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HARVARD UNIVERSITY LIBRARY AUG 11 1941

Jesh fund

PRÓLOGO

I

HOMENAJE Á ARAGÓN

HACE ya algunos años, exclamaba en una solemnidad

académica el más grave y persuasivo de los oradores y jurisconsultos modernos, - honra y prez del foro, de las ciencias, de las letras y de las artes en España:-<doy gracias á Dios de haber puesto mi cuna á la sombra de aquellos naranjos y bajo la bóveda espléndida de aquel cielo». Acordábase, al pronunciar estas palabras, el cantor insigne del héroe de las gargantas dramáticas de Roncesvalles, del azahar que da deleite al sentido en las ermitas cordobesas ó en las cercanías del monte de la Novia y perfuma los collados en que fabrican panales olorosos, abejas de la familia de las que rodeaban la cuna del Épico del Imperio, ávidas de recoger la miel que destilaban los labios del niño, entreabiertos por la angelical sonrisa de la inocencia. Acordábase de las auroras y ocasos que tan puro rosicler y cambiantes tan bellos ofrecen en los nevados picos de Veleta y Mulhacen; de la poesía singular sentida en el Patio de los Leones, en esas noches de Mayo en que el astro predilecto del ruiseñor irradia su luz suave y melancólica, en medio de miriadas de estrellas, que relucen en el azul más limpio y bello de los celestes; del hechizo incomparable de un amanecer en las riberas descritas por Becquer y cantadas por Arguijo ó de una caída de la tarde entre los laureles rosa del Jeneralife, de cuyos troncos, si colgásemos paisajes del Poussin, resultaría el arte dando una lección á la naturaleza, á cambio de las muchas que á la naturaleza tiene dadas el Pintor de los árboles. Pensaba el Sr. Pacheco, sin

duda, en el sol que llameó un día en las granadas de oro y plata del alminar de Abderrhamán y en el que resplandeciendo sobre tejas de oro y plata también después de esparcir todos los encantos de la belleza, en las espléndidas vistas de la azotea de la quinta palacio de Medina Az Zahra, penetraba en el Salón del Califato; daba á beber luz à la perla que en él testificaba la pompa de Bizancio, y que pendía del esmaltado techo sobre un cisne de la labor más exquisita; cegaba los ojos al reflejar sus rayos en los jaspes, en los metales riquísimos de las paredes ó de las columnas taraceadas de piedras preciosas, en el cristal y pórfidos de los pilares de la célebre arquería polígona trazada por ocho arcos de herradura, y en las joyas que aumentaban el mérito de las puertas de marfil y ébano que sobre estos pilares descansaban; en el trono del Sultán, al parecer tallado, en un astro de más brillo que el que nace, en la fresca alborada, en un cielo de rosa y se pierde en golfos de líquida púrpura en el poniente; en los brocados, en los rubies, de los escudos, espadas y cimitarras que se lucían en ceremonias tan solemnes como la jura de Alhaken, la recepción de Orduño IV de Galicia ó la del enviado de Constantino... (1); estancia mágica, en la que causaba vértigos el estanque de azogue al moverse; encantaban el oído los arpegios de las aves encerradas en redes de seda, en los vecinos boscajes de laurel y almendros, los ruidos misteriosos de la enramada, que acá y acullá proyectaba gratas sombras, y los argentinos del agua que bajando de la sierra por artísticos acueductos, ora deslizábase entre matas de adelfas, formando estanques rodeados de un seto de arrayán ó de granados que esfumaban el suave contorno de las márgenes con sus hojas y con sus flores de carbunclo y topacio, ora derramándose por canales de blanco mármol, empinábase después en corimbos y juegos que, con frecuencia, aparecían como teñidos de los matices del iris, embelesando con sus cambiantes, el murmullo del aire, al atravesar las arboledas del cerro que servía de fondo al cuadro, los bosquecillos de rosales de Chipre y Damasco y las arcadas que formaban

(1) Al Makkari ha descrito á maravilla esta embajada. Ben Hayyan dice que la carta imperial tenía un sello de oro con la efigie del Mesías de un lado y las de Constantino y su hijo en otro; estaba escrita en vitela azul celeste con letras de oro, acompañándola una lista de los regalos en caracteres de plata; iba encerrada, metida en una bolsa de hilo de plata, dentro de una caja de oro, que entre otros primores ostentaba un retrato del Emperador en esmalte; todo esto lo contenía un soberbio estuche con funda de seda.

los plátanos y palmas, ó al rozar en las pitas, al mover los sicomoros, y todo el verde océano, en fin, que rodeaba la ciudad flor; y recreaban el olfato perfumes que las huries hubiesen recogido en sus cajas de nácar, en las horas en que las estrellas se reflejaban en los lagos de los jardines y simulaban un pensil de margaritas de luz; veíase en la onda pura la vía láctea; aroma de ámbar embalsamaba la brisa, que agitando los mirtos y los cálices, sorprendía los secretos de las corolas para difundirlos por doquier; y algún adufe sonando en los hadados pabellones ó algún laúd en el poético cenador ó en la deliciosa umbría, simulaban el alborozo de los genios de la Arabia, del genio tutelar de la maravilla de la arquitectura morisca, del monumento en que, con mayor riqueza, nunca se ha transformado el Oriente.

En frase que no ha de vivir lo que la del Quintiliano del periodismo patrio, doy gracias a Dios de haber nacido en este país; amado de quien dé culto à las ideas y sentimientos que ennoblecen la vida, temido de las tiranías é invocado en todos los sublimes martirios; que no en balde, ya se le ve, en los pergaminos de las más viejas crónicas, teniendo por características, el entusiasmo, el valor, la generosidad, la lealtad, la intransigencia en los ataques á su derecho, la fidelidad á la palabra empeñada, la honrada conflanza que nace de la fe, las bellezas todas de un perfecto carácter. No busquéis aquí, el esmalte en el cielo, la dulzura en las notas del bosque, ni en las florestas las esencias que en el país donde, á la luz de los astros, al son de la cuerda triste y de amorosas canciones, danza la gitana bajo la parra, y la poesía es tan espontánea, tan natural, como las adelfas y nopales que nacen entre los peñascos de los torrentes, como la numerosa familia de aquella Eva de las palmeras transplantada por Abderrhamán, tan rica en sus adornos como el interior de los edificios árabes..., como lo fuesen, la sala de Almunia y la alcoba del Califa, en la que vertian agua sobre una taza verde de imponderable valor, un león, una gacela, un águila, un elefante, una serpiente, una paloma, un halcón, un pavo real, un cocodrilo, un gallo, una gallina y un buitre de oro; no busquéis aquí en el ingenio, la amable pompa, la armonía, que en la atmósfera de átomos de topacio en que todo estimula á la vida, y los acentos elegiacos tienen el sonido de un cántico de sirena, escapado de un sepulcro de hojas de rosa, y los atavíos de la musa recuerdan más que el ceñidor de Venus el collar de Tarub; no busquéis aqui, en fin, los Gutierre de Cetina y Murillos de la patria del madrigal, de la oda, del cuento y del romance

morisco. primorosa muestra éste de la savia oriental que circula por el árbol de nuestra literatura...; tal vez desde el fastuoso Séneca!, tal vez desde el volcánico genio que el Dante coloca en la magnífica constelación en que se hallan Ovidio, Horacio y el viejo Homero! Lo que encontraréis, sí, la originalidad primitiva de la naturaleza, los contrastes mayores: jardines que serían la delicia de un Delille ó de un Selgas, y las más agrestes espesuras; grandes desfiladeros y prados que traen á la memoria las garcilasescas églogas; barrancos en los que entretėjense el espino, la ortiga, la alcachofera puntiaguda, planicies pedregosas que apenas si humedece el rocío de la noche, y vergeles sin número, collados en los que ostentan sus gracias las familias privilegiadas de la flora silvestre y mesetas en las que nacen, entre juncos, riachuelos de purísima vena, que regalan á nuestros labradores los tesoros y encantos de las cuatro estaciones, en los climas más pródigos en beneficios, la animación más alegre y la soledad más melancólica; ciudades de venerable aspecto y aldeas agricolas, albergue de la paz de Dios; en aquel escombro, el cardo que cubre las ruinas de Córdoba la vieja descritas por Díaz de Rivas y Ambrosio Morales ó el jaramago que crece en el despedazado anfiteatro de Itálica; en esta pared, la hiedra que engalana los viejos muros de los antiguos monumentos; acá la perpetua, indicando que una sombra augusta realza el suelo ó el paraje; allá el lirio azul llorando ausencias tan dignas de la elegía, cual las ausencias recordadas por el ciprés de Yuste; en el Norte, montañas verdes en su falda, umbrosas más arriba, pobladas de árboles, coronadas de nieve en sus cumbres, que simulan rotos obeliscos, pirámides, almenas, separadas por grandes hendiduras, y en el Sur, abundantísimas en bálsamos ó cubiertas de jarales que en primavera parecen nevadas; en este punto, sierras, en las que entrelazan sus ramas el chaparro, el nogal y la higuera salvajes, y en aquél, otras, desnudas, que ora empinándose bruscamente, forjan, con fantástica aspereza, desmochadas torres, ora alzándose, con blandas líneas, ofrecen marcada variedad de contornos. Lo que encontraréis, sí, valles abundantísimos en pesca ó en frutos, en una región, regados por fríos riachuelos ó impenetrables à la luz ó engañadores con sus ecos, en otra; éstos, ȧ propósito para satisfacer los deseos de un herborizador, los de la comarca más lejana, capaces de enloquecer á un artista, con el concierto con que en él saludan ó despiden al día las plantas, los animales y los torrentes, que ya mueven las ruedas de sonoros molinos, ya ofrecen orillas, de imponderable amenidad, al observador que detiénese á

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