Imágenes de páginas
PDF
EPUB

villosa. Calles, plazas, palacios, pórticos, circos, termas, templos y basílicas se levantan como por encanto. Las estátuas de los héroes de Roma van á decorar los edificios públicos de la nueva ciudad, y todo el orbe es puesto en contribucion para llevar alli sus mas preciosos objetos artísticos. Establece un senado particular; créanse dignidades y magistraturas; allá concurren senadores, patricios, cortesanos, y tras ellos el pueblo de artesanos, y el pueblo de menesterosos, los unos á vivir de su industria, los otros de las liberalidades del emperador. En la nueva corte imperial se ostenta todo el fausto, todo el lujo de Oriente. Dedícase un templo suntuoso á la Sabiduría eterna con el nombre de Santa Sofia. La nueva poblacion, que al principio se ha nombrado como por modestia Nueva Roma, toma luego por adulacion el nombre de Constantinópolis, ó ciudad de Constantino (550). Aunque Roma no renunció á la supremacía imperial, revelábase ya que Constantinopla compartiria con ella la importancia de los sucesos del mundo. La voluptuosidad y la depravacion se apoderaron pronto de aquella segunda ciudad del imperio.

Siguiendo Constantino un sistema semejante al de Diocleciano, dividió el imperio en cuatro grandes prefecturas. La de las Galias comprendia tambien las provincias de Bretaña y las siete de España (1): el prefecto residia en la Galia: España era regida por un vicario, subordinado al prefecto, al cual sban las causas en apelacion.

Constantino separó el servicio militar de la administracion civil, y trasformó en funciones permanentes los cargos que hasta entonces habian sido pasageros y á manera de comisiones. Creó dos maestres generales, uno para la infantería y otro para la caballería, á los cuales subordinó treinta y cinco comandantes militares con los títulos de duces y de comites, de que las naciones modernas han hecho duques y condes. Ostentando la vana pompa de un soberano asiático, quiso rodearse de una aristocracia fastuosa, y entonces aparecieron los orgullosos títulos de serenísimo, de ilustrisimo, de venerable, de vuestra excelencia, vuestra eminencia, vuestra alteza magnífica, y otros con que distinguia las diversas gerarquías de los oficiales del imperio, y de que los pueblos modernos se han apoderado. Los oficiales de palacio tenian tambien sus títulos honoríficos como el comes domesticorum, el præfectus sacri cubiculi, y otros infinitos. Las tropas se dividian en palatinas y fronterizas. Las primeras, estacionadas en la corte y en las grandes ciudades, se desmoralizaban y afeminaban con la ociosidad, y escitaban ademas con sus pri

(1) Bélica, Lusitania, Galicia, Tarraco- leares. nense, Cartaginense, Tingitana y las Ba

vilegios los celos de las que en las fronteras tenian que luchar todos los dias con los bárbaros. La admision de éstos como auxiliares contribuyó tambien á la desmoralizacion del ejército, y todas estas causas produ ian el disgusto y horror de los romanos á la milicia, hasta el punto de mutilarse los dedos para huir del servicio militar. No solo fueron admitidos godos y germanos en las legiones, sino tambien en los oficios palatinos, y hasta en las primcras dignidades, y las magistraturas se fueron envileciendo de dia en dia.

Hizo por otra parte Constantino multitud de leyes saludables. Restituyó al senado las prerogativas de que le habian despojado sus antecesores; libertó al imperio de aquella milicia pretoriana que con tanta facilidad daba y quitaba coronas; castigó á los delatores que creyendo lisonjearle iban á denunciarle victimas; condenó la bárbara costumbre de esponer los niños recien nacidos que sus padres no podian alimentar; dió edictos contra los parricidas, reprimió la insolente avidez de los grandes, protegió la manumision de los esclavos, y dictó otras muchas medidas humanitarias que fuera prolijo enumerar. Pero al propio tiempo veíasele entregar á los leones del circo los prisioneros de la cuarta campaña germánica, condenar á muerte de una manera misteriosa á su mismo hijo Crispo, y ahogar en un baño á su muger Fausta, la calumniadora de aquél, acusada ella á su vez de mantener relaciones vergonzosas con un criado de las caballerizas imperiales. Veíasele en el concilio de Nicea tener la modestia de permanecer en pie hasta que se sentáran los prelados, y por otra parte ostentar un lujo soberbio, impropio de un príncipe cristiano, yendo siempre cargado de oro y pedrería, y agravando para sostener aquel fausto con nuevas cargas á sus súbditos. Tal mezcla de virtudes y de vicios, y la circunstancia de haber sido un innovador religioso y politico, ha sido causa de los juicios tan encontrados que de él ha hecho la historia.

Al decir de algunos, «supo combatir y vencer como César, gobernar como Augusto, trabajar por la felicidad del mundo como Tito y Trajano, y hacer servir á la gloria del verdadero Dios todo el poder que de él habia recibido (1).» Al decir de otros, «no supo ni reprimir sus pasiones ni afianzar el imperio que habia conquistado, ni tuvo un talento estraordinario, y afeó sus buenas cualidades, con una ambicion desmesurada, con un natural feroz, con su prodigalidad y sus voluptuosidades (2).» Hay quien dice que reinó diez años como buen príncipe, otros diez como un brigante, y los «diez restantes como un pródigo (3).» Otro, haciendo el paralelo de sus vir

(1) Ducreux, Hist. del Cristianismo. () Viennet.

(3) Victor el Jóven.

tudes y de sus vicios, afirma que siguió la senda inversa de Augusto, y que acabó como Augusto habia comenzado (1). Y ha habido quien ha llevado su audacia hasta negarle la cristiandad (2). Emitense juicios igualmente opuestos acerca de su muerte. A pesar de haber recibido el bautismo al fin de sus dias, y declarar al tiempo de morir que la única vida verdadera era aquella en que iba á entrar, no se libertó de que sospecharan algunos que habia muerto en la heregía arriana, asi por la confianza que á este heresiarca habia llegado á dispensar, como por su amistad con Eusebio de Nicomedia, y el destierro de Atanasio á Alejandría. Pero el senado romano le colocó en el número de los dioses, y la iglesia griega le aclamó apóstol y santo.

Nosotros creemos que es imposible despojar á Constantino del mérito de haberse puesto á la cabeza de la revolucion social mas grande, mas necesaria, y mas provechosa que se ha verificado en el mundo, y que en este sentido la iglesia y la humanidad le estarán siempre agradecidas, y la posteridad no podrá menos de contar entre los mas grandes monarcas de la tierra al que dejó encumbrada en el solio del mundo la religion que habia nacido en un pesebre.

Murió pues Constantino en el año 537 de J. C. á los 51 de su reinado. El pueblo dió pruebas evidentes de su dolor, y su cuerpo fué sepultado junto á la tumba de su madre Santa Elena, la que tuvo la dicha de hallar el leño santo en que habia sido crucificado el Redentor.

Constantino cometió el yerro de dejar dividido aquel misino imperio por cuya unidad tanto en el principio habia trabajado. El pueblo y el ejército, disgustados de esta division, hicieron una horrible matanza en la familia imperial, comprendiendo en ella á dos hermanos, un cuñado y cinco sobrinos del emperador difunto. Solo se libraron de ella los dos sobrinos Galo y Juliano, y los tres hijos de Constantino en quienes quedó definitivamente compartido el imperio, á saber; Constantino, Constancio y Constante. Al primero de ellos le tocaron las Galias, la Bretaña y la España.

Habiendo estallado la guerra entre los dos hermanos Constantino y Constante, y perecido aquél en la lucha, quedó el segundo dueño de España y de las demas provincias que antes habian pertenecido á Constantino II. (340). Constante era cristiano y piadoso, y convocó el concilio general de Sardica, que presidió tambien nuestro Osio, obispo de Córdoba, y al que asistió igualmente el infatigable Atanasio (347), mientras los orientales disidentes, reunidos en Philipópolis, se vengaba en excomulgar á Osio, á Ata

(1) Gibbon.

(2) Escaligero,

1

nasio y al papa Julio. Pero Constante, al mismo tiempo inepto y vicioso, una tarde al volver de caza, su recrco favorito, se halló suplantado por Magnencio, que en un banquete se habia hecho aclamar por los soldados emperador. Huyendo Constante hácia España, fué alcanzado por las tropas de Magnencio, que á la falda del Pirineo le quitaron la vida (350).

Mientras esto acontecia en Occidente, y mientras en Oriente sostenia Constancio la guerra con los persas, el ejército de Iliria aclamaba Augusto á Vetranion, general anciano, que ni siquiera sabia escribir, pero que declaró no aceptar la púrpura sino para vengarse del usurpador Magnencio, como lo realizó en la famosa batalla de Murza, donde le derrotó completamente. En Roma se habia hecho aclamar emperador Nepociano. Asi andaba revuelto el imperio. Al fin logró Constancio quedar dueño único de todo el imperio como su padre Constantino (355). Pero Constancio favorecia la causa de los arrianos, que dió ocasion á la celebracion de tantos concilios, figurando honrosamente en casi todos nuestro Osio de Córdoba. Las revueltas de las Galias y las devastaciones de los francos y germanos movieron á Constancio á encomendar el cuidado de aquella guerra á Juliano, último descendiente de Constantino. Este hombre hábil y elocuente supo ganarse pronto la confianza del ejército, que acabó por aclamarle Augusto. Murió Constancio, y quedó Juliano señor del imperio (561).

Fué este Juliano el llamado apóstata, porque apostató de la fé cristiana en que habia sido educado, y no solo volvió al culto de los antiguos dioses, sino que promovió una reaccion en favor del politeismo, cuyos oráculos no dejaban todavía de consultarse en mucha parte del imperio. Tambien Juliano ha servido de original á retratos bien distintos, como suele acontecer á los príncipes reformadores. Los cristianos le han vituperado con razon en la parte que se refiere al restablecimiemto de la idolatría y al afan de rejuvenecer las creencias paganas que Constantino habia proscrito. Pero los cristianos que no veian en el emperador sino al apóstata, no al literato ni tal filósofo, acumularon sobre su cabeza enormidades en masa. Los incrédulos, por el contrario, le han ensalzado en demasia, llamándole otro Marco Aurelio, y habiendo quien le haya apellidado el segundo de los hombres: estos no han querido ver en él sino un filósofo con quien congeniarian, pero no han visto en Juliano el cínico, el burlon, el petulante; y de fanático y supersticioso le califica el mismo Amiano Marcelino, siendo un historiador gen il (1). Como enemigo de los cristianos, tuvo Juliano dos épocas; una de

(4) Superstitiosus magis quam sacrorum glo pasado Voltaire le llamaba modelo de legitimus observator, Amm. Marc. Eu el si- reyes, y Montesquieu el mas digno de

tolerancia, en que quiso hacer el papel de un Constantino de los paganos, permitiendo la libertad de cultos, si bien favoreciendo el de los antiguos dioses como Constantino favorecia el de los cristianos: en una carta á Ecébola le decia: «He resuelto usar de dulzura y humanidad con todos los gaInéos (asi llamaba él siempre á los cristianos), y no tolerar que en manera alguna se violente á ninguno para que concurra á nuestros templos ni se los obligue con malos tratamientos á que hagan cosa alguna contraria á su modo de pensar:» ¿quién no vé aqui una imitacion afectada de Constantino? Pero tuvo su época de intolerancia, en que hizo á los cristianos una persecucion, mas corta, pero no menos encarnizada que la de Dioclcciano. Viéronse horrores que hacen estremecer: por una ley que publicó en 562, tuvo la pequeñez de prohibirles la facultad de enseñar la retórica y las bellas letras. Ciertamente que cuando él subió al imperio la sociedad religiosa ofrecia ya un espectáculo bien triste: la heregía de Arrio lo habia invadido todo, y lo traia todo revuelto: los católicos celebraban concilios contra los arrianos, y los arrianos los celebraban contra los católicos; unos á otros se anatematizaban, y llegaban ya á no entenderse: los obispos se disputaban las sillas, y mútuamente se desterraban. Añadíase á esto los donatistas, novacianos, y eunomianos. No faltaba al desórden sino la rehabilitacion del paganismo, y esto hizo Juliano: aun hizo más; por odio á los cristianos constituyóse en protector de los judíos, y quiso que se reedificase el templo de Jerusalen, lo cual le impidió llevar á cabo un terremoto acompañado de erupciones volcánicas, porque estaba profetizado que no se volveria á levantar y era menester que la profecía se cumpliera. El desórden religioso habia llegado al mas alto punto.

Por fortuna de la cristiandad el reinado de Juliano fué corto; no llegó á tres años; y el politeismo murió con el mismo que habia querido resucitarle contra el torrente del siglo. Juliano fué el último emperador pagano. No sabemos cómo un hombre de sus talentos emprendió detener en su curso la revolucion ya inevitable de las ideas. Bien que era menester que el paganismo moribundo hiciera como los hombres un esfuerzo vigoroso antes de espirar. Muerto Juliano, el ejército á quien se habia vuelto momentáneamente el derecho de eleccion, ofreció la púrpura al prefecto Salustio, que no la admitió, y en su lugar fué elegido Joviano, hijo de Vetranion (364): éste era cristiano, y como tál volvió la paz á la Iglesia. Tambien quiso dar la paz al imperio, pero la com

cuantos han mandado á hombres. La Bletterie, á pesar de ser gran parcial de Juliano, le lisonjeó menos. Los filósofos franceses del siglo pasado disimularon poco su increduli

dad y menos su apasionamiento á la filosofía anti-cristiana. Muy de otro modo y con mas tino le juzga el erudito Chateaubriand en sus Estudios Históricos, Disc. II. part. II.

« AnteriorContinuar »