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Prohibimos, dice Teodosio, á nuestros súbditos, magistrados ó ciudadanos, desde la primera hasta la última clase, inmolar víctima alguna inocente en honor de un ídolo inanimado. Prohibimos los sacrificios de adivinacion por las entrañas de las víctimas.» Pero ya no era necesario tanto: la luz habia venido, y las tinieblas tenian que disiparse. No era menester el mandato, bastaba la discusion.

Curiosa fué la cuestion que Teodosio presentó al senado. «¿Qué Diog deben adorar los romanos, á Cristo ó á Júpiter? (1).» Defendia la causa de Júpiter el prefecto Simmaco, grande orador, la de Cristo la sostenia San Ambrosio, orador no menos distinguido. La mayoría del senado condenó á Júpiter. El poeta cristiano Prudencio describe asi la conversion de Roma: «Ilubiérais visto á los padres conscriptos, lumbreras brillantes del mundo, trasportados de alegría, á aquel senado de ancianos Catones, conmovidos al vestirse el manto de la piedad, mas cándido que la toga, y al deponer las insignias pontificales. A escepcion de unos pocos que permanecieron en la roca Tarpeya, precipitanse todos á los templos puros de los nazarenos, y la estirpe de Evandro corre á las fuentes sagradas de los apóstoles (2).» Cayeron, pues, los templos paganos bajo la fuerza intelectual de la idea religiosa que habia penetrado en los entendimientos de los hombres. Este fué el grande acaccimiento del reinado de Teodosio. El imperio habia de caer tambien pronto envuelto en la púrpura de sus príncipes.

Entretanto en España luchaba tambien el viejo con el nuevo culto, costando trabajo á algunos desprenderse de los antiguos hábitos y preocupaciones; que siempre han sido los españoles tenaces en conservar sus costumbres. Pero la guerra mas viva era la que se hacian entre si hereges y católicos. Varios obispos se habian hecho priscilianistas; perseguíanlos y los denunciaban otros obispos, como Itacio é Idacio, con exaltado celo. Los sectarios de Prisciliano cada vez se mostraban mas atrevidos y ardientes. No sirvió que fueran condenados en el concilio celebrado en Zaragoza (381); no sirvió que Graciano los echára de los templos y de las ciudades: no sirvió que Máximo convocára contra ellos otro concilio en Burdeos: no sirvió que Prisciliano con otros de sus secuaces sufriera la pena de muerte; el fuego de la heregía no se apagó, antes creció mas su incendio; los cadáveres de Prisciliano y sus compañeros de suplicio fueron adorados como mártires; lo que produjo graves alteraciones entre los prelados. Máximo, viendo las discordias que ardian entre los obispos cristianos de España,

() Zosim. Hist. lib. IV.

(2) Exultare pa!res videas, etc. Prudent. contra Symmacum.

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pensó enviar á ella tribunos pesquisidores, con facultad de confiscar y aun de quitar la vida á los que fuesen tenidos por hereges; especie de tribunal inquisitorial, que merced á los esfuerzos de Martin obispo de Tours no llegó á establecerse en España. Pero estaba reservado al primer emperador que hizo derramar sangre por opiniones religiosas ser el primero tambien que concibió el ominoso pensamiento de un tribunal que andando el tiempo la habia de verter á raudales.

El clero español habia comenzado tambien á relajarse en sus costumbres. En el canon VI. del concilio de Zaragoza, se escomulgaba á los clerigos que pretendian hacerse monges por vanidad, y por tener mas licencia de hacer lo que quisiesen (1). Himerio, obispo de Tarragona, viendo lo relajadas que andaban ya la disciplina eclesiástica y las costumbres de los cristianos, escribió una carta al pontifice Dámaso, consultándole sobre los desórdenes que se habian introducido en España. Muerto Dámaso, le respondió el papa Siricio su sucesor, de cuya carta, que es un célebre documento, son notables las prevenciones siguientes: «que nadie pueda casarse con la que está desposada ya con otro y ha recibido la bendicion del sacerdote: que les monges y monjas que sin atender à su voto y estado faltan á la castidad sacrilegamente viviendo como si estuviesen casados, sean escluidos de la comunion hasta el fin de la vida, y que entonces se les dé el viático de misericordia: que á los ministerios eclesiásticos solo sean admitidos los de buena vida y costumbres, y los que solo se hayan casado una vez; que con los clérigos no viva muger alguna, sino las que permite el concilio Niccno (2).» Asi decia ya San Gerónimo: «Ilay algunos que solicitan el sacerdocio ó el diaconado para ver mas libremente á las mugeres. Cuidan mas principalmente de su vestido, de peinar la cabeza con mucho esmero y de perfumarse. Rizan los cabellos con el hierro: las sortijas brillan en sus dedos: andan de puntillas; de suerte que mas os parecerán jóvenes recien casados que clérigos (3).» Estiéndese el santo padre en otras descripciones de este género en prueba de la corrupcion que se notaba ya en las costumbres de los sacerdotes. Habia sin embargo un gran número que eran ejemplo de pureza y de virtud. *

Tenía en aquel tiempo la doctrina ortodoxa para luchar con el politeismo y con la heregia campeones ilustres, sábios elocuentes y vigorosos, obispos filósofos, prelados insignes en letras y en virtudes, apóstoles infatigables, que con la pluma, con la palabra y con el ejemplo, combatian

(1) Aguirre, Coleccion de Concil. Tom. II. (2) Esta decretal es la primera que se encuentra en las colecciones antiguas de la

iglesia latina, y la primera que los sábios reconocen por verdadera.

(2) Fleury, Hist. eccl. tom. 4. cap. XVIII.

enérgicamente los antiguos y los nuevos errores con que tuvo que lidiar el catolicismo, que desafiaban con valentía la persecucion, que hablaban con independiente entereza á príncipes y gobernantes, y que ilustrában al mundo y derramaban por todo el orbe la fé y la civilizacion. Desde el obispo Atanasio de Alejandria, el varon incontrastable modelo de perseverancia y de firmeza, hasta el prelado de Hipona Agustin, el inimitable autor de las Confesiones y de la Ciudad de Dios, hubo una série y sucesion de varones virtuosos y de clarísimos ingenios, que imprimieron á los espíritus un movimiento prodigioso por todo el mundo entonces conocido, y le iluminaron con sus brillantísimos discursos y sus eruditas discusiones, ensenándole la verdad y encaminándole hacia el bien. Tales fueron los Crisóstomos, los Gregorios de Nazianzo y de Niza, los Osios, los Basilios, los Ambrosios, los Gerónimos, y otros ilustres y eminentes sábios, que recibieron el honroso nombre de Padres de la Iglesia, y que podríamos llamar tambien los santos filósofos del cristianismo. A ellos se debió en gran parte el triunfo de la doctrina civilizadora, y el descrédito en que fueron cayendo las antiguas creencias que habian tenido oscurecida la humanidad

Volvamos ahora á Teodosio.

Le hemos visto como guerrero sostener el imperio sin dejar perder una sola provincia ni una sola pulgada de territorio, como favorecedor de la religion cristiana dejarse arrebatar muchas veces de su ardor hasta la vioencia. Como legislador civil, dictó multitud de leyes, que le ganaron verdaderos títulos de gloria. Descúbrese en muchas de ellas un espíritu de sabiduría, de justicia y de humanidad, que merecen cumplida y especial recomendacion. Puede servir de ejemplo la siguiente: «En cuanto á los que ❝se hallan detenidos en las cárceles, ordenamos que no se omita medio «para apresurar la libertad de los inocentes, y que no se cometa la injusti«cia de prolongar la detencion de los culpables, que seria agravar su pena. A los carceleros y otros agentes de la justicia que se propasasen á violen«cias ó estorsiones contra los presos, queremos que se les imponga las pe«nas mas severas. Los administradores de las casas de detencion, que no presenten cada mes un estado exacto de los presos, con expresion de su cedad, naturaleza de su delito y duracion de la pena á que cada uno está «condenado, quedan obligados á pagar á nuestro tesoro una multa de veinte libras de oro: y el juez que por negligencia condenase un proceso, pagará una multa de diez libras de oro sin remision.» Admirable ley, que desearíamos ver cumplida despues de mil quinientos años. Otras disposiciones no menos recomendables de este ilustre príncipe pueden verse en el Código Teodosiano.

A vueltas de los defectos que hemos hecho notar, amigos y enemigos solian hacer justicia á sus virtudes. Aun daba lugar su edad á concebir mas venturosas esperanzas, cuando falleció en Milan el último emperador que habia sabido dirigir con robusta mano el imperio (395). Lo peor fué que le dejó encomendado á sus dos tiernos é inexpertos hijos, Arcadio y Honorio, al primero como emperador de Oriente, como emperador de Occidente al segundo: separacion que será ya definitiva (1).

(4) Orosio, Zosimo, Idacio, Marcelino, con él su historia, y otros. Sao Ambrosio, Aurel. Victor, que acabó

CAPITULO VII.

LOS BARBAROS.

De 393 á 414,

Arcadio, emperador de Oriente, Honorio de Occidente.-Debilidad de estos dos príncipes. -Irrupcion de bárbaros en el imperio.-Los godos. Alarico.-Sus primeras invasiones por Oriente. - Invade la Italia. - Es derrotado dos veces por Estilicon, ministro y general de Honorio.-Se retira. - Nueva irrupcion de bárbaros.-Vándalos, suevos, alanos, borgoñones, godos. - Gran derrota de los bárbaros en Florencia. - Emperadores intrusus en las Galias y en España. Guerras civiles.-Nueva aparicion de Alarico en Italia.Sitio de Roma.-Impuesto que exige á la ciudad. Humillacion de los romanos.-Segundo asedio de Roma por Alarico. Obliga al senado á aceptar un emperador que él nombra.-Sitia Alarico á Roma tercera vez.-Entran los godos en la ciudad de los Césares. -Horroroso saqueo y destruccion de estátuas y de preciosos objetos artísticos.-Manda Alarico respetar los templos cristianos. Conduce en procesion los vasos sagrados.Retirada de Alarico.-Su muerte.-Sucédele Ataulfo.-Su matrimonio con Placidia, bermana del emperador romano.-Ruptura entre Ataulfo y Honorio.-Invasion de los bárbaros en España. Vándalos, suevos, alanos.-Gran desolacion en España.-Repártense las provincias.-Venida de Ataulfo y de los godos.-Disolucion moral del imperio romano. So inícia en España la dominacion de los godos.

Un solo hombre habia estado deteniendo la caida del imperio. Muerto este hombre, el viejo y minado edificio iba á venir à tierra, parte desmoronándose, parte desplomándose con estrépito.

Parece que la Providencia no queria dar á cada familia imperial sino un nombre ilustre, para que los grandes de la tierra no se envanecieran. Marco Aurelio, modelo de príncipes, dió al mundo un hijo, tipo de corrupcion y de perversidad. Los hijos de Constantino estuvieron lejos de heredar la grandeza de su padre; y al gran Teodosio le suceden sus dos hijos Arcadio y Honorio, el primero pequeño, miserable y estúpido, el segundo desidioso, ligero y desatentado: Arcadio dominado por una muger y por un eunuco, y Honorio entregado á un tutor de la raza alana, y contento con casarse sucesivamente con

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