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La otra es la voz medicina que no se define por la Academia sino como ciencia de precaver y curar las enfermedades del cuerpo humano, y que en sentido de medicamento (1) es en Aragón vulgaríma, se usa mucho por los facultativos y se lee con frecuencia en las Ordinaciones del Hospital de Zaragoza, 1656, siendo además común á la lengua italiana y al dialecto catalán, pero que no puede formar parte de nuestro Diccionario cuando la vemos usada en todos los más distinguidos escritores castellanos desde Cervantes á Espronceda, desde Quevedo hasta el poeta popular Trueba, y lo mismo en fr. Luis de Granada que dice, sin los tormentos de los médicos y las medicinas, en Mexía, como el buen médico sus medicinas, en Guevara, y lo poco que las medicinas le han aprovechado, en Rhúa, que sana la herida con medicinas lenitivas.

Pasando ahora á uno de los más notables grupos en que pueden dividirse las palabras aragonesas, digamos en honor suyo que este pueblo ha conservado un gran número de las que constituyeron el habla antigua castellana, siendo ya consideradas como arcaísmos, fuera de uso algunas, y no pocas que acá nos son del todo familiares, y que en parte componen el más usual vocabulario de la gente inculta, cuyos modismos excitan hasta cierto punto la compasión de quien los oye, igno

(1) En ese sentido la usa la misma Academia en la voz medicinar, pero repetimos que no define y por tanto no admite á medicina en sentido de medicamento; mejor lo hace Covarrubias que dice: MEDICINA la facultad que el médico profesa y los remedios que aplica al enfermo».

rándose, aun por nosotros mismos, que así hablaron los padres del común idioma castellano.

Sería, en efecto, un trabajo muy curioso el de reunir las voces, incorrectísimas hoy, de las clases últimas del pueblo, y observar su perfecta identidad, no ya con las que se emplearon en los siglos primeros del habla, sino aun con muchas de los escritores que florecieron en el siglo XVI(1), Llegarían esas semejanzas hasta el punto de ser fácil componer todo un discurso, y aun todo un libro, con palabras tomadas del antiguo castellano, que sin embargo serían exactamente las que usa con predilección el pueblo aragonés; bien que muchas de ellas no dejan de ser comunes con el ya bárbaro dialecto que todavía conserva el estado llano en toda España. Sean ejemplo de esta observación, sin que por eso abultemos con ellas nuestro Diccionario, las palabras niervo, omecida, gomitar, buticario, reconvinió, proluengan, filicidad, tuviendo, entreviniendo, abellota, quisiendo, previdencia, risistir, pidir, dicir, recebir, vieda (veda), siguidilla, ambrolla, crocodilo (latino puro), virificar, ojepción, asasinar, etc. Séanlo también mesmo, trujo (2), agora, escuro, enantes, dende, que los poetas

(1) A fines de él, en 1593, se formaron é imprimieron los Estatutos y Ordinaciones de los Montes y Güertas de Zaragoza que se reimprimieron en 1672 <sin alterar ni mudar sustancia, sino algunos vocablos antiguos que se han puesto al lenguaje de ahora; y sin embargo, en esa última edición se ven usadas las palabras metad, tuviendo, hubiendo, imbiar, ciesped, estase, rabaño y otras parecidas, así como en las Ordinaciones del Hospital de Zaragoza, 1775, se habla de rudillas limpias, y en el Memorial de todo un catedrático de teología (D. Manuel Cavos, 1755) de que la Universidad podía resultar alguna trageria.

(2) Es muy curiosa, sobre este vocablo, la opinión del autor del Diálogo de las lenguas: dice que es más suave truxo que traxo, aunque en latín

dicen con frecuencia. Séanlo igualmente estentinos, malmeter y rancar que usa Juan Lorenzo de Segura; emparar que se lee en Berceo; bulra, estoria, estruir y mandurria que emplea el arcipreste de Hita; churizo (1), previlegio y rétulo que nos dice Covarrubias; rabaño y aspárrago que forman más con la etimología hebrea y latina; pedricado que dice el rabí D. Santob; cantacio, estentino y otras muchas que se ven en el Cancionero de Baena; empués que dice Marcuello (pero también Berceo); aquelo y cudicia Aldrete; acontentar el autor del Diálogo de las lenguas; inconvinientes, encorporar y muchas otras Zurita; riguridad Tirso de Molina; mesmamente el P. Isla; aguacil, asperar, ceminterio, concencia, conocencia, dormiendo, entrodución irnos (vamos), iñorancia, jatara, sabo y saba (sé ó sepa), estroperar y foribundo el dramático Lucas Fernández; deciembre los Estatutos de Zaragoza en 1564; regueijo, cumpletas, mochachos, rediculo y salvaje unas Relaciones de Fiestas; perjuiciales, desanchar y pedestralillos el P. Martón; cuenta y ojebto el analista Sayas; catredal el Conde de Villahermosa don Martín; argulloso, is (vais), devantar y atorgar don Jerónimo Urrea en su novela inédita D. Clarisel de las Flores; probes, niervos, traducio y destruiciones el famoso poeta Herrera en su defensa propia

es traxit y que por la misma razón que ellos (los cortesanos, caballeros y señores) escriben su traxo, escribo yo mi truxo», y añade que escribe saliré y no saldré porque viene de salir.

(1) Rosal pone en su Vocabulario churizo y no chorizo, é incluye algunas palabras de las primeras que llevamos citadas.

contra el ataque del Preste Jacopín á propósito de las Anotaciones de Garcilaso.

Pero estas palabras no son otra cosa, aunque saludadas con el nombre de barbarismos, sino ligeras desviaciones eufónicas de otras verdaderamente castellanas: las hay que siendo notadas en Castilla como arcaísmos, son en Aragón bastante corrientes y de ellas citaremos (aunque no hagamos uso de todas en el Diccionario): abejera, aconsolar, afigir, afirmar, almuestas, aplegar, apoticario, árcaz, asín, asisia, asumir, azarolla, bahurrero, batifulla, batimiento, bogela, buco, cadillo, calendata, cablieva, canso, capacear, casada, cocote, coda, espedo, fajo, fendilla, ferial, fosal, interese, marzapán, mayordombria, mida, mueso, nano, ostaleros, otri, pasturar, peñorar, tardano, tributación, etc., de cuyo catálogo, que pudiéramos no sin dificultad engrandecer, se deduce lo que ya hemos indicado; es á saber, la religiosidad con que el pueblo ha guardado la antigua manera de hablar, haciendo en él la ignorancia las veces del respeto.

No son menos recomendables, pues son igualmente puras y perfectamente conformes con la índole ó genio del idioma, las palabras compuestas que ostenta el aragonés. No hay para qué decir la belleza y el número que de los compuestos resulta; ni la facilidad con que la lengua española los admite, merced á sus terminaciones vocales y á la buena proporción en que entran estas letras; ni la condensación que producen, economizando circunloquios y partículas; ni el uso que de ellos

hicieron las lenguas antiguas, principalmente la griega: todo es demasiado conocido para necesitar explanarlo, y mucho menos aquí en donde por otra parte no tiene su principal asiento. Pues bien: de estas composiciones que deben tomarse, si no es en las ciencias, del fondo que ofrece el propio idioma (según lo insinuó Mayans con acierto, tomando cabalmente por ejemplo una voz aragonesa), hay algunas, entre las muchas, que á cada paso inventa la conversación, como aguacibera, aguallevado, aguatiello, ajoarriero, ajolio, alicáncano, alicortado, antecoger, antipoca, apañacuencos, arquimesa, arrancasiega, babazorro, botinflado, cabecequia, carasol, casamuda, cazamoscas, contrayerba, entrecavar, escondecucas, gallipuente, habarroz, hurtadineros, malbusca, matacabra, matacán, miramar, paniquesa, rabiojo, sobrebueno, sobrecielo, tragacantos, zabazequias.

Y si de los compuestos pasamos á los derivados, que son una parte tan principal, y por ventura la más numerosa de los idiomas, ¿cuántos nos encontraremos en Aragón, cuya mayor parte debieran adoptarse por la Academia? Permítasenos ofrecer de ellos una muestra, la cual, contribuyendo á esclarecer este punto, dejará también probado que en la conservación tenaz de sus modos de hablar, generalmente proceden los aragones con una lógica instintiva, muy ajena de la especie de extrañeza depresiva con que son saludados sus provincialismos. Véanse si no las palabras aceitero, adinerar, afascalar, agramar, aguachinar, agüera, ahojar, aladrada, alaica, anzoleto, añero, apabilado,

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