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si de los grandes, no se averigua. La comun opinion carga al Rey tanto que el vulgo le dió nombre de Cruel, Buenos autores gran parte destos desórdenes la atribuyen á la destemplanza de los grandes, que en todas las cosas buenas y malas sin respeto de lo justo seguian su apetito, codicia y ambicion tan desenfrenada, que obligó al Rey á no dexar sus excesos sin castigo. La piedad y mansedumbre de los Príncipes no solamente depende de su condicion y costumbres, sino asimismo de las de los súbditos. Con sufrir y complacer á los que mandan, á las veces ellos se moderan y se hacen tolerables; verdad es que la virtud, si es desdichada, suele ser tenida por viciosa. A los Reyes al tanto conviene usar á sus tiempos de clemencia con los culpados, y les es necesario disimular y conformarse con el tiempo para no ponerse en necesidad de experimentar con su daño quan grandes sean las fuerzas de la muchedumbre irritada, como le avino al Rey Don Pedro. ¿De qué aprovecha querer sanar de repente lo que en largo tiempo enfermó ? ablandar lo que está con la vejez endurecido, sin ninguna esperanza de provecho y con peligro cierto del daño? Las cosas pasadas (dirá alguno) mejor se pueden reprehender, que emendar ni corregir: es asi, pero tambien las reprehensiones de los males pasados deben servir de avisos á los que despues de nos vendrán para que sepan regir y gobernar su vida. Mas antes que se venga á contar cosas tan grandes, será necesario decir primero en qué estado se hallaba la república, qué condiciones, qué costumbres, qué restaba en el reyno sano y entero, qué enfermo y desconcertado. Luego que murió el Rey Don Alonso, su hijo Don Pedro habido en su legítima muger, como era razon fué en los mismos reales apellidado por Rey, si bien no tenia mas de quince años y siete meses, y estaba ausente en Sevilla do se quedó con su madre. Su edad no era á propósito para cuydados tan graves : su natural mostraba capacidad de qualquier grandeza. Era blanco, de buen rostro, autorizado con una cierta magestad, los cabellos rubios, el cuerpo descollado veíanse en él finalmente muestras de grandes virtudes, de osadía y consejo, su cuerpo no se rendia con el trabaxo, ni el espíritu con ninguna dificultad podia ser vencido. Gustaba principalmente de la cetrería, caza de aves, y en las cosas de justicia era entero. Entre estas virtudes se veian

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no menores vicios, que entonces asomaban, y con la edad fueron mayores tener en poco y menospreciar las gentes, decir palabras afrentosas, oir soberbiamente, dar audiencia con dificultad no solamente á los estraños, sino á los mismos de su casa. Estos vicios se mostraban en su tierna edad : con el tiempo se les juntaron la avaricia, la disolucion en la luxuria, y la aspereza de condicion y costumbres. Estas faltas y defectos que tenia de su mala inclinacion natural, se le aumentaron por ser mal doctrinado de Don Juan Alonso de Alburquerque, á quien su padre quando pequeño se le dió por ayo para que le impusiese y enseñase buenas costumbres. Hace sospechar esto la grande privanza que con él tuvo despues que fué Rey, tanto que en todas las cosas era el que tenia mayor autoridad, no sin envidia y murmuracion de los demas nobles, que decian pretendia acrecentar su hacienda con el daño público y comun, que es la mas dañosa pestilencia que hallarse puede. Tenia el nuevo Rey estos hermanos, hijos de Doña Leonor de Guzman: Don Enrique conde de Trastamara, Don Fadrique maestre de Santiago, Don Fernando señor de Ledesma, y Don Tello señor de Aguilar. Demas destos tenia otros hermanos, Doña Juana, que casó adelante con Don Fernando Ꭹ con Don Philipe de Castro, Don Sancho, Don Juan y Don Pedro, porque otro Don Pedro y Don Sancho murieron siendo aun pequeños. Sus hermanos no se confiaban de la voluntad del Rey, ca temian se acordaria de los enojos pasados, en especial que la Reyna Doña María era la que mandaba al hijo y la que atizaba todos estos disgustos. Doňa Leonor de Guzman, que se veia caida de un tan grande estado y poder (nunca la mala felicidad es duradera) hacíala temer su mala conciencia, y recelábase de la Reyna viuda. Partió de los reales con el acompañamiento del cuerpo del Rey difunto, mas en el camino mudada de voluntad se fué á meter en Medina Sidonia, pueblo suyo y muy fuerte. Allí estuvo mucho tiempo dudosa, y en deliberacion si aseguraria su vida con la fortaleza de aquel lugar, si confiaria sus cosas y su persona de la fidelidad y nobleza del nuevo Rey. Comunicado este negocio con parientes y amigos, le pareció que podria mas acerca del nuevo Rey la memoria y reverencia de su padre difunto y el respeto de sus hermanos, que las quexas de su madre ; por es

Sus

to no se puso en defensa, en especial que era fuerza hacer de la necesidad virtud á causa que Alonso de Alburquerque amenazaba, si otra cosa intentaba, que usaria de violencia y armas. Tomado este acuerdo, ella se fué á Sevilla, sus hijos Don Enrique y Don Fadrique, y los hermanos Ponces y Don Pedro señor de Marchena, Don Hernando maestre de Alcántara todos grandes personages, y Alonso de Guzman y otros parientes y allegados, unos se fueron á Algecira, otros á otras fortalezas y castillos para no dar lugar á que sus enemigos les pudiesen hacer ningun agravio, y poder ellos defenderse con las armas y vengar las demasías que les hiciesen. El atrevido ánimo del Rey, la saña é indignacion mugeril de su madre no se rindieron al temor, antes aun no eran bien acabadas las obsequias del Rey, quando ya Doña Leonor de Guzman estaba presa en Sevilla: la ira de Dios, que al que una vez coge debaxo, le destruye, permitia que las cosas se pusiesen en tan peligroso estado. Su hijo Don Enrique echado de Algecira, como debaxo de seguro se fuese al Rey, comunicado el negocio con su madre, dió priesa á casarse con Doña Juana hermana de Don Fernando Manuel señor de Villena, que antes se la tenian prometida. Concluyó de presente estas bodas para tener nuevos reparos contra la potencia del Rey y crueldad de la Reyna. Sucedió que el Rey enfermó en Sevilla de una gravísima dolencia, de que estuvo desahuciado de los médicos: llegábase el fin del reyno apenas comenzado. Concebíanse ya nuevas esperanzas, y como en semejantes ocasiones suele acaecer, el vulgo y los grandes nombraban muchos sucesores, unos á Don Fernando marqués de Tortosa, otros á Don Juan de Lara ó á Don Fernando Manuel, que eran los mas ilustres de España, y todos de la sangre Real de Castilla de Don Enrique conde de Trastamara y de sus hermanos aun no se hacia mencion alguna. Desde á pocos dias el Rey mejoró de su enfermedad, con que cesaron estas pláticas de la sucesion, de las quales ningun otro fruto se sacó mas de que el Rey supiese las voluntades del pueblo y de los nobles, de que resultaron nuevas quexas y mortales odios, ca por la mayor parte son odiosos á los Príncipes aquellos que están mas cercanos para les suceder. Enojado pues desto Don Juan de Lara, y no pudiendo sufrir que Don Alonso de Alburquerque gobernase el

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