Imágenes de páginas
PDF
EPUB

Córdoba, mientras meditaba cómo enviarles señores. Y tan pronto como halló ocasion, esa raza indómita, que tuvo el privilegio de conservar los instintos salvages en medio de un pueblo civilizado, destruyó con su propia mano los brillantes mármoles de los palacios de Córdoba, holló con su ruda planta los elegantes jardines de Zahara, é hizo hogueras de la biblioteca de Merwan, adquirida á precio de oro. Vándalos del Mediodía, hicieron con Córdoba lo que con Roma ejecutaron los bárbaros del Norte. Acababan los árabes, y comenzaban los moros.

Mahoma cometió un olvido imperdonable al fabricar la constitucion del imperio. No hizo una ley de sucesion al trono. Y los califas, arrogándose la facultad de elegir sucesor de entre sus hijos ó deudos, sin atender ni á la primogenitura ni aun á la estricta legitimidad, prefiriendo á veces un nieto á los hijos, ó un postrer nacido á los hermanos primogénitos, pocas veces dejaron de ver ensangrentadas las gradas del trono por los miembros postergados de aquellas familias que la poligamia hacía tan numerosas, y las guerras comenzaban por domésticas y concluian por civiles. Los godos y los cristianos de los primeros tiempos de la restauracion sufrieron por la misma falta iguales inquietudes. ¡Cuánto tardaron los hombres en conocer las ventajas de esa institucion, menos bella pero menos fatal, de la sucesion hereditarial

¿Qué representaba el pueblo musulman al lado del pueblo cristiano? El uno el triple despotismo de un hombre, á la vez monarca, pontífice y gefe superior de los ejércitos. La nacion no existía; era una congregacion de esclavos, en que todos lo eran menos el señor de todos. Aparte del fanatismo religioso, ¿qué aliciente tenian para ellos las fatigas de una eterna campaña ?

Sabian que desde Mahoma hasta la consumacion del imperio, su condicion, inmutable como la ley, no habia de variar nunca; esclavos siempre; ni una franquicia que adquirir, ni una institucion que ganar. ¡Ay de ellos, si se atrevian á quejarse de que el botin de sus triunfos sirviera para las prodigalidades de un califa, que desde el artesonado salon de su suntuoso alcázar le repartia entre las poetisas que le adormecian con el arrullo de sus versos ó de sus cantos, ó de que distribuyera la sustancia del pueblo entre las esclavas que

le enloquecian con estudiados placeres, ó de que las rentas anuales de una provincia fueran el precio del collar que destinaba á la garganta de una odalisca de ojos negros! Las cabezas de los que tal murmuráran rodarian por el suelo, cualquiera que fuese su número, y no faltarian poetas que ensalzáran á las nubes las virtudes y aun la piedad del soberano.

Los cristianos representaban el triple entusiasmo de la religion, de la patria y de la libertad civil. Pues al paso que peleaban por la fé, luchaban por rescatar su nacionalidad, y ganando la sociedad ganaba tambien el individuo, y conquistaba franquicias y derechos. Este triple entusiasmo, en oposicion á la triple esclavitud de los musulmanes, necesariamente habia de infundir mas vigor en aquellos. Los viejos cronistas han hecho mal en recurrir al milagro para esplicar cada triunfo de los cristianos.

Si disuelto el imperio ommiada no acabaron de expulsar las razas mahometanas, culpa fué del heredado espíritu de individualismo y de sus incorregibles rivalidades de localidad. Las envidias se recrudecieron despues del triunfo de Calatañazor, y los reinados de Sancho y García de Navarra, de Ramiro de Aragon, de Fernando, Sancho, Alfonso y García de Castilla, Leon y Galicia, todos parientes ó hermanos, presentan un triste cuadro de enconos y rencores fraternales, en que parece haberse desatado completamente los vínculos de patria y borrado del todo los afectos de la sangre. Los hermanos se arrojan mútuamente de sus tronos, y los hijos de un mismo padre se clavan las lanzas en los campos de batalla. Ni á las hermanas escudaba la flaqueza de su sexo, y vióse á Urraca y Elvira inquietadas por un hermano en los dos rincones que su padre les adjudicára para que les sirviesen de pacífico retiro. Y como si fuese necesario poner el cebo mas cerca de la ambicion y de la envidia, los padres al morir partian el reino en tantos pequeños estados como eran sus hijos. Fernando de Castilla no escarmentó en los desastres del error de su padre: cayó en el mismo, y á igual falta correspondieron iguales calamidades. Merced á estas funestas particiones, se encontró la España cristiana, reducida y pobre como era todavía, dividida en seis estados independientes. Por fortuna era harto mayor el fraccionamiento de la

España mahometana, y el mayor desconcierto de la una era la salvacion de la otra,

Aunque supongamos hija de la necesidad y obra de la política aquella desdeñosa tolerancia que en los dos primeros siglos de lu→ cha usaron los conquistadores con los conquistados, permitiendo á los cristianos el libre ejercicio de su religion y de su culto los mismos que venian á imponerles otro culto y otra religion, no por eso deja de ser admirable aquel prudente contenimiento, tan desusado de los pueblos conquistadores. Y sería un espectáculo singular ver en las grandes poblaciones alternar el escapulario del monge cristiano con el turbante del musulman, y al tiempo que el sonido de la campana convocaba á los fieles al sacrificio de la misa ó á oir la predicacion del sacerdote de Cristo, la voz de los muezzines estar llamando á los hijos del Profeta desde lo alto de un alminar á rezar su azala en la mezquita, ó á oir el sermon de su alchatib.

Mas tan estraña tolerancia cambió al fin en cruda persecucion. San Eulogio, el campeon impertérrito de la fé, nos ha dejado consignadas en sus preciosas páginas las glorias de los mártires de Córdoba. ¿Sería acaso que él mismo, y otros celosos apologistas, como Alvaro, Cipriano y Samson, provocáran el martirio como cl único medio de atajar la propension que en los mozárabes de aquel tiempo se notaba á dejarse arrastrar del ascendiente de la civilizacion de los árabes, y á fundirse en la poblacion musulmana por el idioma, por las costumbres, por los trages, por la literatura, y hasta por los matrimonios? Si tal fué su intento, lográronle cumplidamente, porque la sangre de los mártires abrió de nuevo un abismo entre los dos cultos y entre los dos pueblos, que por otra parte rivalizaban en espíritu y en celo religioso.

Si en Córdoba se levantaba una soberbia aljama ó mezquita, mas grandiosa que todas las de Occidente y rival en suntuosidad con la gran Zekia de Damasco, lugar santo de peregrinacion para los musulmanes como la Meca, en Compostela se erigía una gran basílica, se descubria el sepulcro del santo apóstol Santiago, y los piadosos cristianos acudian alli en peregrinacion como á Je

rusalen ó á Roma. Si cada emir y cada califa enriquecia ó agrandaba el gran templo, ó construia nuevas mezquitas y las dotaba con gruesas sumas de dinares de oro, cada obispo y cada monarca cristiano dotaba con esplendidez una iglesia, ó levantaba una catedral ó fundaba un monasterio. Si el alghied publicado desde el almimbar ó púlpito alentaba á los soldados del Profeta á emprender con vigor una campaña, los soldados de Cristo entraban con ardor en el combate invocando al santo patrono Santiago, á quien veian en los aires caballero en un soberbio corcel y armado de reluciente espada, bajar á ayudarlos en la pelea y á derribar millares de infieles bajo los pies de su caballo; ó bien era San Millan, que se aparecia entre nubes con vistoso trage y armado de todas armas, ó bien San Jorge en caballo blanco y con cruz roja; visiones saludables que les valieron mas de un triunfo. Y si la verdad histórica no admite el milagro de Clavijo bajo el primer Ramiro, solo aquella fé les pudo proporcionar otra victoria en el mismo lugar bajo el primer Ordoño.

Encontrábanse en las batallas los alfakíes y alchatibes musulmanes con los sacerdotes y obispos cristianos, unos y otros llevando sobre la vestidura sagrada el armamento guerrero. En Valdejunquera dieron muerte los cristianos á dos doctores del Islam, y los muslimes hicieron prisioneros á dos obispos cristianos. Cuando el conde Armengol de Urgel llegó con sus catalanes cerca de Córdoba, para auxiliar al árabe Muhammad contra el berberisco Suleiman, tres prelados le acompañaban en esta singular cruzada, y todos tres sucumbieron con su gefe peleando como soldados. St el pueblo ve despues sin sorpresa en el siglo XV. al arzobispo de Toledo capitanear los escuadrones rebeldes del príncipe Alfonso contra las huestes de Enrique IV de Castilla; si en el siglo XVI. el mas eminente cardenal de España no tuvo por ageno de su estado. ordenar el asalto de Oran con la espada del guerrero ceñida sobre el sayal del franciscano; si mas adelante se vió sin maravilla una legion de clérigos comandados por un obispo defender las libertades de Castilla en los campos de batalla contra los ejércitos imperiales del gran Cárlos V; si en el siglo XIX. hemos visto á los ministros del altar blandir la lanza y acaudillar guerreros contra las

legiones de un invasor estraño, y hasta en nuestras contiendas civiles cambiar la vestidura sacerdotal por la armadura bélica, fuerza es reconocer lo que encarnó en esta clase la costumbre adquirida en aquellos tiempo de celo religioso.

Los pueblos que asi competian en devocion no podian competir lo mismo en civilizacion y en cultura, Los árabes con su natural viveza se habian lanzado á la conquista de las letras con el mismo ardor que á la conquista de las armas, y el pueblo muslímico español era un hijo emancipado de aquella Arabia que heredó las riquezas literarias de Egipto, de Grecia, de Roma y de la India. Los califas de Occidente se propusieron que la córte de Córdoba no cediera en brillo intelectual á la de Bagdad, la ciudad de los ochocientos médicos, y de la universidad de los seis mil alumnos. Abderrahman III. supo fomentar los diversos ramos del saber humano tanto como Alraschid, y Alhakem II. no sería acaso inferior á Almamun, el mas espléndido y el mas sábio de los Abbassidas. Los cuatrocientos mil volúmenes de la biblioteca Merwan son un testimonio del asombroso impulso que dieron á la literatura los soberanos Ommiadas. Llevaban tras sí aquellos califas aun en las expediciones militares, gran séquito de médicos, astrónomos, filósofos, historiógrafos y poetas, y do quiera que el gefe del imperio se moviese era como un planeta que se divisaba de lejos por el brillo que le rodeaba ó por el rastro de luz que iba dejando. Examinaremos no obstante en nuestra obra aquella cultura intelectual, y veremos si tenia tanta parte de gusto, de raciocinio y de solidez, como de artificio, de atrevimiento y de imaginacion. Y veremos tambien el influjo que ejerciera aquella literatura y aquel idioma en la literatura y en el idioma español.

De todos modos no podia el pueblo cristiano-español nivelarse en este punto al hispano-arábigo, reducido como quedó aquél con la invasion á la infancia social. Y antes era para él ganar comarcas que crear colegios, primero era existir que filosofar, y la espada era mas necesaria que la pluma. Asi con todo, desde Alfonso el Casto, que señaló ya en el siglo IX el cimiento de que habia de arrancar la nueva organizacion del pueblo hispano-cristiano, hasta el XI, que marcó una era de mejoramiento material y moral,

« AnteriorContinuar »