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regato. Don Froila tuvo un hijo, que se llamó D. Alonso,

que

fué segundo deste nombre, el cual porque no tuvo acceso á mujer, fué llamado el Casto. Muerto el rey D. Froila, tomó el reino de Leon D. Aurelio no le perteneciendo, con ayuda de los moros, con los cuales hizo pleitesía de les dar en cada un año cien doncellas, y cincuenta de linaje, y cincuenta de menor condicion, con que le dejasen sin hacerle guerra. De manera que este D. Aurelio quitó el reino de Leon á D. Alonso II, que le pertenecia por ser hijo del rey D. Froila, como de suso es dicho.

Muerto este D. Aurelio, el cual despues que fué rey, vivió pocos dias y malos, tomó el reino de Leon el dicho D. Alonso II; mas levantóse contra él Mauregato, hijo bastardo del rey D. Alonso I, y para quitarle el reino pidió favor á los reyes moros, y obligóse de les dar el tributo de las cien doncellas que D. Aurelio les daba, y porque le dejasen en paz y no le diesen guerra; y así hubo el reino de Leon. Este Mauregato como malo, hizo muchas abominaciones, y así murió con grande aborrecimiento de todos.

Muerto Mauregato, tornó á tomar el reino de Leon el dicho rey D. Alonso, el cual hizo gran guerra á los moros y les ganó muchos pueblos. Este rey D. Alonso dió la batalla al emperador Cárlos de Francia en Roncesvalles, cuando venia á conquistar á España; en la cual batalla, segun se escribe, murieron aquellos doce caballeros tan principales de Francia llamados los doce pares. Este D. Alonso II, llamado el Casto, tuvo un sobrino hijo de una hermana suya, llamado Bernardo del Carpio, caballero muy señalado en España. Muerto D. Alonso, hobo el reino de Leon D. Ramiro, que fué primero deste nombre. A este rey enviaron los moros á pedir el tributo de las cien doncellas que Mauregato les daba, como dicho es; y este rey, ayuntando los de

su consejo y á todos sus caballeros, les dijo que antes moriria que tal mengua ficiese; y hizo ayuntar sus gentes y entró por la tierra de moros, y los reyes moros le dieron batalla, donde fué visto el apóstol Sanctiago, como de suso es dicho, todo lo cual se declara en el previlegio que el dicho rey D. Ramiro dió en ofrenda á la iglesia de Señor Sanctiago. El cual previlegio para verificacion de lo que de su. so he dicho, lo he puesto aquí á la letra, segun en él se contiene, que es el siguiente.

CAPÍTULO III.

De un privilegio que el rey D. Ramiro dió en ofrenda á la iglesia de Señor Sanctiago, donde se declara cómo fué visto en la batalla el glorioso apóstol Sanctiago en favor de los cristianos.

En el nombre del Padre, Hijo y Espíritu Sancto. Amen. Los hechos de los antecesores, por los cuales los omes que despues vinieren, puedan ser enseñados en bien, no son de callar; mas antes deben ser puestos en escripturas, porque por la memoria de ellos los omes que fueren por tiempo, sean confirmados en seguimiento de buenas obras. Por ende, yo el rey Ramiro con mi mujer la reina Urraca, dada á mí por la mano de Dios, y con nuestro hijo el rey Ordoño y con mi hermano el rey García, la nuestra ofrenda, que fecimos al muy glorioso apóstol de Dios, Sanctiago, con consentimiento de los arzobispos, obispos y abades, y de los nuestros grandes y de todos los cristianos de España, ponémosla en escriptura, á fin que sea mejor guardada; porque

los omes que despues de nos fueren, no quebranten acaso por ignorancia lo que nos hecimos; y otrosí, porque acordándose de nuestros fechos, sean movidos á facer semejantes obras. Escribimos asimismo las razones porque fuemcs movidos á facer esta ofrenda, para que guardadas vengan en conocimiento á los que serán despues de Nos. Así es, que en los tiempos antiguos, casi en el tiempo que fué la destruicion de España que hicieron los moros, reinante el rey D. Rodrigo, algunos príncipes cristianos nuestros antecesores fueron perezosos, negligentes, flojos y descuidados; la vida de los cuales ningun fiel cristiano debe seguir. A estos, porque no fuesen perseguidos de los moros, pusieron sobre sí (lo que no era digno de ser relatado) un abominable tributo, conviene á saber: que diesen á los moros en un año cien doncellas de las mas hermosas: las cincuenta de las nobles y hijas dalgo de España, y otras cincuenta, de las del pueblo. ¡Oh dolor y ejemplo de no ser guardado de los hombres que vinieren despues de Nos! Ca por pleitesía de paz temporal y cosa que presto pasa, era puesta la cristiandad en captiverio para que los moros cumpliesen su lujuria. Y Nos que venimos despues y por la misericordia de Dios recebimos el gobernalle del reino, pensamos, aspirando la bondad de Dios, destruir y vengar los dichos escarnios y vituperios de las nuestras gentes. Y así, para acabar este buen pensamiento, hobimos primeramente consejo con los arzobispos, obispos y abades, y otros varones religiosos, y despues con todos los grandes de nuestro reino; y habido sano consejo y saludable, estando en la cibdad de Leon, dimos ley á los pueblos y posímosles costumbres que fuesen guardadas por todas las partes de nuestro reino; y despues dimos nuestra provision general para todos les grandes de nuestro reino, que llamasen todos los omes es

forzados y valientes para pelear, así los omes hijos dalgo, como los no hijos dalgo, así de caballo, como peones; llamando hasta los que estuviesen en las postreras partes de nuestro reino, y que para dia cierto los hiciesen ayuntar para dar batalla á los moros. Y asimismo rogamos á los arzobispos, obispos y abades, y á otros varones religiosos, que se hallasen presentes á la dicha batalla, para que por sus oraciones la nuestra fortaleza fuese acrecentada con la misericordia de Dios.

Así que fué cumplido nuestro mandado, y dejado solamente los omes flacos, y los que no eran para pelear, para labrar las tierras, todos los otros fueron ayuntados para ir á la batalla, y no ya de nuestro mandado segun suelen ir contra su talante, mas de su buena voluntad porque el amor de Dios los traia. Con aquesto, yo el rey Ramiro, confiando mas de la misericordia de Dios, que de las fuerzas ni muchedumbre de mi gente; despues de andadas algunas jornadas y dejadas atras las tierras que estan en el comedio, enderecé mi camino hácia Nájara, y de ahí fuí á un lugar que llaman Albelda. Entretanto, los moros hobieron por fama sabiduría de nuestra ida, y todos los de aquen (sic) mar, fueron ayuntados en uno contra Nos, y por cartas y por mensajeros llamados los moros de allen mar, para que viniesen en su ayuda, vinieron á darnos la batalla con muchedumbre de gente y gran denuedo, y por abreviar (de lo que sin lágrimas y dolor no podriamos acordarnos), muchos de los nuestros fueron muertos y heridos por nuestros pecados, y hobimos de huir llenos de turbacion. Recogímonos á un cerro que llaman Clavijo, y ayuntados y hechos una muela, estovimos casi toda la noche en lágrimas y oraciones, no sabiendo por ninguna manera que hiciésemos cuando fuese de dia. Entretanto vino el sueño á mí el rey

Ramiro que estaba pensando muchas cosas y muy cuidoso del peligro de la gente cristiana. Estando yo dormido, el bienaventurado apóstol Sanctiago defensor de las Españas tuvo por bien de se me mostrar corporalmente; y como yo maravillado le preguntase quien era, el apóstol de Dios me dijo: "Yo soy Sanctiago." Y como á esta palabra me maravillase tanto, que no se podria decir, el apóstol de Dios me dijo: "¿Por ventura tú no sabes que mi señor Jesucristo cuando repartió las otras partes del mundo á los otros apóstoles mis hermanos, dió á mí en guarda á toda España y la puso so mi proteccion y amparo?" Y apretando con su mano la mia, me dijo estas palabras: "Esfuérzate y ten mucha confianza que por cierto yo seré en tu ayuda; y en la mañana con el poder de Dios vencerás la innumerable muchedumbre de los moros que te tienen cercado. Pero muchos de los tuyos, á los cuales está ya aparejada la holganza eterna, recibirán en esta batalla corona de martirio; y porque sobre esto no haya lugar de dudar, vosotros y los moros me veréis manifiestamente en un caballo blanco de blanca y grande fermosura, y terné un pendon blanco y muy grande. Por tanto, en alboreciendo confesaros heis todos y recibireis penitencia; y despues de celebradas las misas y recibida la comunion del Cuerpo y Sangre del Señor, armada vuestra compaña, no dudes de acometer las haces de los moros, llamando el nombre de Dios y el mio ca sabed por cierto que los moros caerán por punta de espada." Y dichas estas palabras, el glorioso apóstol de Dios desapareció. Yo despues que desperté, espantado y alterado no poco de tan grande y tal vision como viera, hice llamar aparte y por sí los arzobispos, obispos, abades y otros varones religiosos, y contéles toda la revelacion por orden y segun que me fuera revelada con lágriTOMO XXXIX

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