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pre, en la aljama en que aún creemos oir las sentidas querellas de Abderrhaman, y en la Alhambra, que fué construída de las perlas y adornada con los encajes de la más bella de las hadas...; en la Alhambra!, la mejor joya de la arquitectura que tuvo su cenit, en el siglo x111, «edad viril del mundo de la Cruz» y jardín de las Hespérides de las literaturas nacionales, pues es el siglo de los Niebelungos y de los peregrinos de la Viola de amor, de los trovadores y troveras, de Juan Lorenzo Segura de Astorga y Gonzalo de Berceo, el Jacob de la poesía española; el siglo que abre la escuela de Jurisprudencia de Bolonia, las Universidades de Coimbra, París, Viena y Nápoles, la que en Oxford inmortaliza el nombre de Alfredo el Grande y en Salamanca el de Alfonso el Noble; el siglo que plantea la libertad de instrucción, que crea una estatuaria, una pintura y la catedral, y educa á Alberto Magno, á Sto. Domingo, á Sto. Tomás, á S. Buenaventura y al generoso príncipe, conquistador de Murcia, árbitro hidalgo de las capitulaciones de Sevilla, que, legislador, filósofo, historiador, vate, Mecenas de los sabios, patrocinador de hebreos y mudéjares y legitimador de su existencia, lleva á Toledo las Academias de Córdoba y las funde en las de los maestros y doctores de su Corte; establece la Era Alfonsi; recoge en su Grande et General Historia las tradiciones judías y sarracenas; une con cariñosos vínculos las letras y ciencias orientales y cristianas, y dos genios separados por antigua ojeriza.

Oh! y con cuánta razón ha dicho uno de los hombres que más bellamente han sentido:-El mundo que nos rodea en la alborada de la existencia, imprime su mismo tono, su propio sér á nuestro espíritu y á nuestro carácter, creando en el individuo lo que se llama la índole y el acento nativos! Hijos somos de la tierra, ha escrito Lamartine: la misma vida corre en su savia y en nuestra sangre; y todo lo que la naturaleza siente y dice en sus formas, en su aspecto vario, en su fisonomía, en su esplendor ó en su tristeza, tiene su repercusión en nosotros. La rosada luz, los cambiantes del horizonte, el apacible ultramar de las castas y sencillas tablas de Fr. Angellico, las nobles y elegantísimas líneas de Rafael; el claro-oscuro de Leonardo, los argentinos tornasoles del Corregio, el esplendor del colorido de Vecelli, Verones y Robusti, están en los horizontes de Italia: en los matices de las lagunas de Venecia; en los crepúsculos de hechizo indescriptible de la ribera del Arno; en la ciudad misma en que, al toque en el lienzo de un pincel suave, empastado y acariciador, brotó la Leda de plateada sombra, que en Berlin respira aire dorado, en una atmósfera de feli

cidad; y en el apenino..., en las dudosas bellas tintas de sus albas; en la claridad de su sol en el alto meridiano; en sus dulces días de primavera; en su cielo canicular; en la melancolía de sus ocasos; en sus serenas tardes de otoño; en sus efectos de luna incomparables; en sus lontananzas; en el contorno de sus cúspides vecinas de las nubes; en el de sus faldas, en la que álzase silenciosa la cabaña: en el Apenino!, donde sentís la tristeza inspirada por los valles (y los suyos, como sus árboles, hablan un lenguaje encantador); la alegría que causan las campiñas, (y las que se descubren desde sus crestas, son las más artísticas del orbe); el reposo campestre; todos los sentimientos que produce la naturaleza, bajo sus diferentes aspectos y cuyos sentimientos se sienten mejor que se explican: en el Apenino!, donde tenéis los iris, las transparencias, la poesía, los secretos que cons. tituyen el poder de la Pintura en Italia, que en sus creaciones ha reunido todos los géneros, con el singular maridaje que reunió en sus dramas el apólogo y la oda, el epigrama y la sátira, D. Pedro Calderón.

Paisaje andaluz, paisaje aragonés y paisaje riojano, son los fondos de las pinturas de Murillo, del Mudo y de Goya; Velázquez llevó a sus cuadros los azulados Guadarramas que veía desde el regio alcázar donde pintaba; Poussin nos reprodujo en su decaida grandeza, en su solemne y clásica majestad, en todo su encanto, con dulce y meditabunda poesía, las ruinas más augustas del mundo, entre las que vivió: habrá cuadros de Orrente y del Bassanés, aunque se quemen sus luminosas telas, mientras existan las márgenes del Brenta y los collados del Vicentino, y chozas y rebaños, en la comarca que, recordándonos la vegetación de América, ofrece en el interior de sus arboledas, brillantes efectos de luz, que envidiaría el Vecelli: diferencia el autor de la Virgen de la Leche, de Van Dyck, ȧ Zurbarán, de los florentinos, á Morales y Vargas, el Jacob de la Pintura, de los flamencos, lo que diferencia á Toledo, á Badajoz, á Sevilla, á la ciudad del Turia, de la pagánica Toscana, de Amberes, Colonia, Tréveris y Brujas, la Jerusalén de la edad de la Caballería, que cuenta entre sus tesoros los sepulcros de los Duques de Borgoña, y entre sus glorias la de haber alojado á Luis Vives: seria inexplicable, sin la verdad afir mada, que esta tabla ría bajo el pincel de Hobbema, esa inspire ideas graves, en esotra haya un idilio de perpetua felicidad: la serena melancolía que en los países amados del sol tales hechizos pone en las grandes sombras de la tarde y en el horizonte del mar, es la misma en el Tirreno y en Sicilia, que en los cantos pastoriles de Teócrito, en los

madrigales de Gesualdo, en Pergolesso, en Belleni: si contempláis los montes de Namur y Dinand, que elevan el alma á la contemplación de lo infinito; que con los ilimitados espacios que desde ellos se descubren y con sus selvas, seducen la fantasía de las razas del Norte, dadas á lo maravilloso y á la metafísica, y que con sus nieves hacen interminable el invierno en sus cumbres, diréis que allí independizóse, el género de los Hemling y De Bles: y si recorréis la patria de la gentileza, del amor, de los placeres, del serventesio, del descort, de la precicanza, de la tensión, del planch, el país que ha escrito la pastorela y la vaquera, en la corteza de los árboles de sus valles; de seguro, como el agua en peces y el aire en pájaros, las auroras del Ródano, los reflejos del sol poniente en las copas de las adelfas del Garona, las plácidas soledades de Aix, os mueven á pensar en la nova, en la serena, en la albada; en que si crecen en la Provenza tantos laureles es porque hacen falta sus troncos y sus ramas para construir laúdes y hacer coronas; y confundís la música de las aves con la voz del trovador, en quien es tan visible el influjo de la primavera, como en los bandoleros y batallas de Salvator Rosa, las encrucijadas de las montañas próximas á Nápoles, y las impresiones que el de Arenella recibiese, cuando individuo de la Compañía de la Muerte, arrostró el plomo y el hierro de los soldados de Felipe IV, ó como en el Combate de los Cuatro dias de Guillermo Van den Velde, las horas pasadas por el pintor del mar, en un buque de la escuadra de Holanda, mientras la pelea que ilustró el nombre de Ruyter, lo que Salamina el de Temistocles, lo que Trafalgar el de Nelson, lo que el Callao el de Méndez Núñez.

Borao había nacido en esta ciudad, cuyo imperial aspecto realzan sus innumerables torres, sus cúpulas y sus monumentos y el tono recibido de Zaragoza, visible es en las obras de aquel hombre; producto ellas, de una imaginación de pausadas savias, como las que circulan por las plantas del paisaje que se descubre desde el Cabezo Cortado; de una mente clarísima; de un espíritu de brío, pulcro y no fastuoso. Las características del aragonés fueron las de Borao. La cultura, la franqueza, la liberalidad, las virtudes más bellas de todas las que ennoblecen la vida, son los rasgos distintivos de Zaragoza y eran los del sabio Maestro.

Hijo de bendición, amigo abnegado, cariñosísimo esposo y padre, tenía el culto de las grandes ideas y sentimientos. Poeta, fué la justicia su numen; crítico, siempre aplaudió el mérito con entusiasmo y censuró lo feo y lo torpe fortiter en re suaviter in modo; historiador, jamás mintió su

pluma; literato, filólogo, artista, el estudio fué para él una purificación perenne; soñador, complacíase en encarnar en la realidad sus ideas; carácter integro y bondadoso, ameno en sus cartas y conversaciones familiares, llano en el trato, afable y dulce por naturaleza, alma sencilla y entusiasta de su pais, reunía un superior sentido estético y un superior sentido moral.

Borao era un hombre de verdadero saber, que debió á sí propio la conquista de su envidiable fama y uno de los españoles más útiles de los lustros que pasaron. Ahí están, acreditándolo, sus innumerables discípulos, muchos de los que doctisimos maestros hoy en la Holanda pacífica de las letras, reconocen que deben sus tesoros intelectuales, más que al barbecho de la atención propia, á la bondad de la semilla arrojada por el aire, en la cátedra que hizo ilustre, el historiador de nuestra Universidad. Ahi sus obras!....: las poéticas, en las que se ve un vate al modo de Lista ó de Gallego, un vate académico; las de erudición, las de historia, que contienen un caudal precioso de datos y noticias; los trabajos literarios sobre Lope y Moratín, sobre D. Clarisel de las Flores y el libro de Lesage, que prueban no era de los que sólo saben repetir antiguos juicios, sino de los que ofrecen novedades felices; sus producciones todas, que justifican, en nuestros días, la razón con que en los de Bartolomé, tan excelente cura de almas en el mundo de la belleza como en el moral, dijo el Fénix, que de Aragón iban á Castilla, los que mejor hablaban la lengua en la que Cervantes, amalgamando según V. Hugo la epopeya, la lirica y la dramática, produjo un bronce: el Quijote, que es Iliada, oda y comedia.

Una opinión mía voy à consignar. Borao poeta, literato, publicista, filólogo..... para nada tenía ni más vocación, ni más aptitudes, que para la cátedra; pues su razón metódica, su estilo castizo, su limpio lenguaje, su voz serena, su palabra reveladora, la tranquilidad con que argüia, la facilidad con que dejaba en claro las tesis, ilustraban y convencian siempre; prestábanse más que á otra elocuencia, á la enseñanza; á la que se consagró con fe sacerdotal, desde su primera juventud. Si; él vivió iniciando á varias generaciones en el templo de la verdad y en los misterios de la belleza, que sentía de superior modo, mejorando en cada hora su doctrina y el arte de grabarla en la mente de sus alumnos, que embelesados le escuchaban: y es que nunca olvidó que el magisterio es sacerdocio y apostolado; que desde la silla profesional no se enciende en los corazones el amor á lo bueno y á lo bello, sin un retiro en que aprender. Tan

to aprendió Borao en el suyo, que sus lecciones, modelo de dicción castellana y de oratoria didáctica, eran en un todo originales. En ellas oianse, la prudente palabra de la hermosa tradición de la crítica española y los mejores preceptos de la estética é histórica; todas las peregrinas novedades con que brindaba el porvenir: y hallábanse fallados muchos pleitos de familias de las letras, con tal sabiduría, que algunas sentencias causaron ejecutoria (1). Como Núñez Arenas, Amador de los Ríos, Milá y Fontanals, Camus y Fernández Espino contribuyó á la nueva faz inaugurada en España, en los estudios literarios. Los prismas actuales de la critica; la ley superior que terminó la querella entre clásicos y románticos; la concepción histórica del arte, relacionada á lugar y tiempo; el enlace del análisis filosófico con las aspiraciones de la literatura; toda esta doctrina, que es hoy heredad común, la popularizó Borao en su aula con la brillantez que en las suyas, los que mejor han juzgado Ganar amigos y La Verdad Sospechosa, á Gonzalo Fernández de Oviedo y las Coronas visigodas de Guarrazar, y á quienes tanta gratitud debe la juvenil Estética, que con claridad plantea la ecuación de lo sujetivo y lo objetivo; compenetra la naturaleza y el espíritu, en una armonía feliz; abraza con universalidad los mundos existentes; y entre nosotros tiene un profesor ilustre que ha comentado, corregido y mejora

(1) Citaré uno de esos litigios, como ejemplo. La publicación del Gil Blas de Santillana de Lesage produjo ¿quién lo ignora? un gran ruido en la España docta. El haber colocado la escena en nuestra patria, el haberse apropiado giros y cuadros de nuestros escritores, indujo á algunos á la sospecha, de que el autor francés había tomado su libro de un manuscrito español. Hablóse de esto, más que de la originalidad de El Desdén con el Desdén: se conjeturó lo más extraño, inventáronse fábulas sin número: quién acusó á Lesage de haber tomado á Espinel sus más ingeniosos pasajes y citaban, el de la posada de Peñaflor, el de la Sra. Camila, el del barbero con la mujer del médico, el del arriero de Carcabelos, el del cautiverio la Cabrera; quién de haberse apropiado materias de Rojas, de Hurtado de Mendoza, de Figueroa, de Estebanillo González, del Conde Lucanor: el P. Isla, al traducirla magistralmente, afirmó que la restituía á la lengua patria y la frase mereció unánimes y prolongados aplausos. Borao, en su cátedra y en un folleto después, haciéndose cargo de esta contienda, demostró que el Gil Blas es en parte una copia feliz de nuestras novelas picarescas y en parte una imitación de ellas tan afortunada, como lo sean la canción á la batalla de Lepanto de Herrera y la Profecía de Fr. Luis. La cuestión está terminada en nuestros días. El Gil Blas es una obra ingeniosa, agradable, útil, en la que no son de Lesage los materiales fundidos y sí de él, la cohesión y unidad que tienen. Latour mismo lo reconoce; y la crítica enriquecida con una verdad tiene no poco que agradecer á la diligencia de Borao, cuya perspicua mirada veía no sólo los prismas que la historia particular y la universal del arte presenta á la generalidad de los doctos, sino muchas veces, aspectos, conceptos y relaciones no sospechados.

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