia seria larga. El oro y plata que se ganó á los Moros, lo mas dello se despendió en hacer mercedes y premiar los soldados, y en pagarles el sueldo que se les debia: el reyno se hallaba muy falto y gastado con los tributos y pechos ordinarios; solos los mercaderes eran los que restaban libres, ricos y holgados, todos los demas estados pobres y oprimidos con lo mucho que pechaban. En Ellerena y en Madrid concedió el reyno un servicio extraordinario, de que se llegó una razonable suma de dinero, pero era muy pequeña ayuda para tan grandes gastos como tenian hechos y se recrecian de nuevo. Sin embargo en el principio del año de nuestra

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