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lentitud y apatia de un senado que malgastaba en embajadas y discursos el tiempo que hubiera debido emplear en enviar socorros. Dum Romæ consulitur, Saguntum expugnatur, se decia en Roma, y el dicho se hizo proverbial.

Ocupa hoy el lugar de la heróica y famosa Sagunto la ciudad de Murviedro en la provincia de Valencia, donde todavía se conservan restos y vestigios preciosos de su antigua grandeza; la historia conservará perpetuamente la memoria de su heroismo.

CAPITULO IV.

ANIBAL EN ITALIA: LOS ESCIPIONES EN ESPAÑA,

Do 219 antes do J. C. à 911.

Declaracion de guerra entre Roma y Cartago.-Prodigiosa marcha de Ausbal.—Los Pirineos.-Los Alpes.- Sorpresa de Roma.-Combates y triunfos de Anibal.-En el Tesino.-En Trébia.- En Trasimeno -En Cannas.-Susto y terror de Roma.-Anibal en Capua.-Venida de Cneo Escipion á España.-Bate al cartaginés Hannon y le derrota. Venida del cónsul romano Publio Escipion, bermano de Cneo.--Casi todos los pueblos de España se declaran por los romanos.--Los Escipiones se apoderan de Sagunto.-Angustiosa situacion de los cartagineses.-Se recobran, y vencen en dos grandes batallas.-Masinisa.-Mueren los dos Escipiones.-Congoja de los romanos.— Arrojo y beroicidad de Lucio Marcio.-Hace cambiar de nuevo la sucrte de las armas.-Claudio Neron en España.

Hondo disgusto y emocion profunda causó en Roma la noticia de la destruccion de Sagunto, que llegó al mismo tiempo que sus embajadores regre¬ saban de Cartago. Figurábanse ya ver al intrépido africano franqueando los Alpes, y aun se le representaban á las puertas de la soberbia ciudad. Conocieron entonces de cuánto era capaz el jóven capitan cartaginés. Lo que al senado inspiró terror produjo indignacion en los ciudadanos: acusábanle éstos de haber sacrificado por su indolencia y flojedad una ciudad aliada y de haber comprometido el buen nombre de la república: dificilmente podia el senado justificarse de estos cargos. Era ya la guerra una necesidad; la guerra estaba en el sentimiento público, y pueblo y senado unánimemente la resolvieron.

Todavía sin embargo envió Roma nueva embajada al senado cartaginés para preguntar si la destruccion de Sagunto habia sido obra de Anibal solo, ó si habia obrado con acuerdo y de mandato de la república. Estraña insistencia, que solo puede comprenderse por el estudio y conato de Roma en hacer mas y mas patente á los ojos del mundo la justicia y fundamento de la guerra que iba á emprender. La respuesta no fué ni mas esplicita ni mas satisfactoria que las anteriores. Entonces uno de los cinco enviados romanos, y á lo que parece el principal entre ellos, Quinto Fabio Máximo, plegando la halda de su toga y estendiendo el brazo, «Senadores, les dijo, aqui os traigo la paz y la guerra; escoged.-Elige tú mismo, le respondieron á una voz.-Pues bien, elijo la guerra, contestó soltando el manto.-La aceptamos, esclamaron todos.» La segunda guerra púnica entre Roma y Cartago quedó declarada.

Vinieron entonces á España aquellos mismos embajadores romanos al propósito de negociar alianzas con los naturales del pais, y remontando por la ribera del Ebro, fácilmente se grangearon la amistad de los bargusios, pueblos cercanos á los ilergetes, que disgustados de la dominacion cartaginesa deseaban cambiar y mejorar de fortuna. Otras pequeñas poblaciones y tribus de las márgenes del Ebro abrazaron á ejemplo de los de Bargusia el partido de Roma. No asi los volcios, que con desdeñosa mofa: «Id, les dijeron, id á buscar aliados allá donde la suerte de los saguntinos sea ignorada. Las ruinas de aquella desgraciada ciudad son para todos los pueblos de «España una leccion saludable, que les enseña lo que se puede fiar del senado y del pueblo romano (1).» Dura y áspera respuesta, pero harto bien merecida, y en bocas rústicas admirable. Iguales ó parecidas contestaciones recibieron de otros pueblos de España. Disgustados de este desabrimiento los senadores, dejaron la Peninsula, y partiéronse á la Galia Narbonense, donde en vano solicitaron tambien de aquellas gentes la declararacion de negar á Anibal el paso por sus tierras, si por acaso, como temian, se dirigiese por alli á Italia. Limitáronse los galos prudentemente á guardar neutralidad, sin dejar por eso de aparejarse en armas, y estar preparados para lo que acontecer pudiese; con lo que mas y mas desazonados aquellos negociadores tuvieron por bien regresar á Roma por Marsella.

Anibal, retirado á cuarteles de invierno en Cartagena despues de la toma de Sagunto, habia concedido licencias temporales á sus tropas, con la órden de que se hallasen de nuevo reunidas en aquella ciudad en la primavera inmediata. Admirable organizacion de los ejércitos de aquel tiempo, en

3Polib. lib. III.

que siendo el servicio de las armas un contrato voluntario entre los soldados y los gefes, la religion del juramento era la que mantenia la disciplina. Aprovechó él mismo aquel descanso para ir á dar gracias á los dioses en el templo de Hércules de Cádiz, y ofrecerles nuevos sacrificios y votos para que le asistiesen propicios en la grande empresa que meditaba.

Hecho esto, y llegada la primavera, reunidas otra vez en Cartagena sus tropas, enviados á Africa sobre quince mil españoles para que guarnecieran á Cartago, y traidos de alli casi otros tantos africanos para la defensa de España, que encomendó á su hermano Asdrubal, dejándole ademas cincuenta galeras que poder oponer á las fuerzas marítimas de los romanos, recogidos los rehenes de las ciudades confederadas en el castillo de Sagunto que confió al cartaginés Bostar, púsose en marcha á la cabeza de noventa mil peones, doce mil caballos y cuarenta elefantes. Franquea el Ebro con aquel formidable ejército compuesto de soldados de diferentes naciones; sujeta de paso á los ilergetes, á los bargusios, á los ausetanos y lacetanos: deja al cargo de Hannon la defensa de los paises situados entre el Ebro y los Pirineos con un cuerpo de once mil hombres, entrega á Andubal, rico español con quien habia hecho amistad, los bagages del ejército, y metióse por las asperezas de aquellos montes. Supo alli que tres mil carpetanos, disgustados de verse llevar á tierras tan lejanas, habian abandonado sus banderas, y lejos de mostrar desazon por ello, licenció espontáneamente á otros siete mil españoles que conoció le seguian de mal grado, con cuyo ardid hizo entender que habia licenciado tambien á los primeros. Singular y astuta táctica la de aquel caudillo. Pasa pues los Pirineos, sujeta ó tranquiliza los galos de la vertiente septentrional, y campa á orillas del Ródano.

Verifica luego el paso de este rio, y se dispone á salvar los Alpes cubiertos de nieve (octubre de 218 A. de C.) Empresa espantosa, y hasta entonces sin ejemplo. Pero ni las nieves le acobardan, ni las inmensas rocas le asustan, ni le arredran los precipicios, ni le detienen las emboscadas que á cada paso le arman aquellos montañeses. De todo triunfa, y todo lo arrolla, y todos le siguen; porque el dios de su patria (ha dicho) se le ha aparecido en sueños y le ha prometido la victoria, y trazádole las roscas de una serpiente el sendero que debe seguir. Remonta la cumbre de los Alpes, y enseña con alegría á los soldados las fértiles llanuras del Pó, y les señala el punto donde debe hallarse Roma. Desciende aquellos terribles desfiladeros, entra en el pais de los taurinos, y baja hácia el Pó. Es la marcha mas atrevida de que nos da noticia la historia militar de la antigüedad. Anibal no la habia hecho impunemente: del grande ejército que habia sacado de Cartagena solo le quedaban veinte mil in

fantes y seis mil caballos (1). Pero eran soldados á prueba ya de fatigas y de intemperies, que lejos además de su patria necesitaban vencer ó morir; fiaban en la esperiencia y valor de su general; éste contaba tambien con las buenas disposiciones de los galos en su favor; y por último Anibal estaba en Italia y veia cumplidos sus sueños dorados.

Roma no habia podido imaginar ni tanta audacia ni tanta rapidez. Creiale todavía en España. Asombrado se quedó el cónsul Esc pion cuando supo que los cartagineses habian atravesado el Ródano. El primer pensamiento de Roma al declarar la guerra habia sido mandar un ejército á España al mando de Publio Escipion, otro á Africa y Sicilia al de Sempronio, y otro á la Galia Cisalpina al del pretor Manlio. Mas informado Escipion de la marcha de Anibal y no habiéndole alcanzado ya en el Ródano, retrocedió á defender la Italia, y dividiendo su ejército y enviando la mayor parte de él á España al mando de su hermano Cneo Escipion, pasó á esperar á Anibal al pie de los Alpes. Encontráronse en el Tesino. Dióse un combate, en que quedaron derrotados los romanos y herido Escipion, que hubo de abrigarse en los muros de Plasencia.

Llamaron los romanos á Sempronio, que en Sicilia acababa de causar grandes descalabros á los cartagineses. No tardó en hallarse Sempronio á presencia de Anibal á las márgenes del Trébia. Con la arrogancia del vencedor presentó Sempronio la batalla. Pronto hubo de arrepentirse de su imprudencia. Desbaratóle Anibal con pérdida de treinta mil combatientes. Tan señalado desastre produjo un terror pánico en los romanos, y movió una sublevacion general en la Galia Cisalpina. No vacilaron ya los galos en ponerse del lado de los cartagineses, y hallóse Anibal otra vez á la cabeza de noventa mil guer

reros.

Dirigese despues hácia Arecio por el camino menos frecuentado. Vuelve á encontrar á los romanos; atrae al cónsul Flaminio (no menos presuntuoso que su predecesor) á una posicion desventajosa; fuérzale á aceptar la batalla, y un nuevo ejército romano es derrotado á orillas del lago Trasimeno (año 217).

La noticia de este tercer desastre difunde el espanto en Roma. Creció el terror cuando el pretor Pomponio dijo á la asamblea del pueblo: «Romanos, hemos sido vencidos en un gran combate.» Acudieron entonces al remedio usado en los trances apretados y estremos, y fué nombrado dictador Quinto Fabio Máximo, llamado luego el escudo de Roma. Nombró éste por general de la caballería á Quinto Rufo Minucio. Fueron consultados los libros de las Sibilas, y se votó una primavera sagrada. Era Fabio un general en todo diferente de Sempronio y Flaminio. Astuto, prudente y circunspecto, sin perder de vista (4) Polib. ibid.

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