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riato, tras una lucha cuya grandeza cansaría la mano de cien Homeros que intentasen cantarla, la religión, las costumbres, las leyes, las artes, las letras, pasaron á ser patrimonio de los vencidos y la magna obra que en éstos produjo Roma con su cultura, pregónanla, las inscripciones, monedas y epitafios que hasta nosotros han llegado; y además, un Porcio Latron!, maestro de Floro y Ovidio; un Junio Galion!, el dulce entre los cordobeses ilustres, al decir de Estacio; un Hyginio!, que mereció el epiteto de Polihistor (1); un Séneca!; un Quintiliano!; hombres como el autor De re rústica, ó como el poeta de la Farsalia. Natural parece, que se reflejase también en el habla de los moradores del país más épico de la historia, la influencia de la augusta ciudad del Capitolio.

Los doctos antiguos compruébannos, las observaciones que arrancan de los hechos. Estrabon afirma, que cuando visitó las Españas, encontró en ellas las costumbres de Roma; que casi todos los pueblos que las formaban hablaban el latin, resistiéndose á darle hospedaje en sus breñas, algunos del Norte. César, en una Asamblea que hubo de celebrar en Córdoba, habló y fué comprendido por los hijos de la Bética; cuyo aserto (2) confirma Aulo Hircio Pansa (3), el cual nos dice, que el héroe de Munda, si sirvióse siempre de intérpretes, para sus arengas (4) de las Galias, no los necesitaba en la Península, donde habíanse quebrantado conscientemente, las leyes de la Ciudad de las Siete Colinas.

Y si á estos testimonios se añade, el de la carta de Pollion á Marco Tullio, el bosquejo de Amiano Marcelino de las costumbres en el suelo santificado por las cenizas de Numancia y lo aseverado por el Livio de Talavera en una de sus páginas, creeremos por mil motivos, lo que la filosofía, la literatura, la arqueología y la historia, atestiguan con sus especulaciones y monumentos, á saber:-«Que al establecerse el Imperio, era hablada aquí por la generalidad la lengua del Lacio»;-lo cual no debe maravillarnos, porque según observa un escritor insigne, dadas las relaciones es

(1) Discípulo de Cornelio Alejandrino, mereció el sobrenombre mismo que éste.

(2) Libro II, De Bello Civili.

(3) Lugarteniente y continuador de César. Parte de la arenga de éste á los sevillanos reprendiéndoles por sus excesos, la conocemos por habérnosla conservado aquél.

(4) César nos manifiesta en sus Comentarios, que no podía hablar sin intérpretes en las Galias.

tablecidas entre el Capitolio y la Iberia, partícipe ésta de los honores y derechos de aquél, llamándose ciudadano romano el hijo de Itálica desde Marco Aurelio, obligando la dominadora del orbe á sus magistrados de España á que nunca hablasen ni permitiesen instrumento público sino en latin, natural es que se generalizase éste, donde se alzan las columnas de Hércules y estuvo el límite de la tierra. Sí, la lengua del Lacio hablábase en este país general y no universalmente, según piensan muchos y entre ellos un sabio académico, pues como dice Amador de los Ríos, el considerar por una parte las frecuentes alusiones que hacen, ya los poetas, ya los tribunos, ora los historiadores, ora los geógrafos, á ciertos lenguajes de la Iberia y el reparar por otra en la imposibilidad de erradicar absolutamente con la fuerza de las armas y la tiranía de la política, los idiomas, antiguos en tan vastas regiones, inducen á contradecir al docto Martínez Marina.

En Silio Itálico, se lee,

...Misit dives Gallacia pubem,

Barbara nunc patriis ululantem carmina linguis:

Estrabon dice, que el turdetano hablaba á su manera y que los españoles tenían la suya, aunque no todos la misma: Tácito nos refiere, que un rústico de la España citerior, gritó en el tormento, en lengua patria, que jamás descubriría á sus cómplices: Plinio, al clasificar las piedras ricas empleadas en los anillos escribe, Hispania vocat, Hispanic appellant: de Ennio son aquellas palabras, Hispane non Romane memoretis loqui me y Cordubæ natis poetis pingue quiddan sonantibus atque peregrium, de Cicerón; el orador forense, académico y político, de fama más universal; el primer escritor de los siglos, después del jefe de la Academia; el que en el libro II de Divinatione, aludiendo al tono y à la pronunciación de las palabras que constituían en la Península sinnúmero de especies de dialectos, observa que los nacidos á este lado del Pirineo serían incomprensibles, si en el Senado hablasen sin intérpretes; induciéndonos á creerlo Marcial en su epigrama,

Nos celtis genitos, et ex Iberis,

Nostræ nomina, duriora terræ,

Grato non pudeat, referre versu.

Estas autoridades; monumentos arqueológicos, entre los que figuran tres bronces de Tiberio, acuñados en Emerita Augusta y los Vasos Apolinares; y el vascuence; nos atestiguan que hubo distintos lenguajes en la Iberia, aun en la

época imperial. Además la razón comprende, según dice el docto Fernández Espino, «que las Españas, por más que el idioma oficial fuese en ellas el latín, no habían de perder el nativo; que esto tenía que ser obra del influjo de las ciencias y letras y del transcurso de los años». Y si Roma, dentro de sus sagrados muros no logró la unidad que en el siglo actual es aun un sueño, había de conseguirla en las comarcas más apartadas del Tiber? Siguiendo la opinión de Marina, creo que el latín, «fué hablado por la generalidad de los moradores de la Iberia y empleado en los documentos que se referían á la administración y al gobierno, á la religión y á la política», mientras cubrió este suelo, la sombra de la higuera de Rómulo; y siguiendo la de Amador de los Ríos, que ni fué universal, ni popular en las Españas, aquella lengua; tan olímpica en las Oraciones del rival de Hortensio; tan casta, tan candorosa, en las églogas del cantor casi cristiano, que mereció tener de rodillas sobre su sepulcro á San Jerónimo, ser invocado por el Dante y dormir bajo las ramas de un laurel plantado por Petrarca.

Y es acaso la madre de la del Romancero, el Laberinto, el Quijote, El Mejor Alcalde el Rey, y El si de las Niñas? Dificil es la contestación, pues no siendo matrices ninguna de las que concurrieron á formarla, si deseamos ver las primeras ondas, ola á ola y vallado tras vallado, hay que subir las largas sinuosidades del río de los tiempos, hasta los continentes en que crece la flor del loto y tiene sus alcázares, una lengua que, hermana mayor de las indo-germánicas, es la llave que abre la puerta del viejo templo del arte antiguo: la Sanscrita, en la que tenéis obras que, encerrando una faz del pensamiento del hombre, no valen menos que la niada; que las Teogonias de aquel Hesiodo, cuya cuna rodeaban las abejas atraídas por la miel que destilaban los labios del niño (1); que la epopeya que resume con esplendidez, la moderna literatura y desposa con anillo de diamante celeste, la musa clásica y el espíritu cristiano.

Si, la sanscrita, sin la que no es posible el estudio critico y comparado de las europeas: la sanscrita, elevada á la jerarquía á que de derecho le corresponde, desde que obtuvieron la de ciencia, la filología y la lingüística: la sanscrita, con la que, exceptuando la misteriosísima del monumental Altabiskarco cantúa, tienen semejanzas de vocabulario y organización todas las de Europa y principalmente, según el

(1) Los primeros comendadores de Hesíodo relatan este prodigio poético. Lo mismo refieren los de Lucano, del autor de la Farsalia; y lo mismo se ha dicho del Dante y de otros muchos.

inolvidable Canalejas, el griego, el gótico, el slavo, el celta, los dialectos teutónicos: la sánscrita, de la que nacieron el púnico, la arábiga, la hebrea, las hablas indo-scitas, pues el filólogo y la etnografia han confirmado las declaraciones de Josefo, Meleagro, Gadareo, S. Agustín, Prisciano y del rabino español Mosch-ben-Mayemon, el Águila de los doctores: la sánscrita, como indica de un modo vago y creen resueltamente Khalproth, Saint-Bartelemy, Calmberg, Fauriel y otros. Tal es la madre del latín, al que transmitió voces, construcciones gramaticales y desinencias, como le transmitió el ario directamente y por medio de la lengua de Simónides, Saffo y Eurípides, raíces y espíritu. El sánscrito, no el celta, según cree Funcio, ni la hebraica, según dice Ogelio, engendró la del Lacio; que no es mixta, cual asevera la doctrina abanderada en Nieburh. He aquí la abuela venerable del habla del Romancero y del Alcalde de Zalamea, toda vez que ésta, según acreditan todos los léxicos, procede del latín y el latín del sánscrito. Sí, la lengua de Castilla procede de la en que se escribió la Eneida: ved su árbol genealógico. Es innegable la existencia del sermo rusticus y del urbanus y la del provincial y eclesiástico, los cuales, por diverso impulso, modificaron el idioma en que Lucrecio describió la Sicilia, el Herodoto patavino produjo páginas que destilan abundantísima leche pura y candorosa y Horacio, el jovial Horacio, el poeta predilecto de la vejez, rióse de los vicios de los demás con delicada gracia. Y es que el poderío de Roma no pudo impedir en sus vastos dominios los cambios en la pronunciación y la sintaxis.

Que existían las clases de latín indicadas, ahí están diciéndolo las producciones escénicas de Plauto y las palabras rústicas citadas por Suetonio: ahi, Cicerón, al quejarse de los muchos que en la Ciudad hablaban tan incorrectamente, que parecía la suya, diversa de la lengua docta. Es por demás sabido: el pueblo no siempre comprendía en Roma el latín literario. El Cardenal Bembo, señala á maravilla, las alteraciones de vocales y consonantes, en la pronunciación del campesino y provincial de Italia. Sólo doce letras conservan el aire original en nuestro alfabeto, según Lebrija. En las ordenanzas dadas á Coimbra por Alboacem y en las Etimologias, existe la prueba de cómo el viejo y rudo sermo rusticus, iba absorbiendo al clásico. Mas, no adelantemos ideas.

La latina, primitiva en el ciclo moderno, y sintética, es fastuosa, de una variedad de flexiones inagotable; de una comprensión que pasma; de un artificio en su sintaxis, merecedor de estudio. Su declinación, la más delicada; sus

conjugaciones, la envidia de las demás; y su hipérbaton maravilloso, concede al escritor libertad amplia.

A medida que sucédense las edades se transforma; se introducen cambios en sus letras y la confusión en sus tiempos; se vulgarizan las terminaciones;-en una época, dibújanse en ella, al lado de los propios, los caracteres nacidos de la lucha entre patricios y plebeyos; en otra se la ve vivir, obedeciendo á una ley suya é influída por el idioma de Demóstenes; en el Siglo de oro adquiere canon y en el Imperio ve descomponerse los signos representativos de las ideas, cual si fuese una verdad, como Tiraboschi ha dicho, que en el propio ser del habla que tuvo su cenit en las Geórgicas y el último de sus hombres en Rutilio, está el germen de su decadencia. Que en Roma, donde la separación de clases la determinaban distancias tan visibles, como la que media entre la cumbre del Capitolio y la cumbre del Aventino, hubo sermo rusticus es evidente;-y cuando se lee à Plauto y á Terencio; cuando se recuerda el sinnúmero de palabras castrenses que alojáronse en la lengua popular del Tiber, al avencindarse en las orillas de éste los veteranos, que habían las traído, cree uno ver idiomas diversos dentro de las sacras murallas romúleas. El vencedor de Actium, en sus aspiraciones á la unidad, á la vez que reúne á todos los dioses en el Panteón que Miguel Angel, levantara más tarde á los aires, convirtiéndolo, allí, en corona del templo universal y eterno del culto de Cristo, apetece que todos le comprendan; y multiplica el uso de las partículas, convierte en más clara y jovial la lengua de los arvales, preparándola á recibir el espíritu analitico de las modernas. Sí, había el latín rudo de la casa del plebeyo, de los campamentos, de la ergástula; en cuyo latín, la pronunciación, la conjugación, la declinación y las desinencias estaban atormentadas; sufrían las alteraciones que denuncian, las voces que ha conservado Aulo Gelio.

Vasallo aquél de la ley de la transformación, modificóse por particulares motivos, en cada uno de los países que conquistó ó colonizó Roma. Esta, al difundir por doquiera su cultura, según dice muy bien Humbold, impuso lo que siempre fué, «el vehículo y el símbolo de la civilización»; y es frase de Borao. Mas la política indicada no se generalizó, hasta los días del Imperio; y el Senado ni logró siempre romper la tradición lingüistica en los pueblos sojuzgados, ni al apoderarse de un país le arrebató su indole y aire nativos. «Lo que sí en cambio hizo fué, aumentar con sus legionarios y colonias militares, las causas de corrupción de la lenguas.

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