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ofrecido completo perdon para ti solo: en cuanto á los demas nada pro

meto..

El rey prosiguió su camino. Algunas horas despues el bello sol del mediodía y de una apacible mañana de setiembre hacía resplandecer en las calles de Nimes las limpias armaduras de los caballeros que escoltaban al rey Wamba en medio de las aclamaciones de una muchedumbre. Algunos offciales principales se dirigen al anfiteatro en que se guarecia Paulo, habitacion en otro tiempo de los tigres y leones que servian para los juegos del circo. Dos capitanes asieron á Paulo cada uno de un mechon de su larga cabellera gótica, y llevado asi entre los caballos le presentan á Wamba: el miserable se prosterna delante del rey, y se desciñe el cinturon militar en señal de rendimiento. Sucesivamente le fueron presentando los demas rebeldes: Wamba reconviene á todos, los manda poner en lugar seguro, y señala el dia en que serán juzgados á presencia del ejército. Publícase de órden del rey un indulto general para los que habian tenido parte en la rebelion, francos, sajones, galos, españoles y godos, á escepcion de los susodichos gefes. Ordena enterrar los muertos, curar los heridos, restituir á los habitantes lo que les habia sido arrebatado, volver á los templos sus alhajas, entre las que se hallaba la corona de San Félix que por algunas semanas se habia ceñido Paulo, y obsequia á los soldados vencedores con dinero de su caja particular.

Al tercer dia se ofrece un espectáculo singular é imponente á los ojos de Jos habitantes de Nimes: aparece todo el ejército en órden de batalla: levántase en medio un tribunal, presidido por el rey, asistido de los generales y señores de su córte: alli hace comparecer á Paulo y sus compañeros: «Conjúrote, le dice á Paulo, en el nombre de Dios omnipotente, que en esta asamblea de hermanos éntres conmigo en juicio, y me digas si en algo te he ofendido, ó si te he dado ocasion que te pudiera excitar á tomar las armas contra mí, y á levantarte con intento de usurpar el reino (1).» Paulo respondió humildemente que confesaba no haber recibido del rey Wamba sino beneficios, y que reconocia no tener su traicion disculpa alguna. La misma pregunta hizo á todos, y de todos obtuvo igual respuesta. Entonces el monarca hizo leer el juramento de fidelidad que cada uno de ellos habia prestado al rey Wamba; en seguida el otro juramento que habian hecho á Paulo de no dejar las armas hasta que Wamba fuera despojado del trono. El proceso estaba fallado por sí mismo. El tribunal leyó los cánones de los

(1) Conjuro te per nomen omnipotentis elc. Julian. Tolet. Hist. Regis Wambæ Dei, ut in hoc convèntu fratrum meorum,

últimos concilios relativos á los atentados contra los reyes: los jueces pronunciaron sentencia de muerte contra Paulo y veinte y siete cómplices, entre los cuales figuraba el primero el obispo de Magalona, Gulmidio. Wamba entonces usó de la régia prerogativa que los concilios le concedian, conmutando la pena de muerte en la de tonsura y cárcel perpétua.

Detúvose algunos dias en las Galias, los necesarios para restablecer las cosas en el estado normal que tenian antes de las últimas turbulencias; hecho lo cual, emprendió otra vez el camino de Toledo, llevando consigo los prisioneros rebeldes. Por todas partes iba recibiendo aclamaciones y aplausos. Una legua antes de llegar á la córte de los godos se dispuso una entrada triunfal, solemne y vistosa. Toda la comitiva se vistió de gala, y marchaba ordenadamente en dos filas. Los gefes de la rebelion iban en carretas, vestidos con trages oscuros y humildes, los pies desnudos, una cuerda alrededor de la cintura, rapadas las cabezas, cejas y barbas. Distinguíase entre ellos Paulo por una corona de cuero negro ceñida á las sienes, signo irrisorio de la que habia querido usurpar. Veíase en seguida al rey con su gran cortejo de oficiales y señores cubiertos de brillantes armaduras. Asi atravesó las calles de Toledo entre las aclamaciones de un pueblo alborozado. Paulo y sus cómplices, entre los que habia muchos eclesiásticos y algunos obispos, fueron conducidos á la prision que les estaba destinada (1).

Concluida esta guerra, dedicóse Wamba á las cosas del gobierno del Estado. La poblacion de Toledo habia crecido desde que se habia hecho córte y asiento de los reyes godos. Wamba la hizo ceñir de un segundo muro abarcando los nuevos arrabales: empleáronse en la construccion de esta muralla muchas piedras del antiguo circo romano. Hiciéronse se repararon de su órden varias otras obras públicas en diferentes puntos del reino, y mostróse tan amigo de las artes en la paz como habia sido activo y enérgico en la guerra. De inferir es que Wamba se hallaria resentido de algunos grandes y clérigos, que no le habrian ayudado en sus dos campañas, ó al menos asi lo hace sospechar la famosa ley que empieza: «De his qui ad bellum non vadunt:» que de su propia autoridad dió tan pronto como regresó á Toledo. En ella impone bajo las penas mas severas, asi á eclesiásticos como á seglares, de cualquier clase y gerarquía que sean, la obligacion de tomar las armas y acudir de cien millas en contorno á cualquier punto en que haya ó amenace un peligro para la patria (2).

(4) San Julian, Hist. de la expedicion del rey Wamba.

(2) «E por ende establecemos en esta ley,

que deste dia adelantre, quando que quier que los enemigos se levantaren contra nuestro regno tod omne de nuestro regno, si quier

Faltábale al rey Wamba acreditar su poder y su pericia en la guerra de mar como lo habia acreditado en la de tierra. La ocasion le vino á la mano. Habian los sarracenos por este tiempo conquistado una gran parte de África, y levantado en ella un nuevo y terrible poder, peligroso para España por su proximidad. Por primera vez en el reinado de Wamba se vió una flota sarracena de doscientos setenta pequeños barcos cruzar el Mediterráneo, y amenazar y molestar las costas meridionales de España. No debia cogerle á Wamba desprevenido, puesto que inmediatamente le salió al encuentro con otra flota, en que embarcó buen número de gente de armas, y dándole alcance y empeñado un combate naval, echó á pique la mayor parte de los barcos enemigos, incendió otros y pudo apresar algunos (1). Ni se supo ni con certeza ha podido averiguarse por culpa de quién se acercára á España aquella armada enemiga, y no carece de verosimilitud la sospecha de algunos autores que propenden á atribuírsela á Ervigio, que, como luego veremos, envidiaba la gloria de Wamba y maquinaba algun medio de arrebatarle la corona.

La gloria militar de este reinado, el último en que se vió revivir el antiguo espíritu guerrero de los godos, no impidió atender á las cosas de la iglesia, objeto que los godos no olvidaban ya nunca. Dos concilios se celebraron en tiempo de Wamba, en Toledo el uno, en Braga el otro, ambos en el mismo año de 675. Con estrañeza vemos en el primer cánon del de Toledo prescribirse á los obispos que guarden en él la debida modestia, asi en sus acciones como en sus palabras, que se produzcan con moderacion, sin usar chanzas ni injurias, y que no haya ni confusion ni tumulto. Prívase en el tercero de su dignidad á los eclesiásticos que intervengan en juicios que puedan producir sentencia de muerte ó mutilacion de miembros. Insistese en el último en la celebracion anual tantas veces mandada de los con

sea obispo, si quier clérigo, si quier conde, si quier duc, si quier ricombre, si quier infanzon, ó qual que quier omne que sea en la comarca de los enemigos, ó si fuera legado de la frontera acerca de ellos, ó si llegar alli á ellos por aventura dotra tierra, todo que sea cerca de la frontera fasta C. millas daquel logar o se faz la lid, depues que gé lo dixiere el rey o su omne, ó pues que él lo sabe por si en qual manera se quier, si man á mano non fuere presto con todo su poder para defender el regno, é si se quisiere escusar en alguna manera, é non quisiere ayudar á los otros mano á mano po: amparar la tier ra, si los enemigos ficieren algun damno, ó

cativaren algun omne de nuestro pueblo, ó de nuestro regno, aquel que non quiso salir contra los enemigos por algun miedo, ó por escusacion, ó por enganno, é no quiso seer presto por amparar la tierra, si es obispo ó clérigo, é non oviere onde faga enmienda del damno que ficieren los enemigos en la tierra, sea echado fora de la tierra, como mandare el príncipe. Y esta pena mandamos que ayan los obispos, é los sacerdotes, é los diáconos é los otros clérigos que non an dignidad.... E de los otros legos establecemos, etc.» Traduc. del Fuero Juzgo, lib. IX., tít. II., l. 9.

(1) Sebast. Salmant. Chron. c. 3.-Luc. Fud. Chron. Mundi, 1. c.

cilios provinciales. Ordénase en el primero del de Braga que en el sacriflcio de la misa no se use de leche ni de racimos de uvas, sino solo de pan y vino; mezclándose agua en el cáliz conforme á la antigua tradicion. Prohíbese en el cuarto á los presbiteros tener en su compañía otra muger que su madre. Mándase en el quinto que los obispos vayan á pie en las procesiones, y no llevados en silla por los diáconos; y se impone en el sexto excomunion y destierro á los obispos que manden azotar á los presbíteros abades ó diáconos súbditos suyos (1). Las demas disposiciones de uno y otro concilio son de pura disciplina eclesiástica, y en el reinado militar de Wamba no vemos á estas asambleas religiosas ocuparse como en los anteriores en negocios civiles (2).

Vengamos al término de la carrera política de Wamba. Una intriga de mal linage puso fin al glorioso reinado de este principe, que estraño y singular en su comienzo, lo fué todavía mas en su término y remate. Habia en la córte de Wamba un conde palatino llamado Ervigio (Erwig), descendiente de la familia de Chindasvinto. Gozaba de la confianza del rey, que conocia algunas de sus buenas prendas, pero no su ambicion: tanto mejor para Ervigio, que mortificado de la envidia y atormentado del deseo de reinar, no fiando por otra parte en poder alcanzar el trono por eleccion, hallándose como se hallaba Teodofredo, hermano de Recesvinto, á la cabeza de un partido poderoso, recurrió para asegurarse la corona á una traza que tuvo mas de lo depravado que de lo ingenioso. Dió á beber al rey un brevage que le hizo caer por buen espacio de tiempo en profundo letargo. Llegó á desconfiarse ya de su vida, y Ervigio que estaba en el secreto, como autor de él que era, se apresuró á hacerle tonsurar y á vestirle el hábito de penitencia, como era costumbre en aquel siglo. Cuando Wamba se recobró y se halló sin cabello y con la túnica monacal, no quiso contrariar la ley del concilio que privaba del trono al que una vez hubiera sido decalvado y vestido el hábito de monje; y el que habia aceptado la corona de rey como un sacrificio, la dejó sin violencia y con el mismo desprendimiento y desinterés con que la habia tomado. Antes por evitar los males de una guerra civil que en el caso de empeñarse en conservarla veia ya inminente, se inmoló por segunda vez á la tranquilidad

(1) Aguirre, Collect. Conc. Hisp.

(2) No hablamos de la famosa division de obispados atribuida á Wamba, en que creyeron muchos historiadores, y á que dedica Mariana un capítulo entero, seguido de otro en que es plica la division de Constantino, no menos apócrifas la una que la otra, pues

evidenciada su falsedad por las sábias investigaciones de hombres eruditos, no hay para qué detenernos en convencer de ello á nuestros lectores. El que desee ilustrarse mas sobre esta materia, puede ver el tomo IV. de la España Sagrada de Florez.

pública, y designando por sucesor al mismo Ervigio, descendió gustoso de un trono á que habia subido con repugnancia, y se retiró á hacer la vida de monje en el monasterio de Pampliega (cerca de Burgos), donde vivió ejemplarmente por mas de siete años. Ejemplo insigne de abnegacion y de virtud, raro por desgracia en los anales de los monarcas y de los imperios.

A los ocho dias de aquel suceso el ambicioso Ervigio era ungido con el óleo santo por mano del metropolitano de Toledo (680).

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