Imágenes de páginas
PDF
EPUB

vió sino para inmortalizar el nombre español (1). Sucumbieron al número, y fueron degollados como el mismo Asdrubal, que no queriendo sobrevivir á la derrota buscó la muerte, vendiendo cara su vida, en las lanzas enemigas (207).

La batalla del Metauro fué para Roma lo que para Cartago habia sido la de Cannas. Costó cincuenta mil hombres á los vencidos, veinte mil á los vencedores. Puede decirse que aquel dia, en un rincon de Italia, se decidió que España seria una conquista de los romanos.

Empañó alli Neron sus glorias con un hecho indigno de su nombre. Con bárbara inhumanidad hizo cortar la cabeza de Asdrubal: y no contento con esto, mandó trasportarla á la otra estremidad de Italia y arrojarla en el campamento de Anibal; de Anibal, que mucho tiempo antes habia honrado con magníficas exequias el cadáver del cónsul Sempronio! A su vista el general cartaginés, enternecido y consternado exclamó: «Perdiendo á Asdrubal he perdido yo toda mi felicidad y Cartago toda su esperanza (2).» Con razon temia, pues ya no pudo Anibal hacer otra cosa que mantenerse á la defensiva, si bien todavia se sostuvo cuatro años en la Calabria contra todo el poder de Roma por la sola fuerza de su genio y del valor que supo inspirar á sus tropas.

Cuando Escipion acabó de expulsar de España á los cartagineses, pasó á Roma á dar gracias por sus triunfos á los dioses del Capitolio, con intencion al propio tiempo de preparar sus ulteriores planes sobre Cartago. Por las leyes romanas ningun ciudadano podia gozar los honores del triunfo antes de haber obtenido el consulado. Pero no necesitaba su gloria de aquella vana solemnidad. Hizo su entrada precedido de los carros en que conducia el oro y la plata que habia llevado de España, con muchos objetos preciosos, como muestra de la riqueza natural del país que acababa de conquistar. Vistió luego la túnica de candidato al consulado, y no tardó en ser proclamado cónsul por una mayoría no vista hasta entonces en la república. Era su gran pensamiento politico llevar la guerra al Africa y destruir de una vez á Cartago. Acogió el pueblo con entusiasmo aquella grande idea; no asi el senado, donde tenia muchos y envidiosos rivales, que se opusieron á aquel intento por los órganos de Fabio y de Caton.

(1) Tito Livio, el mas interesado en acrecentar las glorias de las armas romanas, en carece y tributa mil elogios al valor de los españoles en esta como en otras batallas.

(2) Horacio en una de sus mas bellas odas expresó la afliccion de Anibal con estas sentidas palabras:

Cartagini jam non ego nuntios mittam superbos: ¡ occidit, occidit spes omnis et fortuna nostri nominis, Asdrubale interempto!

«Ya no enviaré soberbios nuncios á Cartago: ¡se acabó, se acabó, muerto Asdru

bal, toda la esperanza, toda la fortuna de nuestro nombre!»

Pero al fin se adoptó el medio de darle la Sicilia con facultad de pasar á Africa, si circunstancias imperiosas asi lo exigiesen. Escaso ejército le facilitó la república, pero todo lo suplió el ardor de los ciudadanos. A poco tiempo reunió Escipion en Sicilia un armamento formidable, con el cual desembarcó en Africa llenando de espanto á Cartago, que desde los tiempos de Régulo no se habia visto amenazada por tan poderoso enemigo.

Contaba alli con la alianza de Masinisa y de Siphax: el primero no le faltó: pero el viejo rey numida le habia hecho defeccion pasándose otra vez á los cartagineses. Escipion determinó castigar aquella deslealtad con una perfidia, que no porque el numida la mereciera dejó de ser indigna del romano. Mientras andaba en tratos con Siphax y le entretenia con negociaciones, invadió una noche de improviso su campamento, y poniendo fuego á las tiendas en que dormian los soldados, hizo perecer con el fuego y con la espada á cuarenta mil africanos. Quiso disfrazar la alevosía atribuyéndola á inspiracion de los dioses, y ofreció sacrificios á Vulcano; pero quedaron la historia y la posteridad para condenarla.

De todos modos Cartago se vió en la precision de llamar á su seno á Anibal, que aunque debilitado, todavía permanecia en Italia teniendo en respeto á Roma. ¡Cuán sensible debia ser al cartaginés renunciar al bello pais que habia recorrido por espacio de diez y seis años, y en que habia ganado tantas glorias! Pero reconocia la justicia con que le reclamaba su patria, y no vaciló en volar en su socorro, no sin devastarlo todo á su tránsito y sin ejecutar sangrientas violencias. Iba pues á pelear un Anibal con otro Anibal, un Escipion con otro Escipion: el genio de Cartago con el genio de Roma. Anibal llega á Africa: los dos insignes guerreros se ven, se acercan, entablan pláticas. Bajo el pabellon de una tienda de campaña se tratan los destinos del mundo. Resultó de la entrevista el convencimiento de que una de las dos repúblicas tenia que dejar de existir, y se encomendó de nuevo la decision à la suerte de las armas.

Dióse entonces la famosa batalla de Zama, en que por fin el genio de grande Anibal sucumbió ante el genio del grande Escipion, y Cartago quedó humillada. Escipion hizo el mayor elogio de su rival, diciendo muchas veces que envidiaba la capacidad del vencido.

Duras fueron las condiciones de paz que el vencedor impuso á Cartago. La república vencida renunciaba á sus posesiones de fuera de Africa; daba en rehenes cincuenta principales señores de la ciudad escogidos por Escipion; se obligaba á pagar á Roma diez mil talentos de plata en cincuenta plazos; y lo que era mas sensible, entregaba sus naves; de quinientas á setecientas fueron quemadas delante de la ciudad, y Cartago pasó por la hu

millacion y desconsuelo de ver arder aquellas naves con que no habia sabido impedir el desembarco de Escipion; comprometiase Cartago á no emprender ninguna guerra sin el beneplácito de Roma, y á volver å Masinisa todo lo que habian poseido sus mayores y á darle cien rehenes. A todo esto accedió aquella república que con su poder habia asustado al mundo. Asi sucumbió Cartago.

Escipion volvió á Roma henchido de gloria y de riquezas. Delante de su carro triunfal llevaba al rey Siphax cargado de cadenas, pero el viejo numida murió antes de entrar en la ciudad. Todos los honores de que podia Roma disponer se prodigaron al vencedor, que recibió el sobrenombre de el Africano. Fué nombrado nuevamente cónsul, y despues censor. Celebráronse magníficas fiestas, y se decretó dar una yugada de tierra á los soldados por cada año que habian hecho la guerra en Africa ó en España (1).

(1) Creemos que el lector no llevará á enojo que le informemos brevemente de la ulterior suerte que cupo á estos dos grandes hombres, Escipion y Anibal, que ya no volverán figurar mas en los asuntos de España. Su historia encierra grandes lecciones para la humanidad.

Hemos indicado en el texto que Escipion tenia en el senado muchos envidiosos de sus glorias: achaque de todos los grandes hombres. Estas envidias fueron dando su fruto. Despues de los triunfos de España y Africa que acabamos de referir, despues de haber contribuido á mantener à Filipo, rey de Macedonia, y á Prusias, rey de Bitinia, en la alianza de Roma; despues de haberle sido debida la victoria que su hermano Lucio ganó en Magnesia contra Antioco, rey de Siria; despues de hecha con este rey una paz que aprobó el senado, à su regreso á Roma le esperabau ya acusaciones en lugar de honores. El austero, el duro Caton, su principal enemigo, le hizo llamar á la barra del pueblo. Compareció Escipion y dijo: «Romanos, hoy mismo hace años que gané en Africa una brillante «victoria contra el enemigo mas terrible ade la república. Hoy soy llamado á res«ponder á los cargos de un proceso. Desde «aqui voy al Capitolio á dar las gracias á «Júpiter de que me haya proporcionado alantas ocasiones de servir gloriosamente á mi patria. Seguidme, romanos, y acom«pañadme á pedir á los dioses que os dé

gefes que se me parezcan. Bien puedo «usar este lenguage, porque si es cierto «que vuestras distinciones se han anticipado cá mis años, tambien lo es que mis servicios ban ido delante de mis recompen«sas.» El pueblo se levantó y le siguió entusiasmado: los tribunos acusadores se quedaron solos.

En otra ocasion calumniaba el mismo Caton su conducta con el rey Antioco, y en pleno senado le pedia cuentas de los gastos de las negociaciones. «Las cuentas, «exclamó Escipion enseñando sus libros, «aqui están, están corrientes y claras, «pero no me bareis la injuria, ni os la ba«reis à vos mismo de exigirmelas.» El senado pasó á otro asunto.

Ni aun su valor estuvo exento de las insinuaciones pérfidas de sus enemigos, Decíanle que no sabia ser soldado. «Cier«to, respondia Escipion, pero he sabido «siempre ser capitan.»>

Parece que para ponerse á salvo de los tiros de la envidia, hubo de retirarse á una modesta alquería, donde pasó el resto de su vida dedicado á los cuidados de la agricultura como otro Cincinnato, y á los estudios de la literatura griega á que habia tenido aficion desde su mas tierna edad, Grande debió ser la ingratitud de Roma cuando en un momento de despecho le obligó á exclamar: «Ingrata patria, no poseerás «ni aun mis huesos: ingrata patria, ne ossa «quidem mea habebis.» Era un castigo para

Roma privarla de las cenizas de un grande hombre. Murió Escipion en el mismo año que Anibal, el 572 de Roma.

No le estuvo reservada á Anibal mejor suerte. Al principio siguió dominando en Cartago, llegó á la suprema magistratura, é introdujo algunos cambios en el gobierno de la ya pequeña y desarmada república. Pero no permitiéndole su genio dejar de suscitar enemigos á Roma, se concertó para ello con el rey Antioco de Siria. Noticioso el senado romano, se quejó al cartaginés, y temiendo Anibal ser entregado por sus propios compatricios, huyó secretamente á Siria, donde tomó una parte activa en la guerra de aquel rey con los romanos. Encontráronse Escipion y Anibal en la corte de aquel príncipe. En una de sus entrevistas le preguntó Escipion; «¿Quién os parece cel mayor de los generales que ha habido en «el mundo?-Alejandro, respondió Anibal. <-¿Y despues de Alejandro?—Pirro, rey de Epiro.-¿Y el tercero?-El tercero yo,

«respondió Anibal con arrogancia.—¿Y qué «diríais si me hubierais vencido?—Enton«ces, contestó Anibal, me contaria yo el «primero de todos.»>

Como una de las condiciones de la paz con Antioco fuese la entrega de Anibal como promovedor de la guerra, tuvo que fugarse igualmente de Siria, y buscar un asilo en Bitinia, á cuyo rey prestó tambien importantes servicios contra los aliados de Roma. Hasta alli le persiguió el odio de los romanos, y temiendo por la seguridad de su persona intentó escaparse: pero el rey Prusias le tenia bien custodiado, y entonces aquel grande hombre, desesperado de poder librarse del hado cruel que le perseguía, tomó un tósigo que llevaba siempre consigo, y murió á la edad de setenta años.

Tal fué el fin de aquellos dos ilustres rivales, de quienes dependieron los destinos de sus respectivas repúblicas, y que tanta influencia ejercieron en el de todo el antiguo mundo.

CAPITULO VII.

FISONOMÍA DE LA ESPAÑA PRIMITIVA.

Causas que influyeron en las primeras conquistas de España, y en que los españoles perdieran su independencia y su libertad. —Vanos y tardíos esfuerzos de algunos españoles por defenderlas. -Diferente conducta de los fenicios, de los cartagineses y de los romanos para con los españoles.-Gobierno y organizacion politica de cada uno de los pueblos invasores.-Cómo influyó cada cual en la civilizacion de España.

«Si los Iberos, dijo ya Estrabon (1), hubieran reunido sus fuerzas para defender su libertad, ni los cartagineses, ni antes que ellos los tirios, ni los celtas llamados celtiberos hubieran podido subyugar, como lo hicieron, la mayor parte de España.›

El historiador geógrafo comprendió bien la causa del éxito que tuvieron las primeras invasiones de pueblos estraños en el territorio español. Le faltó esplanarla, y lo haremos nosotros.

Habitadas estas regiones por otras tantas tribus independientes cuantas eran las diferentes comarcas en que su misma estructora geográfica las divide; pueblos todavía groseros y rústicos, regidos por distintos régulos ó caudillos, sin unidad entre sí y casi sin comunicaciones; propensos al aislamiento, aunque belicosos y bravos, ¿cómo habian de oponer una resistencia compacta á estrangeros mas civilizados, mas disciplinados y mas astutos, aun dado que los indigenas en su ruda sencillez se hubieran podido apercibir de las ocultas miras de dominacion de sus huéspedes?

(1) Lib. III.

« AnteriorContinuar »