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la centuria décimoséptima y nuestro primer poeta, Calderón de la Barca, que vivió hasta los primeros años del Hechizado; pues España, su raza, habían sido tan sublimes, que al escapárseles la vida y reconcentrarse ésta en un punto, tenía que lanzar fulgores tan magníficos, como ese admirable poema del terror, que el más perfecto de los realistas nos legase, en su Cristo y esos poemas de la muerte que se llaman, La Devoción de la Cruz, El Médico de su honra, El Purgatorio de S. Patricio, La Vida es Sueño. Estragado el gusto; perdida la maestría del estilo; el aragonés salvó la hermosa tradición literaria española; mostró la buena senda á la extraviada época; conservó á Castilla su hermosa habla, enviando á ella con la Gramática debajo el brazo al sesudo Rector de Villahermosa y á Lupercio, tan desnaturalizado con sus obras como el Cisne de Mantua para con su Eneida; -Horacios ambos de las letras que echaron la simiente de una critica razonada y seria, apartada de las voluntariedades y caprichos del vulgo, y cuyos esfuerzos detuvieron el mal, siquier no lo evitaran, pues á pesar de ellos, á pesar de los trabajos críticos y traducciones de Aristóteles en que entendiesen un día, el Príncipe de Viana, Lebrija, Luis Vives, Sepúlveda, Pérez de Castro y el Brocense; á pesar del libro de Pinciano (1) y de las Tablas de Cascales; á pesar de las páginas retóricas en sentido clásico, del solitario de Alajar y de Matamoros; á pesar de la traslación castellana de la Epistola á los Pisones por Luis Zapata y la del rondeño Espinel, autor de la más hermosa novela del género picaresco y del cuadro El Incendio y Rebato de Granada, que recuérdanos por su energía, la pintura en que Rafael perpetúa los destrozos de las llamas en el Borgo; á pesar del ensayo de versión de la Poética del maestro de Alejandro que lleva el nombre de Alonso Ordóñez y de las páginas en que el erudito González Salas expuso los principios del que fué la base de las escuelas teológicas, ídolo del árabe y de la poesía del Renacimiento, y que para ser destronado en el arte, en la ciencia, necesitáronse un Bacon, un Descartes y un Lope; á pesar de empresas tan gallardas y de los preservativos de los Argensolas, ingenios útiles entre los más útiles de España, en el siglo xviii invadió ésta, toda la corrupción producida por los extravíos con que se torció el ideal purísimo de la lira del Guadalquivir y el tono avulga. rado de los últimos secuaces del Fénix (2),

(1) Philosophia antigua poética.

(2) El epitome de elocuencia de D. Francisco Artigas reproduce perfectamente el espectáculo aludido.

El mal agravóse de tal suerte, que sus estragos fueron más terribles que los estragos de la peste de Florencia, entre cuyos horrores, la prosa de Italia salió perfecta de la satírica pluma del Bocaccio. Hacía falta una reforma, y la reforma vino. ¿De dónde? De donde la prudencia y la sensatez de juicio son virtudes características. Sí, la señal para que comenzase el movimiento clásico, que había de alterar las teorias críticas en toda la Península (1), la dió un hijo de la ciudad Augusta. Tarea de indisputable mérito la suya, que dió por resultado una obra en la que, si no brillan por su ausencia los conceptos inexactos, las aplicaciones falsas, los herrores y las doctrinas temerarias, hay fecundisimos aciertos! Empresa noble la del Aragonés ilustre (2) que, á despecho de las contrariedades que se le opusieron, conquistó el favor de muchos doctos; y que llevando brisas, cristal, olas, espumas, al Mar Muerto de la inspiración y arena de oro á sus playas, trocólo en un Mediterráneo, capaz de dar voz á la elocuencia; pincel, buril y lira á los artistas y poetas. Si la crítica novísima está formada, agradecedlo, á quien cavó los cimientos de este Alcázar. Y si queréis ver las fases por que ha pasado aquélla; la comunicación artística de las cristalizaciones parciales que han precedido á la total de hoy, encontraréis, cerca, á Lista y Gil y Zárate, antes la escuela romántica y la histórica, más allá & Quintana, Jovellanos y Sánchez, más lejos, á Ríos y Campmany, y dando origen á estos desarrollos, ideal el uno, esencial el otro, armónico esotro, naturalista aquél, ó estético ó discursivo; la construcción filosófica de nuestro inmortal paisano; á quien bendecirá la historia, siempre que recuerde el siglo de Carlos III; cuando contemple la grandeza de los Moratines; cuando se fije en las tentativas patrióticas de los que quisieron resucitar el entusiasmo por la antigua literatura española; cuando admire la iglesia que formaron en Salamanca, Meléndez Valdés y Cienfuegos, Fr. Diego González, Iglesias y el segundo Brocense, y la que en Sevilla hizo palpitar de gozo los restos de Herrera en el fondo de su tumba; cuando recuerde los nombres de los críticos y poetas granadinos, dispersados por las cureñas francesas en 1808, alguno de los que ciñó laureles tan inmarcesibles, como los laureles de Martínez de la Rosa, ó el

(1) El epitome de Elocuencia, de D. Francisco Artigas, reproduce perfectamente el espectáculo aludido.

(2) Barcelona disputa á Zaragoza la maternidad de Luzán, cuyo hijo ha acreditado la opinión de que el autor de la Poética fué bautizado en La Seo.

nombre de un Quintana, de un Jovellanos, de un Burgos, de un Gállego; cuando se recree con las hermosuras y bienandanzas conseguidas por la belleza en la época de que somos hijos (1).

Delicias de la historia merece llamarse el país que dió al Imperio á aquel bilbilitano amargo y despechado, sostenedor de la tradición homérica y cultivador de la lengua de Virgilio en la romana margen del Tiber, grave y profundo al pensar como filósofo, incisivo y punzante al empuñar los harpones de la sátira; el país en cuya sede sentáronse, entre otros prelados insignes, un San Braulio, el discípulo predilecto de San Isidoro, que mereció el honor de poner sus manos en las Etimologias; un Tajón, el sabio, el inmortal Tajón, que enseñó á muchos y confortó á los que vacilaban. Delicias de la historia merece llamarse el país que dió cuna á Antonio Agustin, y al que con más exactitud nos presenta una idea de la Constitución aragonesa, á Jerónimo de Zurita, «que conocedor del mundo, perspicaz en los negocios de Estado, sereno, reflexivo, exento de todo apasionado espíritu nacional, busca la verdad y la halla, anima los hechos con sagaz inteligencia, los explica con nimiedad, decide después de haber pesado imparcialmente las razones»... (2); á Jerónimo de Zurita!, que de haber engalanado sus nobles prendas con el primor de Mariana, merecería el epiteto de Tito Livio de Zaragoza.

Delicias de la historia le llamaran los que conozcan nuestros esmaltes y las joyas que salieron del taller de los escultores en esta patria de Tudelilla; la sillería de coro de la catedral de Tarragona, de Gomar, ó el San Bruno de la Cartuja de Aula Dei de Gregorio de Mesa; el Cristo muerto de Prado ó el San Pedro Arbués de Ramírez; nombres tan ilustres como el del autor de los púlpitos de Santiago (3) y el del rejero que tan admirable parece en la basílica del Pilar: y delicias de la historia apellidaran á la tierra que amamantó en los días de D. Ramiro el Monje à Jordán y produjo el mejor arquitecto de comienzos de este siglo, don Silvestre Pérez, quienes lean los anales de la arquitectura escritos en suntuosos templos y soberbios edificios públi

(1) Siento no tener más autoridad, para que la alabanza sea más digna de ella. Encontrará grandes enseñanzas quien medite, leyendo, la Historia de la Crítica literaria en España desde Luzán hasta nuestros días, con exclusión de los autores que aun viven, por el sabio profesor señor Fernández González.

(2) Fernández Espín, honra y prez de la Universidad de Sevilla. (3) Celma.

cos, en primorosas torres y bellísimos cimborrios, en minas cual la de Daroca, en acueductos cual el de Teruel, en obras de hidráulica cual la de Grisén, que es la primera de Europa, en portadas cual la de Santa Engracia, en la Casa Lonja y la Aljafería; los que conozcan las glorias de la imprenta, donde funcionaron las prensas de Mateo Flandro, y las glorias del pincel, donde hubo maestros ya en el siglo XIV y tiene su país natal, en el xix, el arte moderno. Porque aragonés fué Aponte, el pintor de D. Juan II, y aragoneses fueron Cuevas, que ayudó á Pelegrin en sus trabajos de la sacristía de la catedral oscense, y Ezpeleta, que iluminó libros de coro á maravilla; aragonés Jerónimo de Mora, que luce en sus blasones la paleta, el laúd y la espada, aquel buen discípulo de Sánchez Coello, camarada de los Carduchos y Caxes, tan ensalzado por Cervantes, Uztarroz y Lope, y aragonés Francisco Plano, pintor al temple de la talla, según Palomino, de los Colonna y Mitelli que Velázquez encontró en Bolonia; aragonés José Leonardo, el dulce José Leonardo, el autor de las Llaves de Breda y la Toma de Acqui por D. Gómez Suárez de Figueroa; aragonés Jusepe Martínez, que á semejanza de Vinci y Vasari, ciñe los laureles del escritor y los del artista; aragonés Cabeza de Vaca, paje de D. Juan de Austria; aragonés Josef Luzán, aragonés Bayeu y aragonés Goya, la quinta estrella del cielo espiritual de España, según mi insigne y malogrado amigo Suárez Llanos, el demoledor ilustre que burlóse del fanatismo religioso, con la risa de Bocaccio y extendió la palidez cadaverica sobre el rostro de instituciones barridas por los vendavales revolucionarios, el Apeles de las ideas de su época, el hijo de la Enciclopedia, el precursor del romanticismo, un genio original, universal, el más español de los españoles, amargo, escéptico, múltiple, que tuvo la naturaleza por madre, la sociedad por inspiración, soñador y realista, parecido á Velázquez y á Rembrandt á un tiempo, una faceta principalísima del pasado siglo, el símbolo más perfecto del advenimiento del pueblo á la vida social, la apoteosis de nuestra brusca independencia, el cantor de nuestros hermosos horizontes.

Y el que se detenga á considerar ese arte nobilisimo, que es la imprenta de la Pintura, gracias al que, son conocidos en el orbe las Parcas ó las Sibilas de Miguel Angel y las Diosas de Rubéns, el Baile de los Amorcillos y la Beatriz de Ary Scheffer, el Diluvio, y la media naranja de la Escuela de Bellas Artes de Delaroche, la travesura de Jesús niño y la alegría del jilguero en su dulce prisión, que hechizo tan singular ponen en dos Sacra-Familias de Rafael;

pueden adornar las paredes de los palacios, las paredes de los museos, y las paredes más humildes, la Psiquis de Julio y la Aurora de Reni, las Concepciones de Murillo y la Cena de Leonardo de Vinci, el Avestruz de Boucher y el Aguador de Sevilla; han llegado à las más pobres aldeas los caballos de Velázquez y le es posible al marinero el colgar el ex voto de una artística estampa de la Virgen del Pez, en el ara de la ermita de la costa, que con la luz de su lámpara de bronce, en negra noche de tempestad, inspiróle una invocación á la que es estrella de los mares! ¡Oh, y qué recuerdos se agitarán en su memoria en esta ciudad, donde grabó D. Juan de Austria curiosa lámina! Se agitarán los recuerdos de una época que merece ser envidiada por la misma Italia de los Médicis. ¡Qué días aquellos! El noble arte de Gutenberg (ya queda indicado) rayaba á prodigiosa altura. Son llevadas á las prensas de la ciudad cesárea y augusta la obra decretada á Zurita por las Cortes de Monzón en 1547 y la del Doctor Juan Francisco Andrés de Uztarroz, y encár ganse de ejecutar las portadas, el Maestro Diego, que embelleció aquel monumento clásico con un pórtico admirable, con una tan magistral como la dibujada por Salas para el Ensayo sobre el Teatro español de Latre, Jusepe Martinez y el grabador Vallés, el mismo que puso un primor al frente del Bartolomé Argensola; escribe el P. Pablo Albiñana Las Lágrimas de Zaragoza, é ilustrala con tres estampas tan notables, como los mascaroncillos y figuras de Vinglez en su Ortografia práctica; tratan de publicar, Lastanosa su libro sobre la moneda jaquesa, Zayas sus Anales, el Conde de Sástago su Historia del Canal Imperial y Fr. L. Benito Martón la suya del subterráneo santuario del Real Monasterio de Sta. Engracia, y encuentran, el buril de Artiga, — autor del agua fuerte de la fachada de la catedral de Huesca, . el de Renedo, el de Dorbal, que perpetuó las severas facciones de Pignatelli, el de Mateo González, á quien se debe el sello de nuestra Sociedad Económica de Amigos del País, y el de Fr. Angel, á la vez que el lápiz de Raviella.

Y no son sólo estos los triunfos que nos ufanan, puesto que podemos también recordar que un Dolivar honró á su patria en París, lo que hoy honra á la suya Pradilla, en la ciudad de los Pontífices; que un Brieva cantó, sí, pues un poem'a forman sus estampas del combate de Tolón, - asunto no menos épico que el incendio de las naves de Cortés y las hazañas de Gonzalo de Córdoba en Ceriñola, en aquel día en que los ribadoquines-mosquetes de Diego de Vera adquirieron celebridad mayor que los truenos y bombardas

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