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tados satisfactorios. Mostróme el ministro inglés en su conferencia las dificultades inmensas que el señor Vial me habia enumerado, nacidas, segun decia, de obstáculos, en la mayor parte parlamentarios; pero ellas hacian casi imposible que el gabinete inglés tomase parte en la cuestion de Portugal. Combatíle sus argumentos como mejor pude, trayendo la cuestion al terreno único en el que se podia vencer, al de intereses esclusivamente británicos. Dije al Vizconde de Palmerston que de cualquier manera que se considerase el negocio, era para el gobierno de S. M. cuestion de existencia arrancar de un modo ó de otro la bandera de rebelion alzada por D. Cárlos en las fronteras de Portugal, y que ningun obstáculo seria suficiente para impedir al gobierno español que tratase de conseguirlo, ó cuando menos de intentarlo: que el gobierno de la Reina no podia recelar oposicion positiva de parte de la Inglaterra, dados los antecedentes de esta cuestion, y que en tal caso el gobierno inglés debia resolver qué era lo que convenia mas á sus intereses, si el que este punto se resolviese con su intervencion ó sin ella. Indeciso algun tanto dejó al ministro británico mi declaracion; mas aunque insistiese en las dificultades parlamentarias, sobre que habia fundado anteriormente la negativa, obtuve de él sin embargo una respuesta, que si bien evasiva en el fondo, fué completamente satisfactoria acerca de dar cuenta de todo al consejo de gabinete, y tomar en séria consideracion una nota que

le indiqué me proponia pasarle para dar al asunto un carácter de regularidad oficial que produjese una resolucion oficial tambien, y en la cual le propondria la idea que le anuncié en la conferencia, idea sola y esclusivamente mia, de hacer un tratado entre la Inglaterra, España y D. Pedro; en virtud del cual, si el gobierno inglés no podia ayudarnos con medios materiales, nos ayudase al menos con su apoyo moral.

En efecto redacté y entregué una nota, y fué esta discutida de una manera solemne en consejo pleno de gabinete en los dias 10 y 11 de abril. He aquí los principales fragmentos de mi comunicacion, que si no por su valor, por los resultados que produjo podrá ser de algun interes para la historia contemporánea, no habiendo inconveniente alguno en publicarla en la parte que lo hago.

EL MARQUES DE MIRAFLORES AL VIZCONDE DE
PALMERSTON.

El infrascrito, enviado estraordinario y ministro plenipotenciario de S. M. Católica al tener la honra de dirijirse por primera vez al Excmo. Sr. Vizconde de Palmerston, primer secretario de Estado y de Negocios estranjeros de S. M. B., le es sumamente satisfactorio que la cuestion, objeto de su comunicacion, esté ya tan controvertida que haga innecesaria una polémica casi siempre embarazosa.

La sabiduría del gobierno de S. M. B. ha reconocido y sentado como principio inconcuso que sus deseos eran y son que se termine la contienda entre

los Príncipes que tan encarnizadamente disputan la corona de Portugal; y que este pais en el cual no puede dejar de haber comprometidos intereses esenciales, tanto respecto al gobierno británico como para sus súbditos, restablezca en su organizacion social los elementos en que se apoyaban aquellos. La España no puede dejar de participar de estos mismos deseos, y desembarazada ya por otra parte de todas las consideraciones que pudieron imponerle sus empeños anteriores con un Príncipe, que olvidando servicios á los cuales tal vez debió exclusivamente su conservacion en el trono, rompió todos los vínculos que pudieron desviar la línea de conducta entre el gobierno de S. M. B. y el gobierno español.

En tal estado, pues, toda la cuestion viene á quedar circunscripta al modo, y este no puede ciertamente ofrecer grandes inconvenientes entre dos naciones que estrechamente ligadas por principios, por intereses y por el recuerdo constante de una relacion íntimamente amistosa, formada en una época tan reciente como gloriosa para ambos paises, se consideran, como por instinto, mútuamente obligadas á obrar con franca y cordial lealtad.

Mas para venir á fijar el modo, parece al infrascrito no seria perjudicial examinar previamente dos cuestiones. Primera: ¿en el estado actual de la situacion de Portugal, hay seguridad de cual de los dos Príncipes que se disputan la corona obtendrá el triunfo? Si hemos de juzgar por antecedentes sobrado exactos, habrémos de convenir que aunque pu

diesen cerrarse los oidos á la humanidad afligida en el triste suelo de Portugal; aunque pudieran verse con ojos tranquilos los horrores de la guerra civil en que está sumergido aquel desventurado pais, y aunque, en fin, alzando del todo la mano que procuró auxilios efectivos á uno ú otro Príncipe, para mirar en adelante como frios espectadores una lucha, no del pueblo portugués contra su Príncipe, sino de dos Príncipes entre sí; aun de este modo no podria anunciarse anticipadamente por quien se decidiera una victoria que solo se aprovecharia para poseer ruinas y escombros. Equilibradas, digámoslo así, las fuerzas de ambos contendientes, porque lo que el uno tiene de mayores recursos físicos, es escedido por su contrario en poder moral, la victoria la decidirán las circunstancias del momento, y su terminacion seria siempre indefinida.

Segunda. ¿Refugiado el Infante D. Cárlos en Portugal, apoyado por D. Miguel, y levantando un pendon de hostilidad contra el gobierno de la Reina de España, podrá este no tratar de espulsar mas ó menos pronto del suelo lusitano al pretendiente á la corona de Isabel II?

y

Fácil es ciertamente decidir esta cuestion, vital para el gobierno español: se cifra en ella su existencia, así por mas que sus principios fundamentales sean el dedicarse al arreglo del sistema interior del pais sin tomar parte en asuntos agenos, tratando de con– servarse y cultivar la amistad y armonía con sus aliados; á pesar de esto, no le será posible prescin

dir de arrojar al pretendiente de la península, y habrá de hacerlo apenas la combinacion de sus recursos se lo permitan, y es de esperar se lo permitirán antes de mucho, ya de acuerdo con el gobierno de Doña María la Reina de Portugal, ya por sí solo para llevar á cabo esta medida indispensable. Fijadas pues las dos proposiciones de que seria indeterminada la lucha en Portugal si hubiese de decidirse por la victoria de uno ú otro Príncipe de los que disputan la corona, y la necesidad del gobierno español de anonadar la rebelion que compromete su existencia, es preciso examinar si podria convenir al gobierno de S. M. B. encargarse esclusivamente de la terminacion de esta lucha, en lo que el gobierno español no tendria el menor inconveniente, pues que sus intereses y sus deseos se limitan á echar al pretendiente de la península. Establecida esta sola base, y deseosa siempre la Reina Gobernadora de dar mas y mas pruebas de su amistad sincera y desinteresada al gobierno de S. M. B., no tendria reparo en abandonar á la Inglaterra enteramente la cuestion.

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