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de unos estrangeros que profesaban su misma fé, y que protestarán con mas energía contra otros estrangeros que vienen á quitarles su patria y á imponerles una nueva fé y una nueva religion.>>

«Dios habia querido, dice la crónica, conservar aquellos pocos fieles, para que la antorcha del cristianismo no se apagára de todo punto en España.» Y asi fué. Mantuviéronse alli sin ser hostilizados los bravos astures, y los que de otras provincias acudieron á refugiarse al abrigo de sus riscos, el tiempo suficiente para recobrarse del primer aturdimiento, y concebir el temerario plan de resistir á las huestes agarenas en ninguna parte vencidas, y de fundar alli una nacionalidad. Ofrécese á guiarlos en tan arrojada empresa un hombre de accion y de consejo, gefe atrevido y prudente, que nunca desesperó de la causa de su religion y de su patria. Poco importa que Pelayo fuese un noble godo, hijo de un duque de Cantabria y deudo de los monarcas destronados, como afirman las crónicas cristianas, ó que fuese Pelayo el Romano, Belay el Rumi, como le apellidan las historias árabes; puesto que ya no habia diferencia entre godos y romano-hispanos, y todos eran cristianos y españoles, porque la patria y la fé los habian congregado alli.

Cuando el rumor de la reunion de aquellas pobres gentes llegó á oidos del valí El-Horr, y cuando Alkhaman de órden suya penetró con una hueste sarracena por entre las quebradas y desfiladeros de Asturias, Pelayo y su pequeño pueblo se recogen á hacerse fuertes en la concavidad de una roca, en la cueva de Covadonga, ignorada del mundo entonces, y conocida y célebre en el mundo después. ¿Quién podia creer que aquella cueva encerrára una religion, un sacerdocio, un trono, un rey, un pueblo y una monarquía? ¿Quién podia creer que el pueblo cobijado en aquella cueva como un niño desvalido, habria un dia de abarcar dos mundos como un gigante fabuloso? ¿Ni que aquella monarquía que se albergaba tan humilde con Pelayo en Covadonga se habia de levantar tan soberbia con Isabel en Granada?

Los árabes dan principio al ataque contra aquella rústica ciudadela, y se realiza el combate mas maravilloso que se lee en las páginas de la humanidad. Que si los dardos agarenos no se volvian

de rebote contra los mismos que los lanzaban, si las montañas y las rocas no se desplomaban contra ellos, y el terreno no se hundia bajo sus pies; si no se realizaron todos estos milagros que los escritores cristianos consignan, realizóse un prodigio que los musulmanes no han podido desmentir, el de haber aniquilado un puñado de rústicos y mal disciplinados montañeses al numeroso, organizado y nunca vencido ejército musulman. O el favor de Dios y la proteccion providencial no se manifiestan nunca visiblemente en favor de una causa y de un pueblo, ó no pudo ser mas evidente su intervencion en favor de aquella pequeña grey de fervorosos cristianos, resto de la monarquía católica pasada, y principio de la monarquía católica futura.

En efecto, la fé es la que ha alentado á esos pocos españoles á emprender esa generosa cruzada contra los sectarios del Islam, que se inicia en Covadonga. Ella es la que va á enlazar la sociedad destruida con la sociedad que comienza á nacer. Asi se enlazan las edades y los principios. La conversion de Constantino á la fé cristiana fué el eslabon que unió la vieja sociedad romana con las nuevas sociedades formadas de las razas septentrionales. La conversion de Recaredo al catolicismo fué el lazo que habia de unir la España gótica con la España independiente. El espíritu religioso será el que la guie en la lucha tenaz y sangrienta que ha inaugurado. La religion y las leyes fueron, ya lo dijimos, las dos herencias que la dominacion goda legó á la posteridad, y estos dos legados son los que van á sostener los españoles en esta nueva regeneracion social. Tan pronto como tengan donde celebrar asambleas religiosas, pedirán que se gobierne su iglesia juxta Gothorum antiqua concilia; y tan luego como recobren un principio de patria, clamarán por regirse secundum legem Gothorum. Asi la España irá recogiendo de cada dominacion y de cada edad los principios que han de ir perfeccionando su organizacion; y no parece sino que la Providencia estuvo deteniendo la invasion de los árabes, hasta que estuviera acabado el Fuero de los Jueces, y permitió que la invadieran á poco de haberse concluido, como si no hubiera querido privarla de su existencia pasada hasta dotarla del principio de su vitalidad futura.

Importa poco que á Pelayo le dieran ó no el título de Rey antes ó despues de su famosa victoria. La posteridad se le ha adjudicado, y el mundo se le ha reconocido, puesto que ya no se interrumpió la sucesion de los que despues de él fueron siendo reyes de Asturias, de Leon, de Castilla, de España y de los Dos Mundos.

Aquella congregacion de militares, labradores, pastores, sacerdotes y artesanos, fué atreviéndose á descender de las empinadas sierras, y á ocupar poco á poco los valles y los llaros, donde se ejercitan en las armas, apacientan ganados, desmontan terrenos, cortan maderas de los bosques, y edifican primero templos y despues casas; porque para aquellos piadosos montañeses primero es construir moradas para Dios que viviendas para los hombres. De todas partes confluyen cristianos á aquel asilo de la independencia, y llevando cada cual una industria, un oficio ó una espada, aumentan y fortalecen la poblacion, fundan una pequeña capital correspondiente á la pequeñez del reino, y se preparan á mayores empresas.

No era mediado aun el octavo siglo, cuando sintiéndose estrechos en tan reducidos límites, y considerándose bastante fuertes para no necesitar de sus rústicos atrincheramientos, salieron á desafiar á los árabes en los campos y pueblos por ellos dominados. El hacha de Cárlos Martell hace cejar á los musulmanes por la parte de la Aquitania Gótica que habian invadido, amenazando al corazon de la Francia, y difundiendo el espanto por toda Europa; y Alfonso el Católico de Asturias emprende una série de gloriosas escursiones, llevando el terror y la devastacion delante de su espada, á tal punto que los mismos sarracenos le nombraban Alfonso el Temido y el Matador de gentes. Las armas cristianas recorren la Galicia y la Lusitania, los campos Góticos, la Cantabria y la Vasconia hasta los Pirineos Occidentales. Sin embargo, estas conquistas no pueden tener el carácter de permanentes. Harto hace Alfonso I. en enseñar á los infieles que no es solo al amparo de los riscos donde saben vencer los cristianos, en poner en contacto á los fieles de uno y otro estremo del Norte de la Península, y en señalar á sus sucesores el camino de la restauracion.

La destruccion ha sido grande, y la nacionalidad tiene que irse reconstruyendo lentamente: el árbol que retoña al pie de la centenaria encina, arrancada por el furioso vendabal en un dia de borrasca, no puede crecer de repente. Pasa, pues, medio siglo y cinco reinados oscuros, desde las brillantes y pasageras correrías de Alfonso el Católico, hasta las adquisiciones permanentes de Alfonso el Casto, el cual llega á medirse con Carlo-Magno, la figura mas gigantesca de aquellos tiempos, y pacta ya formales treguas con el emir de Córdoba, como de poder á poder.

Llega el siglo nono, y otro tercer Alfonso, llamado con justicia el Grande, lleva sus huestes hasta mas allá del Guadiana, y hace brillar las armas cristianas ante los muros de Toledo. El gefe del imperio musulman se humilla á solicitar de él una paz solemne, y el tercer Alfonso designa ya á sus hijos la ciudad de Leon como la residencia futura de los monarcas cristianos.

Á la voz de Asturias respondió pronto el eco de Navarra, y el pendon de la fé que se enarboló en las cumbres de los Pirineos Ocidentales no tardó en tremolar tambien en el Pirineo Oriental. Pero faltaba al pueblo cristiano un centro de unidad y de accion. Cada comarca gustaba de pelear aisladamente y de cuenta propia; sujetábanse tal cual vez unos á otros de mal grado, y los reyes de Asturias no podian recabar de los cántabros y vascos sino una dependencia ó nominal ó forzada. Era el genio ibero que habia revivido con las mismas virtudes y con los mismos vicios, con el mismo amor á la independencia, y con las mismas rivalidades de localidad.

Por fortuna no andaban los conquistadores mas acordes y avenidos. Á la unidad momentánea de impulsion, que los hizo irresistibles como invasores, sucedieron luego las antipatías de raza y los odios de tribu que ya dejaron implantados los primeros gefes de la conquista. Ademas de las diferencias entre árabes, sirios y egipcios, los mismos árabes, especie de aristocratas privilegiados, se dividian en varias categorías, segun que sus razas se aproximaban mas en orígen á la del Profeta, ó que conservaban mas puras las tradiciones del Islam. Y todos tenian contra sí á los africanos berberiscos, conquistados antes por ellos, sus aliados forzosos des

pues, mas groseros y menos creyentes, que no desaprovechaban ocasion de vengar con ruda animosidad su mal tolerada dependencia. La distancia que separaba la Península del gobierno central favorecia el desarrollo de sus discordias, pues tenian tiempo para devorarse entre sí los musulmanes de España, antes que la accion del gobierno superior, debilitada con la larga escala que tenia que recorrer, pudiese aplicar el oportuno remedio.

La angustia misma de su situacion les sugirió el pensamiento de fundar en España un imperio independiente del de Damasco. Pronto las playas de Andalucía resuenan con un grito de regocijo y con una aclamacion de entusiasmo. Era que saludaban al jóven Abderrahman ben Merwan ben Moawiah, de la ilustre estirpe de los Beny-Omeyas de la Arabia, único vástago de su esclarecida familia que habia librado milagrosamente su garganta de la tajante cuchilla de los Abbasidas. Este tierno prófugo, cuya juventud era un tejido de azares dramáticos y de episodios novelescos, fué el escogido por las tribus árabes y sirias para ocupar el trono del futuro califato español, y venia desde el fondo del destierro á tomar posesion del solio.

Funda, pues, Abderrahman el imperio de los Ommiadas, la dinastía mas brillante que ocupó jamás los tronos del mundo: y la raza árabe, noble, ardiente y generosa como sus corceles, se sobrepone á la raza berberisca, inquieta, turbulenta y pérfida como los numidas sus antepasados.

Realiéntase y se vigoriza con esto el imperio muslímico español, pero no por eso desmaya el denuedo ni se entibia la fé de los cristianos. Antes bien principia mas propiamente ahora esa grande epopeya de dos pueblos caballerescos, que se odian por religion y que rivalizan en arrojo en la pelea. Lucha sublime, en que se ve el ardor y la sangre de la Arabia en pugna incesante con el estoicismo cristiano de los hijos de Occidente: escenas africanas mezcladas con las tiernas emociones del cristianismo: mahometanos que se arrojan á la muerte con la confianza de alcanzar el paraiso, y cristianos que pelean alentados con la esperanza de ganar el cielo: cjércitos que se contemplan protegidos por la sombra del perdon de Ismael, y combatientes á quienes amparan los brazos de una

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