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agora que vos hagáis luego sentenciar su causa como si hubiera muerto de su muerte natural, de la misma manera que se sentenció la del marqués de Vergas (Berghes), pues con esto me parece que se ha conseguido lo que se pretendía... etc. (1).

Tal fué, y no como lo suelen referir los historiadores que desconocieron estos documentos, la muerte del desgraciado barón de Montigny.

Mientras esto pasaba, arreglado todo lo concerniente al matrimonio del rey don Felipe con la princesa Ana, hija del emperador Maximiliano

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(que parecía ó sino ó empeño de Felipe II tomar por esposas las que habían estado destinadas para su hijo), y después de haberse desposado con ella por poder y á nombre del rey Luis Venegas de Figueroa (24 de enero, 1570), dispúsose que desde Spira, donde su padre Maximiliano II se hallaba con motivo de la Dieta para la elección de su hijo mayor Rodulfo en rey de romanos, fuese traída á España por Flandes. Parecióle al duque de Alba buena ocasión el paso de la nueva reina por los Países Bajos (agosto) para venirse en su compañía, y se persuadió de que iba á ver cumplido lo que hacía tiempo andaba con empeño solicitando. Mas si bien el rey se mostró dispuesto á relevarle, y aun nombró sucesor al duque de Medinaceli, virrey que era de Navarra, le respondió que sería bueno permaneciese todavía allí hasta que llegara su sucesor, que iría con la flota que había de traer la reina. Vino, pues, acompañando á la desposada princesa, en lugar del duque de Alba, su hijo el prior de Castilla don Fernando de Toledo. Desembarcó la regia comitiva en Santander (3 de octubre, 1570), el día en que se cumplían los dos años del fallecimiento de la reina Isabel de la Paz. Visitaron á la princesa austriaca en Santovenia sus dos hermanos Rodulfo y Ernesto; y en Segovia, donde la espe

(1) Minuta original que se halla en dichos papeles de Estado, leg. núm. 544.

raba el rey con la princesa doña Juana de Portugal, se celebraron suntuosamente las bodas (12 de noviembre) de Felipe II, tres veces viudo y de edad de cuarenta y tres años y medio, con la princesa Ana de Austria, nacida en Cigales de Castilla, y que aun no había cumplido los veinticinco (1). Es de notar que en medio de este fausto acontecimiento estuviera el espíritu del rey para ocuparse en ordenar la forma del suplicio de Montigny.

Condado de Holanda

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Durante este tiempo el duque de Alba se había determinado á publicar en Flandes el ansiado perdón general (julio, 1570), pero con tales limitaciones, que dejó más fríos y mustios que satisfechos y alegres á los flamencos. El caso es que el mismo duque reconocía que no era este el camino para que el país se reconciliara con él, puesto que escribiendo á S. M. con referencia al indulto (22 de enero, 1571), le decía: No es maravilla que todo el país esté conmigo mal, porque no les he hecho obras para que me quieran bien. Y añadía que lo que de Madrid se escribía allá no contribuía tampoco á que le quisieran mejor (2). Por estas y otras

(1) Cabrera, en el libro IX, cap. XIX de su Historia, describe la solemnidad con que se celebraron las bodas, y enumera los personajes que á ellas asistieron.

(2) Carta del duque de Alba al rey, desde Amberes. - Archivo de Simancas, Estado, leg. núm. 546.

causas continuaba instando porque fuese cuanto antes á reemplazarle el duque de Medinaceli; pero el rey le contestaba que no tenía un real para poder despachar al duque, porque todos sus recursos estaban agotados (1) Obligaba esto mismo al de Alba á hostigar más y más á los pueblos con la onerosísima exacción de la décima y la vigésima, sin que las modifica ciones que la penuria del país le precisaba á hacer fueran bastantes ni á aliviar al pueblo ni á disminuir la odiosidad del gobernador. Antes bien llegó un día el caso de que en la misma ciudad de Bruselas cerraran todos

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los mercaderes y menestrales sus tiendas y talleres; lo cual exacerbó de tal manera el genio bilioso del de Alba, que aquella misma noche mandó colgar á algunos de ellos á las puertas de sus tiendas. Ya las tropas se hallaban formadas y el verdugo con los lazos en la mano, cuando llegó noticia de haber estallado de nuevo la rebelión en algunos puntos. «Y se verificó bien, dice el jesuíta historiador de estas guerras, cuán agriamente impelen á la rebelión los tributos, cuando á los pueblos, ya de otra parte conmovidos, se imponen cargas superiores á sus fuerzas (2).»

No había faltado quien advirtiera al rey del peligroso estado en que habían puesto á Flandes las vejaciones y las tiranías que estaban sufrien

(1) Carta del rey al duque de Alba, de Madrid, á 29 de enero de 1571. Archivo de Simancas, Estado, leg. núm. 547.

(2) Estrada, Guerra de Flandes, Década I, lib. VII.

do del duque de Alba. Con el nombre de Advertimientos había dirigido á S. M. su embajador en París don Francés de Álava dos largos escritos (4 y 5 de enero, 1572), manifestándole la multitud de mercaderes que emigraban con sus haberes de los Países-Bajos huyendo del gravoso tributo de la décima, y de otros que no eran mercaderes y deseaban que les dieran la mano para tomar las armas; lo aborrecido que continuaba siendo el duque de Alba de los flamencos; el disgusto de los mismos nobles que habían sido siempre más adictos al rey; las disposiciones hostiles de la reina de Inglaterra; la protección que los hugonotes de Francia se preparaban á dar á los descontentos de Flandes; lo que había que temer por la parte de Alemania; lo urgente que era enviar al duque de Medinaceli á los Países Bajos, y que se retirara el de Alba, que sobre ser odioso al país se le iban ya atreviendo como á quien miraban casi caído, y próxi

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mo á ser reemplazado; y por último, que viera S. M. de poner pronto remedio á aquella situación, que era peligrosa y grave (1).

Y así fué que en la inmediata primavera (abril, 1572) comenzó la segunda revolución por Holanda, apoderándose el señor de Lumey, que se titulaba conde de la Marca, de la ciudad de Brielle en la isla de Voorne, al frente de quince naves, nueve de ellas bien armadas, que había tenido pirateando por las costas de Holanda y Frisia. Para excitar más el odio contra el duque de Alba llevaba pintadas en sus banderas diez monedas, emblema del aborrecido impuesto de la décima. El conde Bossu que acudió allí con algunas compañías tuvo que volverse después de pasar por el escarnio de ver á los rebeldes quemar algunas de sus naves, y de saber que habían roto las imágenes sagradas con sacrílego furor. Este fué el principio del levantamiento que había de parar en constituirse en república independiente aquellas provincias, precisamente cuando Felipe II pensaba en hacer de todos los Estados de Flandes un reino (2).

(1) Son notables también los segundos Advertimientos de don Francés de Álava, copiados del Archivo de Simancas, Estado, leg. núm. 549, por la idea que dan, no sólo de la situación de Flandes, sino de la general de los Estados de Europa, y del espíritu de cada uno de ellos, respecto á la cuestión flamenca.

(2) No nos queda duda de este pensamiento de Felipe II. En 4 de julio de 1570, le decía desde el Escorial el duque de Alba, que cierta persona, celosa de su servicio y del bien y tranquilidad de los Países Bajos (era el consejero Hopper), le había avisado ser el momento favorable para erigirlos en reino, y le había dado un memorial de los fundamentos con que lo podía hacer, del cual le enviaba copia; que lo comunicara á

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ARMADURA DEI DUQUE DE ALBA (ARMERÍA REAL DE MADRID)

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