Imágenes de páginas
PDF
EPUB

chando las naciones en la larga carrera de su mejoramiento social.

En el cuadro siguiente veremos á España llorando á Augusto bajo Tiberio, y llegando á sentir á Tiberio bajo el perverso Calígula y los demas mónstruos que deshonraron el trono imperial. Ella es la que liberta al mundo de la feroz tiranía de Neron, siendo despues mal correspondida por Galba. Vespasiano la dota de los derechos de ciudad latina. Tito la hace gozar de las dulzuras que derrama sobre el género humano. Trajano la enriquece de soberbios monumentos, es feliz bajo los Antoninos, agóbianla los Domicianos y los Decios, y participa de la comun suerte de las provincias del imperio, segun que en el trono imperial se sienta la virtud ó el vicio, el lujo ó la modestia, la magnificencia ó la codicia, la dulzura filosófica ó la tiranía brutal, ó el desenfreno personificado y el desencadenamiento de todos los crímenes.

Aun en los siglos en que fué España una provincia del imperio, tiene su historia propia y sus glorias especiales. Consultemos la misma historia romana, escrita por nuestros propios dominadores. «El primer cónsul estrangero que hubo en Roma (nos dice) fué un español. El primer estrangero que recibió los honores del triunfo, español tambien. El primer emperador estrangero, español igualmente.» ¡Dichoso suelo, que tuvo el privilegio de recoger las primicias de la participacion que la señora del orbe se vió obligada á dar en las altas dignidades del imperio á otros que no fuesen romanos!

Ni fué solo un emperador el que España suministró á Roma. Trajano el Magnífico, Adriano el Ilustre, Teodosio el Grande fueron españoles. Marco Aurelio el Filósofo, era un vastago de familia española. Diríase que España se habia propuesto abochornar á Roma, dándole emperadores virtuosos é ilustres á cambio de los pretores rapaces y de los gobernadores avaros que ella durante la conquista le habia regalado.

Con no menor generosidad le pagó su ilustracion literaria. No ereería Roma que la semilla de esta educacion habia de caer en un suelo tan agradecido, que antes de trascurrir cincuenta años le habia de volver España una literatura; y que á los Virgilios y Ho¬

racios del tiempo de Augusto habia de responderle con los Lucanos y los Sénecas del tiempo de Neron, ni menos que la literatura española habria de imprimir á la romana el sello de su gusto nativo y de trasmitirle hasta sus defectos: influencia que no tuvo la dicha de ejercer otra provincia alguna del imperio.

Debió no obstante España á su dominadora una institucion, con la cual parece haberla querido consolar de la libertad que le habia arrancado; institucion destinada á aclimatarse en este suelo, y á ser el gérmen y el principio restaurador, no ya de su libertad primitiva, sino de otra libertad mas culta y mas regularizada. Verémosla plantarse, desarrollarse, crecer, ocultarse á veces resucitar después, y bajo una forma ú otra, ó vencer ó protestar perpétuamente contra todo lo que tienda á destruirla. Aun conservan el nombre de municipios esas pequeñas repúblicas comunales que mas adelante se crearon en España, aunque modificadas en su organizacion y en sus funciones.

Pero la civilizacion romana era demasiado imperfecta para que pudiera llenar los altos fines de la creacion. Era la civilizacion de la guerra, de la conquista y de la servidumbre, y el mundo necesitaba ya otra civilizacion mas pura, mas suave y mas humanitaria. Sus dioses eran tan depravados como sus señores, y la humanidad no podia consolarse con un Olimpo de divinidades inmorales, y con un gobierno de hombres que se decretaban á sí mismos la apoteosis, que divinizaban los crímenes, y hacian dar culto á las bestias. La antigua sociedad iba cumpliendo el plazo que le estaba marcado, porque su corazon estaba tan gangrenado como sus ídolos, y tenia que morir. Era menester un grande acaecimiento que cambiára la faz del mundo y regenerára la gran familia humana. Esta obra estaba prevista: sonó la hora del cumplimiento de las profecías, y nació el Cristianismo.

Y vino el Cristianismo al tiempo que debia venir, como todas las grandes revoluciones preparadas por Dios. Vino á dar la unidad al mundo, cuando la unidad se iba á disolver. Vino á reformar por la caridad una sociedad que la espada habia formado y que la espada destruia. Vino á predicar la abnegacion, cuando la doctrina sensual del epicureismo amenazaba acabar de corromper á los hom

bres, si algo les faltaba. Vino á inculcar el sacrificio incruento del espíritu, cuando los sangrientos holocaustos humanos servian de placentero espectáculo á los hombres y á las matronas, y de alegre y sabroso recreo á las delicadas doncellas. Vino á enseñar que los esclavos que se arrojaban á pelear con las fieras y á servirles de pasto eran iguales á los emperadores ante la presencia de Dios. ¡Doctrina sublime!

Humilde al nacer el cristianismo, y lento en propagarse, como todo lo que está destinado á una duracion larga y segura, va poco á poco minando sordamente el viejo y carcomido edificio de la gentilidad; poco a poco va subiendo desde la choza hasta el trono; desde la red del pescador hasta la púrpura imperial. Pero todavía despues de haber enarbolado Constantino sobre el trono de los Césares el lábaro de la fé, los cargos públicos se conservaban en manos paganas, el senado era pagano, y los decrépitos ídolos tenian la jactancia de estar en mayoría y de creerse inmortales. Todavía en las márgenes del Duero recibian Diana y Pasiphae la ofrenda de una vaca blanca inmolada en celebridad de la supersticion cristiana extinguida. Hombres y dioses se pagaban de estas ceremonias pueriles, mientras el cristianismo, que daban por extinguido, se iba infiltrando suavemente en los corazones y ganándolos al nuevo culto.

La nueva religion encomienda su triunfo á la tolerancia y á la caridad; la vieja religion apela para sostenerse á las fieras y á los patíbulos. Constantino, emperador cristiano, ordena que no se inquiete á nadie, que cada cual siga la religion que mas guste, y que paganos é infieles sean igualmente considerados: los emperadores y procónsules paganos gritan: «Cristianos, á las hogueras; cristianos á los leones.» ¡Qué contraste! Pero las llamas que consumen el cuerpo de una doncella inocente, encienden la fé en el corazon de sus compañeras, y ganan al cristianismo multitud de vírgenes. La cuchilla del verdugo cercena el cuello de una víctima, y los hombres de valor, al observar que la fé cristiana inspira el heroismo, proclaman que ellos tambien quieren ser héroes; y antes se cansan los brazos de los sacrificadores que falte quien se ofrezca al sacrificio. Otros se refugian á las catacumbas: el cristianismo

no se compone solo de mártires y de héroes; admite tambien en su seno á los pobres de espíritu.

El martirio no podia retraer de hacerse cristianos á los españoles, siendo los descendientes de aquellos antiguos celtiberos tan despreciadores de la vida. Asi fué, que además de los campeones de la nueva fé que de cada ciudad fueron brotando aisladamente en esta lucha generosa, solo Zaragoza bajo la frenética tiranía de Daciano añadió tantos héroes al catálogo de los mártires, que por no poderse contar se llamaron los innumerables. Esta ciudad, que dió innumerables mártirǝs á la religion, habia de dar, siglos andando, innumerables mártires á la patria.

Acude luego la filosofía en apoyo del nuevo dogma, y la voz robusta y elocuente de los Ciprianos y los Tertulianos disipa las mas brillantes utopias de los agudos ingenios del paganismo, los Sócrates y los Platones; y derrama la verdadera luz sobre el enigma de la vida, hasta entonces ni descifrado ni comprendido. El politeismo recibe con esto un golpe mortal, de que ya no alcanzarán á levantarle las doctrinas de la vieja escuela. Juliano, emperador filósofo y apóstata astuto, se propuso eclipsar las glorias de Constantino, y tuvo que resignarse á ser ejemplo y testimonio de que la idolatría habia acabado virtualmente. « Venciste, oh Galileo!» esclamó: emitió una blasfemia, y blasfemando proclamó una verdad.

Descuella en esta época sobre todas las figuras de su tiempo. un personage bello y colosal. Sábio, virtuoso, activo y elocuente, tan enemigo del paganismo como de la herejía (que la herejía vino luego á luchar con la fé ortodoxa para depurarla en el crisol de la controversia), difunde la luz de su ciencia en los concilios, preside con dignidad estas asambleas católicas, combate con vigor la herejía arriana, escapa de la amenazante cuchilla de los verdugos de Diocleciano, expone con valor á Constancio la doctrina de la separacion de los poderes temporales y espirituales, que el emperador oye con escándalo, y el mundo escucha por primera vez con sorpresa. Á la edad de cien años cruza dos veces de una á otra estremidad el imperio, defendiendo siempre la causa del cristianismo. Este venerable y gigantesco personage era un español, era Osio, obispo de Córdoba. La España suministrando emperadores

ilustres á Roma: la España suministrando prelados insignes á la naciente iglesia.

Pero el politeismo, minado ya por la doctrina de la unidad, no habia de acabar de caer hasta que fuese derribado por la fuerza. El paganismo y el imperio, los desacreditados dioses y los corrompidos señores debian caer con estrépito y simultáneamente: engrandecidos por la fuerza, á la fuerza habian de sucumbir. ¿ Mas dónde está, y de dónde ha de venir esa fuerza que ha de derrocar el coloso? La Providencia, hemos dicho en el principio de este discurso, cuando suena la hora de la oportunidad dispone los hechos para el triunfo de las ideas.

Para eso han estado escalonadas siglos há desde el Tanais hasta el Danubio, amenazando al imperio, ese enjambre de tríbus y de poblaciones bárbaras, lanzadas y como escupidas por el Asia hácia el Norte de Europa. Las mas inmediatas constituyen como una barrera entre la barbarie y la civilizacion. Son los godos, vanguardia de otras razas mas salvages todavía, que empujados por ellas se derraman como torrente devastador por las provincias romanas. Pelean, son rechazados, vuelven á guerrear y vencen. Cuando el emperador Valente quiso atreverse á combatirlos, expió su anterior debilidad, siendo quemado por ellos dentro de una choza miserable. El imperio bambolea; y antes se desplomára, si el español Teodosio, último destello de las antiguas virtudes romanas, y glorioso paréntesis entre la corrupcion pasada y la degradacion futura, no detuviera con mano fuerte su ruina, que sin embargo no puede hacer sino aplazar. Porque los destinos de Roma se iban cumpliendo, y era llegado el período en que tenia que decidirse la lucha entre la sociedad antigua y la sociedad nueva. Llegan á en'contrarse de frente Honorio y Alarico, un emperador débil y un rey bárbaro: el romano degenerado no tiene valor para soportar la mirada varonil del hijo del Septentrion. El sucesor de los Césares huye cobardemente á Rávena, y deja abandonada la ciudad eterna á las hordas del desierto. Alarico humilla á la señora del mundo antes de destruirla, y Roma para pagar el precio en que un godo ha tasado las vidas de sus habitantes, despoja los templos de sus dioses y reduce á moneda la estátua de oro del Valor.

« AnteriorContinuar »