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medio de Mr. Bakausse, el cual llenó admirablemente su mision en la mañana del 13 de junio. Don Cárlos se negó á recibirme como representante de la Reina, mandándome á decir con Mr. Bakausse que como á Marqués de Miraflores me recibiria con gusto. Contesté á S. A. que como particular no me era posible presentarme en aquel momento, pero que como representante de la Reina deseaba proponerle lo que á S. A. personalmente le tenia cuenta aceptar. Negóse D. Cárlos á todo, y la negociacion fué rota sin haberse apenas empezado, quedando inútiles los proyectos de tratado. Dejé á Porstmouth la noche del 13. El 18 desembarcó D. Cárlos trasladándose el 24 6 26 de junio á una casa de campo las inmediaciones del Kensignton Gardeens. Apenas hubo desembarcado fuí instruido de sus visitas, en

á

cuyo número, al lado de personas altamente respetables, contábanse varios aventureros é intrigantes. El 1 ó 2 de julio, es decir, á los seis ú ocho dias de llegar á las inmediaciones de Londres, verificó su fuga. Valióme esta fuga ataques de mis enemigos políticos hasta en las Córtes, en las cuales me defendió con hidalguía D. Agustin Argüelles, que conociendo la Inglaterra y la omnímoda libertad que en ella se goza, proclamó en la tribuna la absoluta imposibilidad de que ni yo ni nadie pudiéramos tener medios de evitar la evasion de un pais, en que ni pasaporte es necesario para viajar. Estoy cierto que á haber sabido el ilustre diputado que D. Cárlos no era prisionero ni estaba guardado por nadie, se

gun el gobierno inglés me lo habia manifestado oficialmente, no habria dejado de aducir tan victorioso argumento, aunque ciertamente no fué necesario para que su contestacion produjese convencimiento universal.

Los partidarios carlistas propagaron inmediatamente que conocieron la fuga de su héroe, la idea de que los efectos del tratado debian darse por concluidos, pues las estipulaciones eran limitadas al objeto de hacer salir á D. Cárlos y D. Miguel de Portugal. Tan maligna inteligencia debia yo combatirla tratando de fijar solemnemente el principio de que el objeto del tratado era restablecer la paz en la península y afirmar la corona en la cabeza de las dos Reinas Doña Isabel y Doña María. La exactitud de esta interpretacion clara é indudable del texto del tratado debia someterse al que los signatarios le diesen en las nuevas eventualidades. Al efecto hice una vigorosa comunicacion al gabinete inglés de la que creo podrán ser leidos con interés los párrafos que copio.

Fragmentos de una nota al Lord Palmerston del Marqués de Miraflores.

"Señor Vizconde: El infrascrito enviado estraordinario y ministro Plenipotenciario de S. M. C. se dirige de nuevo al Excmo. Sr. Vizconde de Palmerston, primer secretario del despacho de Negocios Estrangeros, no para discutir principios abstractos y

controvertibles, sino para reclamar el cumplimiento del tratado de 22 de abril de este año.

Inútil seria al infrascrito recordar al Sr. Vizconde el objeto de dicho tratado. S. E. fué el principal redactor, S. E. el Plenipotenciario de la Gran Bretaña, que con sus miras ilustradas, intervino en este célebre acto. S. E. el que mandó ponerlo en conocimiento del Pretendiente á bordo del Donegal, y le hizo llamar la atencion hácia las obligaciones que imponia á la Inglaterra respecto á la España, de no permitirle abordar á las costas españolas ni turbar la paz de la península, cuyo restablecimiento fué el objeto primario del tratado, así como lanzar á los dos Pretendientes de su territorio.

En consecuencia el infrascrito recordará tan solo los hechos, y de ellos no podrá dejar de deducirse que el cumplimiento del tratado exige se tomen medidas de tal ó cual naturaleza, adecuadas á las nuevas circunstancias creadas por la aparicion del Pretendiente de España entre las fuerzas carlistas armadas en Navarra y Vizcaya, únicos puntos en que ondea la bandera de la rebelion.

El Sr. Vizconde permitirá al infrascrito, traer, aunque con dolor, á la memoria, el rasgo grandioso, si se quiere, pero funesto, del ministro de S. M. B. en Lisboa, apresurándose á ofrecer al Pretendiente un asilo filantrópico bajo el pabellon del Donegal, y observar que el objeto de evitar escenas repugnantes á la civilizacion del siglo, ha sido burlado de una manera indigna y desleal; que se ha abusado del

asilo generoso que la Inglaterra le ha prodigado, y que al evitar que la suerte del Pretendiente en España se decidiese por la España misma (cuya generosidad ciertamente no le habria sacrificado, sino tan solo asegurado para precaver males sin fin) va indudablemente á dar márgen á mayores horrores, y á hacer correr mas sangre que la que se trató de ahorrar.

Mas no son estas las solas circunstancias que ofrece este suceso; otras son, si cabe, de mayor importancia y gravedad, y no son cuestiones personales.

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(Reservado)

Debe pues decidirse el medio de que el Pretendiente de España sienta de una manera dura y enérgica los efectos del tratado. Hoy parece que ocupa de nuevo el territorio de la península, lleno de esperanzas superiores á las que pueden darle unos cuantos batallones desordenados, pues tiene su vista y su esperanza fijas. (Reservado). . . . . no mira en nada las espantosas escenas de ver correr con el mas implacable furor sangre española vertida por brazos españoles: estas escenas, de que con tanta razon se horroriza S. M. B., van á reproducirse de un modo mas encarnizado y cruel. La cuadruple alianza debe interponer en esta cuestion su mano po

ΤΟΜΟ Ι

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derosa de una manera positiva y decidida, como que en ello se interesa la humanidad, la civilizacion y las ventajas reales y efectivas de.

(Reservado). . .

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El que suscribe ruega al Sr. Vizconde tome en consideracion tan poderosas reflexiones; concluyendo con decir, que si bien las fuerzas materiales del gobierno de S. M. la Reina serán suficientes á triunfar de todas las dificultades y á dar una leccion terriblemente dura al Pretendiente, es sin embargo de la mas alta importancia para la España el apoyo moral de sus augustos aliados, y que se manifieste á la Europa de una manera clara y solemne que el objeto esencial y primario del tratado de Londres era restablecer la paz en la península y arrojar de su suelo á los Pretendientes, fuese el que quisiese el punto donde se hallasen, causando al pais el atroz espectáculo de una guerra civil, que si bien pudiera pasar en la oscuridad del siglo XII, no es posible tolerarla en el XIX ; y por último, que los artículos 3.o y 4.o del tratado tendrán su aplicacion en cualesquiera puny ocasion que las circunstancias lo reclamasen.

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El infrascrito aprovecha esta ocasion etc. Lóndres 16 de julio de 1834-Firmado-El Marqués de Miraflores."

Vaciló el gobierno inglés en el primer momento de la fuga atrevida de D. Cárlos, temeroso de sus resultados. En vano fueron en consecuencia mis primeras gestiones, escitando á los signatarios del tratado de Londres á aceptar mi pensamiento de am

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