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haber ofendido á la magestad. Oidos los descargos y sustanciado el preceso, finalmente se vino á sentencia, en que le confiscaron su estado y todos sus bienes, y á su persona condenaron á cárcel perpetua. Tenia todavía gentes aficionadas en aquella corona: para evitar inconvenientes le enviaron á Castilla, donde por largo tiempo estuvo preso en el castillo de Ureña, adelante en la villa de Mora; finalmente acabó sus dias sin dalle jamás libertad en el castillo de Xátiva, ciudad puesta en el reyno de Valencia. Príncipe desgraciado no mas en la pretension del reyno que por un destierro tan largo, junto con la privacion de la libertad y estado grande que le quitaron. Entre los mas declarados por el Conde uno era Don Antonio de Luna, que se bacia fuerte en el castillo de Loarri; mas visto lo que pasaba, acordó desamparalle y desembarazar la tierra junto con su estado propio, que vino eso mismo en poder del Rey. Desta manera se concluyeron y se sosegaron aquellas alteraciones del Conde mas fácilmente que se pensaba y temia.

Capítulo VI.

Que se convocó el concilio Constanciense.

AL mismo tiempo que lo susodicho pasaba en Aragon, de todo el orbe Christiano hacian recurso los príncipes por medio de sus embaxadores al Emperador Sigismundo para dar órden cou su autoridad y buena maña de sosegar las alteraciones de la Iglesia causadas del scisma continuado por tantos años. Habido con él y entre sí su acuerdo, requirieron á los que se llamaban Pontífices, viniesen con llaneza en que se juntase concilio general de los prelados; en cuyas manos renunciasen el pontificado, y pasasen por lo que allí se determinase. A la verdad hasta este tiempo la muestra que dieron de querer venir en esto, no fué mas qué una máscara para entretener y engañar, como quier que las intenciones fuesen muy diferentes. Los Pa pas Juan y Gregorio se mostraban mas blandos á esta demanda, y parece daban oidos á lo que comunmente se deseaba, el ánimo de Benedicto estaba muy duro y obstinado sin inclinarse á ningun medio de paz. Encargaron al Rey de Aragon le pusiese

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en razon; él y el Rey de Francia para este efecto le despacharon sus embaxadores, personas de cuenta, en sazon que el de Aragon, concluida la guerra de Urgel, y fundada la paz públi E ca de su reyno, se encaminó á Zaragoza, y entró en aquella ciudad á manera de triumphante juntamente se coronó por Rey á los once de febrero año del Señor de mil y quatrocientos 1414. y catorce, solemnidad dilatada hasta entonces por diversas ocurrencias, y ceremonia que hizo el arzobispo de Tarragona como cabeza y el principal de los prelados de aquel reyno. Pú, sole en la cabeza la corona que la Reyna Doña Cathalina su cui ñada le envió presentada: pieza muy rica y vistosa, y en que el primor y el arte corria á las parejas con la materia, que era de oro y pedrería de gran valor. Halláronse presentes diversos embaxadores de príncipes estraños, los prelados y grandes de aquel reyno, en particular Don Bernardo de Cabrera, conde de Osona y de Módica, que ya estaba en gracia del nuevo Rey y Don Enrique de Villena, notable personage así bien por sus estudios en que fué aventajado', como por desgracias que por él pasaron, y á la sazon se hálłaba despojado de su patrimonio y del maestrazgo de Calatrava. Fué así que por muerte de Don Gonzalo de Guzman, y con el favor del Rey Don Enrique el Tercero el dicho Don Enrique de Villena pretendió y alcanzó áquella dignidad. Alegaban muchos de aquellos caballeros que era casado, y por tanto conforme á sus leyes no podia ser maestre. Determinóse ( tal era la ambicion de su corazon ) de dar repudio á su muger Doña Maria de Albornoz, si bien su dote era muy rico, por ser señora de Alcócer, Salmeron y Valdolivas con los demas pueblos del Ins fantado. Para hacer este divorcio confesó que naturalmente era impotente. Para que sus propios estados no recayesen en aquella órden por el mismo caso que aceptaba el maestrazgo 3 cautelose con renunciar al mismo Rey las villas de Tineo y Cangas junto con el derecho que pretendia al marquesado de Villena. Olieron los comendadores de aquella órden (como era fácil) que todo era invencion y engaño. Juntáronse de nuevo, y considerado el negocio, depuesto Don Enrique como ele gido contra derecho, nombraron en su lugar á Don Luis de Guzman. Resultaron desta eleccion diferencias que se continuaron por espacio de seis años. Los caballeros de aquella ór

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den no se conformaban todos; antes andaban divididos, unos aprobaban la primera eleccion, otros la segunda. La conclusion fué que por órden del Pontífice Benedicto los monges del Cistel, oidas las partes, pronunciaron sentencia contra Don Enrique, y en favor de su competidor y contrario. Por esta manera el que se preciaba de muchas letras y erudicion, pareció saber poco en lo que á él mismo tocaba; y vuelto al matrimonio, pasó lo restante de la vida en pobreza y necesidad á causa que le quitaron el maestrazgo, y no le volvieron los estados que tenia de su padre. Concluidas las fiestas de Zaragoza, que se hicieron muy grandes, volvió el nuevo Rey su pensamiento á las cosas de la Iglesia, conforme á lo que aquellos príncipes deseaban. Comunicóse con el Pontífice Benedicto: acordaron de verse y hablarse en Morella, villa puesta en el reyno de Valencia á los confines de Cataluña y Aragon. Acudieron el dia aplazado, que fué á diez y ocho de julio. Señalóse el Rey en honrar al Pontífice con todo género de cortesía: lo primero llevó del diestro el palafren en que iba debaxo de un palio, hasta la iglesia del pueblo; de allí hasta la posada le llevó la falda. Luego el dia siguiente en un convite que le tenia aprestado, él mismo sirvió á la mesa, y el Infante Don Enrique de page de copa. Para que la solemnidad fuese mayor trocó la vaxilla de peltre, de que usaba el Pontífice para muestra de tristeza por causa del scisma, en aparador de oro y plata: todo enderezado no solo á acatar la magestad Pontificia, sino á ablandar aquel duro pecho, y grangealle para que hiciese la razon. Juntáronse diversas veces para tratar del negocio principal. El Papa no venia en lo de la renunciacion, y mucho menos sus cortesanos, que decian el daño seria cierto, y el cumplimiento de lo que le prometiesen, quedaria en mano y á cortesía del que saliese con el pontificado, sin poderse bastantemente cautelar. En cinqüenta dias que se gastaron en estas demandas y respuestas, no se pudo concluir cosa alguna. De Italia á la misma sazon llegaron nuevas de la muerte de Ladislao Rey de Nápoles, que le dieron con yerbas segun que corria la fama, en el mismo curso sin duda de su mayor prosperidad, y en el tiempo que parecia se podia enseñorear de toda Italia. No dexó sucesion: por donde entró en aquella corona su hermana por nombre Juana, viuda de Guillen duque de

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Austria, con quien casó los años pasados, y á la sazon tenia pasados treinta años de edad: hembra ni mas honesta, ni mas recatada en lo de adelante que la otra Reyna de Nápoles de aquel mismo nombre, de quien se trató en su lugar. Muchos príncipes con el cebo de dote tan grande entraron en pensamiento de casarse con ella, en particular por medio de embaxadores que de Aragon sobre el caso se despacharon, se concertó casase con el Infante Don Juan hijo segundo del Rey Don Fernando, y así como á cosa hecha pasó por mar á Sicilia: sin embargo este casamiento no se efectuó, antes aquella señora por razones que para ello tuvo, casó con Jaques de Borbon Francés de nacion y conde de la Marcha, mozo muy apuesto y de gentil parecer. Rugíase que otro jóven, por nombre Pandolfo Alopo, tenia mas cabida con la Reyna de lo que la magestad Real y la honestidad de muger pedia, de que el vulgo, que no sabe perdonar á nadie, sentia mal, y los demas nobles se tenian por agraviados. Perdida la esperanza de reducir al Pontífice Benedicto, los príncipes todavía acordaron celebrar el concilio general. Señalaron para ello de comun acuerdo á Constancia ciudad de Alemaña por querello así el Emperador', ca era de su señorío. Comenzaron á concurrir en primer lugar los obispos de Italia y de Francia: el Pontifice Gregorio envió sus embaxadores con poder (si menester fuese) de renunciar en su nombre el pontificado; Juan el otro competidor acordó hallarse en persona en el concilio, confiado en la amistad que tenia con el César, y no menos en su buena maña. El Rey Don Fernando no cesaba por su parte de amonestar á Benedicto que se allanase á exemplo de sus competidores. Despues de muchas pláticas sobre el caso se convinieron los dos de hacer instancia con el Emperador para que se viesen los tres en algun lugar á propósito. Para abreviar le despacharon por embaxador á Juan Ixar, persona en aquel tiempo muy conocida por sus partes aventajadas de letras y de prudencia, en que ninguno se la ganaba: diéronle por acompañados otras personas principales. Pasábase adelante en la convocacion del concilio. La Reyna de Castilla en particular envió á Constancia por sus embaxadores á Don Diego de Anaya obispo á la sazon de Cuenca, y á Martin de Córdoba alcayde de los Donceles. Concurrieron de todas las naciones gran número de prelados, que

TOMO IV.

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llegaron á trécientos, todos con deseo de poner paz en la Iglesia, y escusar los daños que del scisma procedian. Abrióse el concilio á los cinco del mes de noviembre en tiempo que en Aragon gran número de Judíos renunciaron su ley y se bautizaron á persuasion de San Vicente Ferrer, que tuvo con los principales dellos y en sus aljamas muchas disputas en materia de religion con acuerdo del Pontífice Benedicto, que dió mucho calor á esta conversion: creo con intento de servir á Dios, y tambien de acreditarse. Pareció expediente para adelantar la conversion apretar á los obstinados con leyes muy pesadas que contra aquella nacion promulgaron. Hállase hoy dia una bula del Pontífice Benedicto en esta razon, su data en Valencia á los once de mayo del año veinte y uno de su pontificado. Las principales cabezas son las siguientes: los libros del Talmud se prohiben. Los denuestos que los Judíos dixeren contra nuestra Religion, se castiguen. No puedan ser jueces, ni otro cargo alguno tengan en la republica. No puedan edificar de nuevo alguna sinagoga, ni tener mas de una en cada ciudad. Ningun Judío sea médico, boticario, ó corredor. No puedan servirse de algun Christiano. Anden todos señalados de una señal roxa ó amarilla, los varones en el pecho y las hembras enla frente. No puedan exercer las usuras, aunque sea con capa y color de venta. Los que se bautizaren, sin embargo puedan heredar los bienes de sus deudos. En cada un año por tres veces se junten á sermon que se les haga de los principales artículos de nuestra santa fe. El tanto deste edicto se envió á todas las partes de España, y uno dellos se guarda entre los papeles de la iglesia mayor de Toledo. En Constancia la noche de Navi1415. dad principio del año que se contaba de mil y quatrocientos y quince, se hallaron presentes á los maytines el Pontífice Juan y el Emperador. Pusiéronles dos sillas juntas, la del Pontífice algo mas alta, en otros lugares se asentaron la Emperatriz y los prelados. Pasada la festividad comenzaron á entrar en materia. Parecia á todos que el mas seguro camino, y mas corto para apaciguar la iglesia, seria que los tres Pontífices de su voluntad renunciasen. Comunicaron esto con el Pontifice Juan que presente se hallaba, y al fin aunque con dificultad le hicieron venir en ello. Dixo misa de pontifical á los quatro de marzo; y acabada, prometió públicamente con grande alegría

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