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PRÓLOGO.

Cuando apenas era yo un niño, entre los papeles que mi querido padre, Don José Leon Fernandez, dejó al morir, encontré algunos manuscritos relativos á la historia de Costa-Rica que contenian la narracion de los principales sucesos políticos acaecidos durante los años de 1835 á 1842, en que él mismo tomó una parte muy activa. Su lectura hizo más tarde nacer en mí el natural deseo de conocer la historia de nuestra patria, anterior á aquella fecha. Traté desde entonces de procurarme algun libro que pudiera satisfacer mi curiosidad; pero mi decepcion no fué pequeña cuando, al tomar informes acerca de cualquiera obra especial que se ocupára de la historia de Costa-Rica, recibí siempre la misma contestacion, "no la hay".

En la creencia de que las publicaciones periódicas y no periódicas, oficiales ó particulares, pudieran darme alguna luz sobre los más notables acontecimientos históricos del país, me dediqué con ahinco á formar colecciones que principian con el año de 1830, fecha de la introduccion de la primera imprenta á Costa-Rica. Despues de emplear mucho tiempo y de gastar no ménos dinero en formar una casi completa coleccion de todas las publicaciones impresas, me convencí, al leerlas, de que nada de interes contenian anterior al año de 1824, y que, excepto tres ó cuatro documentos antiguos y sin conexion alguna, que han sido reproducidos, lo demas se referia á hechos posteriores á aquellas fe

chas.

Mientras tanto, tuvo lugar mi viaje á Guatemala con el objeto de concluir mis estudios de abogado. Entre mis muchas ocupaciones, no descuidé, sin embargo, las investigaciones acerca de la historia de mi patria. Al efecto, me procuré la Historia de Juarros, las Memorias de Pelaez, el Bosquejo Histórico de Marure, las Memorias de Montúfar, el Libro de Actas del Cabildo y la Coleccion de Documen

tos Antiguos. Pero la lectura de todas estas obras no sirvió sino para confirmarme en la idea de que la historia de Costa-Rica estaba aun por escribirse.

En el año de 1876, hallándome de nuevo en Guatemala, visité la gran biblioteca de la Universidad y la no ménos interesante de la Sociedad Económica, en donde encontré la mayor parte de las obras de los historiadores primitivos de Indias, tales como Herrera, Oviedo, Gómara, de la Calle, Navarrete, Vazquez, Ximenez, Remesal, Alcedo, Gage, algunos tomos de la coleccion de documentos inéditos del Archivo de Indias, &., &., de las cuales copié todo lo que de cualquier modo podia tener relacion con la historia de Costa-Rica. Di tambien con un manuscrito de los P. P. Misioneros de propaganda fide, que contiene mucho relativo á los indios Guatusos y al viaje que á donde ellos hizo, en el año de 1782, el Obispo Don E. L. de Tristan, de que celebro haber tomado una copia, porque la tercera vez que visité Guatemala ya habia desaparecido el manuscrito, así como otro en forma de libro que llevaba por título Conquista de la Talamanca. Me es grato mostrar aquí mi reconocimiento al Señor Don Juan Gavarrete por las atenciones que, como encargado de la biblioteca de la Sociedad Económica, se sirvió dispensarme durante mis frecuentes visitas.

Por desgracia, los historiadores de Indias no dieron á la provincia de Costa-Rica sino la importancia que entonces tenia, es decir, ninguna; y sus obras, muy interesantes bajo otros respectos, dejan al lector casi en completa ignorancia de la historia de Costa-Rica. Poco menos sucede con la lectura de los historiadores y cronistas guatemaltecos Ximenez, Vazquez, Juarros y Pelaez.

Esto me decidió á emprender un penoso y largo trabajo, el estudio de los archivos, tarea que solamente puede ser apreciada en su justo valor por aquellas personas que en Centro-América hayan tenido necesidad de registrar los archivos, muchos de los cuales lo son nada más que en el nombre.

Con tal objeto me dirigí al archivo de la antigua Capitanía General de Guatemala, y deseando sistemar mi trabajo, quise dar principio por el exámen de los legajos correspondientes á Nicaragua, cuya historia en lo eclesiástico y económico está íntimamente unida á la de Costa-Rica; pero

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el archivero me informó que Don Henrique Gottel se habia llevado á Managua todos los legajos referentes á la provincia de Nicaragua.

sus

Me encaminé en seguida á Nicaragua, y una vez en Managua, resultó que el Presidente de la República, Don Pedro Joaquin Chamorro, se hallaba de paseo en Granada, cuya autorizacion se me dijo era indispensable para poder visitar el archivo. Mientras tanto, Don Anselmo H. Rivas, Ministro que acababa de ser á la dieta centro-americana reunida en Guatemala, y que, como compañero de viaje, sabia el objeto de mi visita, en ausencia del Presidente, tuvo la amabilidad de poner el archivo á mi disposicion, en el cual trabajé durante algunos dias. Habiendo regresado el Presidente Chamorro y héchome una visita de atencion, aproveché la oportunidad de manifestarle el objeto de mi viaje, y me contestó que para resolver si me seria ó no permitido registrar el archivo, le era preciso consultarlo ántes con Ministros. Aquello me pareció-no diré ridículo-pero sí extraño; sin embargo de que yo tengo por costumbre no extrañar nada cuando se trata de cosas de Centro-América, pero muy especialmente de Nicaragua. Guardé silencio y esperé tranquilamente el desenlace del sainete. Supe poco despues que en realidad habia tenido lugar la reunion del consejo de Ministros, que probablemente deberian estar muy desocupados cuando empleaban su tiempo en semejantes bagatelas, y que lo eran entónces Don Tomas Ayon, el célebre agitador de la validez del tratado Cañas-Jerez, Don Emilio Benard y Don Federico Solórzano. Cuando fuí á devolver su visita al Presidente Chamorro, le pregunté cual habia sido la decision del consejo de Ministros; y el Señor Chamorro, especie de hombre honrado y caballeresco, pero en el cual, por entre los ligeros tintes de civilizacion moderna, se descubren aun las telarañas del siglo XVII, me contestó, no sin embarazo, que el consejo de Ministros habia acordado, despues de profundas meditaciones, negarme la autorizacion para registrar el archivo, no fuera que en él hubiese documentos referentes á la cuestion de límites entre Costa-Rica y Nicaragua, que podia yo aprovechar. Repliqué al Señor Chamorro diciéndole que probablemente sus ilustrados Ministros ignoraban que la cuestion de límites estaba no solamente agotada, sino tambien definitivamente concluida por me

dio de un tratado firmado, ratificado, cangeado y ejecutado por ámbas partes durante muchos años; pero que si sabian esto, ignoraban seguramente que mis miras, al buscar documentos para la historia, eran mucho más nobles y elevadas que las ruines disputas entre caciques, pues como tal consideraba la nueva cuestion de límites promovida por su Ministro Ayon. No quedaba otro recurso que salvarse, sacudiéndome-no el polvo, como dice el evangelio-pero sí las telarañas; y fué lo que hice. Justo es, no obtante, manifestar mi agradecimiento á los Señores Don Anselmo H. Rivas y Don Carlos Selva, al primero por haberme facilitado el archivo, y al segundo por haberme proporcionado un documento de mucho interes histórico.

Durante un tercer viaje á Guatemala, consagré cuatro meses al estudio de los archivos. Di principio por el de la antigua Capitanía General del Reino, y despues de haber concluido su registro, noté que aun quedaban muchos vacíos. Es esta la ocasion de expresar mi gratitud hácia el archivero Don Francisco Gonzalez Campo, cuyas finas maneras y deferencias me facilitaron mucho el exámen de aquel archivo.

Pasé en seguida al archivo del Tribunal Superior de Justicia, en donde se halla el grandísimo cedulario de la extinguida Audiencia y Chancillería Real, así como la parte secreta del archivo, que me suministraron datos de la mayor importancia para la historia antigua de Costa-Rica. Advirtiendo todavía varios vacíos en mis apuntamientos cronológicos, traté de averiguar si habia otros papeles pertenecientes al archivo de la Audiencia, y supe entónces, por el conserje, que se hallaba una gran pieza del edificio que ocupa el Tribunal Superior, llena de papeles viejos é inútiles. La curiosidad me condujo allí, y grande fué mi sorpresa cuando me encontré con una enorme estantería literalmente atestada de expedientes desde arriba hasta abajo, sin índice, sin carátula, en una confusion tal, que debajo de un expediente de este siglo se hallaba otro del siglo XVI; y todo ello en un local, en que si bien faltaban órden y luz, sobraban polvo, sillas desvencijadas, bancas rotas, mesas sin patas, faroles sin vidrios, escudos de armas semi-borrados, y dos retratos de tamaño natural, uno de Cárlos IV y otro de Fernando VII, si mal no recuerdo, que, llenos de telarañas

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