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consuelo para la vida, y heredero para la muerte. Pero si acaso fuese otra su voluntad, lo qual no permita su clemencia, ¿quién se podrá anteponer á Luis hijo del duque de Anjou? ¿quién correr con él á las parejas, pues es nieto de vuestro hermano, nacido de su hija? No dudaré decir lo que siento. Cada qual en su negocio propio tiene menos prudencia que en el ageno impide el miedo, la codicia, el amor, y escurece el entendimiento. ¿Pero si á vos no tuviéramos, por ventura no diéramos la corona á la hija del Rey vuestro hermano? Que si vos (lo que Dios no permita) faltáredes sin hijos, ¿quién quita que no se reponga la misma y se restituya en su antiguo derecho? Si le empece para la sucesion ser muger, ya sustituye en su lugar y derecho á su hijo, aragonés de nacion por parte de madre, y legítimo por ende heredero del reyno. » Acabada esta razon, los mas de los que presentes estaban, la mostraban aprobar con gestos y con meneos. Replicó Bernardo Centellas: « Muy diferente es mi parecer: yo entiendo que el derecho del conde de Urgel va mas fundado. Don Pedro su padre es cierto que tiene por abuelo el mismo que vos, en quien pasara la corona, muerto el Rey Don Alonso el Quarto, si vuestro padre el Rey Don Pedro no fuera de mas edad que Don Jayme su hermano, abuelo del Conde. Que si aquel ramo faltase con sus pimpollos, ¿por qué no volverá la sustancia del tronco, y se continuará en el otro ramo menor? ¿La hembra cómo puede dar al hijo el derecho que nunca tuvo? como quier que sea averiguado ser las hembras incapaces desta corona. Que si admitimos á las hembras á la sucesion, en esto tambien se aventaja el Conde, pues tiene por muger à vuestra hermnana Doña Isabel, hija del Rey Don Pedro y de Doña Sibyla, deuda mas cercana vuestra que la hija de vuestro hermano; sí que la hermana en grado mas estrecho está que la sobrina. » Movieron asimismo estas razones á los circunstantes, quando Bernardo Villalico acudió con su parecer, que era asaz diferente y estraño: «No puedo (dice) negar sino que se han tocado muy agudamente los derechos del Duque, y del Conde ya nombrados, si Don Alonso marqués de Villena y conde de Gandía no se les aventajara, el qual tiene por padre á Don Pedro, hijo que fué del Rey Don Jayme el Segundo. De suerte que vuestro bisabuelo es abuelo del Marqués y vuestro abuelo

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el Rey Don Alonso el Quarto tio del mismo, como al contrario el bisabuelo del conde de Urgel, que es el mismo Rey Don Alonso, es vuestro abuelo. Así el Marqués y su hermano el conde de Prades, abuelo de vuestra muger la Reyna Doña Margarita, tienen con vos el mismo deudo que vos con el conde de Urgel. Que si el deudo es igual, deben ser antepuestos los que de mas cerca traen su decendencia de aquellos Reyes, de donde como de su fuente se toma el derecho de la corona y de la sucesion. No hay para que traer en conseqüencia la muger del conde de Urgel, ni ponernos en necesidad de declarar mas en particular quien fué su madre Doña Sibyla antes que fuese Reyna. » Oyeron todos con atencion lo que dixo Villalico, si bien poco aprobaron sus razones. Parecíales fuera de da: propósito valerse de derechos tan antiguos para hacer Rey á persona de tanta edad: de suerte que mas faltaba voluntad á los que oian, que probabilidad á las razones que alegó. Tomó el Rey la mano, y habló en esta manera: «Con claridad habeis pa alegado lo que hace por los tres ya nombrados, y aun pudiérades añadir otras cosas en favor de qualquiera de las partes. Pero hay otro quarto, que si mi pensamiento no me engaña, el tiene su derecho mas fundado. Este es el Infante Don Fernando tio del Rey de Castilla, y hijo de Doña Leonor mi hermana de padre y de madre, en que se aventaja á la condesa de Urgel. Vuestras particulares aficiones sin duda os cegaron para que no echásedes de ver lo que hace por esta parte. El marqués de Villena y el conde de Urgel de mas lexos nos tocan en deudo. Lo mismo puedo decir del hijo del duque de Anjou en mas estrecho grado está el hijo de mi hermana que el nieto de mi ab hermano; por donde es forzoso que se anteponga á los demas pretensores. Para que mejor lo entendais, os propondré un exemplo. Así como el reguero del agua y el acequia, quando la quitan de una parte y la echan por otra, dexa las primeras eras á que iba encaminada, sin riego, y no las torna á bañar hasta dexar regados todos los tablares á que de nuevo encaminaron el agua, así debeis entender que los hijos y descendientes del que una vez es privado de la corona, quedan perpetuamente excluidos para no volver á ella, si no es á falta del que le sucedió y de todos sus deudos, los que con él están de mas cerca trabados en parentesco; que por estar el reyno en

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TOMO IV.

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poder del postrer poseedor, quien le tocare de mas cerea en deudo, ese tendrá mejor derecho para sucedelle, que todos los demas que quier que aleguen en su defensa. Conforme á esto yerran los que para tomar la sucesion ponen los ojos en los primeros Reyes Don Jayme, Don Alonso, don Juan, dexándome á mí que al presente poseo la corona, y cnyo pariente mas cercano es Doña Leonor mi hermana y despues della su hijo el infante Don Fernando, cuyo derecho en igualdad fuera razon apoyar y defender, pues mas que todos los otros pretensores se adelanta en prendas y partes para ser Rey. Mienten á las veces á cada qual sus esperanzas, y de buena gana favorecemos lo que deseamos: pero no hay duda sino que las muestras que hasta aquí ha dado de virtud y valor son muy aventajadas. Este es nuestro parecer, ojalá se reciba tan bien como es cumplidero para vos en particular los que presentes estais, y para todo el reyno en comun. Las hembras no deben entrar en esta cuenta, pues todo el debate consiste entre varones, en quien no se debe considerar por qué parte nos tocan en parentesco, sino en qué grado. » Este razonamiento del Rey como se divulgase primero por Barcelona, en cuyo arrabal se trabó toda la disputa, y despues por toda la Christiandad volase esta fama, acreditó en gran manera la pretension de Don Fernando, y aun fué gran parte para que se la ganase á sus competidores. Destas cosas se hablaba públicamente en los corrillos, y á veces en palacio en presencia del Rey, de que mostraba gustar, si bien de secreto se inclinaba mas á su nieto Don Fadrique que ya era conde de Luna, y para dexalle la corona pretendia legitimalle por su autoridad y con dispensacion del Papa Benedicto; que si esto no le saliese, claramente anteponia á Don Fernando su sobrino á todos los demas, á quien sus virtudes y proezas, y haber menospreciado el reyno de Castilla hacian merecedor de nuevos reynos y estados. Todavía el Rey por la mucha instancia que sobre ello hizo el conde de Urgel, le nombró por procurador y gobernador de aquel reyno; oficio que se daba á los sucesores de la corona, y resolucion que pudiera perjudicar á los otros pretensores, si él mismo de secreto no diera órden á los Urreas y á los Heredias, dos casas las mas principales de Zaragoza, que no le dexasen entrar en aquella ciudad, ni exercer la procuracion general,

sin embargo de las provisiones que en esta razon llevaba : tra¬ to doble, de que mucho se sintió el conde de Urgel, y de que resultaron grandes daños.

Capítulo xxi.

De la muerte de Don Martin Rey de Aragon.

El tiempo de las treguas asentadas con los Moros era pasa→ do, y sus demasías convidaban, y aun ponian en necesidad de volver á la guerra y á las armas en especial que tomaron la villa de Zahara, y talaban de ordinario los campos comarcanos, y hacian muchas cabalgadas. Para reprimir estos insultos, y tomar emienda de los daños, el infante Don Fernando, hechos los apercibimientos necesarios de soldados y armas, de dinero y de vituallas, por el mes de febrero del año que se contaba mil y quatrocientos y diez, se encaminó con su campo la vuelta de 1410. Córdoba en sazon que los Moros, por no poder forzar el castillo, desampararon la villa de Zahara, y los nuestros á toda priesa repararon los adarves y pusieron aquella plaza en defensa. La gente de Don Fernando eran diez mil peones y tres mil y quinientos caballos, la flor de la milicia de Castilla, soldados lucidos y bravos. Acompañábanle Don Sancho de Rojas obispo de Palencia, Alvaro de Guzman, Juan de Mendoza, Juan de Velasco, Don Ruy Lopez Dávalos, otros señores y ricos hombres. Con este campo se puso el Infante sobre la ciudad de Antequera á los veinte y siete de abril con resolucion de no partir mano de la empresa hasta apoderarse de aquella plaza. El Rey Moro envió para socorrer á los cercados cinco mil caballos y ochenta mil infantes, gran número si las fuerzas fueran iguales. Dieron vista á la ciudad, y fortificaron sus estancias muy cerca de los contrarios: ordenaron sus haces para presentar la batalla, que se dió á los seis de mayo; en ella quedaron los Moros desbaratados con pérdida de quince mil, que perecieron en la pelea y en el alcance: con el mismo ímpetu les entraron y saquearon los reales: victoria en aquel tiempo tanto mas señalada, que de los Christianos no faltaron mas de ciento y veinte. Dió Don Fernando gracias a Dios por aquella mer

ced': despachó correos á todas partes con las buenas nuevas. Para apretar más el cerco hizo tirar un foso de anchura y hondura suficiente en torno de los adarves, y en el borde de fuera levantar una trinchea de tapias con sus torreones á trechos, todo á propósito de impedir las salidas de los Moros, y hacer que no les entrase provision ni socorro. Fué muy acertado aprovecharse deste ingenio por estar el campo falto de gente á causa que diversas compañías se derramaban por su órden para robar y talar aquellos campos, como lo hicieron muy cumplidamente, sin reparar hasta dar vista á la ciudad de Málaga. Los daños eran grandes, y mayor el espanto. Mandó el Rey Moro que todos los que fuesen de edad, se alistasen y tomasen las armas diligencia con que juntó gran número de gente, si bien estaba resuelto de no arriscarse segunda vez, y solo se mostraba para poner miedo por los lugares cercanos, mas seguros por su fragura ó la espesura de árboles. Los cercados padecian necesidad, y lo que sobre todo les aquexaba, era la poca esperanza que tenian de ser socorridos. Rendirse les era á par de muerte, entretenerse no podian: ¿qué debian hacer los miserables? avino que trecientos de á caballo de la guarnicion de Jaen entraron con poco órden y recato en tierra de Moros; que todos fueron sobresaltados y muertos. Este suceso de poca consideracion animó á los cercados para pensar podria haber alguna mudanza, y suceder algun desman á los que los cercaban. Al tiempo que esto pasaba en Antequera, falleció en Boloña de Lombardía Alexandro, el nuevo y tercero Pontífice, á tres de mayo. Sepultaron su cuerpo en San Francisco de aquella ciudad. Juntáronse los cardenales que le seguian, y á diez y siete del mismo mes sacaron por Papa á Balthasar Cosa diácono cardenal, natural de Nápoles, y que á la sazon era legado de aquella ciudad de Boloña. Llamóse Juan XXIII. Era hombre atrevido, sagaz, diligente, acostumbrado á valerse ya de buenos medios, ya de no tales, como las pesas cayesen y segun los negocios lo demandasen. Dichoso en el pontificado de su predecesor, en que tuvo mucha mano: en el suyo desgraciado, pues al fin le derribaron y despojaron de la tiara. Siguióse la muerte del Rey Don Martin de Aragon que falleció de modorra postrero de aquel mes en Valdoncellas, monasterio de monjas pegado á los muros de la ciu

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