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un diamante. Por tal se le tiene, en libro de la importancia y severidad de la Historia critica de la Literatura española; como tal ha sido saludado, en discursos admirables de Balaguer y en artículos del insigne Milá y Fontanals. Convenimos, escribe éste, efectivamente, en casi todas las opiniones, manifestadas en su obra, por el Sr. Borao y de que habíamos ya antes formado juicio, al puso que nada tenemos que oponer, antes lo tenemos por muy aceptable, à todo aquello de que por primera vez nos instruye. Después de consideraciones preliminares sobre la influencia de los godos en la lengua y los árabes en las costumbres, trata en su nutrida y bien trabajada INTRODUCCIÓN, de la época del nacimiento de la lengua castellana, que con alguna reserva bien fundada (pues en verdad hubo más bien continuas transformaciones que nacimiento), consiente en que se atribuya al siglo VIII. Cita los primeros documentos castellanos, que corresponden al siglo XII, precedidos de otros de las tres anteriores centurias, en que entre el latin bárbaro y convencional de las escrituras, van asomando palabras castellanas, asi como más tarde se ofrecen otras, donde el fondo castellano se halla alterado por resabios latinos; lucha de los idiomas, propio de las escrituras, que sólo indirectamente pudieron influir, en el ya formado lenguaje del pueblo. Entre los últimos documentos citados, los hay ya aragoneses, es decir, escritos en Aragón, en la lengua que ya entonces les era común ó poco menos con Navarra y con Castilla, á pesar de que la lengua sabia y cortesana y hasta en ciertos casos diplomática, fuese desde la unión con Cataluña, la que después ha recibido el nombre impropio de lemosina, y á pesar de que el aragonès fuese, como es todavia, más catalanizado, mientras algunas de las primeras muestras que como de verdadero castellano nos presentan, conservan formas asturianas ó gallegas. Que los aragoneses hablaron desde el origen de su reino, lo que después se ha llamado castellano, ya lo evidencia el hecho de que desde muchos siglos lo estén hablando, sin que hubiese mediado un cataclismo histórico, à bien que los documentos no dan lugar á razonada oposición. El extracto de interesantes documentos aragoneses, empezando por uno de 1178, ocupa, como es debido, un buen número de páginas del trabajo que examinamos y cuya primera parte, que es la historia, termina con una oportuna excursión al reino de Navarra. La segunda parte de la INTRODUCCIÓN, más especialmente destinada al examen del DICCIONARIO y de los modismos aragoneses, nos muestra el tiento y la imparcialidad con que ha procedido el Sr. Borao en la admisión de voces, sin que

esto haya obstado para que su VOCABULARIO, según advierte en el PRÓLOGO, contenga 1675 articulos nuevos, sobre 784 indicados por la Academia y 500 recogidos por Peralta.

La obra del Sr. Borao, ha exigido un paciente trabajo y estudios lingüisticos, cientificos y forenses; y se recomienda además, por un cierto perfume literario, que no siempre despiden las obras especiales. Citaremos para concluir, como puntos de lectura curiosa é instructiva, el pasaje sobre el diminutivo en ico de la INTRODUCCIÓN y la Nota relativa á los aragonesismos, del poco comedido rival de Cervantes. La pluma se cae de las manos, por ser imposible una critica más sana, acerca del Vocabulario de Borao y de su Introducción magistral, que escrita en 1859, está, en la generalidad de sus conceptos, á la altura de la última palabra de la historia, que ha progresado lo que es sabido, desde aquella fecha. ¡Loor, pues, à tan grande hombre, por quien podemos decir al orbe literario, que las razas del genio que tanto brillo diéronnos en otros días, no se han descastado en Aragón; que ésta es aún la tierra de los preceptistas é historiadores sesudos, de los poetas didácticos inimitables, de los satíricos modelo!

Cuando los siglos comparezcan en el juicio universal de la historia, una vez terminadas las providenciales tareas de la humanidad, allí estarán: el que con la lira de sus vates, enseñó el castellano á Castilla; los que asombraron al mundo, con reyes que así manejaban la espada como la péñola; los que endulzaron los pinceles de José Leonardo; los que dieron cuna á Antonio Agustín ó á Zurita ó á Jusepe Martinez ó á Luzán; los que con sus prensas Gutenberg, con el cincel de sus estatuarios, con el yunque de sus rejeros, con los libros de sus jurisconsultos, maestros entre los maestros de derecho; aumentaron la resonancia del nombre de Aragón, por los ámbitos del planeta.

La centuria décimonona, encarándose á las aludidas, podrá exclamar:-Ciño laureles tan inmarcesibles como los vuestros, pues mis Goyas han pintado el héroe con canana, escopeta de chispa, calzón, faja y pañuelo, el héroe popular, y mis Pradillas el cuadro histórico con el pincel de Velázquez y de Claudio de Lorena; mis historiadores Lasala y Quinto fueron honra de la patria; mis jurisconsultos conservaron las tradiciones de los que, en pasadas edades, conquistaron imperecedera fama (1); mi fabulista Principe, cul

(1) Al referirme á los jurisconsultos de nuestra historia, no puedo menos de hacer votos, porque alguno de mis paisanos, entendidos en la materia, saque de la penumbra en que se hallan, las magníficas obras

tivando el género que ilustraron Samaniego é Iriarte, aventajóse lo que la Mothe en Francia, Roberti y Bertola en Italia y más que Gay 6 Dryden en Inglaterra; y mis preceptistas han escrito, han juzgado y han enseñado con la sabiduria de Borao, cantor de las glorias de este país, cuyo cetro fué, de ágata pirenaica, palma granadina y oro del mundo, que Dios colocase entre las olas de cristal más puro y más finas perlas de los mares, en el que late una alma doncella, que será madre de la civilización futura; lo cual reconócese, mirando su naturaleza privilegiada, como en la imagen de Virgilio, reconocíase en el majestuoso andar, la divinidad de la diosa.

Borao es, pues, digno del respeto que acompaña à su memoria, por su inteligencia radiante y porque consagró su vida á la educación de la juventud, á la cultura de la patria, al bien de todos.

Por esto entre sus timbres, cuenta los muy envidiables del hombre benéfico. Sí; los muy envidiables, porque si las Gracias deshojan palmas y flores sobre la senda de los genios, sobre la senda de los seres benéficos, las deshojan los ángeles de Dios. Y si mucho arrebata Napoleón á caballo, al decidirse por él, la victoria en Austerlitz; Byron soñando en los canales de Venecia; Rossini ó García Gutiérrez enloqueciendo los públicos; Victor Hugo despidiendo por los cráteres de su numen la lava revolucionaria de su siglo; Castelar en la tribuna ó Fortuny firmando la Vicaria; despiertan ideas más dulces, el nombre del que descubrió la vacuna, del que importó la patata en Europa, del que nos trajo el gusano de seda, del que armó el telar de Jacquart, y dió al minero la lámpara de Davy...; un Pignatelli sangrando el Ebro; ó un José de Calasanz, ¡figura de las más bellas de la historia!, enseñando á deletrear al niño pobre y desheredado y dotándole de la riqueza de la cultura y de la virtud. FAUSTINO SANCHO Y GIL.

Zaragoza, Diciembre, 1884.

que constituyen los tesoros de la ciencia jurídica aragonesa. Me consta que muy aprovechadas vigilias ha consagrado á su estudio el Sr. D. Santiago Penén, uno de los aragoneses contemporáneos más modestos y de más mérito que conozco y que D. Joaquín Martón, honra del foro, se ocupa en la actualidad en un trabajo, en el que propónese popularizar, libros que no están al alcance de todo el que desea poseerlos. El notable jurisconsulto hará un gran bien à la cultura general; y de desear es que el publicista que ganó ya merecido galardón en la empresa, á que con el Sr. Savall diese cima, se acuerde de sus antiguos bríos; que confíe á la pluma el encargo de conservarnos lo mucho que sabe el Sr. D. Luis Franco, jurisconsulto de la talla de los antiguos, gran sabedor de las Cosas aragonesas; y que á la misma empresa consagre D. José Nadal su gran talento y el suyo clarísimo el Sr. Ĝil Berges.

ADVERTENCIA

En 1859, encabezaba D. J. Borao la primera edición de este DICCIONARIO:

Decidido amigo de la instrucción primaria, á quien me lisonjeo de haber prestado más de un útil servicio, he tomado parte tal cual vez, en los periódicos que le están dedicados en España. Hícelo, en 1856, para tratar ligeramente de los diminutivos y principalmente del terminado en ico; y aplazando el examen de otras maneras aragonesas de decir, para algunos artículos próximos, logré encariñarme á tal punto con la materia, y fueron extendiéndose de tal suerte mis estudios, que al cabo produjeron el Diccionario aragonés y la Introducción sintética, que hoy someto al juicio del público y recomiendo á su indulgencia.

Parecióme muy difícil, al principio, la originalidad, ya por el gran número de voces aragonesas, que en calidad de tales, definía con su acostumbrado acierto la Academia, ya por las nuevas que incluía en su Ensayo de un Diccionario aragonés-castellano (Zaragoza Imp. real. 1836, 67 páginas 8.0) el distinguido abogado entonces, hoy dignísimo magistrado, D. Mariano Peralta, cuya larga residencia en el alto Aragón, le permitía dejar muy poco asunto á sus sucesores, á pesar de la modestia con que tituló su muy apreciable trabajo, que yo he respetado con extremo; pero observando las disculpables omisiones de ambos Diccionarios, decidíme á mejorarlos en cuanto pudiese, sobre la base inevitable que ellos me ofrecían.

Si lo ha conseguido ó no mi diligencia, el público es quien ha de resolverlo, teniendo en cuenta la variedad de estudios, así lingüísticos como científicos y forenses, que mi obra ha exigido; la paciente espectación que ha requerido, como quiera que se ha apelado al pueblo mismo, para sorprenderle su lenguaje; y, en fin, el crecido número de vocablos nuevos que he conseguido allegar, cuando parecía casi agotada la materia, aunque adviertiendo que, sobre las voces que hayan podido escapar á mi cuidado, se echarán de menos algunas puramente locales, suprimidas de propósito, por separarse en cierto modo, del habla común aragonesa.

La Academia, si no hay error en el cómputo que he practicado, incluye quinientas sesenta y una voces, como provinciales de Aragón y ochenta y una, como provinciales en general, pero seguramente de uso aragonés: Peralta unas quinientas nuevas sobre las doscientas aragonesas, cuarenta g cinco provinciales y ciento cuarenta y dos castellanas, que toma de la

Academia: el DICCIONARIO que ofrezco ahora al público contiene, sobre las 784 de la Academia y las 500 de Peralta, 1675 nuevas, que constituyen un total de 2959 voces, esto es, 2175 más que la Academia y 2070 más que el Vocabulario de Peralta.

Ampliadas, concordadas y modificadas á veces, las definiciones de ambos Diccionarios, he creído del caso sin embargo, conservar la propiedad ó digamos, pertenencia de cada palabra, para mejor conocimiento del lector; y á este fin he designado con una c, las voces castellanas que Peralta (indudablemente con buenos fundamentos) incluyó como aragonesas en su Ensayo, con una p las provinciales, con una a las aragonesas de la Academia, con una d las exclusivas de Peralta, y con una n las que en su totalidad me pertenecen. Esto he preferido para cargo y descargo de mi responsabilidad, y no las indicaciones gramaticales que doy por conocidas, y que no me parecen propias de un trabajo especial como este, sobre el cual ha de suponerse el conocimiento de otros Diccionarios.

La obra del eminente catedrático fué recibida por los doctos, con el cariño que se recibe una buena nueva; fatigóse en su elogio la Prensa de España; y Borao, que no era de los que se sientan á la sombra de los laureles sino el tiempo preciso para refrescar la frente abrasada por el pensamiento, continuó trabajando en su heredad literaria, á fin de mejorar su obra, á semejanza del hábil jardinero que después de producir un hermoso vástago, sigue cultivándolo.

La muerte privó en Aragón á las letras, de su delicia más grata, cuando el docto Profesor proyectaba dar á la estampa el resultado de sus nuevas tareas, según se desprende de estas palabras, escritas, para colocarlas á continuación, de las que encabezaron la edición primera del DICCIONARIO:

El éxito literario que tuvo la obra, fué lisonjero por todo extremo; pero no seré yo quien indique siquiera las numerosas pruebas que de ello tengo en mi poder. En cuanto al éxito mercantil, que con frecuencia está en razón inversa, ese fué como mío: verdad es, que ni lo serio de la obra, especialmente la Introducción, ni el país en que se publicaba, ni mi ninguna maniobra en comerciarla, eran condiciones para que sacara de ella alguna recompensa; de suerte que los gastos de mis viajes científicos y los de la modesta edición que hice, no fueron compensados ni aun aproximadamente. Pero, acostumbrado como escritor á vivir en pleno patriotismo, me di por contento con que la obra corriera, muy bien recibida, por España y Francia, con que antes de su aparición tuviera en Zaragoza un número muy selecto de suscritores y con que cada día, me hayan solicitado ejemplares personas distinguidísimas, á quienes en mí era punto de honra, el regalarles un libro que honraban con desearlo.

De esta manera, y al cabo de catorce años, la edición se halla agotada.

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