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preciadas de príncipes y grandes señores. Éstos cazan en altanería entre el cielo é la tierra; y en especial los que son de talle de vejiga llena de viento, salen muy livianos, porque así es la vejiga de las cosas más livianas del mundo; y unos que tienen los ojos debajo de las cejas y el casco á par de las narices, son muy denodados.

Has de cazar con ellos en esta manera: mira que hagan la pluma temprano, si puedes tener manera que no amanezca hasta que la haga, que no es mucho alargar la noche una hora ó dos. Para que sea más ligero, sácale el menudillo hasta que vengas de caza, porque vuele más ligero.

Allende de muchas raleas, tiene muy grande omecillo con los lavancos y con las garzas. La causa de esto es porque los neblies todos se solian cebar en palomas, y un dia uno, andando á buscar de comer, despues que se cebó en una paloma, se fué á tomar el agua en una laguna que estaba llena de lavancos y de garzas, y como los lavancos son las aves del mundo más lujuriosas, como lo vieron bien mojado, no catando si era macho ni hembra, ántes que se enjugase, arremetieron á él y diéronle un empujon, de manera que le desvirgaron y le dieron un botin que le dejaron por muerto. Las garzas, de que esto vieron, dijeron las

unas á las otras: «¿Quereis que lo comamos?»> Dijeron: «Sí; mas ¿cómo lo comeremos?» Dijeron las otras: «Asado; mas ¿qué es del asador?» Dijo una, que debiera ser la más traviesa: «¿Y para qué me dió Dios este pico sino para tales tiempos? Yo lo asaré.» Entónces arremetió á él y atravesóle por los pechos, y pensando de huir de las otras garzas y lavancos, comenzó á huir con su halcon, y yendo así, topó con otro neblí, su compañero, que le venia á buscar, que ya sabia del negocio cómo habia pasado, de un cuervo que se lo habia dicho, y fué tras la garza y matóla, y vengó al halcon, y desde allí quedó la enemistad ya dicha; así que á las garzas las traen del cielo y á los lavancos los sacan debajo del agua.

Estos neblíes son aves que no hay hombre del mundo que sepa en qué tierra se crian; pero los que algo sabemos, todavía pensamos que nacen do quiera que ello sea, que si no naciesen, no valdrian una blanca, que nunca vistes cuán para poco son los que están por

nacer.

CAPÍTULO IX.

DE LOS AZORES.

Los azores son unas aves muy hermosas, si las hay en las aves, aunque los de Castilla son

muy malos y perversos, especialmente los de Galicia, que son muy pedorros.

Haslos de guardar de las castañas y nabos, que son ventosos, y áun de darles á comer muy pocos membrillos, porque son malos para esta dolencia. Éstos son buenos piadores, que mejor os pían todas las horas del dia que los gallos las cantan de noche, y si los sacares á cazar, en lugar de hacer su hecho, páranse á echar dardillos, presumiendo mucho de braceros, que más dardos echarán en un dia que vos echareis en tres noches.

Habéisles de dar la pluma en saliendo á caza para que caceis con ellos, porque cuanto más pluma tuvieren, tanto más y más ligeros volarán; y de tenellos en vara, y áun de malos cazadores, se hacen arrameros. Dicen algunos que es bueno darles el papo y dejarlos en un árbol de fuera en el campo é ir de mañana por él; y yo digo que esto sería muy bueno si no volviesen por él. Otros dicen que guardarlos para la muda, y con los perdigones tornarlos á hacer de nuevo. Estos dicen la verdad; pero porque tu azor mude temprano, que venga ántes que los perdigones sean grandes, hasles de buscar una muda muy abrigada, que no entre en ella mosca ni gallego, y ésta ha de ser un horno, y buscad paja centenaza y sarmientos de cepas prietas en que

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se restregue; y la paja sea un gran brazado, y meterlo todo dentro en el horno con él, y ponerle allí dentro vianda para un mes y cerrarle bien la puerta, y suéltalo dentro y enciende las pajas, porque no esté á oscuras, y al cabo de un mes sácalo, y lo hallarás mudado, así de plumaje como de condicion, de manera que no lo conocerás, y nunca más criará piojo ni arador, ni ménos sarampion.

Tambien hay algunos azores que no quieren tomar el agua, y estos tales no pueden hacer cosa buena. Á éstos, porque la tomen bien, busca un buen piélago y remanso que esté bien alto y te dé hasta la cinta, y toma un canto que pese hasta diez libras, y átaselo al pescuezo con unos dos palmos de cordel de lino albar, y ata en el canto un poco de carne de gallo castellano (y guárdate mucho que no le eches al pescuezo la nómina del Dean de Córdoba, porque podria ser que, llevándola, se viese en peligro), y deja caer el canto en el piélago, y el azor, por codicia de la carne, irá tras el canto, y así tomará el agua. Otros azores hay que crian agua en la cabeza; débesles hacer poner un majuelo ( y criarán vino. Con todo, te quiero decir que no hay azor malo sino por falta del cazador.

CAPÍTULO X.

DE LOS HALCONES TORZUELOS.

Éstos son muy revoltosos, y de contínuo se hacen pedazos en la mano por el alcándara, cuanto más en las tardes. Son malos capiroteros. Al que fuere mal capirotero, madrúgale cada mañana, en especial los sábados, y vete con él á la sinagoga y paséalo entre aquellos capirotes de aquellos judíos, y así perderá el miedo al capirote; y si todavía se te debatiere con capirote cuando fueres á caza, vuélvele del envés la pluma adentro, y así no se quebrará las plumas ni se rozará.

CAPÍTULO XI.

DE LOS GAVILANES.

Los gavilanes son unas aves más hermosas que ningunas aves de rapiña, y mucho graciosas, tanto, que en otros reinos las damas cazan con ellos (c. Son muy denodados, y aun- • que pequeños, no hay cosa, por grande que sea, que no la acometan, y cuanto mata á tapto saca el alma, tanto que lo dejan por muerto. Son aves muy frias de invierno, y débes

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