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nismo con las libertades políticas y civiles; darse, en fin, una organizacion en que entran á participar todas las pretensiones razonables y todos los derechos justos. Veremos refundirse en un símbolo político, asi los rasgos característicos de su fisonomía nativa como las adquisiciones heredadas de cada dominacion, ó ganadas con el progreso de cada edad. Organizacion ventajosa relativamente á lo pasado, pero imperfecta todavía respecto á lo futuro, y al destino que debe estar reservado á los grandes pueblos segun las leyes infalibles del que los dirige y guia.

¿Cómo ha ido pasando la España por todas estas modificaciones? ¿Cómo ha ido llegando el pueblo español al estado en que hoy á nuestros ojos se presenta? ¿Cómo se ha ido desarrollando su vida propia y su vida relativa? Echemos una ojeada general por su historia, examinemos rápidamente cada una de sus épocas.

III.

El Asia, cuna y semillero de la raza humana, surte de pobladores á Europa. Tríbus viageras, que á semejanza del sol caminan de Oriente á Occidente, vienen tambien á asentarse en este suelo que tomó despues el nombre de España. Los primeros moradores de que las imperfectas y oscuras historias de los mas apartados tiempos nos dan noticia, son los Iberos

Pero otra raza de hombres viene á turbar á los Iberos en la pacifica posesion de la península. Los Celtas, hombres de los bosques, no tardan en chocar con los Iberos, hombres del rio. Mas, ó demasiado iguales en fuerzas para poderse arrojar los unos á los otros, ó conocedores en medio de su estado incivil de sus intereses, acaban por aliarse y formar un solo pueblo bajo el nombre de Celtiberos. Acaso prevalezca el carácter ibérico sobre el celta, y le imprima su civilizacion relativa. Y aunque las dos primitivas razas conserven algunos rasgos distintivos de su carácter, sus cualidades comunes, tales como nos las pinta Estrabon en el monumento que arroja mas luz sobre aquellos tiempos ante-históricos, son el valor

y la agilidad, el rudo desprecio de la vida, la sobriedad, el amor å la independencia, el odio al estrangero, la repugnancia á la unidad, el desden por las alianzas, la tendencia al aislamiento y al individualismo, y á no confiar sino en sus propias fuerzas.

Los iberos y los celtas son los creadores del fondo del carácter español. ¿Quién no ve revelarse este mismo genio en todas las épocas, desde Sagunto hasta Zaragoza, desde Anibal hasta Napoleon? ¡Pueblo singular! En cualquier tiempo que el historiador le estudie, encuentra en él el carácter primitivo, creado allá en los tiempos que se escapan á su cronología histórica.

Menester era, no obstante, que la civilizacion de otros pueblos mas adelantados viniera á suavizar algun tanto la ruda energía de aquellos primeros pobladores. La Biblia habia elogiado el oro de Tharsis, y creíase que los Campos Elíseos de Homero eran las riberas del Bétis. Alicientes eran estos que no podian dejar de escitar la codicia de los especuladores fenicios, los mas acreditados navegantes de su tiempo, y pronto se vió á los bageles tirios aportar á las playas meridionales de España. El litoral de la Bética se abre sin dificultad á aquellos mercaderes inofensivos, que parece no vienen á hostilizar el pais, sino á erigir un templo á Hércules, y á cambiar artefactos desconocidos por un oro cuyo precio tampoco conocen los naturales. Ellos avanzan, establecen factorías de comercio, explotan minas, trasportan las riquezas á Tiro, y dejan á los iberos algunas mercancías y las primeras semillas de una civilizacion.

Resonaba ya en Grecia la fama de las riquezas de nuestra península, y á su vez los griegos de Rodas, los de Zante y los focenses, acuden á este suelo afortunado; fundan á Rosas, Sagunto, Denia y Ampurias, y enseñan á los españoles el culto de Diana y el alfabeto de Cadmo, aprendido de los fenicios y modificado por ellos. Tampoco oponen los naturales gran resistencia á los nuevos colonizadores, porque hasta ahora solo han esperimentado los dos mas suaves sistemas de civilizacion, el del comercio y el de las letras.

Pero no tardan los fenicios en inspirar recelos á los indígenas, que apercibidos de su credulidad, y viendo de mal ojo la arro

gancia de aquellos, y el ascendiente que les permite tomar su excesiva opulencia, comienzan á dar las primeras muestras de su humor independiente y altivo, y no dejan gozar de reposo á los colonos de Cádiz, guerreándolos y hostigándolos sin piedad. Los gaditanos en su apuro acuden en demanda de auxilio á sus hermanos de Cartago, colonia tambien de Tiro é hija suya emancipada, que habiendo asesinado á su madre por heredarla, no es estraño que se propusiera matar tambien á su hermana de Cádiz fingién'dose su protectora.

El ataque de los españoles á los fenicios es la primera protesta séria de su independencia; la venida de los cartagineses, el primer anuncio de las rudas pruebas que los aguardan; y la espulsion de los fenicios por sus hermanos de Cartago, el primer ejemplo que en España se ofrece de cómo los auxiliadores invocados suelen trocarse en dominadores y enemigos. En nuestra historia veremos cuán fácilmente olvidan los hombres estos aleccionamientos.

En efecto, apenas sientan los cartagineses su planta en España, estos mercaderes y guerreros sin corazon, atacan igualmente á senicios, á griegos y á indígenas. Á beneficio de la antigüedad y superioridad de sus armas subyugan el litoral, brecha siempre abierta á la invasion; pero no penetran en el inmenso laberinto de la España central sin tener que sufrir sérios choques y obstinada resistencia de parte de un pueblo rudo, pero libre. La lucha dura siglos enteros, y Cartago conquista pero no domina.

Difirióse la conquista de España mientras la república entretenia sus ejércitos en las guerras de Sicilia y de Africa. Pero el leon de Numidia, que no ha cesado de atisbar su presa de España, no esperaba sino una ocasion oportuna para lanzarse sobre ella. Preséntase esta ocasion despues de la primera guerra púnica, y Cartago, que medita resarcirse en España de sus pérdidas de Sicilia, desemboca en ella sus mayores ejércitos y sus mejores generales. El genio de la conquista se encontró con el genio de la resistencia, y á Anibal, el mayor guerrero del siglo, respondió Sagunto, la ciudad mas heróica del mundo. De las ruinas humeantes de Sagunto salió una voz que avisó á las generaciones futuras de cuánto era capaz el heroismo español. Trascurridos millares de años, el eco de

otra ciudad de España, y con ella todo el pueblo, respondió á la voz de Sagunto, mostrando que al cabo de veinte siglos no habia sido olvidado su alto ejemplo.

Roma aparece á su vez en nuestro suelo. Pero no viene á socorrer á Sagunto su aliada. Se le ha pasado el tiempo en meditarlo, y es tarde. Viene á distraer á sus rivales los cartagineses, que amenazaban acabar con el poder romano en el corazon mismo de la república, y desde entonces queda señalada, y como de mútuo y tácito acuerdo elegida esta region para teatro sangriento el que las dos mas poderosas y eternamente enemigas repúblicas se han de disputar el imperio del mundo. Tratábase de decidir en esta lucha si la esclavitud del género humano saldria del senado de Cartago ó del de Roma. Los españoles, en vez de aliarse entre sí para lanzar de su suelo á unos y á otros invasores, se hacen alternativamente auxiliares de los dos rivales contendientes, y se fabrican ellos mismos su propia esclavitud. Es el genio ibero, es la repugnancia á la unidad y la tendencia al aislamiento el que les hace forjarse sus cadenas. Hombres individualmente indomables, se harán esclavos por no unirse. Los veremos tenaces en conservar sus virtudes como sus defectos. Las mismas causas, los mismos vicios de carácter y de organizacion traerán en tiempos posteriores la ruina de España, ó la pondrán al borde de su pérdida.

Decídese despues de largas luchas en los campos españoles que el cetro del mundo pertenecerá á Roma. La cuestion no la resuelven ni la superioridad de las armas romanas sobre las cartaginesas, ni la de los talentos de Escipion sobre los de Anibal. Resuélvenla los españoles mismos, que mas simpáticos hácia los romanos, porque han tenido el artificio de presentarse mas nobles y generosos hácia ellos, se identifican mas con su causa, y les prestan mayor y mas eficaz auxilio. Roma triunfa, y los cartagineses son expulsados de España. Quedaron aqui las cenizas de Amilcar y de Asdrubal, y muchos testimonios de la fé púnica. Por lo demas, ni una institucion política, ni un pensamiento filantrópico, ni una idea humanitaria. Pasó su fugitiva dominacion como aquellos meteoros que destruyen sin fecundar.

Escipion victorioso, pasa á Roma á dar gracias á Júpiter CapiTOMO I.

tolino. Escipion se creyó dueño de España con la expulsion de los cartagineses, y no habia hecho sino vencer á Cartago en España. Lisonjeábase de haber añadido una provincia mas al imperio, y se equivocó en doscientos años. Ni Escipion ni el senado pudieron imaginarse entonces que habian de pasar dos siglos antes de poder llamar á España provincia de Roma.

Ciertamente si todos los romanos hubieran sido Escipiones, si todos se hubieran conducido como el generoso vencedor de Cartagena, nada mas fácil á Roma amiga que haberse convertido en Roma señora. Mas cuando los españoles se vieron tratados, no como aliados ó amigos, sino como pueblo conquistado; cuando se vieron sometidos á una série de avaros procónsules y de pretores codiciosos, esplotadores procaces de sus riquezas, con un sistema regularizado de exacciones y de rapiñas en mas ancha escala que las habian ejercido los cartagineses, entonces se apercibieron de su decepcion, resucitó el innato y fiero humor independiente de los indígenas, y dió principio la guerra de resistencia, cadena perpétua de sumisiones y de rebeliones siempre renacientes, que comenzó por los ilergetes y acabó dos siglos despues por los cántabros y astures, y que costó arroyos de sangre á los españoles y rios de sangre á los romanos.

¡Cosa singular! Aquellos españoles que enseñaron al mundo de cuánto era capaz el genio de la independencia, ayudado del valor y de la perseverancia, no pudieron aprender ellos mismos la mas sencilla de todas las máximas, la fuerza que da la union. O tan desconocido, ó tan opuesto era á su genio este principio de que un estado moderno ha hecho su símbolo nacional.

Viriato, ese tipo de guerreros sin escuela de que tan fecundo ha sido siempre el suelo español, que de pastores ó bandidos llegan á hacerse prácticos y consumados generales; Viriato derrota cuantos pretores ó cónsules, y cuantas legiones envia Roma contra él. Pero los españoles, en vez de agruparse en derredor de la bandera de tan intrépido gefe, permanecen divididos, y Viriato pelea aislado con sus bandas. Aun asi desbarata ejércitos, y hace balancear el poder de la república, que en su altivez no se avergüenza de pedirle la paz; y no sabemos dónde hubiera llegado, si la traicion romana

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