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el cuadro de, Germánico á la vista de los cadáveres de las legiones de Varo; que debemos á Tácito y el cuadro que Hurtado Mendoza hace contemplar, allá en Sierra Bermeja, al Duque de Arcos y á los que le seguían al fuerte de Calalin; las descripciones, arengas y retratos de Tito Livio, con la conjuración de Juan de Prócida, el Alvaro de Luna y el discurso del condestable Dávalos, de Mariana; dirá, que son idénticas las sintaxis de Castilla y del Lacio: como ni rastro árabe alguno encontrará en el habla, si penetra por las grandiosísimas puertas de concha y oro del Renacimiento. Distingue tempora!.... Si, distinguid siglos, épocas literarias y aun escuelas. Y distinguiendo con escrupulosidad, los caudales legados por el judío del periodo romano y visigodo; contando con el elemento gótico septentrional é idiomas, libres en las asperezos del Norte, durante se escribió con sangre el gran poema, que en la viñeta de su inicial tiene un peñasco y una palma, en la de su letra última; recogiendo con discreción, los estudios mozárabes y los que á nuestra raza y á nuestro cielo debe la cultura arábigo-hispana, que si no tuvo los caracteres de indígena y nacional que la desarrollada en Persia, bajo el imperio de la media luna, fué, por causas que no son del momento; señalando lo que distingue el habla popular de la erudita y la erudita de la cancilleresca; fijando bien, en la época de Alfonso X, las influencias orientales y señalando sus efectos; mostrando el influjo provenzal y el de Italia en el siglo de Juan II, el greco-latino en el xv y en el alba del xvi; se colocan en el camino de la filología moderna, las piedras miliarias que nos conducen, á la miranda en que, libres de las preocupaciones del humanista, que se afana por borrar las impurezas árabes y pugna por transformar en sus gramáticas y diccionarios, en sintasis y léxico-latinos, la sintaxis y léxico-castellanos; sin el frenesí de los enamorados de la raza que, en la Edad Media, nos reveló la antigua filosofia y las nuevas verdades; de los que, en la soberbia fábrica cordobesa, toda su admiración es para la capilla del Zancarrón y ni dirigen una mirada á la sillería del coro ó á la lámpara de plata del noble templo cristiano; vemos con claridad, que es analítico, respecto al sanscrito, al griego y al latin, mas de valor suyo y fisonomía peculiar, la lengua que dimos, á la vez que la Cruz de Cristo, à la virgen América.

Después de estas afirmaciones que caen dentro de la región de las ideas, descendamos á los hechos. Enterrada en el barro de las orillas del Guadalete, una maldecida ley de castas y verificada la conquista sarracena, los visigodos y romanos, unidos por la igualdad de su fe y por la comuni

dad del enemigo, formaron un pueblo, allí donde anidan las águilas; en cuyas alturas el amor á las costumbres y á la lengua de sus abuelos, despertado por la tiernísima idea de la perdida patria, añadió brios al brazo de los que, en frente del árabe, pactaron con la muerte si no con la victoria, y sintieron que no les desplacían, las tradiciones fastuosas de la raza despojada de los tesoros que allegase en basílicas, atrios y aulas regias, por el soldado de Muza-benNosayt.

La lengua hispano-latina sobrevivió, pues, al Imperio arruinado en las márgenes de la laguna de la Janda; y destinada á ser, el arca santísima de la historia de la Iglesia, fué cultivada por los eruditos: los monarcas astures convirtiéronla en órgano de la potestad real y de la propiedad religiosa y la muchedumbre la aceptó para sus transacciones. En la monarquía de Asturias, el altar de la patria fué el trono y al lado de él, el cristiano libre, orgulloso de su origen latino, erigió un ara á la edad clásica, arrojando al rostro del infiel el nombre de bárbaro, cual lo habría hecho un hijo del Tíber, desde el Capitolio. Comparando los cronicones y los documentos cancelarios de aquella época, advierten los historiadores, el germen de la fusión, que había de producir los romances.

Existían en la Península, además de los cristianos que militaban bajo la bandera de Pelayo, otros que sojuzgados por el alfange, vivieron en la España islámica conservando su fe, por razones harto conocidas, sin que tardasen mucho tiempo á ser violentados por los Califas. Estos, es decir, los mozárabes, como el soldado de Asturias, guardaron con solicitud, el idioma depositario de sus tradiciones y creencias; cuyo idioma no pudieron menos de admitirlo los amires, para su comercio intelectual con los vencidos, para su inteligencia con los reyes de la España de la Cruz, para acuñar las monedas que testificasen su dominacion, en los paraísos españoles. Monedas arábico-latinas poseemos, que convencen de que, en el año 98 de la Hégira, la lengua del cristiano sometido, era y tenía que serlo, respetada del vencedor. Hixen II, fué quien intentó proscribirla, vedando su uso; y su célebre mandato, produjo una reacción en el sacerdocio, en la que, la sangre de los mártires regó y fertilizó los estudios latinos, hasta el punto de que la lengua del Lacio, cultivóse con más acierto, entre los mozárabes, que en las comarcas libres. Y sin embargo hay que reconocer, la justicia con que el Abad Samson asaeteo å Hostegesis; y que ya entrado el siglo x, el latín fué objeto del menosprecio, á que Borao alude y que nos certifican la

queja de Alvaro y el hecho, de que hubiese obispos que compusieran elegantes Kasidas, referido en una traducción admirable de Gayangos. Que en España concurrió poderosamente el pueblo vencido, á la cultura del árabe, que, bajo el inspirador cielo de Andalucía, fué más fecundo que en otras regiones,-dice bien el Sr. Valera,-acreditalo la rapidez con que el cristiano aprendió á hablar, como los hijos del Yemen. Alvaro de Córdoba, dice en su Indiculo luminoso: -Muchos de mis correligionarios leen las poesias y cuentos de los árabes y estudian los escritos de los teólogos y filỏsofos mahometanos, no para refutarlos, sino para aprender como han de expresarse en lengua arábiga, con mús corrección y elegancia. ¿Dónde se hallará hoy un lego, que sepa leer, los comentarios latinos sobre las Santas Escrituras? ¿Quién entre ellos estudia los evangelios, los profetas y los apóstoles? Ay! Todos los jóvenes cristianos que se hacen notables por su talento, sólo saben la lengua y la literatura de los árabes, leen y estudian celosamente libros arábigos: à costa de enormes sumas forman de ellos grandes bibliotecas y por donde quiera, proclaman en alta voz, que es digna de admiración esta literatura. Si se les habla de libros cristianos, responden con desprecio que no merecen su atención dichos libros. Oh!, dolor! Los cristianos han olvidado hasta su lengua y apenas se encuentra uno, entre mil, que acierte à escribir à un amigo una carta latina pasable. En cambio son infinitos, los que saben expresarse en arȧbigo, del modo más elegante y hacen versos en dicho idioma. con mayor primor y artificio que los árabes mismos (1).

El célebre Obispo, en presencia del cuadro que ofrecen, los convertidos á la superioridad científica del hombre de la media luna y al atractivo de su poesía exclama: estiman menos los abundantes arroyos de la Iglesia que corren del Paraiso.

Makkari nos ha conservado versos de un poeta de Sevilla del siglo XI, que persuaden de que su autor conocía bien la lengua y métrica arábigas; Mariana nos dice, que el presbitero Daniel, tradujo al árabe los antiguos cánones de la Iglesia; el Abad Samson, ya citado, S. Eulogio y otros doctores, en el siglo 1x, dieron exposiciones de las Sagradas Escrituras en el habla de los conquistadores; y para prevenir la ignorancia de su clero, según el Arzobispo D. Rodrigo y también por atender à la necesidad religiosa y situación difícil de las tribus cristianas, Juan Hispalense, expuso

(1) Traducción de Valera.

la Biblia en el idioma del Corán. Dedúcese de esto que desde el siglo vi, el latín ni se hablaba, ni se entendia? Dozy, Reinaud y A. F. de Schack nos dicen, que sólo se arabizó una parte de la grey sometida; que siempre el latín ó mejor el romance, quedó en general, como idioma del vulgo; que había entre los árabes, quienes lo hablaban ó entendían, si bien con más frecuencia, por el conocimiento de ambas lenguas, latinas y arábiga, solían servirse los mahometanos de los cristianos, como intérpretes y negociadores con los francos. No desapareció el latín; antes al contrario, cultivose con singular esmero por los doctos, que consagraron sus vigilias, á que se perpetuasen, en todos los idiomas, los tesoros literarios del cristianismo.

Lo que sí aconteció es, que empezaron á enturbiarlo palabras arábigas. Luitprando afirma, en el siglo x, que en el octavo, las lenguas que había en España eran:-el español primitivo, el cántabro, el latín, el griego, el caldeo, el árabe, el hebreo, el celtibero, el valenciano y el catalán. Sin entrar à discutir la nomenclatura, concíbese, cuál podía ser la plaza del habla en que se escribiese, con lágrimas de amorcillo y en pétalos de rosa, el epitafio de Adonis. El uso del hebreo y del caldeo, lo abona la presencia de los judíos en España. El español, el cántabro y el celtibero, habían sobrevivido á la conquista de Roma y confundiéndose con el latin, formaron el romance vulgar. El árabe invadió parte del territorio. He tomado à Villemain estos párrafos, para llegar á la conclusión de Amador de los Ríos, á saber: -«que de lo expuesto se deduce, que en la época en que Alvaro se quejaba y lanzaba Samson sus cáusticas frases, debilitado el mozárabe, la lengua cultivada con cariño, por los discípulos de Esperaindeo, empezó á perder la salud y más enferma cada día, llegó de esta suerte al año 1124, en que verificóse el casi universal destierro de aquella infeliz raza.

Desaparecida en Córdoba, la lengua que naciese de la mezcla del latín y el árabe, la España cristiana libre, cuyos atributos son, la yunta del colono y la espada del guerrero, según la frase de Lista, cuando se sintió fuerte, cuando creyó consolidada la magna obra inaugurada por Pelayo, cuando los romances, si no à la juventud, llegaron al menos á la adolescencia, los romances!, vivos desde el alba de la Reconquista, y de ello nos persuaden muchos documentos diplomáticos y los cronicones; cuando se consideró más fuerte que la morisma, dió treguas á su rencor y admitió la mudéjar en sus villas y ciudades.

En la inscripción de Santa Cruz de Cangas, en privile

gios y escrituras que Borao tan perfectamente conocía, adviértese la huella popular, estampada en solecismos é idiotismos y que el habla de la muchedumbre, tenía el vigor necesario para romper la sintaxis y la forma de la dicción y para llevar á todas partes, el espíritu de rebeldía contra la gramática. Por cierto, que uno de los documentos á que aludo es, el que se refiere á la fundación del monasterio de Obona por Adelgastro, y en él es visible, que el romance procede de más antiguo que del siglo viii. En éste y en los dos sucesivos, pesesiónase de la escritura oficial y de la docta, con la altivez que el guerrero cristiano clava la cruz en los adarves moriscos; vence à la tradición clásica y consentida y reconocida su hegemonía, el habla vulgar; conviértese en escrita. Aquellos lenguajes, indomables á la República y al Imperio más poderosos de la historia; que respetó el eximio Isidoro, que enriqueciéronse, desde el instante en que, caídas las barreras del Danubio, el bárbaro cambió por la púrpura, la piel de fiera que vestía; no bien sonó en los aires, el grito inmortal de Covadonga, empezaron á fundirse en el molde que les diese la línea fisonómica del romance. Este es el nombre de la obra, construída con los materiales hacinados en tierra española, por espacio de siglos. Los autores principales de ella, el arquitecto, el Brunelleschi, son los pueblos antiguos; mas no neguéis á la presencia de los orientales en España, la parte que tuvo en el perfeccionamiento de creación tan magnifica.

Desde la alborada de la iglesia, moraban entre nosotros los hebreos, tan inteligentes, como la nación más privilegiada entre las de raza indogermánica, en las que siempre han florecido grandes civilizaciones. Dígalo si no la peninsula, que tuvo en la antigüedad una Roma y en el Renacimiento una Florencia; y la que fué patria de la hermosura, como destinada por Dios à ser la musa del arte; pues al construir el Universo su artifece sublime, cortó una rama en el laurel del cielo, tendióla en la onda más pura de los mares, la sujetó á Europa y he aqui la Grecia, exclamó. Industrial y comerciante en la España de Ataúlfo, Recaredo y Wamba, inofensivo para el cristiano, en la época que inaugura la lluvia de sangre del dia de Guadalete; el judío fué amigo del leo. nés, del navarro, del hijo de Castilla, del que lucía las barras del Batallador en sus pendones guerreros, hasta tal punto, que las artes de aquél, hiciéronse necesarias en las monarquías que luchaban con el moro por la causa de la Cruz.

La lengua hebrea, inmaculada en Aben Hezras y en Maimonides, en el Kuzari del numen que Heine compara con Homero y en El manantial de la vida del profundo pan

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