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y entrañas de un hombre aficionado, no hay que buscar otros hechizos, ni causas para que parezca que un hombre está loco y fuera de juicio. De Valladolid se fué el Rey á Olmedo, villa de aquella comarca, y por su mandado vino allí de Toledo Doña María de Padilla, sin que mas el Rey tuviese memoria ni lástima de la Reyna su muger. Don Alonso de Alburquerque algunos dias se recogió en ciertas villas fuertes de su estado: despues por miedo que el Rey no le hiciese fuerza, se pasó á Portugal. Perecióle que no se podia nada fiar de la fe y palabra de quien tenia en poco la santidad del matrimonio y la religion del Sacramento. Don Fadrique maestre de Santiago habia estado mal con el Rey desde que hizo matar á su madre: ahora vuelto á su amistad se vino á Cuellar, do entonces la corte estaba. Con su hermano Don Tello se casó en Segovia Doña Juana hija mayor de Don Juan de Lara llevó en dote el señorío de Vizcaya ; favorecieron á este casamiento los deudos de Doña Maria de Padilla con intento de hacerse amigos y tener obligados los hermanos del Rey, que ya estaban mal con Don Alonso de Alburquerque. La Reyna Doña Blanca residia en Medina del Campo en compañía de la Reyna su suegra: pasaba la vida mas de viuda que de casada, con algunos honestos entretenimientos: de alli por mandado del Rey fué llevada á Arévalo con órden que no la dexasen hablar con su suegra, ni con ninguno de los grandes. Pusieron por guardas de la que no pretendia huir, á Don Pedro Gudiel obispo de Segovia, y á Tello Palomeque caballero de Toledo. Mudó el Rey los oficios de su casa, y hizo su camarero á Don Diego García de Padilla hermano de su amiga, dió la copa á Alvaro de Albornoz, y la escudilla á Pero Gonzalez de Mendoza, fundador de la casa de Mendoza (digo de la grandeza que hoy tiene ) que entonces en aquella parte de Vizcaya que se llama Alava, poseia un pueblo deste nombre, de que se tomó este apellido de Mendoza: fué hijo deste caballero Diego de Mendoza, que el tiempo adelante llegó á ser almirante. Estas mudanzas de oficios se hicieron en odio de Don Alonso de Alburquerque que en la casa Real tenia obligados á muchos. Lo mismo se hizo en Sevilla donde el Rey se fué, venido el otoño; que quitó en el Andalucía muchos oficios que el de Alburquerque á muchos grandes y ricos hombres proveyó el tiempo de su privanza. Asi se truecan y

TOMO IV.

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mudan las cosas deste mundo: no hay cosa mas incierta, mudable y sin firmeza que la privanza con los Reyes especialmente si es grangeada con malos medios. Habíase el Rey entregado de todo punto para que le gobernasen, á Doña María de Padilla y á sus parientes: ellos eran los que mandaban en paz y en guerra, por cuyo consejo y voluntad el Rey y reyno se regian. Los grandes y los mismos hermanos del Rey, confor mándose con el tiempo, caminaban tras los que seguian el viento próspero de su buena fortuna, y á porfía cada uno pretendia con presentes, servicios y lisonjas tener grangeada la voluntad de Doña María de Padilla, con que se veia el reyno Heno de una avenida de torpes y feas baxezas. En el invierno con las grandes y continuas lluvias salieron de madre los rios, especial en Sevilla la creciente fué tal, que por miedo no la asolase calafetearon fuertemente las puertas de la ciudad. En 1354. el principio del año siguiente de mil y trecientos y cinqüenta y quatro como quier que Don Juan Nuñez de Prado maestre de Calatrava en dias pasados se hobiese huido á Aragon por miedo que no le atropellasen, llamado del Rey con cartas blandas y amorosas se vino á su villa de Almagro, pueblo principal de su maestrazgo. Allí por mandado del Rey le prendió Don Juan de la Cerda, que ya estaba favorecido y aventajado con nuevos cargos. El mayor delito que el maestre tenia cometido, era ser amigo de Don Juan Alonso de Alburquerque, y ser parte en el consejo que se tomó de suplicar al Rey vol viese con la Reyna Doña Blanca luego que la dexó. No paró en esto la saña, antes hizo que á la hora eligiesen en su lugar por maestre á Don Diego de Padilla sin guardar el órden y cere monias que se acostumbraban en semejantes elecciones, sino arrebatada y confusamente sin consulta alguna, y al maestre Don Juan Nuñez súbitamente le hicieron morir en la fortaleza de Maqueda en que le tenian preso. Dió el Rey á entender que le pesaba de que le hobiesen muerto: no se sabe si de corazon si fingidamente por evitar la infamia y odio en que podia incurrir con una maldad tan atroz, y descargarse de un hecho tan feo con echar la culpa á otros. Pero como quier que no se hizo ninguna pesquisa ni castigo, todo el reyno se persuadió ser verdad lo que sospechaban, que le mataron con voluntad y orden del Rey. Despues desto se hizo guerra en la tierra

de Don Juan Alonso de Alburquerque, que tenia muchas villas y castillos muy fuertes y bien bastecidos. Cercaron la villa de Medellin que está en la antigua Lusitania: desconfiado el alcayde de podella defender, dió aviso á Don Alonso del estado en que se hallaba, y con su licencia la entregó. Asimismo se puso cerco á la villa de Alburquerque, plaza fuerte y que la tenian bien apercebida; asi no la pudieron entrar. Levantóse el cerco, y quedaron por fronteros en la ciudad de Badajoz Don Enrique y Don Fadrique para que los soldados de Alburquerque no hiciesen salidas y robasen la tierra: esta traza dió ocasion á muchas novedades que despues sucedieron. Fuése el Rey á Cáceres : desde alli envió sus embaxadores al Rey Don Alonso de Portugal, que en aquella sazon en la ciudad de Ebora celebraba con grandes regocijos las bodas de su nieta Doña María con Don Fernando infante de Aragon. Los embaxadores, babida audiencia, pidieron al Rey les mandase entregar á Don Juan Alonso de Alburquerque para que diese cuenta de las rentas Reales de Castilla que tuvo muchos años á su cargo: que sin esto no debia ni podia ser amparado en Portugal. Como Don Juan Alonso estaba ya irritado con tan continuos trabaxos, no sufrió su generoso corazon este ultrage. Respondió con grande brio á esta demanda de los embaxadores : que él siempre gobernó el reyno, y¡administró la hacienda del Rey su señor leal y fielmente: que estaba aparejado para defender esta verdad en campo por su persona que retaba como á fementido á qualquiera que lo contrario dixese: quanto á lo que decian de las cuentas, dixo estaba presto para darlas con pago, como se las tomasen en Portugal. Pareció que se justificaba bastantemente con esto los embaxadores fueron despedidos sin llevar otro mejor despacho. A los hermanos del Rey pesaba mucho que las cosas del reyno anduviesen revueltas, y estuviesen expuestas para ser presa de cada qual. Pensaron poner en ello algun remedio: la comodidad del lugar los convidaba: acordaron de confederarse con Don Juan Alonso de Alburquerque que cerca se hallaba. Enviáronle su embaxada, y mediante ella concertaron de verse entre Badajoz y Yelves. Allí trataron de sus haciendas, y consultaron de ir á la mano al Rey en sus desatinos y temerarios intentos. Arrimáronseles otros grandes. Las fuerzas no eran iguales á

empresa tan grande: solicitaron al infante Don Pedro hijo del Rey de Portugal para que se aliase con ellos, con esperanzas que le dieron de le hacer Rey de Castilla asi por el derecho de guerra como por el de parentesco, como nieto que era del Rey Don Sancho hijo de Doña Beatriz su hija. Dexóse de intentar esto á causa que el Rey de Portugal luego que supo estas trazas, estuvo mal en ello y lo estorbó. Esta nueva tela se urdia en la frontera de Portugal. El Rey de Castilla con su acostumbrado descuydo y desalmamiento echó el sello á sus excesos con una nueva maldad tan manifiesta y calificada que quando las demas se pudieran algo disimular y encubrir, á esta no se le pudo dar ningun color ni escusa. Doña Juana de Castro viuda, muger que fué de Don Diego de Haro, á quien ninguna en hermosura en aquel tiempo se igualaba, pasaba el trabaxo de su viudez con singular loa de honestidad. El Rey que no sabia refrenar sus apetitos y codicias, puso los ojos en ella. Sabia cierto que por via de amores no cumpliria su deseo; procurólo con color de matrimonio. Fingió para esto que era soltero alegó que no estaba casado con su muger Doña Blanca: presentó de todo indicios y testigos, que en fin al Rey no le podian faltar. Nombró por jueces sobre el caso á Don Sancho obispo de Avila y á Don Juan obispo de Salamanca. Ellos por sentencia que pronunciaron en favor del Rey, le dieron por libre del primer matrimonio. No se atrevieron á contradecir á un Príncipe furioso: venció el miedo del peligro al derecho y manifiesta justicia. ¡O hombres nacidos no ya para obispos, sino para ser esclavos! Asi pasaban los negocios por los desdichados hados de la infeliz Castilla. Dado que se hobo la sentencia en Cuellar, do el Rey era ido, se hicieron con grandísima priesa las bodas. El alcanzar lo que pretendia, al tanto que en las primeras, le causó fastidio. Detuvóse muy poco tiempo con la novia: algunos dicen que no mas de una noche. El color fué que los grandes se aliaban contra el Rey y que convenia atajalles los pasos antes que con la dilacion se hiciesen mas poderosos. Doña Juana de Castro se retruxo en Dueñas allí cubria su injuria y afrenta con el vano título de Reyna. Destas bodas nació un hijo que se llamó Don Juan, para consuelo de su madre; juego que fué adelante de la fortuna. A los principios de las guerras civiles que se tramaban

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en Castroxeriz villa de Castilla la Vieja, casó Doña Isabel hija segunda de Don Juan Nuñez de Lara con Don Juan infante de Aragon. Llevó en dote el señorío de Vizcaya que el Rey quitó á Don Tello su hermano, á quien pertenecia de derecho por estar casado con la hermana mayor. La causa del enojo fué estar aliado con los demas grandes. No era cosa justa castigar la culpa del marido con despojar á la inocente muger de su estado patrimonial, si en el reynado de Don Pedro. valiera la razon y justicia, y se hiciera alguna diferencia entre tuerto ó derecho. En el mismo pueblo Doña María de Padilla parió á Doña Costanza su hija, que adelante casó en Ingalaterra con el Duque de Alencastre. Con los señores aliados se confederaban cada dia otros grandes en especial Don Fernando de Castro, hermano de Doña Juana de Castro, por vengar con las armas la injuria que el Rey hizo á su hermana, se confederó con ellos. Lo mismo hicieron los ciudadanos de Toledo por estar mal con la locura y desatino del Rey, y tener lástima de la Reyna Doña Blanca. Las ciudades de Córdoba, Jaen, Cuenca y Talavera siguieron la autoridad y exemplo de Toledo despues se les juntaron los hermanos Infantes de Aragon. Favorecian las Reynas Doña Leonor y Doña María este partido por parecerles que la enfermedad y locura del Rey no se podia sanar con medicinas mas blandas. Desta suerte se abrian las zanjas y se echaban los fundamentos de unas crueles guerras civiles que mucho afligieron á España, y por largo tiempo. continuaron y el cielo abria el camino para que el Conde Don Enrique viniese á reynar.

Capítulo XIX.

De la guerra de Cerdefia.

PARECEME será bien apartar un poco el pensamiento de los males de Castilla, y recrear al lector con una nueva narracion que no va fuera de nuestro intento contar las cosas que en otras provincias de España acontecieron. El Rey de Granada Juzeph Bulhagix despues que reynó por espacio de veinte y un años, le mataron este año sus vasallos. El autor principal des

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