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el valeroso Teodoredo rey de los godos, buscando á Atila. Encontrose su cuerpo sepultado bajo un espeso monton de cadáveres. Pero Atila habia sido vencido. El fiero caudillo de los hunos pasó la noche atrincherado detrás de sus carros, cantando al son de sus armas, al modo del leon que ruge y amenaza en la entrada de la caverna á donde le han hecho retroceder los cazadores (1).

Atila creyó llegado su fin, y esperaba ser atacado á la mañana siguiente. Pero el silencio de los campos le dió á entender que los enemigos habian renunciado á aniquilarle como hubieran podido y él temia. ¿Por qué los vencedores dejaron escapar tan bella ocasion de acabar con el coloso del Norte? Verdad es que ni ellos mismos supieron al pronto que habia sido suya la victoria, hasta que la luz del nuevo dia les enseñó que la mayor parte de los cadáveres que cubrian aquellos campos de muerte eran de los hunos. Pero otra causa influyó mas en aquella estraña determinacion. El altivo Aecio, que habia visto la heróica conducta de los godos en la batalla, sospechó que si se consumaba la destruccion de Atila tomarian demasiado ascendiente en el imperio, y á este espíritu de celosa rivalidad debió Atila su salvacion. Los godos habian proclamado rey á Torismundo, hijo mayor de Teodoredo, y Aecio tomó de aqui pretesto para alejar al godo, persuadiéndole debia apresurarse á marchar á Tolosa para hacer confirmar su eleccion antes que alguno de sus hermanos se le anticipase. A Merovéo, gefe de los francos, le hizo tambien re— tirarse gratificándole largamente, y esta era la causa del silencio de los campos que notó Atila, al cual de este modo hizo Aecio puente de plata para escaparse, como lo ejecutó volviéndose á la Pannonia.

De corta duracion fué el reinado de Torismundo. Avaro, cruel y revoltoso, hízose aborrecer del pueblo y de los suyos, y concertáronse para desembarazarse de él sus dos hermanos Teodorico y Frederico. Hiciéronle pues asesinar, y Teodorico (Theod-rick, poderoso sobre el pueblo) fué aclamado rey de los godos, enviando á Frederico á España, de acuerdo y á solicitud del emperador Valentiniano, á sujetar á los bagaudas que inquietaban los campos de Tarragona (453).

Recorramos ahora una série de crímenes que rápidamente se sucedieron para acabar de precipitar el imperio romano por los romanos mismos. Valentiniano despues de la muerte de su madre Placidia soltó los diques á todo género de pasiones torpes y violentas. Celoso de Aecio, asesinó al único que por largo tiempo habia sustentado con su valor un imperio moribundo: el último romano pereció al filo de la espada del mismo emperador á quien habia sostenido. Era la primera vez que la desenvainaba Valentiniano. Este im→

(1) Strepens armis canebat, elc. Id. ibid.

bécil principe puso sus torpes ojos en una honesta y hermosa romana, muger del rico senador Máximo: la llamó engañosamente á su palacio, y no pudo libertarse de su bárbara violencia: la infeliz murió de pesar: Máximo quiso vengarse del lascivo príncipe, y halló fácilmente quien le ayudara en sus proyectos: dos asesinos clavaron sus puñales en el pecho de Valentiniano en mcdio del dia, y el pueblo celebró el asesinato. Máximo fué proclamado emperador en lugar del violador de su muger. Pero Máximo se obstinó en casarse con Eudoxia, viuda de Valentiniano, contra la voluntad de ésta, que viéndose forzada á ello llamó en su socorro á Genserico rey de los vándalos: ¡qué complicacion de sucesos! El terrible instrumento de la venganza marcha sobre Roma, Máximo intenta escaparse, y el pueblo le hace pedazos. Genserico entra en Roma, y la ciudad eterna es entregada al saqueo por espacio de catorce dias y catorce noches. Las estátuas y objetos artísticos que Alarico habia perdonado, despedázanlas los vándalos por recreo y por el instinto de destruir: lo único que recogen es la pl ta y el oro. Roma era ya un cadáver que Genserico acabó de despojar. Los bárbaros yuelven á embarcarse, y trasportan á Cartago las últimas riquezas de Roma, como algunos siglos antes habia llevado Escipion á Roma los tesoros de Cartago. ¡Qué cambio de tiempos' Entre los tesoros se encontraron los adornos robados por los romanos al templo de Jerusalen. ¡Estraña mezcla de ruinas! todo va pasando á poder de los bárbaros.

Indignados los godos de la destruccion vandálica de Roma, se congregan en Arlés para dar á los romanos un emperador. Sidonio Apolinar nos pinta esta asamblea electoral con las siguientes palabras: «Conforme á su antigua costumbre reúnense sus ancianos al salir el sol: bajo el hielo de la vejez conservan el fuego de la juventud. No es posible ver sin disgusto el lienzo que cubre sus descarnados cuerpos; y las pieles con que se visten apenas descienden mas abajo de las rodillas. Usan botines de piel de caballo, que aseguran con un simple nudo en medio de la pierna, cuya parte superior permanece descubierta.» El resultado de la deliberacion fué elevar al imperio á Avito, suegro de Sidonio Apolinar, que regia entonces las armas romanas en las Galias. Avito partió para Italia.

Los suevos de Galicia, siempre belicosos, siempre inquietos y siempre feroces, mandados por su caudillo Rechiario, invadieron otra vez la provincia de Cartagena. En vano Avito y Teodorico unidos le enviaron embajadores intimándole que respetára las provincias del imperio. Los embajadores fueron maltratados, y Rechiario acometió y saqueó la provincia de Tarragona. Nuevos embajadores, nueva intimacion y nuevo desprecio. Fué ya preciso que Teodorico acudiera con un ejército de godos y romanos á castigar la insolencia del suevo. Pasa Teodorico los Pirineos, Rechiario se retira, el godo

le persigue, y viene å alcanzarle á cuatro leguas de Astorga, junto al rio Orbigo, en una llanura llamada el Páramo (456). Empéñase alli la pelea, los suevos son derrotados con gran mortandad, y su gefe Rechiario se retira herido á las estremidades de Galicia. El godo avanza en su persecucion: la ciudad de Braga abre las puertas á los godos acogiéndose á su piedad: no se quitó la vida á nadie, pero los principales suevos fueron hechos prisioneros, las casas saqueadas, los templos despojados, derribados los altares, y las iglesias convertidas en caballerizas: y eso que los godos eran los menos feroces de todos los bárbaros. Rechiario, enfermo de su herida, fué descubierto en su retiro, entregado á Teodorico y condenado á muerte. Parecia, pues, destruido el imperio suevo en España por los godos. Teodorico salió de Braga, corrió la Lusitania, y se apoderó de Mérida, donde recibió la noticia de que Avito habia sido desposeido del imperio en Roma por el famoso suevo Ricimer, lo que movió al rey godo á regresar á su capital de Tolosa, no sin dejar en España una parte de su ejército, que tomó por engaño á Astorga, la saqueó y pasó á cuchillo sus habitantes: hizo lo mismo en Palencia; acometió en seguida á Coyanza (hoy Valencia de Don Juan) sobre el rio Esla, cuyo castillo no pudieron tomar, y de alli se retiraron á la Aquitania. Este fué el principio del engrandecimiento de la dominacion goda en la Península, El pensamiento de Avito y Teodorico era ayudarse mútuamente á engrandecer el imperio godo y el romano: quizá lo lográran si Roma no estuviera ya destinada á perocer muy pronto.

En efecto, el suevo Ricimer, nieto de Walia, habia destronado á Avito, y vestido con la raida púrpura imperial á Mayoriano: pero Mayoriano comenzó á dar sábias, justas y saludables leyes, y á reanimar la gloria romana, y no habia sido la intencion de Ricimer sentar en el trono á un hombre de talento: promovió, pues, una sedicion, y le forzó á abdicar: puso la rota diadema sobre la cabeza de Libio Severo, especie de autómata imperial, y por lo mismo muy del agrado de Ricimer. Mas luego convinole á éste deshacerse de Severo, le envenenó, y puso en su lugar á Anthemio, con cuya hija se casó, Indispúsose luego con su suegro, y trasladó la vieja púrpura de los hombros de éste á los de Olibrio, que se habia casado con Placidia, bija de Valentiniano III. Roma por este tiempo fué saqueada tercera vez. Anthemio fué muerto; murió tambien Olibrio, y Ricimer mismo cayó en la tumba en que habia precipitado á cinco emperadores hechos por su mano.

Entretanto la España participaba de la espantosa descomposicion que trabajaba el mundo. Creemos deber aliviar á nuestros lectores de la relacion minuciosa de unos sucesos nublosos, confusos y embrollados, en que figuran muchos caudillos y ningun héroe; sucesos que pueden interesar solo por sus

resultados, no por sus pormenores; hechos comunes, guerras parciales, nombres oscuros, correrias y saquéos. ¿Qué podemos decir de los suevos Maldras, Frumar, Remismundo, y otros cuyos nombres nos han trasmitido las crónicas de aquel tiempo? ¿Qué eran y qué hacian? Eran caudillos que peleaban entre sí, que saqueaban, que se sometian á los godos, que se hacian arrianos como ellos, que todos tomaban el título de rey, sin que esto significase mas sino que iban al frente de cierto número de parciales que seguian sus banderas, que morian en batalla ó asesinados, sin dejar á la historia otra cosa que un nombre que recogió un historiador. Los herulos, que podemos Ilamar el pueblo corsario de los bárbaros, se acercaban con sus flotas á las costas de España, entraban en las poblaciones que hallaban desprevenidas, las saqueaban y volvian á embarcarse con los despojos. Teodorico, rey de los godos, enviaba sus generales y sus ejércitos á España, y sometiendo á los suevos, á unos por medio de tratos, y á otros por la via de las armas, iba ensanchando sus dominios en la Península, al paso que estrechaba los de los suevos, que redujo á los términos de Galicia, quedando él dueño de la Bética y de casi toda España, á escepcion de algunas ciudades que aun obedecian á los romanos. Teodorico estendió tambien sus posesiones de las Galias, dominando desde el Loire hasta los Pirineos, de manera que el imperio godo fué el que creció al través de tantas discordias, al compás que menguaba el de los suevos y el de los romanos. En cuanto á religion, el arrianismo era el que dominaba, y dominaba á costa de la opresion de los católicos, de la persecucion de los obispos ortodoxos, y de la destruccion de los templos. Entre los prelados católicos á quienes alcanzó la persecucion del arrianismo fué uno Idacio, autor de una de las crónicas de que hemos tomado una parte de la relacion de estos sucesos.

Tan trabajosa y lentamente se iba fundando en España la monarquía goda. Verémosla crecer con Eurico, que sucedió á Teodorico su hermano, á quien quitó la vida en Tolosa á fines del año 466 (1).

(1) Este Teodorico es el que nombran Teodorico II. los que llaman tambien Teodorico á Teodoredo su padre.

Acerca de las cualidades y costumbres de este rey godo nos ha dejado Sidonio Apolinar noticias curiosas é interesantes. «La esatatura de Teodorico, dice, es mediana, su cabeza redonda, su cabellera espesa y cres«pa se levanta desde la frente hasta la coroanilla: espesas cejas coronan sus ojos, y «cuando baja los párpados, sus largas cejas allegan casi hasta la mitad de las mejillas.

«Sus orejas, segun la costumbre de su na«cion, están cubiertas y como azotadas por «los bucles de sus largos cabellos. Su nariz «forma una graciosa curva. Crécele poblada «barba bajo las sienes; pero todos los dias la cafeita debajo de la nariz y en las partes in«feriores del rostro. Su cuello y su barba «<son regularmente gruesos, y su tez, de un «blanco de leche, se colora algunas veces de «un sonrosado juvenil ...

«En cuanto a su método de vida, Teodo«rico se levanta antes del dia para asistir con

*poco séquito á las oraciones de sus capella«nes, con el respeto y la asiduidad conve«nientes: pero se conoce fácilmente que es «un tributo que paga mas bien à la costum«bre que á la conviccion. El resto de la mañana le dedica á los cuidados del gobierno. El conde que lleva sus armas está de pie «cerca de su silla. Hácense presentes alguanos guardias vestidos de pieles, que perma«necen á cierta distancia por no hacer ruido, «y murmullan sórdamente excluidos de las «salas interiores y encerrados entre canceles. «Entonces se dá entrada á los embajadores «estrangeros. Teodorico responde en pocas «palabras á sus larges discursos.

«A las ocho se levanta y va á visitar sus atesoros ó sus establos. Cuando sale de caza, «se creeria poco digno de la dignidad real allevar él mismo su arco; mas al presentarse «la caza, tiende la mano por detrás, y un esaclavo le alarga el arco, cuya cuerda no de«be estar armada de antemano, porque se <<tendría por una molicie indigna del homabre: despues armándola él mismo, os pide «le indiqueis el punto en que ha de herir, y ano bien se le indica, ya está acertado.

«Su mesa ordinaria es la de un simple «particular: su mas sabroso manjar es la con«versacion, séria y formal por lo comun: el carte, no el precio, constituye el valor de lo «que se le sirve: la copa circula pocas veces, ay los convidados tienen derecho de quejarase de ello. Solo el domingo, en sus banqueates de ceremonia, se encuentra la elegan«cia de la Grecia, la abundancia de la Galia, y la actividad de la Italia.

«Despues de comer duerme muy poco ó «nada. Entonces se lo lleva el tablero de los adados. En el juego invoca alegremente la afortuna ó la espera con paciencia: si gana, «calla, y si pierde se sonrie. Poco aficionado «al desquite, gústale no obstante aparentar «que no teme los azares. Suele deponer en el «juego la reserva de rey, y excita á todo el «mundo á la franqueza y á la familiaridad: «le complace ver las emociones del que pier«de, y necesita que se enfade el vencido pa«ra creer en su propio triunto: muchas veces «esta misma alegria, cuya causa es tan fri«vola, favorece á otros negocios mas graaves........ Yo mismo, cuando tengo algo que pedirle, me procuro una feliz derrota, y «pierdo la partida para lograr mi preten«sion.

«A las tres vuelve á cargar sobre élel «peso de los negocios; reaparecen los pre«tendientes, y este impertinente cortejo se «agita en derredor suyo hasta que la noche «y la hora de la cena le hacen dispersarse. «Algunas veces durante la comida se introaducen farsantes y bufones; pero sus morda«ces chistes deben respetar á los convidados. «Nada de música, ni de coros: los únicos «aires que agradan al rey son los que des➡ «piertan el valor bélico. Finalmente, cuanado se retira á descansar, por todas partes «hay centinelas armados á las puertas del pa«lacio.»

Las guerras en que anduvo casi siempre envuelto este rey no debieron dejarle disfrutar mucho tiempo de este sistema de vida.

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