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Las córtes encomendaron la regencia vacante al afortunado general que habia tenido la suerte de terminar la guerra civil, y á quien rodeaba entonces ancha aureola de prestigio. Confióse la tutela de las augustas huérfanas á un ilustre veterano de la libertad.

Lejos estuvo de ser tranquila la regencia del duque de la Victoria. Una conjuracion militar se fraguó para derrocar al regente. Estalló, fué vencida, y corrió en los ca dalsos sangre ilustre. Adversarios y amigos lloraron la de un general bizarro cuya lanza habia sido el terror de las huestes carlistas. La revolucion devora sus propios hijos. Dos años mas adelante se formó contra el gobierno del regente una coalicion en que entraron hombres de diferentes y aun opuestos partidos, de buena fé unos, con ulteriores y encubiertos designios otros. Fuéseles adhiriendo el ejército, que en su mayor parte abandonó al regente Espartero, como tres años antes habia abandonado á la Gobernadora Cristina, y Espartero á su vez tuvo que ausentarse de España como la madre de la reina. Los sacudimientos políticos no perdonan ni á los hombres eminentes salidos del pueblo ni á los vástagos y padres de reyes.

Vencedora la coalicion, menor de edad la reina, la regencia de nuevo vacante, y no sosegada todavía la España, el gobierno provisional y las Córtes por él convocadas acordaron anticipar la mayoría de la reina, remedio muchas veces ya usado por la nacion, para obviar conflictos en los casos de menoridades turbulentas

Aunque el ministerio aclamado por la coalicion antes y despues del triunfo habia salido de las filas de los hombres del progreso, desaveridos que fueron los coalicionistas pasó el poder á manos de los que se nombraban conservadores, ya por arte y maña de los unos, ya por incomprensible inercia y flojedad de los otros. Obra suya fué la reforma del código de 1837, ó mas bien la nueva Constitucion de 1845. Resolvióse tambien el importantísimo punto del matrimonio de S. M., realizándose en un dia la doble boda de la reina doña Isabel II. y de la princesa su augusta hermana, no sin protesta y disgusto del gabinete de la Gran Bretaña, causa y raiz de algunas malas inteligencias que despues entre los gobiernos de ambas naciones sobrevinieron.

XIX.

Hemos apuntado con cuanta rapidez nos ha sido posible los hechos principales que han ido trayendo la España á la situacion en que hoy se encuentra, cuidando de citar en lo perteneciente á las últimas épocas tan solamente aquellos sucesos consumados que ningun partido político puede negar, que nadie puede borrar ya de las tablas de los fastos españoles. En el tiempo en que estos sucesos se verificaban, nosotros, cumpliendo con un deber que á fuer de españoles amantes de nuestra patria nos habíamos impuesto, emitíamos diariamente nuestro juicio, y los calificábamos segun nuestro leal y humilde saber en escritos de bien diversa índole que el presente. Por espacio de mas de diez años levantamos nuestra débil voz en defensa y vindicacion de la ley, de la moralidad y de la justicia, no siempre acaso sin fruto, siempre animados de la mejor fé, jamás faltando á nuestra conciencia, aun en aquello en que tal vez pudiéramos como hombres equivocarnos mas.

Hoy, como historiadores, tenemos deberes muy distintos que cumplir. Actos y sucesos que entraban bien en el dominio del periódico no pueden entrar todavía en el de la historia, si ha de presidir á ésta la crítica desapasionada y la mas estricta imparcialidad. Las consecuencias y resultados de los grandes acontecimientos políticos tardan en desarrollarse y en dar sus frutos saludables ó nocivos, y no son las primeras impresiones las que deben servir de norma al fallo severo del historiador. ¡Cuántos acaecimientos de la historia antigua debieron parecer calamidades á los que entonces los presenciaban, y solo mas tarde se vió que no habian sido sino en provecho de la humanidad!

Hay verdades y principios que tenemos por fundamentales y

eternos. Pero las modificaciones de las formas no pueden ser históricamente juzgadas sin riesgo de equivocarse en su apreciacion, hasta que sufren la prueba decisiva del tiempo. Por eso, asi como ni debemos ni podemos juzgar del espíritu de un siglo ó de una época remota por las ideas que dominan en el presente, sería igualmente aventurado calificar lo de hoy como lo mas conveniente para mañana, cuando el tiempo y las combinaciones políticas han hecho tantas veces fallidos los cálculos humanos.

Por eso en nuestra obra, donde tenemos que ser mas estensos y mas esplícitos como narradores y como analizadores, llegaremos hasta donde prudentemente creamos que puede estenderse la jurisdiccion, el deber y la libertad del historiador, sin que consideraciones humanas, ni antojos propios, ni halagos agenos, ni tentaciones de ningun linage nos muevan á traspasar ni una línea los límites que nos habremos de prescribir.

Podemos, sí, anticipar sin inconveniente, que en este último período de regeneracion política, único que nos ha cogido en edad de poder aplicar nuestro humilde criterio á los hechos que hemos presenciado, hemos visto sucederse alternativamente en el poder hombres eminentes é ilustres, y tambien hombres oscuros de todos los partidos. Todos en nuestro entender, á vueltas de algunas reformas útiles y de algunas providencias beneficiosas, han cometido errores mas o menos escusables, que han hecho mas laboriosa y mas imperfecta la obra de la regeneracion. Nos contentáramos con que hubiesen sido solo errores de entendimiento. Hemos visto nacer ambiciones, desarrollarse pasiones bastardas; hemos presenciado faltas de justicia, inobservancias é infracciones de ley. Gobernantes, legisladores, pueblos, clases, individuos, ¿quién podrá decir que no tiene algo de que acusarse? No nos toca fallar quiénes hayan pecado mas. Deploramos los males, pero no nos han sorprendido. Habíamos leido ya bastante en la historia de la humanidad, sabíamos demasiado lo que en todos los pueblos y en todas las edades ha acontecido en períodos de agitacion y de turbulencias políticas, para que pretendiéramos que los hombres de nuestra época, que nosotros mismos, pudiéramos tener el privilegio de obrar ni pensar libres v exentos de las pasiones que en circuns

tancias análogas se desenvuelven siempre y son el patrimonio triste de la humanidad.

Estamos por lo tanto muy lejos de halagarnos con la idea lisonjera de que la sociedad y la época en que vivimos hayan alcanzado una condicion tan ventajosa como la que nuestro natural desco nos hace apetecer. Muchos y graves males tenemos que lamentar todavía. Lentos y penosos son los mejoramientos sociales, porque es larga tambien la vida de los pueblos. Mucho le falta todavía á la gran familia humana para llegar á ese posible perfeccionamiento á que debe tenerla destinada el que la dirige y guia; mucho tambien á España, como parte de ese todo social. Pero aliéntenos la confianza de que mejorará su condicion. Cabalmente vivimos en un siglo en que la razon ha hecho grandes conquistas, y la razon humana no retrocede. Sufrirá combates y oscilaciones, contrariedades y vicisitudes: este es su destino; pero seguirá su marcha progresiva; este es su destino tambien. Si creemos que no hemos adelantado, volvamos la vista atrás, ojeémos la historia, meditemos las grandes catástrofes por que ha pasado la humanidad, y nos consolarémos.

Natural es que nos afecte mucho mas la impresion de los males que vemos, que palpamos y que sentimos, que los recuerdos de otros may ores que les tocó sufrir á las generaciones que nos precedieron. Nos asusta el mas ligero temblor de la casa en que nos albergamos, y leemos sin perturbacion y sin susto los estragos de los terremotos en lejanas edades, y las devastaciones de apartados pueblos. Nos estremeceríamos con que retemblára ligeramente el pavimento de nuestro gabinete, y si pisáramos la tierra que cubre las ruinas de Pompeya, recordaríamos con una emocion melancóJica cómo fué sumida una gran ciudad, pero no nos perturbaria el recuerdo.

Miremos, pues, á lo pasado para no afligirnos tanto por lo presente, y por la contemplacion de lo pasado y de lo presente aprendamos á esperar en lo futuro, sin dejar por eso de aplicar nuestros esfuerzos individuales para mejorar lo que existe. Ni juzguemos tampoco por un breve periodo de cortos años de la fisonomía social y de la índole de una época ó de un siglo.

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A los que demasiado impresionados por los males presentes juzguen que la razon no ha hecho adquisiciones en este mismo siglo, les contestaremos solamente, que siendo nosotros profunda mente religiosos, siendo tambien tolerantes en política, por con viccion, por temperamento y por moralidad, estando basada nuestra obra sobre los principios eternos de religion, de moral y de justicia, hace veinte años no hubiéramos podido publicar esta historia.

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