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la afabilidad y la política á sus moradores, dióse á entablar con ellos alianzas, y mas que de adquirir cuidó de asegurar las posesiones cartaginesas.

Quiso erigir en frente de Africa una nueva Cartago, una Cartago españo→ la, que fuese la cabeza y asiento del gobierno en estas provincias y fundó á Cartagena, plaza importante de guerra, y puerto cómodo para el comercio con la metrópoli.

Temiendo entonces las colonias griegas del Mediterráneo la peligrosa vecindad de tan poderoso enemigo, solicitaron la proteccion de Roma, que viendo ya con celos los progresos de la república cartaginesa en España, oyó fácilmente sus votos, y envió una embajada á Cartago para obtener un tratado que diese seguridad á los pueblos que bajo su alianza vivian. Estipulóse pues un concierto entre Cartago y Roma, por el que se fijaba el Ebro por término y límite á las conquistas cartaginesas en España, y obligábanse ademas los cartagineses á respetar y mantener inviolables la libertad y territorio de Sagunto y demas ciudades griegas.

Comprometido asi Asdrubal por todos lados con recientes capitulaciones, no intentó nuevas conquistas sobre los indigenas. No sabemos hasta qué punto hubiera respetado aquel convenio si hubiera alcanzado mas larga vida. Abreviósela el esclavo de un noble celtibero, que en venganza de la muerte que el cartaginés habia dado á su señor, al cual unos nombran Tago y otros opinan fuese el mismo Orisson, dió de puñaladas á Asdrubal al mismo pie de los altares en que se hallaba sacrificando. Duró cerca de ocho años el gobierno de Asdrubal en España.

Muerto Asdrubal, el ejército y el senado anduvieron acordes en nombrar sucesor á su hijo Anibal, que contaba entonces sobre veinte y seis años de ́edad, á quien su padre habia hecho jurar de niño sobre los altares de los dioses odio eterno é implacable á Roma.

Educado entre el ruido de las armas, endurecido su cuerpo en el ejercicio de la guerra de España, su maestra en el arte militar, como la llama Floro, codicioso de gloria, de ánimo arrogante y esforzado, tan sereno en los peligros como audaz en los combates, tan enérgico como prudente y tan avisado como brioso, reconocido por el mejor ginete y por el mejor peon de todo el ejército, tan hábil para formar el plan de una espedicion como activo para ejecutarle, tan dispuesto á saber obedecer como apto para saber mandar, tan paciente y sufrido para el frio y el calor como sóbrio y templado en el comer y en el beber, modesto en el vestir y acostumbrado á dormir sobre el duro suelo, el primero siempre en el ataque y el último en la retirada, con aventajada y sobresaliente disposicion para las cosas mas inconexas, no pudiera la república haber encomendado á manos mas hábiles y dignas la suerte de las armas

y el engrandecimiento de sus conquistas: que la crueldad de que se le acusa, la deslealtad y la perfidia, la falta de temor á los dioses y de respeto á la religion y á la santidad del juramento, no debia servir de reparo y escrúpulo al senado cartaginés, con tal que en pró de la república los empleára (1).

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Necesitaba Anibal un vasto campo en que desplegar sus grandes dotes de guerrero. Odiaba á Roma, y deseaba abatir su orgullo. Habia en Cartago una faccion rival de su familia, y conveniale acallarla con hechos brillantes. Sin embargo, como la grande empresa que contra Italia meditaba exigia prudencia y preparacion, antes de medir sus fuerzas con Roma quiso mostrarse señor de España, y á este fin y al de ejercitar sus tropas é imponer ú obediencia ó respeto á los naturales, llevó primeramente sus armas contra los olcadas, que habitaban á las márgenes del Tajo, y los subyugó fácilmente. Internóse en otra segunda espedicion en las tierras de los carpetanos y de los vaccéos, taló sus pingües campos, rindió varias ciudades, y llegó hasta Elmantica ó Salamanca, cuyos habitantes obligó á huir con sus mugeres y sus hijos á las vecinas sierras, de donde luego los permitió volver bajo palabra de que servirian á los cartagineses con lealtad. De vuelta de esta espedicion pasó á la capital de los arevacos, que tomó tambien. Mas cuando cargado de despojos regresaba de todas estas escursiones á Cartagena, atreviéronse á acometerle á las orillas del Tajo los alcadas y carpetanos en bastante número reunidos, y aun le desordenaron la retaguardia y rescataron gran parte del botin. Triunfo que pagaron caro al siguiente dia, en que Anibal les hizo ver bien á su costa cuán superiores eran las tropas disciplinadas y aguerridas á una multitud falta de organizacion, por briosa que fuese, que lo era en verdad; y en las páginas de Polibio quedaron consignados elogios grandes del valor y arrojo que en aquella ocasion mostraron los españoles.

Pero estas pequeñas conquistas no eran sino los preludios de la gigantesca empresa que en su ánimo traia, la de medir sus armas con los romanos, y atacar á Roma en el corazon mismo de la Italia. Faltábale un pretesto, y le tomó de las diferencias en que sobre limites de territorio andaban tiempo hacía envueltos los de Sagunto con sus vecinos los turboletas (2). No era Anibal hombre de quien se pudiera esperar que respetára las obligaciones del asiento con que las dos repúblicas se habian comprometido respecto de Sagunto; de presumir es que le hubiera quebrantado de todos modos, pero cuadrábale bien encon

(1) Tito Livio nos dejó el retrato moral de Anibal en el lib. XXI. c. 4, de donde le hemos tomado.

(4) No los turdetanos, como escribió por equivocacion Tito Livio, á quien siguió en

el mismo error Mariana. Los turdetanos estaban demasiado distantes para baber entre ellos y los saguntinos cuestiones sobre lindes de territorio.

trar algo con que poder cohonestar la guerra, y declarándose en favor de los de Turba escribió al senado pintando á los saguntinos como injustos inquietadores de sus vecinos y como infractores del tratado, ó acaso mas bien como instigados secretamente por Roma, interesada en turbar la paz de sus aliados, pidiéndole al propio tiempo autorizacion para vengar la injuria de Sagunto Otorgósela el senado, y aprestóse el ambicioso general á la campaña.

Viéndose amenazados los saguntinos, enviaron legados á Roma, exponiendo la congoja en que por su alianza se hallaban, y reclamando su auxilio. Contentóse el senado romano con espedir una embajada á Anibal recordándole el respeto que debia á una colonia aliada suya y requiriéndole de paz. Mas antes de tener efecto esta resolucion, súpose en Roma que ya Anibal se hallaba ante los muros de Sagunto, con un ejército que Tito Livio hace subir á ciento cincuenta mil hombres, provisto de todo género de máquinas é ingenios de guerra. Con esta nueva apresuróse Roma á enviar diputados al campamento de Anibal para que protestáran contra tan inicua agresion, y si continuaba las hostilidades reclamasen al senado cartaginés su persona como infractor de los tratados. Anibal entretanto atacaba con el ardor y fogosidad de un jóven guerrero, y los saguntinos se defendian con valor y denuedo prodigioso. Cuando llegó la embajada, dió á los legados una respuesta ó evasiva ó dilatatoria, y los envió á que expusieran su agravio ante el senado, de quien no obtuvieron mas favorable acogida.

Continuando Anibal el asedio, hacía jugar contra los muros de Sagunto todas las máquinas de batir. No solo contestaban los sitiados con armas arrojadizas, sino que hacian salidas vigorosas que solian costar mucha gente y mucha sangre á los cartagineses. Un dia que quiso Anibal hacer alarde de confianza, y acercándose imprudentemente al muro, asestáronle un dardo, que clavándosele en la parte anterior del muslo, le hizo caer en tierra. Por algunos dias mientras el general se curaba de su herida, se suspendió la lid, pero no las obras de ataque. Aprovechando esta ocasion los saguntinos despacharon segunda embajada á Roma apretando por el envio de pronto socorro, porque era urgente su necesidad. Otra vez se contentó el senado romano con enviar legados á Anibal, que con su mal humor ni siquiera se dignó recibirlos, limitándose á hacerles entender que no era prudente para ellos acercarse al campamento, ni ocasion para él de atender à embajadas: con lo que hubieron de reembarcarse para Cartago á exponer de nuevo al senado su querella.

Eran los momentos en que, restablecido el general africano de su herida, habia vuelto con mas furor al ataque, jurando no darse reposo ni descanso hasta ser dueño de la ciudad. Los arietes y las catapultas iban derribando las torres y las cortinas del muro mas cuando los cartagineses creian poder pe

netrar en la ciudad por las anchas brechas abiertas, hallaban á los saguntinos parapetados en los escombros, ú oponiéndoles sus pechos sobre las mismas murallas, ó echando mano á la terrible arma llamada falárica, hacian estrago grande en los sitiadores y solian rechazarlos y reducirlos á su campamento.

Debatiase en tanto en el senado cartaginés la reclamacion de los enviados del de Roma. No faltaron senadores que habláran enérgicamente contra la conducta de Anibal y del senado mismo. «Antes de ahora os he advertido mu<chas veces, decia Hannon, y os he suplicado por los dioses, que no pusiéscis al frente de los ejércitos ningun pariente de Amilcar, porque ni los manes ni los hijos de este hombre pueden jamás estar quietos: y no debeis contar con da observancia de los tratados y de las alianzas mientras viva algun descendiente ó heredero del nombre de los Barcas. Habeis no obstante enviado al ejército de España un general jóven, ansioso de mandar, y que conoce muy bien que el medio mas seguro de conseguirlo, despues de terminada una <guerra, es derramar las semillas de otra para vivir siempre entre el hierro y las legiones, con lo que habeis encendido un fuego que en breve os ha de cabrasar. Vuestros ejércitos están en torno de Sagunto, de donde los arrojan los pactos y convenciones que habeis hecho, y no se pasarán muchos dias sin que vengan las legiones romanas á sitiar á Cartago, guiadas y protegidas por los mismos dioses, con cuyo auxilio se vengarán de la fé burlada del primer tratado en que fundais vuestra confianza..... La ruina de Cartago (decia despues), y ojalá sea yo un falso profeta, caerá sobre nuestras cabezas, y la guer<ra que hemos emprendido y comenzado con los saguntinos tendremos que acabarla con los romanos....(1).»

Pero la voz de Hannon se ahogó como siempre entre la mayoría del partido. de los Barcas, y el senado dió por toda respuesta que las cosas habian llegado á aquel estremo, no por culpa de Anibal, sino de los saguntinos. Con lo que el general cartaginés continuó obrando, mas robustecido de autoridad, si alguna le faltaba, y con aquella fuerza indomable de voluntad en que nadie escedió á aquel insigne africano.

Un reposo momentâneo habian gozado los de Sagunto, mientras Anibal hubo de acudir á sosegar á los oretanos y carpetanos, que se habian alterado y tomado las armas por el rigor que los cartagineses empleaban para levantar gente en aquellas tierras. Pero tardó poco en sujetarlos, y volvió á dirigir el sitio en persona. Hizo arrimar á la muralla una gran torre de madera, que escedia en altura á los mas elevados muros de la ciudad. Llovian desde ella sobre los sitiados dardos y venablos y todo género de proyectiles. A los conti-..

(1) Tit. lib. XXI., c. 3.

nuados golpes de los arietes, de las catapultas y ballestas caian con estrépito desplomados los muros, sin que por eso los bravos saguntinos desmayáran, ya levantando nuevas torres, ya retirándose al centro de la ciudad, que iba quedando reducida á estrechísimo recinto, ya defendiéndose heróicamente parapetados en los escombros de las murallas y de sus casas mismas. Acosábalos ya tanto el hambre como el hierro enemigo. Tan congojosa estremidad movió los corazones de dos hombres generosos, cuyos nombres celebramos nos haya conservado la historia, Alcon y Alorco, saguntino el primero, español el segundo que servia en las filas de Anibal, los cuales sin conocimiento de los sitiados y obedeciendo solo á su buen deseo, entablaron tratos de paz con los cartagineses. Mas las condiciones que estos exigian eran tan duras y pareciéronles á los saguntinos tan humillantes, que cuando les fueron noticiadas llenáronse de santa indignacion y enojo. Entonces fué cuando formaron la resolucion heróica de perecer antes que sucumbir y de darse á sí mismos la muerte antes que sufrir la esclavitud. Diéronse à recoger cuanto oro y plata, y cuantas alhajas y prendas de valor en sus casas tenian, y prepararon en la plaza pública una inmensa hoguera.

Pero antes, segun Appiano nos refiere, quisieron hacer el último esfuerzo de la desesperacion en la única noche que ya les quedaba, intentando una salida vigorosa. Noche fué aquella de horrible carnicería y espanto, en que sitiadores y sitiados empaparon la tierra abundantemente con su sangre. No pudieron vencer los saguntinos, porque era ya imposible que venciesen, y recurrieron á la hoguera. Arrojáronse muchos á las llamas, que consumian alhajas y héroes á un tiempo. Imitábanlos sus mugeres, y algunas hundian antes los puñales en los pechos de sus hijos. Cuando entraron los cartagineses, los sorprendieron en esta sangrienta tarea. Horror y espanto debió causar su obra á los vencedores, á los dominadores de cadáveres, de ruinas y de escombros. Asi pereció Sagunto (1) despues de ocho meses de asedio (534 de Roma, 219 antes de J. C.). Primer ejemplo de aquella fiereza indomable que tantas veces habrá de distinguir al pueblo español (que por españoles contamos ya á los saguntinos, aunque griegos de origen, despues de mas de cuatro siglos que vivian en nuestro suelo, como nadie ha dudado llamar africanos á los cartagineses, por mas que fuesen una colonia de Tiro), y glorioso aunque triste monumento de la fidelidad que supieron guardar á los romanos (2). Fidelidad inmerecida, y borron eterno para Roma, que tan mal correspondió á tanta constancia y lealtad. Con razon murmuraban los romanos mismos la

1) Polibio, Appiano, Livio, Plutarco, Floro y otros.

(2) Fidei erga romanos magnum quidem sed trine monumentum. Flor. Epit. lib. II.

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