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mirarlas, desde los rústicos puentecillos volteados sobre los planos inclinados por los que el agua se despeña. Lo que encontraréis, si, cataratas tan dignas de los honores del pincel, como la catarata de la Sibila y abismos de la sublimidad del tajo de Ronda; grandiosas decoraciones de negras y fantásticas rocas, que parecen una traducción, en imágenes vivas, de un canto dantesco y decoraciones de idílicas rocas, festoneadas de tomillo y romero, en las que sestean las abejas para producir su dorado azúcar; picachos sólo accesibles al águila y á la cabra silvestre, y lagos virgenes y puros, cuyo cristal nunca desfloraron ni una hoja de violeta, ni un ganado; bosques agrestes á lo que da singular interés la fiera que los puebla, bosques ricos en frutos, bosques de hayas, robles, bojes, pinos, encinas, ricos en caza, y dehesas en las que se alimentan, pastan ó triscan, el toro y la mula, la oveja y la vaca, que animan y entonan nuestros paisajes montañeses, soberbios, cual los de las zonas destinadas á guerrear por la independencia, á crear el carácter de un pueblo, á fundar la nacionalidad; y si lo dudáis, recorred las cordilleras que arrancan del Pirineo y el Pirineo mismo, cuya poesía conservan la matracada y la pastorada, tan propias de él, como de la Campaña antigua la zampoña de Virgilio y de los encantados espacios de la Suiza, la cítara de Gesner, el Teócrito y Anacreonte de los Alpes.....; recorred las estribaciones del Moncayo y el Moncayo mismo, que imitando una frase de Echegaray, más que un monte, es un globo roto caído de la inmensidad, en el que un colosal Miguel Angel esbozó los primeros delineamientos de la cúpula de un grandioso templo subterráneo.

Lo que encontraréis, sí, horizontes tan cálidos, cual en la región extendida entre los peñascos del Rojo y el Eufrates, entre la Siria, célebre por sus palomas y la playa de incienso del Yemen, en cuya región la arena tiene el color del fuego, la atmósfera asfixia y sólo en raros sitios, en los que deshílase un poco de agua, crece hierba ó algún arbusto balsámico, horizontes que dan una idea aproximada de lo que es el desierto, cuando los rayos del mediodía pintan mágicas y leves imágenes en el aire, ó cuando en poética noche resplandecen verticalmente las pléyades y brilla con su hermosa luz rubí la estrella de Canopo, ó cuando abruma la calma de un tiempo abrasador, ó cuando las nubes se apiñan y se deshacen en lluvia, ó cuando el huracán, tan temido de las gacelas, troncha las palmas y barre los montes, ó cuando el silencio es tal que sólo se oye la pisada del camello, el relincho del corcel, quizás las risas de algún árabe que bajo la tienda distraese en dulces

juegos con hechicera muchacha, quizás la patética canturia, en que tras un largo día de sol, la caravana recuerda á su familia en el oasis ó bendice à Dios, por haber colocado junto al fresco pozo, espigas de azucarados dátiles. Y si descendéis por la inmensa escalinata de rocas que comunica la cordillera pirenaica con el más majestuoso de nuestros ríos, y paseáis por las riberas de sus afluentes que brindan enramadas, que traen á la memoria aquellas de Provenza, en las que ve la fantasía, la poética figura, de rostro juvenil y bello, de algún trovador, que en actitud elegantísima, ataviado con bizarro traje, el laud de marfil en el pecho, el puñal de plata en el cinto, así ganaba la violeta de oro en los juegos florales, como cantaba el amor y la gloria al pie del torreón de los castillos! Y si trocáis el vericueto por esas campiñas que os ofrecen, en el barranco la zarza cantada por la poesía bucólica; en las laderas el olmo amigo de la tórtola, el espliego, el árnica, el acónito, y otras plantas medicinales; en el altozano, la vid; la colmena y la amapola en la majada; la caña al borde de las fuentes; en el valle, fertilizado por anchas acequias, el olivo, la higuera, el almendro, el peral, todos los árboles que producen sabrosos frutos..., el melocotonero, tan frondoso como la madreselva que cubre la tapia de las heredades, el cerezo dando envidia con su coral á las florecillas silvestres que le rodean; y en los puntos en que empieza á tornarse áspero el suelo, norias que vierten el agua en abundancia!... Seguid el curso del Ebro, el río de los gloriosísimos anales de Aragón y Cataluña, que después de recordarnos muestras libertades, nuestra vieja bandera, la cruz de Sobrarbe, herida por los rayos del sol, en los más épicos combates, entra en el mar de las teorías, de Citheres, de las sirenas, del gondolero; en el mar cuyas brisas rozaron las homéricas cuerdas, cuyos reflejos esparcieron la magia sobre los cuadros de Apeles, cuyas azules y transparentes olas prestaron fondo al teatro griego, y en cuyas doradas riberas enseñó el gran Poeta de la Filosofía la unidad de Dios y Pitágoras la ciencia de los orbes; en el mar de la Odisea, de la égloga de Teócrito, de la Eneida, de los Apóstoles, de San Juan, de las ciudades egipcias que unieron el alma de los antiguos pueblos, de los Cruzados, del Romanticismo, del trovador provenzal, del Tasso, de Sannázaro; en el mar, que consoló á Petrarca en su ausencia de Laura, y en sus horizontes presentó al más sublime de los amadores, el rostro ideal de Beatriz, virgen-madre en el arte, de la madona del Sanzio; en el mar de las colonias, de las grandes expediciones, de las batallas más so

lemnes de la historia, sin el que serían desconocidos entre si, el mundo occidental, el Africa y la venerable Asia; en el mar de la paleta y de la líra en suma, tanto en el admirable intercolumnio de las islas del Archipiélago como en el amoroso Adriático, en el Tirreno ó en las playas de Sicilia, en las que, cual en los versos del cantor de Mantua, se mezclan, el grito de la gaviota, la voz dulce de la alondra y el gorjeo del ruiseñor, el chirrido de la cigarra, el arrullo de la paloma y el choque del remo, las algas y los mirtos, las emanaciones salinas y el perfume de las florestas: seguid el curso del bravio Cinca, que si no es un Eurotas, el de los melodiosos cisnes, ni un Arno, el de Psiquis bautizada, ni un Rhin, el de las leyendas, ni un Ródano, el de la fe y el amor, ni un Turia, el de las flores, copia temblando orillas no pocas veces poéticas: seguid la marcha del Flumen, del Alcanadre y la corriente que conduce al lugar en que D. Gaufrido Rocaberti y sus camaradas fundaron monasterio, y en el que hay cataratas como la Cola de Caballo, digna de estar en los Alpes, grutas que no desdeñaría Escocia, trozos de vegetación espléndida y salvaje: y artísticos muros, augustas ruinas, os testificarán el carácter, eminentemente aristocrático, de este país, en el que hubo antes que cetro, código; no existió abolengo más antiguo que el de la ley y fué el monarca el primero entre los iguales, un caudillo que sólo tenía en el botín más parte, si había sido el mejor en la batalla; de este país, en el que la soberanía real procedía de un pacto y todos los derechos de una constitución primitiva; de este país, que nos presenta en sus más antiguos monumentos jurídicos, el vasallaje de los reyes al precepto legal, el Justicia, las Cortes, la libertad que, viva en las costumbres, aspiró á ser lo que logró en el Privilegio general de Pedro III, porque, cuando de cosa tan santa se trataba, no había en Aragón separación de clases..., la libertad! que de tal modo era aquí la vida, que la corona, la nobleza y el pueblo formaban una serie armónica de libertades.

Seguid por otra parte el curso del Jalón, comparable al Nilo por sus virtudes, y veréis realidades tan bellas como el Cuadro del Vado; salidas y puestas de sol que declararía incopiables el Lorenés, el mejor traductor de la naturaleza à la lengua de los colores, el creador del Narciso, la maravilla más exquisita del pincel, el autor de la Mañana, el Mediodía, la Tarde y la Noche, que son las Geórgicas de la pintura, las Geórgicas pintadas por Virgilio mismo que, renaciendo, trueca la trompa por la paleta; y escenas campestres bulliciosas ó mudas, á las que prestan singular

hechizo, cuando no un carro, una cabaña, los mulos que ayudan al lugareño en sus faenas de la siega ó de la vendimía y el paciente borriquillo que va al mercado; el apretado rebaño que busca balando, entre una nube de dorado polvo, fresca sombra y los aperos de la labranza, los utensilios que caracterizan los lienzos en que Bassano reprodujo embellecidas las fértiles comarcas del Vicentino, en las benignas y pintorescas márgenes del Brenta.

¡Oh qué suelo tan vario, el suelo aragonés y el paisaje! Diversos climas, diversas plantas, diversas flores, la montaña y el llano, el valle y el erial, el pedregal y la selva, todo esto tenéis, en los riscos en que afilaron su hierro los que ayudaron al héroe de Covadonga y á Fernán González á fundar la independencia española; en el hermoso Moncayo; en las sierras que trazan el anfiteatro que rodea en ancho cerco la planicie de la ciudad oscense; en las soledades de Teruel; en el Aragón cuya fisonomía exprésanos con tal verdad la jota; brusca, enérgica, apasionada, como los pueblos idómitos y valientes.

Y la misma variedad existe, en las joyas arquitectónicas que poseemos. Dentro de Zaragoza, páginas magníficas de todas las épocas del arte, que conservan la huella de rasgos sublimes, de instituciones venerandas, de maravillosas conquistas, de sucesos y derechos que acreditan nuestra grandeza; en esta falda el Veruela inmortalizado por Becquer; en aquella altura San Juan; en un estribo de la cordillera pirenaica, los venerables despojos de la fábrica que fué la apoteosis de piedra, la transfiguración monumental de nuestra historia, aquel Monte-Aragón, que vió salir á pelear valerosos infanzones capitaneados por sus amados reyes, que dió sepultura á muchos caudillos ilustres y que vio combatir en Alcoraz, con el ardor de los celtiberos, con el heroísmo de los godos y con la fe de los mártires cristianos, al soldado de la Cruz; frente, en la población á cuya campana deben García Gutiérrez y Casado áureo laurel, en la sertoriana Huesca, austerísima catedral y viejo claustro, superior al Panteón escurialense, porque está su grandeza, no en que sean los pilares de mármol, ni de metal las urnas, sino en los nombres que se leen en sus sencillas lápidas sepulcrales; en Sijena, el monasterio vetusto en que fué armado caballero el protector de la juglaría, y están enterrados el más plañido de los monarcas, D.a Sancha de Castilla, D. Dulce, D.a Leonor de Tolosa, la Condesa de Barcelos y D. Beatriz Coronel, el monasterio, que tiene en su Sala Capitular, uno de los tesoros artísticos de la Edad Media y que con el aflictis te spessimica, que se lee al

pie del Altar mayor de su oscuro templo, recuerda el estandarte de la Virgen de los Dolores que ondeaba en la capitana del gran maestre de la Orden de San Juan, cuando arrojado de Rodas entró en Mesina con su escuadra; en las riberas del Jalón la más gentil de nuestras torres, la bilbilitana de Santa María; acá recuerdos de un Antipapa, allá en aquel valle, que por su vigor y lozanía parece tropical, pues la hiedra tapiza los peñascos ó decora los troncos de los robustos plátanos y fresnos, construcciones que dan una idea de las primitivas, y que siendo ellas magníficas no lo parecen tanto, porque allí el hombre está vencido por la naturaleza, que humilla al pincel, entre los saúcos de las márgenes del lago encantador de la Peña del Diablo, y que en su gruta, ya célebre, demuéstranos que la gota de agua es superior á Fidias y capaz de producir joyas de más mérito, que la mesa de Salomón, el Psalterio de David del Alcázar de Toledo, el árbol de Moctador, el reloj enviado å Carlo-Magno por Harum y la pala de oro cuajada de pedrería, y cubierta de esmaltes finísimos, que posee el San Marcos de Venecia. Y he aquí que existen entre nosotros, el románico, la ojiva, el bizantino, el greco-romano, y para que de nada carezcamos el estilo mudejar, es decir, el arte andaluz adhiriéndose á la vida y costumbres cristianas; la flor del loto y el tulipán trocándose en viñetas del libro-Evangelio; el Africa de hinojos ante Covadonga; el Calvario perdonando al Atlas y el Atlas reconciliándose con el Calvario.

Y, como un resumen de las varias zonas del planeta y de los géneros arquitectónicos, tenemos otro de todos los heroismos. El genio de Aníbal renace en el Batallador incansable, cuya tumba debiera estar en el Torreón de Azuda ó en los altos picos de Sierra Morena; el de Scipión en el compañero de armas de Alfonso VIII en las Navas; el de Filipo en D. Pedro IV; el de Alejandro y Leónidas á un tiempo, en el vencedor del Pontífice, de Italia y Francia, en el héroe del sangriento Collado de las Panizas; el de Pericles, á la vez que el de Platón y el de Marco Tullio, en el prisionero de Milán, en el cautivo de Ponza, que inspiró su inmortal comedieta al Marqués de Santillana, en el huésped de los Médicis, dueño de cinco coronas y á la vez príncipe feudal, que ordena cese agradable música por escuchar la lectura de un autor clásico, que distrae sus ocios traduciendo á Séneca, que cura de grave dolencia escuchando páginas de Quinto Curcio, que suspende un combate y firma paces por haberle mandado su adversario un códice de Tito Livio, y que teniendo por favoritos en su corte á Filelfo y

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