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no se hubiera dividido en dos ramas: el monarca francés, aun sin la oposicion del emperador, probablemente no hubiera tenido la audacia de intentarlo. Cuando Francisco escribió las memorables palabras: «Todo se ha perdido menos el honor,» parece que añadió, aunque entonces no se dijo: «y la vida que se ha salvado.» Y cuando libre de la prision de Madrid pisó de nuevo el territorio francés, saltó y corrió como un muchacho esclamando: «ya soy otra vez rey de Francia.» Cárlos recibió por lo menos con apariencias de fria serenidad y circunspeccion la noticia de la victoria de Pavía, como aquel á quien ni sorprenden ni alteran los triunfos.

El caballero francés, galante y guerrero, llamó á su córte á las mugeres, y entregándose á favoritas y cortesanas descontentaba á sus generales, que pasaban al servicio de su cauteloso rival, que sabia atraerse el afecto de propios y estraños. Asi abandonó á Francisco el condestable de Borbon, único traidor, dicen, que han tenido los Borbones en su dinastía: asi el almirante Doria, aquel famoso genovés que ayudando á establecer el despotismo en otras naciones supo dar la libertad á su patria. Ambos hicieron servicios eminentes al emperador, á quien permanecieron fieles ¡ cosa estraña! hasta los tránsfugas que se le habian adherido haciendo traicion á su patria y á su rey.

Las guerras entre Cárlos V., Francisco I. y Enrique VIII. vinieron á vueltas de sus muchas calamidades á hacer un bien á la Europa, porque multiplicaron y difundieron las ideas confundiendo los pueblos, y produjeron la necesidad del sistema de equilibrio entre los grandes estados, que tanto influjo habia de ejercer en el derecho de gentes de las naciones modernas.

Pero faltó poco para que estas luchas entre príncipes cristianos proporcionáran al turco apoderarse de Italia. Cárlos V. combatiendo á Soliman y á Barbaroja, impidió á la media luna enseñorearse de Nápoles, y á las hordas de un pirata acabar de despojar el Vaticano. Oprimiendo la Italia, tuvo por lo menos el mérito de salvar la Europa, aunque á costa de los tesoros de sus reinos y de la sangre de sus súbditos.

En este período brillante y sombrío de la historia de la humanidad, viéronse muchos héroes y muchos malvados, grandes proe

zas y grandes perfidias, alianzas anómalas, rompimientos injustificables, y deslealtades diarias, y Maquiavelo pudo quedar satisfecho de ver los progresos de su política. Á pesar de la repeticion de escándalos, todavía el mundo no pudo dejar de escandalizarse en ocasiones solemnes. El gran protector del catolicismo retenia prisionero al gefe de la Iglesia, y mandaba hacer rogativas públicas por la libertad del pontífice. El rey Cristianísimo se confederaba con los reformistas y se aliaba con los mahometanos contra el gefe de la cristiandad y contra el campeon de la unidad católica. Roma era saqueada por un ejército católico mandado por un traidor politico, cuyos soldados llevaron la rapiña y la profanacion hasta un punto que hizo tener por moderados y prudentes á los bárbaros de Alarico. Y un rey de Inglaterra, el primero que escribió un libro de denuestos contra Lutero y la reforma, se apartaba él y apartaba á su reino de la obediencia al romano pontifice, y traia un nuevo cisma á la cristiandad por los amores impúdicos de una muger.

La reforma religiosa fué un acaccimiento mas trascendental en esta época que las revoluciones políticas. Lutero adquirió una celebridad é importancia que no merecia ni por sus talentos ni por sus virtudes, pues carecia de estas y no eran eminentes aquellos. Faltó prudencia á la córte de Roma, y la opinion de muchos pueblos y de muchos hombres no habia necesitado sino de una voz atrevida que la formulára. De otro modo no hubiera podido el fraile de Witemberg conmover los estados alemanes, y él mismo debió asombrarse de haber llegado á asustar al mundo católico. Carlos V. se propuso hacer frente al predicador y á sus doctrinas. Impulsábanle á ello sus ideas religiosas, y le iba la conservacion de sus dominios. El francés y el turco le distraian y embarazaban, y los papas no le ayudaron bien. Por otra parte, ni bastante condescendiente con los reformadores para atraerlos por la dulzura, ni bastante riguroso para dominarlos por la fuerza, hubo de entablar con ellos aquella série de negociaciones pesadas que abarcan desde la dieta de Worms hasta el concilio de Trento. Al decreto de Spira contra la reforma respondia la protesta de los cinco grandes. príncipes y de las catorce ciudades del imperio que los señaló con el

nombre de protesianies. Al de la confesion de Augsburgo respondia la liga de Smalkalda; y con el famoso Interim de Ratisbona no satisfizo el emperador ni á protestantes ni á católicos. La reforma le gastó mas fuerzas que las guerras, y la espada de un príncipe luterano fué la que le dió el mas funesto golpe. La cuestion religiosa llenó la Europa de sangre y la dejó para mucho tiempo dividida en dos grandes fracciones, protestante y católica. España se preservó del contagio. Hízolo con las armas Carlos V., y con las hogueras los inquisidores. España se aisló del movimiento europeo.

No hay duda que la reforma imprimió una nueva fisonomía á la sociedad moderna que se creaba. Los protestantes la han mirado como una feliz insurreccion de la inteligencia contra el poder absoluto en el órden espiritual, como una poderosa tentativa de emancipacion del espíritu humano, y la hacen como la madre de las libertades políticas. Los católicos niegan que el protestantismo haya emancipado los pueblos, atribúyenle haber dividido los hombres sin mejorar la sociedad, y esperan que la doctrina de Lutero, con todas las variaciones que descubrió Bossuet y que despues se le han añadido, sucumbirá como el error de Arrio y como el catecismo de Mahoma. Si no nos equivocamos, en nuestra misma edad se notan síntomas de ir marchando este problema bácia su resolucion. El catolicismo gana prosélitos: los protestantes de hoy no son lo que antes fueron, y creemos que la unidad católica se realizará.

Contra el fraile aleman se levantó entonces un caballero español. Al enemigo audaz del pontificado se opuso un papista decidido y animoso. Presentóse Ignacio de Loyola á combatir á Martin Lutero, y contra la reforma del fraile de San Agustin estableció la compañía de Jesus, milicia destinada á pelear á favor de la Santa Sede, obligándose á ello con el voto de obediencia, lo cual valió á los jesuitas de parte de los protestantes el nombre de genízaros del papa. Comenzó la reaccion religiosa, y la gran cuestion del concilio de Trento preocupó á los pontífices que se fueron sucediendo, y sobrevivió á Cárlos V., el cual ofreció el fenómeno de ser mas conciliar que los papas mismos.

Afortunadamente, y por la vez primera, no fué ahora España el campo en que se ventilaron las grandes cuestiones religiosas,

politicas y militares que cubrieron de sangre y luto la Europa. Sufrieron mucho Francia, Alemania y Hungría; pero la víctima sacrificada á las ambiciones de todos fué la desgraciada Italia. Teatro nunca vacante de sangrientas lides, saqueábala el turco por la costa, mientras en el interior la devastaba la soldadesca cristiana, franceses, flamencos, alemanes y españoles, gentes de diversas religiones y distintas lenguas, que hormigueaban alli como nubes de langostas talándola á quien mas podia, todos licenciosos, católicos y protestantes. No pensaria aquel bello pais que habia de tener que sufrir una invasion de pueblos civilizados que le recordára los horrores de la irrupcion vándala.

Vengamos á los últimos momentos del gran Cárlos V., el protagonista de aquel vastísimo drama de luchas, de batallas, de alianzas, de negociaciones y de tratados, en que no hubo estado grande ni pequeño que se librára de tomar parte, y que fué como la fermentacion por que pasó la sociedad humana para entrar en un nuevo período de su vida.

Aquel hombre infatigable, que en cuarenta años de imperio habia estado nueve veces en Alemania, seis en España, cuatro en Francia, siete en Italia, diez en los Paises-Bajos, dos en Inglaterra, otras dos en África, que habia atravesado once veces los mares, y que, nuevo Atlante, sostenia sobre sus hombros el peso de dos mundos, sintiéndose debilitado de cuerpo y de espíritu, y no pudiendo ya inspeccionar personalmente sus inmensos dominios, determina retirarse á acabar tranquilamente sus dias en el silencio y soledad de un claustro, en esta misma España, principio y fundamento de su colosal poder: trasfiere á su hijo Felipe las coronas de Flandes y de España con todos sus territorios del antiguo y del nuevo mundo, y el agitador de África y Europa, aquel á cuya presencia temblaban los reyes y se estremecian los reinos, se abisma espontáneamente, y pasa desde el solio mas elevado de la tierra á sepultarse en la humilde celda de un solitario monasterio.

Seguirémosle en nuestra obra hasta sus últimos momentos, hasta su muerte ejemplarmente cristiana y religiosa; y guiados por la luz de auténticos é irrecusables documentos, rectificaremos los Томо 1.

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errores é inexactitudes que acerca de la vida de Cárlos V. en Yuste han consignado casi todos los historiadores que nos han precedido, y daremos á conocer con verdad los pensamientos que preocupaban al grande hombre en su retiro.

En 4556 era rey de España Felipe II.

XII.

Aun desmembrada la corona imperial que heredó de Cárlos V. su hermano Fernando, quedaba todavía Felipe II. el soberano mas poderoso de Europa, y su matrimonio con María de Inglaterra le daba ademas gran mano en aquel reino.

Entre el padre y el hijo absorven casi todo el siglo XVI., pero le imprimen distinta fisonomía, porque no se asemejan en índole y en carácter. Asi, dotados ambos de talento claro y de perspicacia suma, abrigando en mucha parte los mismos designios, constituyéndose uno y otro en representantes del catolicismo y de la unidad religiosa, difieren grandemente en la política y en los medios. Flamenco y educado en Flandes el uno, habia desagradado á los españoles porque no hablaba su idioma; español y criado en España el otro, habia disgustado á los flamencos porque no conocia su lengua. Cárlos flamenco, tenia la vivacidad española; Felipe español, tenia la fria calma de un flamenco. Parecia que habian equivocado la patria. Cárlos era espansivo y cosmopolita; Felipe sombrío y político de gabinete. Aquél, infatigable en el ejercicio del cuerpo, habia querido gobernar el mundo hallándose en todas partes; éste, incansable en el manejo de la pluma, aspiró á regir la Europa desde el rincon de un monasterio. Aquél dictaba leyes á cada pais en su propio territorio; éste se las imponia desde su bufete. El padre hacia temblar un estado con su presencia; el hijo le intimidaba con un decreto; el padre paseaba las tierras y los mares personalmente; al hijo le bastaba tener un mapa sobre su mesa.

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