Imágenes de páginas
PDF
EPUB

servicio que los Reyes trovadores D. Pedro II y D. Pedro III, el Amador de la gentileza y D. Martin, hicieron á los adelantamientos intelectuales de la España, con la protección dada por ellos á los ingenios de su época y con el estímulo generoso que los torneos de la poesía suscitaron»; y la influencia de la espiritual corte del hijo de D. Fernando de Antequera en el Renacimiento español, la influencia de aquel rey magnánimo emparentado con el de Navarra, con el Príncipe de Viana, con el gran sabedor de Castilla. Y es muy ilustrado el impulso que la literatura española recibió en aquel periodo, del descendiente de los montañeses que bajaron corriendo los riscos de Sobrarbe, lanzando al árabe con su empuje á la parte oriental, y que después de haber amagado el poder del moro en el Africa, asentaron la dominación ibérica en las armoniosas playas é islas de Italia; pasearon las rojas barras por el Asia, produciendo tan universal asombro, que ante ellas,

muda de espanto se postró la tierra;

y dibujaron la sagrada encina de los blasones aragoneses, en la Santa Sofia de Constantino, con la punta del acero del personaje inmortalizado por Moncada en su obra, dechado de fluidez, lisura y naturalidad y en la que hay trozos «trabajados con mucha maestría» (1) que acreditan al Conde de Osona de notable artifice, tanto como la expedición á Sicilia á Tncidides, como la batalla de Cunaxa à Jenofonte, como las Horcas Caudinas, à Tito Livio; á Tácito el tumulto de los legionarios del Rhin, y á Maquiavelo la muerte de Julián de Médicis. Si el idioma se perfeccionó de superior modo, en las delicadas manos de Cervantes y Rioja, del Cisne de Sevilla y del soldado más gentil de Carlos I; si llegó á ser el del Quijote y el de Noche serena el en que se lamentó Salicio, habló Sigüenza y fueron cantadas la arrebolera y la rosa; si lució un día en que confundiéndose el arte erudito y la poesía popular abriéronse las magníficas puertas de un siglo de oro, á tan feliz cima, en la que los laureles forman espesura, llegóse por el camino de Aragón; y si á progresos tan rápidos y fecundos contribuyeron en primer término, nuestros grandes humanistas y latinos; si Antonio de Lebrija y Luis Vives, inauguraron la aurea edad del habla patrio, Antonio Agustin, Blancas, Zurita, «historiador insigne entre los mejores» (2), subiéronlo á su cenit, no menos que

(1) Ticknor.

(2) Fernández y González.

Ambrosio Morales, ilustre sobrino del Maestro Pérez de Oliva (1), traductor de La Tabla del filósofo de Tebas, Cebes, discípulo de Sócrates, y continuador del más crédulo de los cronistas, el zamorano Florián de Ocampo; que el Brocense, gran filólogo, sabio entre los sabios, hábil restaurador de los estudios clásicos, poeta antiguo y moderno, el mejor crítico de sus días, al que ¡mucho!, ¡mucho!, debe el Tytiro del Tajo; y que aquel noble, virtuoso y docto hijo de Fregenal de la Sierra, el de la Biblia Poliglota, laureado en Alcalá, ariete contra la herejía en Flandes é Inglaterra, pasmo de Trento, Capellán y Confesor de su amigo Felipe II, Prior del Capítulo de Santiaguistas, autor de magnas obras de Teologia, que renunció mitras de pingüe renta por ocuparse en interpretar las Sagradas Escrituras y complacer su modestia en el dulce retiro de la Peña de Aracena, tajada por la naturaleza en altísima y solitaria cumbre, en la que el hermoso cuadro de las huertas de Alajar constituían el honesto recreo, del que la ciencia divina, las Humanida

(1) Gran observador de la sociedad y del corazón humano, hombre de pensamiento é hijo del autor de Imagen del mundo, obra que á pesar de no haberse dado á la estampa conquistó á su autor un nombre envidiable. Pérez de Oliva estudió las artes liberales en la Florencia del Renacimiento español, perfeccionóse en el latín en Alcalá y en la antigua Lutecia, continuó sus estudios de Filosofía y Letras humanas en Roma, obtuvo honroso puesto al lado de León X, que renunció por satisfacer su sed de sabiduría, trasladóse á París donde instruyóse en nuevas materias, y restituído á su patria fué nombrado, sucesivamente, catedrático de la Universidad de Salamanca, Rector de ésta y Maestro de D. Felipe II, entonces niño, cuyo cargo no pudo desempeñar porque le arrebató la muerte, poco tiempo después de su elección. La lengua castellana le bendice por su anhelo generoso en darle vigor, nobleza y energía y el tesoro de la república de las letras le debe riquezas, como las representadas por sus obras morales y políticas. Es autor de un diálogo interesantísimo en elogio de la Aritmética, escrito para ser colocado al frente de la de Siliceo, más tarde instructor de Felipe II y Arzobispo de Toledo; de refundiciones afortunadas de una comedia de Plauto, de una tragedia de Sófocles y de uua traducción libre y poco feliz de la Hécuba Triste. Llevan su nombre varios trabajos breves, en los que se refleja un juicio el más recto, talento profundidísimo y un erudito de escogida lectura. Su mejor página es el Diálogo de la dignidad del Hombre, sobria y discreta en el pensamiento, grave y culta en el estilo, nada variada en los giros y la frase. Pocos moralistas, dice muy bien el Sr. Fernández Espino, han desentrañado mejor las causas del mal y del bien y dirigido la voluntad del hombre por camino tan seguro para la virtud y la gloria; y es lástima que bajase al sepulcro dejando sin terminar los tratados La Castidad y Del uso de las riquezas. Escribió también algunas poesías de escaso mérito. La obra maestra de Oliva es el haber contribuído á formar á Ambrosio Morales, que publicó las producciones de aquél, añadiendo quince discursos sobre asuntos morales. Según el último, su ilustre tío escribió en latín un tratado sobre la piedra imán, en el que parece descubrió y vislumbró en ésta, la propiedad de poder comunicar á dos ausentes. No llegó á terminarse ni á publicarse.

des y las Musas consideran como su Benjamin querido. Siempre influyeron, ¡siempre!, en la historia de España, los ingenios insignes del Ebro. Ciertamente! La riqueza y armonía de la lengua española llegó á su apogeo en el siglo xvi, tan fértil para las letras y las artes, y en cuya centuria encontramos, numen vigoroso, tradiciones inspiradoras, de tan rico contenido de belleza, como la sociedad de entonces, cuyo aire de familia con la de los tiempos medios es visible, por la indole de sus virtudes; las flores más preciosas y los más exquisitos frutos del ingenio; una nación que por rasgo de ingenua vitalidad, por germen de prodigiosos hechos (1) nos ofrece la fe y el heroísmo, y que siéntese acicateada por la galanteria caballeresca que había dulcificado sus costumbres, en época pasada..., una nación, en la que «contribuyendo á labrar su poderío y caminando á lograr los mismos fines cada cual en su esfera y auxiliándose las clases del Estado», con actividad para mover y convertir en bulliciosos dos mundos; armada de su triple égida, grabó su sello en la frente de los pueblos todos con sus Gonzalos y sus Leivas, con los conquistadores de imperios desconocidos; con Pizarro y Núñez de Balboa, con Almagro y el gran guerrero y político de Medellín que repitió en las aguas de remoto océano, el hecho de Agatocles en Africa, de los muladies de Córdoba en Creta, de los almogávares en Galipoli. La historia, dice el Duque de Frías, es una parte muy esencial de las buenas letras, de las artes; y las artes, las buenas letras, llegaron á ser por la causa apuntada, plantas espontáneas en nuestro suelo, que formaron el más hermoso de los vergeles, porque preparada ya la tierra con la labor de los siglos XIII, XIV y xv, recibió el abono de los despojos de la erudición del Renacimiento, que excavando las Pompeyas espirituales, buscaba en la enterrada antigüedad clásica, enseñanzas y modelos. Fuentes de inspiración abundantísimas brotaron; muchos de sus caudales perdiéronse, «por causa del ligero valor de las teorías críticas aparecidas en el campo literario, encaminadas á gobernar y servir de guía al numen; de la escasa autoridad para hacer amable el precepto en los que lo defendían; por no ser

(1) No puedo continuar sin declarar, que me sirven de norte en estos estudios, las ideas recogidas en la cátedra del malogrado y eminentísimo Profesor D. Francisco de Paula Canalejas y en los libros de mi maestro predilecto D. Francisco Fernández y González, catedrático insigne entre los mejores que haya tenido España, mi consejero y amigo cariñoso. Complázcome en tributar á éste, mi admiración y á la memoria de aquél, mi respeto.

suficientes aquéllas à evitar extravíos; por no estar preparados los ánimos á recibirlas; y los que aprovecharonse debióse á lo que endoctrinó el ejemplo; el ejemplo! que hizo prodigios. En efecto; el petrarquismo, que tanto significa, como la venida de la poesía subjetiva á la Edad Moderna, y que extendido por Europa, al modo de las ideas emancipadoras del estado llano, cerrando las gestas feudales, había cruzado en España sus armas con Micer Francisco Imperial, habíase enseñoreado de la corte literaria de D. Juan II y entrado en los romanceros por asalto, ganóse al lado del trono de Carlos V un apóstol dulcísimo, que confiado en su genio y en la verdad de sus sentimientos, sin otro guia que su propia emoción, dió al aire sus esperanzas ó sus quejas, en poemas cuya espontaneidad obedecia à las conclusiones del fundador del libre examen, y con los que creó la lírica; llegando á tremolar sus estandartes..... diría en la Torre de la Vela de la literatura si Castillejo hubiese sido un Boabdil! Estos estandartes nunca han sido arrancados de su lugar de gloria, siquier la creación artística del tierno y delicado cantor se encerrase con él, en la tumba de la toledana iglesia de San Pedro Mártir. Ahora bien, el ejemplo extiende por nuestra patria los poetas italo-españoles, de hermosa entonación clásica y colorido petrarquista; construye el atrio del San Pedro del arte nacional, de la basilica edificada por Lope en una encantadora confluencia, y por él coronada con gigantesca cúpula en la que domina la inspiración á la forma: el ejemplo llena de cisnes el Guadalquivir y produce cánticos, cuyas notas revelan liras en las que hay cabellos de la antigua musa y áureos cabellos de Laura por cuerdas; riquísima fantasía é idealidad artística:-el ejemplo pone el harpa coronada de hiedra y laurel, en las manos de fray Luis..., el de Belmonte!, el más lírico de su siglo después de Garcilaso!...., en las manos del vate «cuyo primor eran sus aficiones á la vida del campo»: y el ejemplo consagra sacerdotes de Apolo á dos aragoneses ilustres caracterizados por su clasicismo, más latino que griego, y por sus tendencias filosóficas, para que prestasen å la historia señaladísimo servicio.

Encerrado Carlos V en Yuste y en el sepulcro más tarde, <entristecido el genio nacional y enconado por las luchas con los luteranos, y el luteranismo», renació la exaltación épica de los días del Romancero, de los días en que los conquistadores clavaban lanzas en los muros de Murcia y de Granada; penetró en el teatro y en la poesía el espíritu de San Fernando, de Don Jaime, del Cid, de Pelayo; creyóse el pueblo, destinado á empresa superior á la del indomito de

la Reconquista; y los liricos del siglo xvi, excepto algunos religiosos, pulsaron el harpa, al modo de los hebraicos, de los de Crecia y de los de Roma, influidos por el renacimiento y por la duda de la propia inspiración (1). La lírica en la centuria décimasexta y en las dos que le siguen, preséntanos una rica variedad; mas en ella el sentimiento y el concepto, observa un escritor ilustre, <quedan, como queda la personalidad humana bajo los tristes días de los Felipes y los primeros de la Casa de Borbon»; apareciendo más tarde, en la décimanona, que es la de las revoluciones, como fruta suya; y es frase del malogrado Revilla. Sería imposible el que nuestra lírica resultara en línea recta con la del herido glorioso de Frejus, sin un período intermedio, sin las sátiras de los Argensolas, que nuevos Moisés, allanando las dificultades de la peregrinación, voltearon el puentecillo que une la ribera en que cimbréase el sauce de un ideal en su ocaso y la ribera en que florece el árbol de un ideal naciente, con su gravedad filosófica, su moral apacible, su depurado gusto; y con sus poesías construyeron el arca salvadora de grandes destinos y tradiciones literarias.

La ponzoña que germinaba bajo la púrpura de nuestras grandezas inficionó la atmósfera; presentimientos, cual los que entristecieron à Luciano, á Tácito, á Plutarco, y al Poeta de Córdoba y al Poeta de Aquino y al Poeta de Venusa, empezaron a expresar los espíritus superiores,-un Rodrigo Caro, en las Ruinas de Itálica, un Quirós en el más célebre de sus sonetos, cada una de cuyas letras es una lágrima:decayó entre nosotros todo, armas, politica, ciencia, población, industria; las astillas de las lanzas de nuestras gloriosas milicias municipales sirvieron para atizar las hogueras en que fueron quemados hombres y manuscritos; hundióse nuestro poderio; tornóse cabalística, conceptuosa, la sencilla literatura del Laberinto, del Quijote, de la Estrella de Sevilla, en rebuscada y aguda la elocuencia de Avila y del P. Granada; juguete de los conceptos y retruécanos la lengua, la virgen de los siglos XIII y Xiv, la adulta que con tanto cariño educara el siglo xv, la rica y cultisima matrona del siglo XVI, vino á sucumbir, despojada de su belleza impura y profanada, bajo la repugnante degradación y el vilipendio de aquéllos tiempos miserables» (2), en los que alcanzaron franquía, sólo las artes, que nos dieron nuestro primer pintor, Velázquez, al comenzar el eclipse de

(1) Canalejas.

(2) Conde de Quinto.

« AnteriorContinuar »