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Paris obligó á Luis XVI á beber un vaso de vino y á cubrirse la cabeza con un gorro encarnado. El envilecimiento del trono trajo en pos de sí en Francia el regicidio y el terror. En España solo dejó la escena del dia 9 una mancha en la dignidad del monarca, que se borró luego con sangre.

Gracias á los esfuerzos de algunos individuos de la grandeza, fué contenida la muchedumbre en la escalera del regio alcázar, logrando antes sus representantes, que eran seis desconocidos, que el rey mandase la instalacion del último ayuntamiento constitucional, y acordara la formacion de una Junta provisional consultiva, que defendiese y representase en aquellos dias los intereses y derechos de la triunfante revolucion.

En la tarde del mismo dia se presentó en palacio el nuevo ayuntamiento, cuyos dos alcaldes D. Pedro Sainz de Baranda y D. Rodrigo Aranda fueron elegidos por aclamacion popular.

Instado y empujado Fernando por la plebe, y en presencia de seis comisionados populares, que daban la ley en aquellos momentos, juró en el salon de embajadores la Constitucion del año 12, aparentando serenidad y regocijo, pero sintiendo en su alma el dardo de la violencia, y grabando en su mente con rojos caractéres el recuerdo de tanta tropelía y tanto escándalo.

En el sistema de las concesiones por debilidad el mal está en la primera; el pueblo es insaciable en sus deseos revolucionarios, y obtenido un primer triunfo, no tiene ya prudencia ni abnegacion para contentarse con él; cuanto mas victorioso, muéstrase mas exigente; cuanto mas exigente, mas anárquico, y cuanto mas anárquico, mas próximo está á ser vencido y castigado.

Esa es la vida del pueblo en revolucion: vencer, exigir, tiranizar y perecer.

En la vida de los reyes, no resistir es caer; conceder es abdicar; temblar es morir.

Si Fernando VII hubiese resistido, aunque poco, al sublevarse el ejército en la Isla, encaminándose á Cádiz al frente de una division, hubiese reanimado el entusiasmo popular, y sofocado sin disparar un tiro la insurreccion del ejército espedicionario. Pero encerrado en su palacio entre cobardes y aduladores, que lo

abandonaron al asomar el peligro, un insignificante motin popular lo acosó con humillantes exigencias y le arrancó el cetro de las manos, obligándole á prestar un juramento en medio del tumulto, sin formalidad, sin decoro, y ante personas sin autoridad ni representacion.

Consentida esa violencia, tolerado ese ultraje, ¿qué podia hacer ya un monarca débil é irresoluto ante una revolucion triunfante y atrevida? Someterse á todos sus caprichos; adelantarse á todos sus descos; agasajarla y complacerla, hasta que se la pudiese asesinar.

No carecia Fernando VII de talento para plegarse á las circunstancias con visos de espontaneidad y de franqueza. Conociendo cuánto le convenia adular por entonces á la revolucion, espidió un decreto aboliendo el tribunal de la Inquisicion, considerando que era incompatible su existencia con la Constitucion de la monarquia española, promulgada en Cádiz en 1812; mandó poner en libertad á todos los presos por opiniones políticas, amnistiando á todos los que se hallaban fuera del reino; nombró una Junta provisional, compuesta del cardenal de Borbon, Ballesteros, conde de Taboada, Valdemoros, Queipo, obispo de Mechoacan, D. Ignacio Pezuela, Lardizabal, Tarrius y el general Sancho en calidad de secretario, para prestar en sus manos el juramento á la Constitucion, comprometiéndose á no adoptar ninguna providencia de gobierno hasta la instalacion constitucional de las Córtes, sin consultarla con dicha Junta, y á no publicarla sin su acuerdo.

Por si aun se dudaba de su buena fe, y para contentar en todo á la revolucion, publicó el dia 10 un manifiesto tan humilde, tan cariñoso, tan liberal, que aun los mas desconfiados se enternecieron con su lectura, creyendo á Fernando mas afecto á la Constitucion que lo eran ellos mismos.

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Aquel manifiesto, cuya frase marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional, se hizo desde entonces tan célebre y proverbial en España, contuvo el osado vuelo de la revolucion, que á haber hallado resistencia, quizá hubiese posado sus negras alas sobre el dosel del trono, destrozando con sus garras la monarquía.

Ese famoso documento, tan hábilmente redactado como prontamente puesto en olvido, hallábase concebido en estos términos:

«Españoles Cuando vuestros heróicos esfuerzos lograron poner término al cautiverio en que me retuvo la mas inaudita perfidia, todo cuanto vi y escuché, apenas pisé el suelo patrio, se reunió para persuadirme, que la nacion deseaba ver resucitada su anterior forma de gobierno, y esta persuasion me debió decidir á conformarme con lo que parecia ser casi el voto general de un pueblo magnánimo, que triunfador del enemigo estranjero, temia los males, aun mas horribles, de la intestina discordia.

No se me ocultaba, sin embargo, que el progreso rápido de la civilizacion europea, la difusion universal de luces, hasta entre las clases menos acomodadas, la mas frecuente comunicacion entre los diferentes paises del globo, los acostumbrados acaecimientos reservados á la generacion actual, habian suscitado ideas y deseos desconocidos á nuestros mayores, resultando nuevas é imperiosas necesidades; ni tampoco dejaba de conocer, que era indispensable amoldar á tales elementos las instituciones políticas, á fin de obtener aquella conveniente armonía entre los hombres y las leyes en que estriba la estabilidad y el reposo de las sociedades.

Pero mientras Yo meditaba maduramente, con la solicitud propia de mi paternal corazon, las variaciones de nuestro régimen fundamental que parecian mas adaptables al carácter nacional y al estado presente de las diversas porciones de la monarquía española, así como mas análogas á la organizacion de los pueblos ilustrados, me habeis hecho entender vuestro anhelo de que se restableciese aquella Constitucion, que entre el estruendo de las armas hostiles, fué promulgada en Cadiz el año de 1812, al propio tiempo que con asombro del mundo combatiais por la libertad de la patria. He oido vuestros votos, y cual tierno padre he condescendido á lo que mis hijos reputan conducente á su felicidad. He jurado esa Constitucion, por la cual suspirabais, y seré siempre su mas firme apoyo. Ya he tomado las medidas oportunas para la pronta convocacion de las Córtes. En ellas, reunido á vuestros representantes, me gozaré de concurrir á la grande obra de la prosperidad nacional.

¡Españoles! vuestra gloria es la mia y la única que mi corazon ambiciona. Mi alma no apetece sino veros en torno de mi trono, unidos, pacíficos y dichosos. Conflad, pues, en vuestro rey, que os habla con la efusion sincera que le inspiran las circunstancias en que os hallais, y el sentimiento íntimo de los altos deberes que le impuso la Providencia. Vuestra ventura desde hoy en adelante dependerá en gran parte de vosotros mismos. Guardaos de dejaros seducir por las falsas apariencias de un bien ideal, que frecuentemente impiden alcanzar un bien efectivo. Evitad la exaltacion de pasiones, que suele trasformar en enemigos á los que solo deben ser hermanos, acordes, en efecto, como lo son en religion, idioma

y costumbres. Repeled las pérfidas insinuaciones, halagüeñamente disfrazadas, de vuestros enemigos y émulos. Marchemos francamente, y Yo EL PRIMERO, POR LA SENDA CONSTITUCIONAL; y mostrando á la Europa un modelo de sabidurta, órden y perfecta moderacion en una crísis, que en otras naciones ha sido acompañada de lágrimas y desgracias, hagamos admirar y reverenciar el nombre español, al mismo tiempo que labramos para siglos nuestra felicidad y nuestra gloria.-FERNANDO

Palacio de Madrid, 10 de marzo de 1820.

¿Cómo dudar de la sinceridad de Fernando, de sus buenos deseos, de sus paternales intenciones, despues de leer tan terminante y espansiva manifestacion, sin reticencias, sin ambigüedades, sin escrúpulos? ¿No se veia en aquella noble disculpa de lo pasado con que comenzaba el manifiesto, en aquellas atinadas apreciaciones de lo presente, en aquellas francas promesas para el porvenir, no se veia, repetimos, un monarca arrepentido sin humillacion, enmendado sin bajeza, ilustrado, clemente y paternal ?

Aquellos consejos sobre la union de los españoles, aquellas aspiraciones á sensatas reformas, aquellas afectuosas palabras sobre la Constitucion, dicho todo con un tono de uncion, de sinceridad y buena fe, ¿no ponian de manifiesto el corazon de Fernando? ¡Ah! El corazon de aquel monarca fué siempre un arcano que no pudieron penetrar sus mas íntimos y sagaces consejeros; un libro cerrado, cuyas páginas solo leia Dios; un oscuro laberinto de caprichos y de pasiones, de proyectos y desconfianzas por cuyas sendas tortuosas y enmarañadas solo podia caminar sin perderse su conciencia.

Hasta el mismo infante D. Carlos, jefe de la brigada de carabineros, publicaba en la Gaceta estraordinaria del 12 de marzo de 1820 la siguiente proclama dirigida á sus subordinados, al jurar la Constitucion.

«Soldados: Al prestar en vuestras banderas este juramento á la Constitucion de la monarquía, habeis contraido obligaciones inmensas; carrera esclarecida de gloria se os está esperando.

Amar y defender la patria; sostener el sólio y la persona del rey; respetar las leyes y enlazaros con el pueblo para consolidar el sistema constitucional: estas son vuestras obligaciones sagradas, y esto es cuanto el rey

espera de vosotros, y lo mismo, cuyo ejemplo os prometo por mi parte, vuestro compañero, Carlos. >>

El manifiesto de Fernando produjo grande entusiasmo en la turbulenta plebe madrileña que, así como el año 14 llevó arrastrando por las calles la lápida de la Constitucion para halagar al monarca, ahora para adular á la revolucion, llevaba en triunfo otra lápida constitucional para colocarla solemnemente en la Plaza Mayor.

Y lo mismo que se degradó en su servilismo monárquico, arrastrando la carroza de su rey, se degradaba ahora en su locura democrática, besando de rodillas la susodicha lápida y obligando á los transeuntes á que imitasen su ridícula idolatría.

Por mas pacíficas que sean las revoluciones, por mas que se trate de evitar las consecuencias naturales de un cambio político, no es posible contener y reprimir todos los elementos de discordia y de venganza que las revueltas políticas traen consigo.

El cambio de 1820, en honor de la verdad, apenas se señaló por sus escesos. La lentitud con que se fué elaborando desde la insurreccion de la Isla, la vacilacion de la corte, el cansancio y la indiferencia de la mayoría de los españoles, la espresiva adhesion del monarca al sistema liberal, fueron causas que impidieron el repentino desarrollo de los sucesos, y enfriaron en gran manera los acalorados ánimos de muchos liberales contentos y satisfechos con tan inesperado y pacífico triunfo.

No fué sin embargo en las provincias tan tranquila como en la corte la mudanza de 1820.

La plebe valenciana, la mas sanguinaria y temible en toda clase de revueltas, amotinóse el dia 10 de marzo contra el capitan general Elio, uno de los que mas se señalaron por su rigor en la época pasada de los seis años, y acometido furiosamente, pudo librar la vida acogiéndose al patio del ayuntamiento, desde donde fué conducido á la ciudadela entre las amenazas y desesperados gritos de la muchedumbre.

El vulgo barcelones, aficionado como el que mas á la agitacion y á las revueltas, al saber el tumulto de Zaragoza y el levantamiento de otras provincias, puso en movimiento sus

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