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perfectamente alineadas y ajustadas con arte singularísimo se conserva y aplica hoy en los muros para sostener la tierra de las vertientes de las montañas escarpadas. El valle de Icod, fértil, con mucha agua, pero extraordinariamente abrupto, se puede cultivar mediante un sistema de escalones formados por pequeños muros, sin los cuales la tierra vegetal sería pronto arrastrada á los barrancos.

Los bailes de los insulares tales como los describen los antiguos autores se conservan todavía; no otra cosa son la danza de los herreños en dos líneas paralelas una frente á otra, de las manos y marchando una hacia adelante y otra hacia atrás, con grandes saltos y acompañada de patéticas canciones de amores é infortunios, que menciona Menéndez Pelayo en sus ilustraciones á la comedia de Lope de Vega Los Guanches de Tenerife y Conquista de Canarias (56), y el baile gentil y artificioso» llamado el canario, que López de Gómara considera característico de las Islas (57) y que Abreu Galindo llama «baile menudico y agudo», afirmando que se conservaba en su tiempo (58).

Todas las ceremonias eran seguidas de festines, bailes, cantos y juegos de fuerza y de destreza entre los indígenas. Las luchas estaban muy en boga, como lo están hoy.

Los antiguos habitantes iban á los sitios elevados á hacer sus prácticas religiosas; y, conforme á esta tradición, se va en ciertas fiestas hoy procesionalmente tocando y cantando á visitar los sitios escarpados, que servían de templos ó donde oraban los antiguos guanches (59). Mr. Verneau describe una de estas extrañas ceremonias, que ha presenciado en Agulo, pueblo de la Isla de Gomera (60).

Las gentes de Gomera y Hierro se valen para entenderse á largas distancias, á las cuales no llega la voz, de un lenguaje silbado, que se produce introduciendo un dedo en la boca ó uno ó dos de cada mano en diferentes posiciones. (61)

Considerado por algunos autores este lenguaje como especial (62), las observaciones de Mr. Lajard y su aprendizaje del mismo, hasta hacerse entender por los que de ordinario lo emplean, han puesto en

claro que es sencillamente la unión del lenguaje ordinario con el silbido, sirviendo éste para reforzarle. Al hablar silbando, la disposición normal de los órganos vocales para articular sonidos se entorpece, por la introducción de los dedos y la emisión del silbido; pero sin embargo, se producen movimientos y contracciones atenuadas, huella de los que corresponden á las palabras, que dan á la nota fundamental del silbido matices de ellas al alcance de la percepción de un oido fino y acostumbrado á distinguirlas bajo tal velo.

Pues bien, el lenguaje silbado es uno de los caracteres de los antiguos insulares, que los actuales conservan como señal indudable de la perpetuación de la sangre indígena. La Crónica de la primera conquista dice, refiriéndose á los habitantes de Gomera, que hablaban «desbanlieurez auxi que c'ilz fussent sans langue, et dit on par dessa que un grant prince pour auscun meffait les fit là mettre en exil et leur fist tailler les langues et selon la manière de leur parler on le pourroit croire (63). Los demás historiadores hablan de la costumbre de los naturales de silbar en los combates, aunque no consideren el valor del silbido como medio de expresión.

El lenguaje silbado debió existir en Tenerife y probablemente se hallaría extendido en el Archipiélago entero, como natural resultado de la influencia del medio. Las Canarias ofrecen un suelo muy quebrado, altas montañas y profundos barrancos. Para pequeñas distancias, hay que recorrer largos caminos con penosas pendientes. Entre ambas laderas de un barranco, es fácil hacerse entender: natural parece que se empleara tal medio de comunicación impuesto por la naturaleza del terreno. Perdido en parte con el nuevo género de vida y la invasión de gentes extrañas, se ha conservado en las Islas donde existió, según las investigaciones antropológicas, menos inmigración semita.

Tan marcadas huellas antropológicas y etnográficas del pueblo y civilización primitivos-si se tiene en cuenta que la población de las Canarias no era considerable, ascendiendo á 100.000 habitantes según el P. Las Casas, conforme en los antiguos cronistas (64), -muestran que aquél está vivo y representado por los actuales habitantes

on quienes se produjo la mezcla, consecuencia de la infusión de sangre extraña de los conquistadores, y la transformación de la vida por el contacto con una cultura superior, generosamente ofrecida y de buen grado, con verdadero afán, aceptada.

Pudieron presentar los indígenas sólo 13 ó 14.000 hombres de pelea frente á los invasores. El poderoso ejército de Bencomo, jefe de la liga de Orotava, se componía de 6.000 hombres. De estas cifras y de la relación de los hechos de armas que hacen los historiadores, se deduce que en las guerras de conquista no perdieron las Islas una vigésima parte de su población.

Testimonio significativo de la conservación del pueblo primitivo bajo la dominación española nos ofrece la afirmación del personero del municipio de Las Palmas Fernando de Porras, que, á fines del siglo xv, en tiempo del gobernador Maldonado, hacía presente al Consejo que la Isla se hallaba poblada de un número excesivo de indígenas libres cuya aptitud era sospechosa. (65)

Como un hecho positivo podemos afirmar, por tanto, con los antropólogos que han venido á ilustrar la Historia de Canarias anterior á la conquista, que la raza indígena, representada principalmente como elemento más característico por los guanches, se conservó bajo la dominación española, y, renovándose de generación en generación, sea en su propia sangre, sea por sus alianzas con la raza europea, se multiplicó en progresión creciente y conservó en gran parte su tipo originario bajo la influencia de la ley de la herencia. (66)

La fusión de las dos razas comenzada durante las guerras de conquista, que duraron 92 años, desde principios hasta fines del siglo xv (1404-1495), se desenvolvió en gran escala cuando tuvo lugar la pacificación.

Para esclarecer el modo y los actos mediante los que se llevó á cabo, apelemos á los testimonios propiamente históricos.

V

La Historia de las Islas Canarias no está bastante hecha para que podamos marchar con paso firme en el juicio de los sucesos de la conquista y establecimiento de los españoles; á cada paso surge una duda, se encuentra una contradicción y aparecen motivos para proceder circunspecta y reservadamente en las afirmaciones.

Sin embargo, los hechos recogidos como más probablemente exactos-apelando á los testimonios que merecen mayor fe de los cronis tas é historiadores testigos presenciales de los sucesos y que escribieron en época cercana á la de su realización y estuvieron mejor informados, y los indudablemente ciertos, por hallarse documentados y en conformidad con las conclusiones del estudio antropológico de los antiguos y actuales habitantes, me parecen asaz significativos para poder fijar las notas de la obra civilizadora y humanitaria llevada á cabo por los españoles en tierra canaria.

La conquista del Archipiélago se desenvuelve en dos períodos. Se abre el primero con la expedición de Juan de Béthencourt y Gadifer de la Salle, y en él, bajo la alta soberanía de los reyes de Castilla, reconocida por el caballero normando, que hizo prevalecer su nombre en las negociaciones con la Corte, en acto de vasallaje (67), y aun con el auxilio de la Corona, otorgada la conquista á particulares, domina la iniciativa de los señores, y ésta, movida por la ambición y la codicia, lleva á actos censurables que no alcanza á evitar siempre el poder moderador de la Realeza.

Las narraciones de los hechos de dicho primer período de la conquista se basan en la Crónica de la primera conquista de los llamados capellanes de Juan IV de Béthencourt Pedro Bontier y Juan Le Verrier, manuscrito del siglo xv, de 1482 según Mr. d'Avezac (68), que perteneció á Juan V de Béthencourt-sobrino del conquistador é hijo

de su hermano Regnault y de Felipa de Troyes, nacido en 1432 y muerto en 1505,-y pasó á los Béthencourt de Rouen, uno de los cuales llamado Galien, consejero del Rey en su tribunal de dicha ciudad, preparó la publicación (69) y lo entregó con este objeto al erudito Pedro Bergeron, quien lo dió á luz con supresiones y correcciones, rejuvenecido, según era uso en el siglo XVII (70). Lo incluyeron en su Histoire naturelle des Iles Canaries MM. Barker Webb y Sabín Berthelot (1842); lo tradujo al Castellano para la Biblioteca Isleña y lo publicó D. Pedro Mariano Ramírez, en Santa Cruz de Tenerife (1847); figuró en la colección Voyageurs anciens et modernes de M. Eduard Charlon, bajo el título Histoire de la conquête des Canaries par le Sieur de Béthencourt (1855), vertida el francés moderno; se publicó con toda fidelidad y respeto al original, en Londres, por Mr. R. H. Major (71), acompañada de versión inglesa (1872); é hizo una edición completa y correctísima del mismo (72), para la colección de la Societé des Antiquaires de Normandie, con notable introducción é interesantes ilustraciones, M. Gabriel Gravier (1874).

Un manuscrito que de los archivos franceses, tal vez del monasterio de Saint-Jouin de Marnes, pasó á Bélgica y Alemania, y perteneció á la Baronesa de Hensch de Langry, dado á conocer en 1888 y adquirido por el Museo Británico (73), resulta ser la primera narración de la conquista desde mayo de 1402, partida de la expedición de La Rochela, hasta 19 de abril de 1404, en que Béthencourt vuelve á España en busca de recursos, escrita probablemente sólo por Pedro Bontier ó Boutier (74), capellán de Gadifer de la Salle y monje independiente, que representaba á una célebre abadía, el monasterio de Saint-Jouin de Marnes, ejerciendo, por ella y bajo la autoridad de su abad, una especie de misión en la empresa, en virtud de la tendencia de las grandes instituciones religiosas de la época á tomar parte en el movimiento de exploración y cristianización del mundo desconocido. El estilo de este relato se caracteriza por un tono de sinceridad y de ruda franqueza respecto á Béthencourt en harmonía con la situación independiente del monje (75).

El manuscrito de Juan V de Béthencourt es una continuación

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