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paña, peran mas sobre nosotros que la realidad, por dura y amarga que sea. Los peores dias del criminal que aguarda la muerte del fallo de sus jueces, son aquellos en que oscila en la duda, en que se agita en el cálculo de las probabilidades, y en que la vista de su causa vá á decidir de su destino. Le es este contrario; lo sabe, deja de estar inquieto, y se resigna. El espectro que tanta pavura le inspiraba á distancia, pierde las proporciones colosales en que se le veia. El reo entiende que vá á morir, y esta certeza dolorosa le abruma tal vez menos que sus fatídicos presentimientos. En los momentos supremos de la desgracia aparece el valor con toda su fuerza y con todas sus armas. Se dirá tal vez que el instante de mas angustia es aquel en que el infeliz descubre el cadalso. No es, sin embargo, la postracion de la fortaleza que sucumbe al medir con la vista el corto espacio que le separa de la eternidad; es el estremecimiento involuntario de la vida, al encontrarse cara á cara con la muerte. Cuando esta es impensada, apenas si se hace sentir. Pero cuando se la vé llegar; cuando puede calcularse; cuando se detiene en el umbral de nuestra estancia, nos mira con sonrisa maligna, se sienta á nuestro lado, y vá oprimiéndonos poco á poco con su mano helada el corazon, entonces se mueve cien veces, porque el porvenir que tarda en llegar, es cien veces peor que el instante que ha de destruirnos.

El niño no piensa en el porvenir ni en la muerte; y cuando esta le alcanza, cae sonriendo, como el tallo tierno del árbol viene á tierra sin estrépito al golpe del podador.

¡Pero rara contradiccion de la humanidad! Tememos la muerte, y no obstante, la estamos invocando sin cesar, aguijoneados por el deseo de que pasen las horas que han de traernos el objeto de nuestros sueños. Tememos llegar al término de la jornada, y á pesar de ese temor, sentimos una ansiedad devorante para cruzar el espacio que nos separa de ese fin. Acusamos de lentitud las horas, como si en su veloz carrera necesitaran todavía de nuestra espuela. Si tenemos en perspectiva una dicha, ansiamos que llegue, sin pensar que nos la trae el

tiempo, que ha de huir con ella. Si presentimos una desgracia, queremos salir de la incertidumbre, y añadir al mal la fuga del tiempo que nos lo envia. En los rigores del invierno ansiamos la apacible serenidad del estío; y en las horas de este suspiramos por la caida de las hojas; por esa estacion de éxtasis y de melancolía que hace sentir al alma las emociones de la ternura y del recogimiento. No es nuestro mas que el momento de la actualidad, y le odiamos siempre para dirigir nuestras invocaciones á ese Dios desconocido que el porvenir nos oculta, envuelto con su manto impenetrable. ¡Tal es el hombre y tales son las contradicciones de ese indescifrable enigma!

Y á la verdad que no debiera estremecernos tanto la idea de morir. La muerte á los ojos del filósofo, no es mas que el término de la vida; y la vida es harto amarga y miserable para que podamos entristecernos por su pérdida. Todos los dias, á cada instante estamos muriendo, porque á cada paso perdemos algo de nuestro ser, algo de nuestras ilusiones, algo de nuestros cariños, algo de nuestras amistades, algo de ese todo que forma la vida en su conjunto. Esta es la representacion de un drama que camina siempre à su desenlace, y cuyas decoraciones van pasando entre los aplausos ó los murmullos. Los actores van desapareciendo tambien uno despues de otro, y el fin del espectá culo no es mas que la caida del telon.

Yo por mi parte no temo á la muerte, y muchas veces la invoco en el malestar de mi existencia. Cuando llegue, creo que la saludaré con aquellos versos de Yung:

¡Oh muerte! en tu contienda con la vida
Has salido triunfante y vencedora;

Me doy el parabien de tu venida ;

Mi corazon te implora.

Lo único que sentiré serán los padecimientos que frecuentemente la acompañan. No soy de la escuela de aquellos filósofos que decian al dolor:-Nada tienes para nosotros de malo.

Este era el desafio del miedo, la jactancia de la cobardía, una ridícula esclamacion de la vanidad y de la miseria. Era sofocar un grito para sentir una desesperacion.

Pero en los niños se observa el fenómeno de querer apresurar la marcha del tiempo mas que en las otras edades. Su deseo inquieto y permanente es el de llegar á ser hombres. ¡Inocentes! ¡Si supiérais lo que quereis! Quereis trocar el bien per el mal, la alegría por el dolor, la paz por las inquietudes y el eden por el infierno. Quereis arrojar vuestros dias de dicha y de esperanza á esa gran sima que todo lo traga, como arrojais al viento las cometas fabricadas por vuestras manos. No pensais que en estas recojeis el hilo cuando os cansais y en que el tiempo que huye no vuelve nunca.

Pero volvamos á la educacion de la infancia. ¿Es preferible apresurarla amontonando las ciencias, las enseñanzas y los preceptos en cabezas tan tiernas y delicadas, en que el volúmen es siempre la confusion, ó da mejores resultados esperar á que la razon aparezca y se desenvuelva, esperar á que el pensamiento sirva de guia al pensamiento y la inspiracion caiga del cielo, en vez de llamarla y casi forjarla con nuestra voz perdida é impotente? Ejemplos podrán presentarse en favor de uno y otro sistema; pero yo veo que los grandes hombres se han formado casi por sí mismos, que son una planta espontánea que crece y se desarrolla á la vista del mundo admirado cuando la mano de la Providencia la ha dejado caer sobre la tierra. El génio se revela en las ciencias como en las artes. El pintor que atenido á las reglas no haga mas que copiar cuadros que otros trazaron, no dará nunca esos golpes atrevidos y felices que valen una reputacion y una fortuna. La inspiracion nos viene de adentro, y no la enseñan ni los libros, ni los hombres.

Pero lo que sí es una gran ventaja es haber recibido las primeras impresiones en medio de los campos, ó lo que es lo mismo, en el seno de la naturaleza. La sociedad proporciona á un niño distracciones; la soledad le envia pensamientos. En aquella se goza, en esta se siente. En la primera todo se sujeta á

la costumbre; ea la segunda todo es libre y primitivo. Allí hay enseñanza, aqui hay inspiracion. Allá es el niño lo que son los otros, acá es él y solo él. Allí se vacia en un molde preparado, aquí no tiene mas guia que su alma, ni mas moderador que su corazon, ni mas consejero que su conciencia, ni mas límites que los del pensamiento, ni mas cuadro que el de la naturaleza, ni mas pincel á la vista que el de Dios, que ha trazado millones de maravillas sobre el gran lienzo que forma el universo. Los libros enseñan las formas del pensamiento; pero este está en nosotros, y se desarrolla en nuestras cabezas mejor que á la vista de unos renglones impresos en papel frágil y reducido, á la presencia de ese gran libro que ha escrito el supremo Hacedor, en que cada línea es un alarde de su omnipotencia y cada letra un portento que abisma nuestra pequeñez. En las sociedades, el alma y el corazon duermen al compás de los arrullos del mundo; en la soledad el alma y el corazon velan, se mueven, gozan, respiran libremente, sienten y lloran, y sus lágrimas son el rocío bienhechor que hace brotar el gérmen de los grandes hombres: no esa grandeza equívoca ó comprada, frecuentemente confundida con la impotencia ó con la miseria, sino la grandeza de los instintos, la elevacion del espíritu, la virtud de la abnegacion, el vuelo del génio que se separa del mundo para remontarse á los cielos, que son su mansion privilegiada. ¿Dónde recibió Chateaubriand ese soplo de inspiracion que dá á sus obras un valor que no perecerá? En los bosques de Combourg. ¿Dónde empezó Lamartine á fabricar sus pensamientos, esos pensamientos que son una contínua y sentida poesía que habla siempre al corazon por medio de las imágenes? En los campos de la pequeña aldea de Milly, donde corria su infancia ociosa y descuidada. Los hombres forman á los niños á imágen de la sociedad en que viven, pero solo las soledades pueden formar hombres por el sentimiento; hombres verdaderamente á la imágen de Dios.

Pero no es solo que el retiro engendre al pensamiento, que debe recorrer el mundo como una saeta el espacio, para poblar

lo con sus ecos sublimes. Es tambien que revela al alma el conocimiento de la divinidad, y le inspira los principios de una religion bienhechora y comun. Al contemplar el cuadro que la naturaleza ofrece à nuestros ojos, el hombre se postra en los trasportes de su entusiasmo, y esclama profundamente conmovido:-Hay un Dios. Tantos prodigios no pueden ser hijos del acaso, tanto órden y regularidad que se suceden y perpetúan sin desmentirse jamás, necesita obedecer á una mano reguladora que arregle sus movimientos.-Entonces adora á Dios en sus obras, que son su magestad, en la naturaleza, que es su altar inmenso, y en el espacio, que es su verdadero templo. Entonces se siente por los demás esa simpatía misteriosa, esa adhesion intensa y dulce que los enlaza á todos por un vínculo fraternal. Mas los hombres, que todo lo desfiguran y lo alteran, han sustituido á esa adoracion del corazon, única aceptable, salmodias aprendidas y no inspiradas, que se repiten maquinalmente, prácticas inútiles, privaciones estériles é infecundas, que de ningun bien son para la humanidad. No: la verdadera religion es la fé; la verdadera virtud es la caridad.

TOMO VI.

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