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STE libro no es lo que me proponía que hubiera sido. Quise escribir un estudio crítico del ingenio español en las mani

festaciones del género festivo, y compararle con las obras similares de las demás literaturas. Los nombres de Rabelais, Cervantes, Quevedo, Swift, Juan Pablo Richter, Sterne y de otros muchos, habían de figurar en las páginas de mi trabajo, juntamente con los escritos jocosos de autores españoles, como justificantes de lo que afirmara. Para juzgar estos frutos del ingenio, la primera condición era tenerle. No se diga si el tiempo y alguna otra circunstancia, imprescindible para el que en nuestra tierra se permite imprimir libros, eran necesarias. Falto de las tres, hubo de quedar en Colección de documentos inéditos para la historia del género festivo, lo que quería que fuese esa misma historia. Ganó en ello el lector, que halla así el agrado de acreditados

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textos, sin el enojo de mis observaciones, las cuales, reducidas á meras noticias sobre los principales opúsculos, no reclaman su atención, ofreciéndole sólo modesto auxilio, y eso, si le demanda.

Queda la división de aquéllos por siglos, como indicio rastro de mi transcendental propósito de estudios comparativos.

Limitó no poco el número y calidad de estos escritos el deseo de que fueran inéditos, conseguido en su mayor parte, pues sólo dos ó tres fueron publicados, y de ellos, alguno, mal; otros, en obras ya no comunes, y uno, en revista extranjera de escasísima circulación entre nosotros.

De los últimos es el primero en orden del presente volumen, ó sea el Libro de cetrería de EVANGELISTA, que publiqué por primera vez, años hace, en la Zeitschrift f. roman. Philolog., de Breslau, y del que sólo se tiraron diez ejemplares.

Es esta obrita, compuesta por un escritor humorístico del siglo xv, parodia ingeniosa de las obras de cetrería, tan en boga en lo antiguo, que en ellas emplearon sus plumas Emperadores, como Federico II; Reyes, como Manfredo; el Príncipe D. Juan Manuel; el Canciller Pero López de Ayala; el Tostado, según algunos quieren; el Duque de Alburquerque y otros magnates; y si licet in parvis, viene á ser para aquellas obras lo que el Quijote para los libros de caballerías.

Como para saborear aquél, es preciso para apreciar ésta haber leído alguna de las obras que ridiculizan. Porque amaestrar un halcón era, por los infinitos cuidados que exigía, obra de tanta pa

ciencia como sería la de enseñar á dos caracoles á tirar al florete. Para prevenir la nostalgia de los halcones, aconsejan muy formales las obras de cetrería «pintarles en la muda árboles y verdor con que deleiten la vista;» y para acostumbrarlos á la vida del campo, «bañarlos y hartarlos de sol.» Ni aun de noche permitían el descanso, porque debían «tenerse velas encendidas mientras dormían, velarles el sueño, y llamarlos á la mano algunas veces durante la noche.» Y no bastando con que el halconero se quebrase los cascos haciéndose pintor escenógrafo, atravesando con sus pájaros trochas y escampados, y robando el sueño á sus ojos, todavía le era necesario descender á la última humillación, «observando con alguna frecuencia las tulliduras (1)» de sus halcones para prevenir cualquier alteración de su preciosa salud. Caso éste bien frecuente, porque aquellas aves, á las que cuando anidan en libertad en cornisas de torres ó en hendiduras de las rocas no parte un rayo, apenas sometidas á los cuidados y mimos del hombre, se llenaban de tantos alifafes, que exigían en el cazador dotes de experto médico, de hábil cirujano y de escrupuloso farmacéutico, si había de aplicarles con éxito las mil y una reglas de las patologías y farmacopeas que á semejantes obras acompañan.

Cosa que tanto costaba criar y conservar, natural era que valiese mucho, y, en efecto, ya las leyes Ripuarias tasaban el halcón amaestrado en un

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valor equivalente al de doce bueyes, y al de cuatro cuando no lo estaba, y otra de Luis el Pío le exceptuaba, juntamente con la espada, del embargo del acreedor.

«Un señor, dice Vitrian (1), aficionado al vuelo, dará de un neblí preciado mil y dos mil ducados, como el del Conde de Medellin, que dió dos mil ovejas, porque aquel falcon gentil de tan veloces alas, le trae del cielo prisioneras otras mil raleas de aves altaneras: la cuerva, la garza, lechuza, milano, y tal vez el cuervo carnicero y el águila real.>>

Los mercaderes que en el siglo xv traían halcones de Noruega ó de Alemania, vendían en Colonia y en París el neblí pollo altanero en 40 francos de oro, en 60 el garcero, y en mayor cantidad el que había pasado ya el peligro de la muda. Por un girifalte que presentó un villano al Conde de Feria, dió éste 100 escudos, y hasta 500 valió el neblí de Flandes del Conde de Orgaz, que compró en su almoneda el Duque de Medinaceli. Los Reyes, como los Señores, gastaban fuertes sumas para el sostenimiento de halcones y cazadores, llegando en 1616 á 40.000 ducados lo que anualmente se pagaba en Palacio para más de 140 hombres, entre monteros y halconeros, y para otros cien criados, correos, músicos, etc.

En tiempos más remotos, hacia 1206, los cabildos de Sepúlveda, Pedraza, Fuentidueña, Cuéllar,

(1) Hist. de Fel. de Commines, traducida é ilustrada por D. Juan Vitrian de Beaumont: Amberes, 1543, II, pág. 68, letra A.

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