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cible. Mostró la experiencia, que de las ciento, apenas escapaban dos, y en llegando el lance de parir, quedaban madre é hijo en la demanda; porque las comadres no querian asistir: y si el marido ó algun amigo, por gran fineza, no hacia el oficio de comadre, perecian irremediablemente vidas y almas. Si la madre moria, y quedaba el recien nacido, era otro nuevo tormento buscar por la ciudad quien le diese leche; y sino, como acabamos de referir arriba, que alguna apestada, ó que se le hubiese muerto el que criaba, arriesgando la vida, la perdia el inocente en los brazos de su padre por falta de sustento.

>>No era de menos dolor el riesgo de perderse las almas en tan deshecha borrasca; porque morian muchos, sin que tuviesen el consuelo de hacerlos acordar pidiesen á Dios perdon, y los absolviese de sus culpas; porque sacerdote alguno no habia que buscar por eso; habíalo de hacer el que servia en la enfermedad, y este solia ser francés, que hubo muchos que se aplicaban á este ejercicio, y tal vez no católico (¡ah, mi Dios!). Conque se echa de ver el evidente peligro de la salvacion de las almas; y si se aplicaba á lo referido el enfermero, procuraria mas presto despachar el doliente que detenerlo, para hacer pesquisa de lo mejor que en la casa encontraba; porque hasta que los sepultureros cargaban con el cadáver, envuelto en la sábana, quedaba dueño de la casa, sin que nadie se atreviese á subir á ella, y despues se cerraba, como queda dicho.

v.

Imponderables desdichas de los que se salieron de Barcelona: y dá esta gracias a Dios por la mejora del contagio.

» Diremos algo ahora de lo mucho que padecieron los que en medio del estrago de la pestilencia quisieron, por su temor, salir de Barcelona y abarracarse á vista de la ciudad: porque en otros lugares con cuarentena, ni aun con guardas de vista, no eran admitidos, ni les daban terreno; porque en oyendo que habian salido de Barcelona, se huia de ellos como de la peste.

TOMO XVI

26

>>Estos procuraban alojarse en barracas de tierra y fagina, ó fagina y tablas en la campaña, una legua á la circunferencia de la ciudad. Estos eran de los que en las caserías ó lugares, á cuyo abrígo estaban las barracas, hallaban quien por parentesco, amistad, ó mucho dinero los admitian para que hiciesen sus barracas, y les vendian alimentos. Y esto era la mayor fineza y beneficio que pue'de ponderarse: que los que no tenian este alivio, se habian de quedar en la ciudad, y encerrados en sus casas, esperar que les trajesen en ellas algo para alimentarse. Si era carne, la metian en agua muy caliente antes de admitirla, y lo demás, ó bien perfumado, ó pasado por vinagre, y sin que quien lo traia se atreviese á entrar en la casa, que unos de otros se guardaban; y en dando en alguno de la casa la peste, que sucedia, ó por imaginacion, ó por temor, ó porque era así, habia de buscar otra habitacion y quien sirviera al enfermo, que uno y otro era tan difícil de hallar, que no hay término que pueda explicarlo; por último, el enfermo paraba en el hospital.

»Habia algunos, que teniendo en los lugares vecinos y barrios de Barcelona deudos muy cercanos ó personas de íntima amistad, se iban á ellos, y en barracas que les disponian, se alojaban, y de las casas del bienhechor les llevaban la comida, dejándola algo lejos de la barraca; y para que el que la llevaba no se comunicase con los de ella, los del término les ponian guardas de vista, dándoles los de la barraca diez ó doce reales cada dia. Esto sucedia treinta ó cuarenta dias, y pasados, mudados de ropa, perfumados y lavados con vinagre, los admitian en las casas, y mientras duraba la salud lo pasaban bien, pero en enfermando, tan mal como el que mas; porque luego lo plantaban en su barraca solo, con el que habia de asistirle; y si no hallaban quien lo hiciese, precisaban á uno de la compañía que le asistiese. La medicina, médico y cirujano habia de venir del convento de Jesus ó de Barcelona, y todo á peso de oro, y con la dificultad que se deja considerar. De estos morian muchos sin Sacramentos, y la sepultura era en el campo; y habia muchos, que puestos en las

barracas, quedaban con total desamparo y rabiando morian. A otros, saliéndose de las casas y poblados, les embestia el mal por el camino, y andaban mientras habia fuerzas, y en faltando, arrimados á un ribazo, luchando con las agonías, miserablemente dejaban la vida.

>>De mí, por experiencia puedo afirmar (dice el anónimo), que fué grande error salir de la ciudad en ocasion de haberse ya declarado la peste, porque mal por mal, se pasaba mejor en la ciudad, que si habia medios, se hallaba con ellos todo lo que se habia menester, caro ó barato, y quien no los tenia, hallaba socorro en el hospital, pues á nadie se negaba, lo que afuera era casi imposible; y al fin se recibian los Santos Sacramentos y habia mas probabilidad de salvar el alma. En mi casa murieron mi mujer y cuatro hijos de la peste, y la pasó mi madre y otro hijo que me quedaba; todos tuvieron su asistencia, de que me consta lo que cuesta y lo que se padece: pero abrumado de tantos trabajos, y ver tanto padecer, junto con las instancias de Benito Mans, labrador del lugar de Sarriá, hermano de mi mujer, determiné para salvar la vida, dejar la ciudad con mi familia á nueve de Junio, y en la barraca que nos dispuso, bien asistidos de comer, pasamos la cuarentena y acabada nos entramos en su casa, donde estuvimos hasta cuatro de Agosto, en que las armas de España sitiando á Barcelona, nos hicieron retirar.

>>En este tiempo ví y oí tales lástimas, miserias y trabajos de los que se habian salido de Barcelona, que lo hasta aquí referido es breve y ligero apuntamiento, y para lo demás no hallo palabras ni términos con que explicarlo; y así quede al juicio del sabio y compasivo lector.

»Acostumbra el contagio con las ardientes calenturas que ocasiona, causar frenesí insuperable, y mientras lo padecen algunos en las casas particulares, unos se arrojan por las ventanas, otros salen por las calles en la postura en que se hallan: y como la fuerza que tienen en estos lances es tan indomable, no habia quien los detuviese; porque el enfermero no bastaba, sino que acaso se encontrasen los sepultureros; corrian y desesperados divagaban, hasta que

miserablemente espiraban; y por mas que fuese gritando el que asistia, ni hallaba ayuda, ni recavaba cosa alguna. En la Morbería de Jesus se veia esto cada instante, y si daban en beber al estanque, morian de repente; y aunque se quisiera tener providencia en esto, como procuraban hacerlo los sepultureros, atándolos al llevarlos, no era fácil; pues habia ocasion que pasaban de cuatro mil los apestados, con que no podian atender á tantos.

»Cuando se reconoció alguna mejoría en el contagio, que fué á primeros de Agosto, empezó á verse la ruina en la hacienda, la pobreza y necesidades; porque atendiendo solo á salvar la vida, para asistirse se vendia cuanta plata, oro, ropa y alhajas habia, si se podia hallar quien lo comprase, de que resultó el quedar si con vida, no con qué pasarla.

Fué prodigio de la Divina Providencia (dice el anónimo) que á los últimos de Julio y primeros de Agosto, que es lo ardiente de la canícula, empezó á dar treguas la peste, y reconocer alivio en las enfermedades: misericordia grande de Dios, y no menos prodigio tambien fué, que viniendo en dicho tiempo el ejército castellano á sitiar á Barcelona, toda la gente de los lugares circunvecinos, con sus familias y haciendas, y los que estaban en las barracas, muchos de ellos heridos de peste, todos se metieron en Barcelona, sin reparar en el evidente peligro de la vida: y cuando por razon de tanta comunicacion, naturalmente habia de aumentarse el contagio, entonces se desvaneció su rigor.»

Algo mas adelante dice estas palabras: «Reconociendo el gobierno, que mas era milagro, que causa natural, la benignidad que se esperimentaba en el contagio, deliberó el Consejo de Ciento se diesen gracias á Dios por la misericordia que nos hacia. El dia siete de Agosto se celebró en la Catedral un solemne oficio, y despues una procesion por dentro de la iglesia con Te Deum laudamus, asistiendo los Concelleres y la mayor parte del Consejo. Fué muy singular (tambien son palabras del historiador) el Divino favor en este punto, porque calmó de forma la peste, que

vino á cerrarse el hospital á medio Setiembre, etc. La opinion mas válida y de menor número, es, que murieron de peste de los de Barcelona, pasadas de cuarenta mil personas. Todo lo referido sucedió año mil seiscientos cincuenta y uno.»>

»Hasta aquí se ha sacado de la historia del anónimo arriba mencionado. Ahora diré yo, que no hay que estrañar, no haga mencion este escritor del milagro de Nuestra Señora de Montserrate, al principio de este capítulo referido: porque ya se habia salido de Barcelona cuando sucedió; y porque fueron pocos los dichosos que merecieron ver la prodigiosa aparicion; y tal vez seria gente pobre, á quien raras veces se dá crédito. Pero no nos dice poco el anónimo en apoyo de lo referido al principio de este capítulo con aquellas palabras: Fué prodigio de la Divina Providencia, que á últimos de Julio y primeros de Agosto, que es lo mas ardiente de la canícula, empezó á dar treguas la peste, etc. Y poco mas adelante: Reconociendo el gobierno que mas era milagro, que causa natural, etc. A milagro ó prodigio lo atribuyeron todos; pero no entendieron, (por lo menos no ha llegado á mi noticia) que le obró Dios por ruegos é intercesion de la Santísima Vírgen de Montserrate.

»En atencion á que los Concelleres de Barcelona asistieron á la patria con mucho amor y caridad en tan infeliz y lamentable año, parece no se deben omitir sus nombres para recuerdo de la posteridad: Jacinto Fabregues, Conceller en Cap, ó primero, murió (no hallo en que mes) 1 y entró en su lugar Francisco Vila; Francisco Matehu, Conceller segundo; Juan Carreras, tercero; José Rubió, cu to; José Paisa, quinto, y Miguel Llargués, sesto.»

1 Murió el 10 de Abril, conforme consta en el Dietario de la ciudad.

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