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MEMORIAS

PARA ESCRIBIR

LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA.

CAPÍTULO PRIMERO.

Muerte del Rey-Efectos de la pragmática de marzo de 1830-Origen y desarrollo del partido carlista-Fundamentos de mi sistema politico-Sistema político de Zea y manifiesto de 4 de octubre de 1833-Primera conferencia con S. M. la Reina Gobernadora el 30 de setiembre de 1833-Memoria presentada á la Reina Gobernadora antes de la muerte del Rey, y bases del sistema de gobierno que yo propuse-Primeros movimientos de insurreccion en favor de D. Cárlos-Mi oposicion al sistema político del ministerio Zea-Burgos ministro del Interior-Zarco del Valle reemplaza á Cruz en el ministerio de la Guerra-Martinez de la Rosa es nombrado ministro de Estado-Mi nombramiento para Londres.

El 29 de setiembre de 1833 á las cuatro de la tarde dejó de existir el Rey Fernando, y su último suspiro fué la señal de alarma y desasosiego en todos los ángulos de la nacion española. La pragmá– tica sancion de marzo de 1830 que varió la ley de

sucesion establecida por el auto acordado de Feli

pe

V de 1713, empezó á producir sus efectos (1).

Su primera consecuencia fué el impedir el acceso al trono español á D. Cárlos, quien hasta la publicacion de la pragmática, lo habia mirado como futura propiedad suya. Debia seguirse á esto y como consecuencia inmediata el agitarse hermanadas y con imprescindible enlace las dos grandes cuestiones, la una de sucesion, la otra de principios políti– cos. La de sucesion traia consigo el conflicto de los intereses dinásticos encontrados é incompatibles entre los dos diversos interesados en ella, la Reina y D. Cárlos. Este conflicto debia producir por necesidad en cada contendiente el empeño de buscar fuerza y apoyo en los elementos que para ello le fueran mas análogos. El elemento de fuerza anterior, es decir, el Rey Fernando, habia desaparecido en el sepulcro. D. Cárlos no tenia ya que vacilar en la eleccion de los suyos, así para apoyarle como para obrar en su nombre: estos estaban ya creados. El núcleo de su partido existia organizado y robusto desde los años de 1825, en el cual, y sobre todo en el de 1827, habia abrazado ya clara y paladinamente su bandera.

El partido llamado apostólico, alma de la faccion carlista, era á quien tocaba levantar la voz en favor de las pretensiones de D. Cárlos, al cual habia ya aclamado Rey aun en vida de su hermano. Era, pues, consiguiente que en el principio de la lucha todo lo

(1) V. documentos 1, 2 y 3.

que no fuese apostólico se asociase á la causa de la Reina, al paso que todo lo apostólico apoyase la de D. Cárlos y se identificase con ella.

Así sucedió en efecto. Por otra parte debia la causa carlista buscar un apoyo en la homogeneidad de principios políticos del partido que la sostenia. La Reina á su vez por necesidad debia buscar el suyo en los contrarios al partido carlista. Pararse en gradaciones cuando los partidos se disputan el triunfo con las armas en la mano en los primeros momentos de su existencia, es completamente imposible. Las gradaciones debian desaparecer en el principio, y desaparecieron realmente ó al menos eran casi imperceptibles ante la imperiosa necesidad de triunfar un partido sobre su adversario. Entonces no habia, ni podia haber ninguna cuestion que no se sometiese á la de existencia. En tal estado, la de política, debia considerarse como secundaria respecto á la de sucesion, pero antes de mucho era inevi– table que combatiéndose primero la Reina y D. Cárlos en el terreno de la última, designase irremediablemente cada cual sus diversos principios políticos, á fin de reunir y aun de personificar en su bandera respectiva las dos grandes fracciones en que ya desde 1812 en Cádiz estaba dividida la nacion bajo los nombres de liberales y serviles. D. Cárlos y su partido, ya creado en tiempo del Rey, habian dado á entender de una manera sobrado perceptible que no se contentarian con establecer un gobierno idéntico al existente en tiempo del Rey, sino que llevarian á

cabo su idea de 1825 y 27 de retrogradar todavía si pudiesen al absolutismo mas fiero y menos ilustrado.

Reformar los abusos, y entrando en el terreno resbaladizo de las reformas, correr el riesgo de ser arrastrado á peligrosas novedades, tales debian ser las condiciones que acompañasen irremediablemente al partido contrario al apostólico, que fué el que se asoció á la causa de la Reina. Todos los partidos y fracciones políticas existentes en España y fuera de ella, debian inclinarse al lado donde hallasen mayor conformidad con sus simpatías é intereses. No habia en esto eleccion: buscando ambos partidos elementos de fuerza, ninguno podia hallarlos fuera de las condiciones que á cada uno eran inherentes, y que procedian de una situacion ya creada por el influjo irresistible de los acontecimientos anteriores.

Al llegar á este punto paréceme ocasion oportuna consagrar algunas líneas á mi propia defensa, y contestar en ellas á mis detractores políticos, que cuando han visto al pais víctima del desenfreno de una revolucion completa, sea porque fuese inevitable, sea porque la situacion creada y los hechos preexistentes no se supieran apreciar á fin de darles la direccion conveniente, me acusan hoy con atroz injusticia, calificándome hasta con el epíteto de revolucionario. Si merece este título el que pensó que en la situacion en que la España se encontraba era inevitable aceptar el principio de reforma, yo lo acepto. Mas el principio de reforma no era por cierto el cambio de reformas, en lo que no solo no tuve la

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