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título de la casa de Toledo, no le cupo de contento el corazón en el cuerpo: quísole echar por la boca con la fuerza de la demasiada alegría. Llegóse á ella, y después de haberle hecho muchas reverencias, hincando la rodilla, le dijo que su señoría le conociese por criado y deudo suyo, porque él era un caballero del Andalucía, hijo de Fulano y natural de tal parte: y allí de repente, con facilidad, concibió y parió tan bien la mentira, que mal que la pesó, la hizo creer y confesar que era su deudo, y no así como quiera el parentesco, sino tan de las puertas adentro, que le llamó primo: favor que le dejó despulsado y ajeno de juicio á nuestro D. Juan, y se le pudo estimar en mucho que no se le echase por aquellos suelos rompiendo el templo á gritos.

Preguntóle la señora por sus padres, y quejósele mucho de que había mucho tiempo que no la escribían, debiéndole muy buena voluntad y servicios, haciendo tan apretadamente las ceremonias de parienta con estas y otras muchas razones semejantes, que por poco se engañara á sí mismo el Puntual, y creyera ser verdad, con haber sido él propio el autor de la invención y fábrica. Suplicóla que le diese licencia para irla sirviendo y acompañando; pero ella cortésmente excusó el ofrecimiento y le rogó que la viese en todo caso, porque quería que su marido y un hijo que tenía de edad de trece á catorce años, le conociesen y estimasen por deudo tan principal, y con quien ellos habían de ganar tanto. Con estas y con otras muchas cortesías, no menores, se despidieron.

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Entró en su posada el Sr. D. Juan de Toledo, tan admirado del suceso que acaso se le había ofrecido, que le parecía sueño; pero cuando se desengañaba y entendía haber sido verdadero y real, era el gozo de su corazón tan grande y tan superabundante, que, sentando en la mesa, en el corto y breve camino que hay del plato á la boca, se le perdían á la mano los bocados.

Molina, que estaba presente, y de los criados había entendido la conversación que pasó en la iglesia, como aquel que no sabía lo profundo de la materia, andúvose royendo por la corteza, y parecióle que todo aquel éxtasis era pasión de amor: y así, haciéndole chacota y echando toda la casa por las ventanas, le dijo:

-Por cierto, mi sor D. Juan, que si vucé se viene á holgar á Madrid, y trae tan de alfeñique el ánima, que se ha de ver en ocasiones donde le den verdadera pesadumbre. ¡Oh, qué bueno!: gorrión es que al primer tiro le derriban del tejado, no me contenta: señor, yo le tengo de decir la verdad, enójese é haga lo que mandare. La vida desventurada de los amantes no es para llegar á nietos. Pobre de mí, aún no asamos y ya empringamos, es hoy el primer día que vucé ha salido á mostrarse al lugar, y no ha dado más pasos que los que hay de casa á la iglesia, que no son muchos, y esos en pies ajenos, y vuelve cojeando. Animese vucé, y dé del codo á todas esas imaginaciones, que es mucho más lo que queda por ver: no se diga dél que es tan ruin nadador que se ahogó á la orilla. Y mire ante todas cosas por la honra de la casa en que vive, que por Dios que

me silbasen como á toro, los demás de mi oficio, que están repartidos por esta comarca, si supiesen que recojo huéspedes en mi posada, como vucé, que parece todo muñeca, desde los pelos del copete hasta las cintas de los zapatos.

Destas cosas le decía muchas, que el mismo como hombre vulgar, que siempre se pagan de cosas pequeñas, se las reía y celebraba sin esperar á la cortesía de los terceros. Holgábase de oílle don Juan, y la servidumbre mucho más; porque como sujetos, donde era más corto el caudal, les parecía que aquellos disparates eran donaires discretos, y que venían tan á tiempo, como si verdaderamente diera en la coyuntura del negocio, porque ellos también eran en la misma conseja.

Volvámonos á la señora con quien emprimó tan presto, que pienso que está en estado que lo ha menester, y dejémosle con su huésped y criados, que si le aconsejasen que durmiese un poco, le sería provechoso para el mal de los desvanecimientos que trae en la cabeza. Paréceme que habiendo dado cuenta aquel día sobre mesa á su marido del nuevo deudo que Dios la deparó en la iglesia, y pintándole con todas sus buenas partes, la apretó luego un mal tan acelerado, que trujo la muerte en él aparejada ejecución, porque antes de cumplir veinticuatro horas, dió su espíritu al Señor, recibiendo (aunque en tan breve término) el Sacramento de la Unción, que era el que le faltaba, porque aquella mañana había confesado y comulgado con mucho dolor de sus culpas, por ser mujer cristianísima, y que frecuentaba los ejercicios de virtud y devoción.

Causó lástima general á toda la Corte tan repentino y desgraciado suceso. Sólo para nuestro Puntual fué la nueva triste de mucho gusto, porque desta suerte pensaba hacer el cimiento para levantar las torres de sus vanidades.

Envió luego por su sastre, y sacando cumplidí. simamente todo el recaudo que era menester para lutos, dentro de doce horas estuvieron él y sus criados hechos, cualquiera dellos un D. Diego Ordóñez de Lara, que como nuestro Puntual se había criado en Zamora, pensaba que no era luto el que no arrastraba hasta los pies del caballo.

Fuése de aquel modo á visitar al viudo, y ha1lándole en la cama retirado (comodidad que, entre otras muchas, tienen el día de hoy los poderosos introducida, y enseñada de su natural poltronería), después de haberle dado el pésame y ofrecidose à servirle con palabras muy corteses, se le volvió por respuesta con el mismo estilo, que aquella casa estaba siempre por muy suya, y los dueños della. Agradecióle mucho la puntualidad de venirle á honrar con su persona y criados. Y suplicóle que de allí adelante le hiciese merced de comer con él todos los días, pues para consuelo de su soledad sería de mucha consideración ver una prenda tan querida de la Condesa, su esposa, cuya muerte decía que le tenía muy lastimado.

El así quería que se entendiese; la verdad Dios la sabía, porque esto de enviudar, agrada generalmente a todos: y pocos he visto que reciban este suceso con el semblante con que miraba el Rey

D. Juan á D. Alvaro de Luna, de quien dijo la copla:

Con mal semblante le mira.

Comúnmente, digo lo que he visto, todos se regocijan, y ellas hacen lo mismo, y principalmente cuando la muerte del marido no las deja pobreza que llorar ni deudas que pagar: con qué facilidad que se consuelan. Qué poco hemos menester valernos de los términos de la retórica para enjugaIles el llanto, porque ya ellas saben que aquella que á ninguno supo perdonar, ni á los Reyes, ni á los ricos homes, aunque estuviesen con su pendón levantado y con su caldera llena, se llevó á sus señores, y esposos, y no quieren ponerse en cuestión con persona tan poderosa que les puede asentar la mano y hacer la misma treta.

Llegada la hora del entierro, por estar el viudo metido entre el silicio de unas sábanas de muy buena Holanda (como se ha dicho), salió un caballerito de edad de trece á catorce años á acompañar á la difunta, que era su madre. El señor D. Juan se le puso al lado izquierdo, y fué con él, haciendo cuerpo de entierro, por todas las calles principales del lugar, entre todos los señores caballeros y grandes Principes de la corte, de quien quedó aquel día conocido, ofreciéndole todos su amistad, porque, como se decía que era primo de la difunta, y se vió el caso que el viudo hizo dél en ponerle al lado de su hijo, le juzgaban por persona de grande estimación y respeto.

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