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mada pintura de la angustia en que se encontraba Numancia, recordándoles la infamia y deslealtad de los romanos, la destruccion de Caucia, el rompimiento de los tratados de Pompeyo y de Mancino, las crueldades de Lúculo, la esclavitud que aguardaba á todo el país si Numancia sucumbia, concluyendo por conjurarles que diesen ayuda y socorro á los numantinos, sus antiguos aliados. Y como algunos de ellos movidos de su discurso vertiesen lágrimas, no lágrimas, les dijo, brazos es lo que necesitamos y os venimos á pedir.» Pero una sola ciudad, Lutia, fué la que se atrevió á arrostrar el enojo de los romanos, y la única que sin tener en cuenta las calamidades que podia atraerse sobre sí, no se contentó con un inútil lloro, sino que se aprestó á sacrificarse por su antigua amiga. Sacrificio fué por desgracia mas loable que provechoso, porque avisado de ello Escipion oportunamente, půsose apresuradamente sobre la ciudad generosa, y haciendo que le fuesen entregados cuatrocientos jóvenes, con la crueldad que en aquel tiempo se usaba les hizo cortar á todos las manos. Con esto acabó toda esperanza para los infelices numantinos. A la madrugada siguiente estaba ya otra vez Escipion sobre Numancia.

Todavía los sitiados tentaron enviar un mensage á Escipion. Admitido á la presencia del cónsul: «¿Has visto alguna vez, oh Escipion, le dijo Aluro, «el gefe de los legados, hombres tan bravos, tan resueltos, tan constantes «como los numantinos? Pues bien, estos mismos hombres son los que vienen á confesarse vencidos en tu presencia. ¿Qué mas honor para ti que «la gloria de haberlos vencido? En cuanto á nosotros, no sobreviviriamos «á nuestra desgracia si no miráramos que rendimos las armas á un capitan «como tú. Hoy que la fortuna nos abandona venimos á buscarte. Impónnos «condiciones que podamos admitir con honor, pero no nos destruyas. Si «rehusas la vida á los que te la piden, sabrán morir combatiendo; si es«quivas el combate, sabrán hundir en sus pechos sus propios aceros, antes que dejarse degollar por tus soldados. Ten corazon de hombre, Escipion, «y que tu nombre no se afée con una mancha de sangre. A tan enérgico y razonado discurso contestó Escipion con helada frialdad, que no le cra posible entrar en tratos, mientras no depusiesen las armas y se entregasen á discrecion.

Acabó tan desdeñosa y bárbara respuesta de exasperar á los numantnos, que pesarosos ya y abochornados de haber dado aquel paso, buscando en quien deshogar su rabia hicieron victimas de su desesperacion á los enviados que habian tenido la desgracia de volver con tan fatal nueva. Cegábalos ya la cólera. Hombres y mugeres se resolvieron á vender caras sus vidas, y aunque extenuados ya por el hambre, vigorizados con la bebi

da fermentada que usaban para entrar en los combates, salen impetuosamente de la ciudad, llegan al pie de las fortificaciones romanas, y con frenéticos gritos excitan á los enemigos á pelear. ¿Pero qué podian ya unos pocos millares de hombres enflaquecidos contra un ejército entero, numeroso y descansado? Innumerables fuerzas acudieron á rechazar á aquellos heróicos espectros; muchos murieron matando; otros volvieron todavía á la ciudad. Pero las subsistencias estaban agotadas; nada tenian que comer; los muertos servian de sustento á los vivos, y los fuertes prolongaban algunos momentos á costa de los débiles una existencia congojosa; la desesperacion ahogaba la voz de la humanidad, y aun asi la muerte venia con mas lentitud de la que ellos podian sufrir. Para apresurarla recurrieron al tósigo, al incendio, á sus propias espadas, á todos los medios de morir; padres, hijos, esposas, ó se degollaban mútuamente, ó se arrojaban juntos á las hogueras: todo era alli sangre y horror, todo incendio y ruinas, todo agonía y lastimosa tragedia. ¡Cadáveres, fuego y cenizas, fué lo que halló Escipion en la ciudad! y aun tuvo la cruel flaqueza de mandar arrasar las pocas casas que el fuego no habia acabado de consumir.

Tal fué el horrible y glorioso remate de aquel pueblo de héroes, de aquella ciudad indomita, que por tantos años fué el espanto de Roma, que por tantos años hizo temblar á la nacion mas poderosa de la tierra, que aniquiló tantos ejercitos, que humilló tantos cónsules, y que una vez pudo ser vencida, pero jamás subyugada. Sus hijos perdieron antes su vida que la libertad. Si España no contára tantas glorias, bastaríale haber tenido una Numancia. Su memoria, dice oportunamente un escritor español, durará lo que las historias duraren. Cayó, dice otro erudito historiador estrangero, cayó la pequeña ciudas mas gloriosamente que Cartago y que Corinto.

Parecia que la independencia de España estaba destinada á sucumbir á los talentos militares, para ella tan funestos, de la ilustre familia de los Escipiones. El destructor de Numancia añadió al título de Africano el de Numantino, y triunfó en Roma, donde no hubo una voz que le acusára de injusto y de cruel.

Pienso que no habrá nadie, dice Rollin, el mas admirador de los romanos y principalmente de los Escipiones, que no compadezca la suerte deplorable de aquellos pueblos heróicos, cuyo solo delito parece haber sido el no haberse doblegado jamás á la dominacion de una república ambiciosa que pretendia dar leyes al universo.» Floro dice espresamente que «nunca los romanos hicieron guerra mas injusta que la de Numancia (1)...... No me

(1) Nullius belli causa injustior: son las espresiones de Floro.

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«parece fácil justificar la total ruina de esta ciudad. No me maravilla que «Roma haya destruido á Cartago. Era un rival que se habia hecho temible, y «que podia serlo todavía si se la dejaba subsistir. Pero los numantinos no «estaban en el caso de hacer temer á los romanos la ruina de su imperio......

Cayó Numancia, y las pocas ciudades vecinas que esperaban con ansiedad saber el resultado de sus esfuerzos se fueron sometiendo á las vencedoras águilas romanas (1).

Decio Bruto habia sometido tambien á los gallaicos, y recibido por ello los honores triunfales en Roma. Pero el fuego del patriotismo no se habia extinguido todavía en España.

(1) Todavía en el término de Garray, en que estuvo esta ciudad de gloriosa y eterna memoria, se encuentran diariamente idolos, medallas, bustos, huesos humanos, instrumentos bélicos, monedas de oro, plata y cobre. En 1825 un jornalero, sacando piedra, halló un magnífico collar de plata de peso de

18 onzas, del cual se fabricó el copon que boy sirve en la parroquia para las santas formas. Y en 1844 se encontró todavía un idolillo de metal de un palmo de alto. Algun monumento debia estar recordando siempre à la posteridad en aquel sitio el beroismo de nuestros mayores.

CAPITULO IV.

SERTORIO.

Desde 133 antes de J. C. hasta 75.

Paz que siguió á la destruccion de Numancia.-Q. Cecilio Metelo conquista las Baleares.Nuevas insurrecciones.-En la Lusitania.-En la Celtiberia.-Sus causas. Su fin.-SERTORIO.-Quién era, y cómo vino á España.-Primera y desgraciada campaña de Sertorio.-Pasa á Africa.-Vuelve llamado por los lusitanos.-Su conducta con los indígenas. Mútuo amor entre los españoles y el caudillo romano.-La cierva blanca de Sertorio.Triunfos y progresos de este insigne romano.-Crea en España senado, universidad ejército y gobierno á la romana.—Unesele por aclamacion el ejército de Perpenna.-Vie. ne contra él el Gran Pompeyo.-Vicisitudes de la guerra -Victorias de Sertorio.-Desvanecimientos de Metelo. Ridiculas farsas.-Apurada situacion de Pompeyo y engrandecimiento de Sertorio.-Edicto de Metelo pregonando su cabeza.-Traicion y alevosía de Perpenna.-Muere Sertorio asesinado.-Merecida muerte de Perpenna.-Heróica defensa de Calaborra.-Sométese la España á Pompeyo.

Destruida Numancia, quedó España por mas de veinte años en paz: no la paz de la conformidad y de la resignacion, ni menos la paz del contentamiento, sino aquella especie de inmovilidad en que queda un pueblo aterrado con ejemplos de altas venganzas. Continuaron los romanos teniéndola sometida á un gobierno militar, como país conquistado, si bien alteraron algo la forma dividiéndola en diez distritos bajo la inspeccion de otros tantos legados. Si bajo la opresion en que vivian los españoles se levantaban algunas bandas armadas y recorrian el país, tratábanlas como á partidas de salteadores y bandidos, y como á tales las califican los historiadores romanos. ¿Quién sabe si aquellos hombres obrarian á impulso de mas nobles fines? ¿No habian llamado tambien á Viriato un bandido? Pero estas partidas fueron fácilmente exterminadas. El resto de España callaba y sufria.

El único suceso de importancia que de este tiempo nos han dejado consig

nado las historias, es la espedicion del cónsul Q. Cecilio Metelo á las Baleares, cuya conquista le valió el sobrenombre de Baleárico. No sin resistencia se dejaron subyugar los célebres honderos mallorquines, pero una vez vencidos, aquellos rústicos isleños que hasta entonces habian habitado en grutas campestres, fueron atraidos á la vida civil y sometidos à un gobierno regular. Palma y Pollencia se hicieron al poco tiempo ciudades romanas.

Aquella quietud en que habian quedado los españoles hubiera podido ser duradera, si los gobernadores romanos hubieran tratado con mas consideracion y miramiento á los vencidos. Pero volvieron al antiguo sistema de las exacciones, de las violencias y de las rapiñas, y los españoles que tampoco tenian sino amortiguados los antiguos instintos de la independencia, y la inveterada aversion á la coyunda romana, alzáronse de nuevo, siendo los primeros á renovar la lucha los fieros é indomables lusitanos (109). Quince años la sostuvieron contra los Pisones, los Galbas, los Escipiones, los Fulvios, los Silanos y los Dolabellas, con varias alternativas y vicisitudes, hasta que agotados primero los hombres que el valor, fuéle ya fácil á Licinio Craso enseñorear un país casi yermo de guerreros.

No se habia sometido aun la Lusitania, cuando estalló nueva insurreccion en la Celtiberia (99). El senado romano tuvo el mal tacto de encomendar su represion á Tito Didio Nepote, que vino á cometer los mismos desafueros, desmancs y felonías de que habian dejado tan triste memoria los Lúculos y los Galbas. No decimos esto por la astucia con que ganó la primera batalla sin haber vencido (1); ni porque destruyéra la ciudad de Termes, siempre hostil á los romanos, y obligára á sus moradores á bajar á habitar en la llanura; ni por que rindiera á Colenda (hoy Cuellar), despues de siete meses de asedio. Comenzó sus demasías vendiendo como esclavos á los valerosos habitantes de Cuellar, sin esceptuar las mugeres y los niños. Llamó despues á los moradores de las vecinas comarcas, algunos de los cuales por su extremada pobreza dicen se habian dado á robar, ofreciendo repartirles el territorio de la ciudad vencida. Acudieron aquellas gentes bajo la fé de su palabra á cultivar las tierras que á cada uno habian tocado, y cuando los tuvo á su disposicion los hizo degollar á todos bárbara y alevosamente (2). ¡Así civilizaban ellos la España! ¡Y á los que

(1) En el primer encuentro que tuve con aos celtiberos murió mucha gente de una y otra parte, pero la victoria babia quedado indecisa. Llegó la noche, y Didio hizo retirar silenciosamente del campo los cadáveres romanos. Cuando al amanecer del dia siguiente observaron los celtiberos que casi todos los

muertos que yacian en el campo de batalla eran españoles, creyéronse vencidos y se le rindieron. Hasta aqui solo hay un ardid de guerra. App. de Bell. Hisp.

(2) Id. p. 535. Tit. Liv. Epist.-Eutrop. lib. IV.

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