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1341. salvacion de mil y trecientos y quarenta y uno desde Córdova, do se mandó juntar el exército, se hizo entrada en el reyno de Granada: alcanzaron una famosa victoria mas con industria y arte que con poder y fuerzas : enviaron algunas naves cargadas de mantenimientos para desmentir al enemigo con dar muestra que se queria poner cerco sobre Málaga ; ocupáronse los Moros y embebeciéronse en bastecerla, y luego el Rey de improviso cercó á Alcalá la Real, que se le entregó á partido en veinte y seis de agosto con que déxase salvos y libres á los de la villa. Causó esta pérdida grande dolor á los Moros por ver como fueron engañados. Tomada esta villa, Priego, Ru¬ tes, Benamexir y otras villas y castillos de aquella comarca se rindieron al Rey, unas; dellas por su voluntad se entregaron, y otras fueron entradas por fuerza : sucedian á los vencedores todas las cosas prósperamente, y á los vencidos al contrario : asi acontece en la guerra. Volvióse el exército á invernar „y en lugares convenientes se dexaron presidios para que guardasen las fronteras. Tenia el Rey puesto todo su cuydado'y pensamiento en cercar á Algecira, y en allegar para ello dineros de qualquiera manera que pudiese. Aconsejáronle que impusiese un nuevo tributo sobre las mercadurías. Esta traza que entonces pareció fácil, despues el tiempo mostró que no carecia de graves inconvenientes i es tan corto el entendimiento humano, que muchas veces viene á ser dañoso aquello que primero se juzgó prudentemente que seria provechoso y saludable. Tomado este consejo, el Rey se partió para Búrgos ciudad principal: dexó la frontera encargada al maestre de Santiago. Tuvo la Pasqua de Navidad en Valladolid en el principio 1342. del año de mil y trecientos y quarenta y dos. Llamó el Rey á Burgos muchos grandes y prelados, y en particular á Don Gil de Albornoz arzobispo de Toledo, y á Don Juan de Lara, y á Don García obispo de Burgos para que terciasen y grangeasen las voluntades. Por la grande instancia, que el Rey y estos señores hicieron, los de Burgos concedieron al Rey la veintena parte de lo que se vendiese, para que se gastase en la guerra de los Moros: concedióse otrosí por tiempo limitado, tan solamente mientras durase el cerco de Algecira. A imitacion de Búrgos concedieron lo mismo los de Leon y casi todas las demas ciudades del reyno. El ardiente deseo que entonces todos

tenian de acabar la guerra de los Moros, los allanaba : ninguna cosa les parecia demasiada. Adelante, perdido ya el miedo, el uso ha enseñado quan oneroso, sea este tributo si por rigor se cobrase. Los ministros Reales por grangear el favor del Rey procuraban acrecentar las rentas Reales con mucha industria. El próspero suceso de muchos que han seguido este camino, hace que sean muy validas mañas, semejantes. Llamóse este nuevo pecho ó tributo Alcabala, nombre y exemplo que se tomó de los Moros. Alentaron al reyno para que esto concediese, unas nuevas que á esta sazon vinieron que los nuestros habian vencido la armada de los Moros. Estaban en Ceuta en la costa de Africa ochenta y tres galeras para renovar la guerra, y en el puerto de Bullon otras doce: á estas diez galeras nuestras que sobrevinieron á la primavera, antes que tuviesen tiempo de poderse juntar con las demas de su armada, las embistieron y destrozaron; despues toda la ar mada de los Moros que aportó á la boca del rio Guadamecil, fué vencida en una muy reñida y memorable batalla. Tomaron y echaron á fondo veinte y cinco galeras de los enemigos, y mataron dos generales, el de Africa y el de Granada. No se hallaron en esta batalla las galeras de Aragon; verdad es que al volver de Aragon do eran idas, vencieron junto á Este pona trece galeras que encontraron de los Moros, cargadas de bastimentos: rindieron quatro dellas y echaron dos al fondo; las demas se pusieron en huida, y se salvaron en la costa de Africa. No parecia sino que la tierra y el mar de acuerdo favorecian y ayudaban á la felicidad y fortaleza de los Christianos. Diéraseles mayor rota, si en Guadamecil fueran por mar y por tierra acometidos los Moros: con determinacion de hacerlo asi era ido el Rey á muy largas jornadas á Sevilla, y despues á Xerez, en do le dieron la nueva de la victoria. Un caso que sucedió, forzó á los nuestros á dar la batalla en la menguante del mar quedaron encalladas en unos baxíos tres naves de las nuestras; y como los Moros las acometiesen, fué forzoso para defendellas trabar aquella batalla muy reñida y porfiada...

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Con tantas victorias como por mar y por tierra se ganaran, tenian esperanza que lo restante de la guerra se acabaria muy á gusto nuestra armada estaba junto á Tarifa en el puerto de Xatarez. Allí fué el Rey con el deseo grande que tenia de conquistar á Algecira, para por mar reconocer el sitio della y la calidad de su tierra. Parecióle que era una principal ciudad, y su campaña muy fértil, y los montes que la cercaban, hermosos y apacibles: veíanse muchos molinos, aldeas y casas de placer esparcidos por aquellos campos quanto la vista podia alcanzar. Con esto, y con que de los cautivos se sabia que la ciudad no estaba bien bastecida de trigo, se encendió mucho mas el ánimo del Rey en el deseo de ganarla, y quitar á los Moros una guarida tan fuerte y segura como allí tenian ; que ganada, todo lo demas juzgaba le seria fácil. Este ardor y deseo del Rey le entibiaba el verse con pequeño exército y pocos bastimentos; mas no obstante esto, con grande presteza juntó algunas compañías de los pueblos comarcanos y llamó de por sí á muchos grandes. Vino el arzobispo de Toledo Don Gil de Albornoz, Don Bartholomé obispo de Cádiz, y los maestres de Calatrava y Alcántara con buena copia de caballeros. Los concejos de Andalucía movidos con el deseo grande que tenian de que esta conquista se hiciese, enviaron á su costa mas gente de aquella que por antigua costumbre tenian obligacion de enviar; y como quier que al que desea mucho una cosa, qualquiera pequeña tardanza se le hace muy larga, el Rey para proveer bastimentos y municiones y lo demas necesario á esta guerra sé partió á la ciudad de Sevilla. Habíanse juntado dos mil y quinientos caballos, y hasta cinco mil peones con este exército se puso el cerco á Algecira en tres del mes de agosto. La guarda del mar se encomendó á las armadas de Castilla y de Aragon, porque los Portugueses despues de la batalla que se dió en el rio Guadamecil, se volvieron á Portugal sin que en ninguna manera pudiesen ser detenidos. En

tendíase que los cercados confiados en la fortaleza de la ciu dad, y en la mucha gente que en ella tenian, no se querrian rendir, ni entregar la ciudad. Era la guarnicion ochocientos hombres de á caballo, y al pie de doce mil flecheros, bastante número no solo para defender la ciudad, sino tambien para dar batalla en campo abierto. Hacian los Moros muchas salidas, y con varios sucesos escaramuzaban con los nuestros : ga2 nóseles la torre de Cartagena, puesta cerca de la ciudad. El Rey estuvo un dia en harto peligro de ser muerto con un pu ñal que para ello un cautivo arrebató á un soldado: hiriérale malamente, si de presto no sé lo estorbaran los que se hallaron con él. Entendíase que el cerco iria muy á la larga : comenzaron á traer madera y fagina, y hacer fosos y trincheas, que servian mas de atemorizar los cercados que no de provecho alguno. Entretanto que en esto andaban, en el mes de setiem. bre con grandísimo pesar del Rey la armada de Aragon se fué con achaque de la guerra de Mallorca para donde el Rey de Aragon se apercebia, verdad es que despues á ruegos del Rey de Castilla le envió diez galeras de socorro con el vice-almirante Matheo Mercero: desde algunos dias le socorrió de otras tantas con el capitan Jayme Escrivá ambos caballeros Valencianos. Murió á esta sazon el maes tre de Santiago de una larga enfermedad, varon en paz y en guerra muy señalado, y en este tiempo por la privanza que tenia con el Rey, muy estimado. Dióse esta dignidad en los mismos reales á Don Fadrique hijo del Rey, si bien por su poca edad aun no era suficiente para el gobierno de la Religion. En el mes de octubre sobrevinieron tan grandes lluvias que todo quanto tenia en los reales destruyó y echó á perder. Comenzaron asimismo á sentir muchas descomodidades, en particular era grande la falta de di. nero; que por estar el reyno muy falto y gastado le fué forzoso al Rey de pedirle prestado á los Príncipes amigos, al Papa Clemente VI que sucedió á Benedicto, á los Reyes de Francia y de Portugal. Don Gil de Albornoz arzobispo de Toledo fué para esto con embaxada á Francia : prestó aquel Rey cinqüenta mil escudos de oro, veinte mil se dieron luego de contado, los demas en pólizas para que á ciertos plazos se pagasen en bancos de Génova : el Papa Clemente VI al tanto otorgó cierta parte de las rentas eclesiásticas. Era esto pequeño subsidio pa

ra tan grandes empresas; pero la constancia grande del Rey lo vencia todo. Los cercados por entender que mien ientras el Rey viviese no podian tener sosiego ni seguridad, hicieron grandes promesas á qualquiera que le matase: decian que se haria un gran servicio á Mahoma en matar á un tan gran enemigo de los Moros. No faltaban algunos que con semejante hazaña pensaban quedar famosos y ennoblecidos, sin temor del riesgo á que ponian sus vidas, que es lo que suele ser estorbo para que no se emprendan grandes hechos. Un Moro tuerto de un ojo, que fué preso, confesó venia con intento de matar al Rey, Y que otros muchos quedaban hermanados para hacer lo mismo: asi lo confesaron dende á pocos dias otros dos Moros que fueron presos y puestos á qüestion de tormento; pero á los que Dios tiene debaxo de su amparo, los libra de qualquier peligro y desman. Los Reyes, Moros deseaban socorrer á los cercados: el Rey de Marruecos estábase quedo en Ceuta por no estar asegurado de su hijo Abderrahman, al qual por este tiempo costó la vida el intentar novedades. El Rey de Granada no se atrevia con solas sus fuerzas á dar la batalla á los nuestros; mas porque no pareciese que no hacia algo, envió algunas de sus gentes á que corriesen la tierra de Ecija, y él fué á Palma, pueblo que está edificado á la junta de los dos rios Xer nil y Guadalquivir, saqueó y quemó esta villa. No osó dexar en ella guarnicion, ni detenerse mucho en aquella comarca, porque tenia aviso que las ciudades vecinas se apellidaban contra él. La otra gente fué desbaratada por Fernando de Aguilar, que salió á ellos y les quitó una grande presa que llevaban. Era ya 1343. entrado el año de mil y trecientos y quarenta y tres, y en Al, gecira aun no se hacia cosa alguna que fuese de importancia, solamente se entendia en algunos pertrechos que Iñigo Lopez, de Horozco por mandado del Rey solicitaba. Hiciéronse fosos, trincheas, y en contorno de la ciudad se labraron unas torres ó castillos de madera, y trabucos y máquinas para batir los muros. Mas eran tantas las defensas, preparamentos y tiros que de antiguo tenia la ciudad, que con ellos todo el trabaxo y diligencia de los nuestros era perdido y sin efecto, y las máquinas las hacian pedazos con piedras que de los muros arrojaban; especial, que el lugar no era á próposito para poder cómodamente arrimar las máquinas á la muralla, y ni los soldados.

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