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LA JUVENTUD.

Hemos llegado á esa edad dichosa y atormentadora á la vez, á esa situacion que no se define, porque mal podria definirse lo que no se acierta á comprender ni menos á esplicar. Como los juegos son la ocupacion de la niñez, el amor es la ocupacion. de la juventud, que cuesta algunas veces la vida y casi siempre la felicidad de todo un porvenir.

No me propongo hablar para esas almas frívolas ó vacías que no conocen el sentimiento, que si alguna vez lo conocen no llegan á comprenderlo', y para las que el amor no es mas que un espectáculo á que se asiste con vista distraida y que se olvida en el momento que ha concluido. Hablo para esas otras almas menos fáciles de hallar, y acaso tambien menos felices, para las cuales el amor es una religion, y en las que aun despues de haberse desvanecido, queda siempre un altar, un recuerdo y muchas lágrimas para la memoria de lo pasado, un culto secreto, una palabra dolorosa que ya no pronuncia el labio, pero que suena lastimera y profunda en el solitario albergue del corazon.

Mi juventud fué borrascosa. Mi alma era una pura fantasía y mi corazon una sima sin fondo: y basta decir esto para comprender que no habré encontrado muchas almas en el mundo. dispuestas á seguirme en un vuelo que aleja de la tierra, y en una concentracion que hace rodar á los abismos. El mundo tiene otros hábitos, otros pensamientos y otro diccionario. Prefiere un giro tranquilo y variado en derredor de todo lo que es bello; prefiere los festines al recogimiento, y para él solo son amor la corrupcion ó la locura.

Yo he comprendido este sentimiento de un modo muy diferente. Acaso le comprendia en formas exageradas; pero he querido siempre que la grandeza de la idea correspondiese á la

grandeza del objeto. He creido que el amor es la vida; mas que la vida, porque es el sentimiento; no ese sentimiento rápido y fugaz que se evapora con las distracciones, que se apaga con los ruidos, que muere con el tiempo; sino ese otro sentimiento intenso, profundo, inmortal como el corazon de que nace, infinito como las encantadas regiones en que se pierde. Al recordar esa crónica, no sé si esperimento dolor ó vergüenza. Soplo un carbon casi apagado, pero todavía me queman las chispas que estallan á mi aliento, y me hace saltar las lágrimas la ceniza que cae sobre mis ojos. ¡Triste antítesis de la vida! Se aina para ser desgraciados, y deja de amarse para dejar de ser hombres. El amor es por lo comun un martirio; pero un martirio que se busca con afan, que se saborea con el ardor del delirio y que atestigua todo lo sublime y santo de la religion, de que forma parte (1).

(1) La última enfermedad del señor Lopez obligó á este á suspender el presente trabajo, que publicamos como un fragmento lleno de bellezas.

ELISA Y EL ESTRANJERO.

Novela original.

INTRODUCCION.

Cuando la imprenta no puede escribir de política, llena las columnas de los periódicos con cosas entretenidas. Yo, en el silencio, ó por mejor decir, en la mudez de la tribuna, escribo novelas.

Dos géneros de novelas han servido hasta ahora de objeto á nuestra lectura. Unas apasionadas, de grandes rasgos, de brillantes imágenes, como las de Chateaubriand; otras de una indole descriptiva, que corre suavemente, y alguna vez con emocion; y á este género pertenecen las de Alejandro Dumas y las de otros escritores de la actualidad. Estas últimas entretienen y deleitan por lo complicado, vario y sostenido de la narracion; en tanto que las primeras se mueven sobre un argumento muy sencillo, y solo por la fuerza de los pensamientos y de las imágenes producen vivas impresiones y fuertes sacudimientos en el alma y el corazon.

Melancólico y muy impresionable por carácter, y acaso tambien por las contínuas amarguras que han trabajado mi vida, he preferido siempre el sentimiento á la evaporacion del espíritu, y el lloro á la risa. Hé aquí por qué doy á luz en forma de novela un manuscrito que una casualidad triste me proporcionó del modo que voy á referir.

Hace algunos años que viajando por la parte del Mediodia de Francia, se nos incorporó en una de las paradas de diligencias un viajero, que desde luego llamó nuestra atencion. Era jóven, de unos 25 años, bello como una de las vírgenes de Murillo, y de una espresion tierna y melancólica, cual pudiera tenerla el ángel de la tristeza y de las tumbas. Un mancebo que atraia y se recomendaba á la primera mirada, y así fué recibido por todos con muestras de marcada benevolencia, bien diferente de esa esquivez ó disgusto que se esperimenta á la llegada de un nuevo compañero de viaje, que vá á quitarnos una parte de nuestra comodidad.

El recienvenido guardaba casi siempre silencio; y si alguna vez se mezclaba en nuestras conversaciones, se conocia que le costaba trabajo salir de su habitual retraimiento para pronunciar algunas palabras de pura cortesanía. No habia, sin embargo, en su semblante y en sus ademanes ni desden ni nada que pudiera repararse y menos ofender. Su fisonomia era tan dulce, su mirar tan simpático, su voz tan agradable y sonora, que cada instante se aumentaba la estimacion y el interés que nos habia inspirado. Yo por mi parte le queria ya como si una amistad antigua uniera nuestros corazones. No recuerdo por qué incidente hube de decir que era español. Al oir mi frase, noté que se coloreó la tez del desconocido, que palideció de nuevo, y que una lágrima desprendida de sus rasgados ojos, corrió lentamente por sus megillas marchitas. No me era dado penetrar en los secretos de aquel sentimiento tan rápido como profundo; pero comprendi que aquel hombre debia sufrir mucho, y resolvi consagrarle un afecto cordial y duradero. Yo tambien era entonces desgraciado y proscripto, y la desgracia forma lazos mas estrechos entre los seres que la prosperidad y la dicha.

Despues del descanso de aquel dia, y al ir á emprender de nuevo la marcha en el siguiente, noté que el desconocido no parecia, y supe por el conductor que quedaba en aquel pueblo enfermo, no pudiendo por su dolencia continuar el viaje.-Desgraciado y enfermo, y en un pais estraño, dije para mí.......... Yo no debo abandonarle.-Mandé descargar mi equipaje, me despedí de los demás viajeros, y me dirigi al aposento de aquel jóven, esperimentando á un tiempo secreta complacencia é inquietud.

Al verme entrar me preguntó:-¿Vá á partir la diligencia? -No, le respondí; ha partido ya.—¿Era este el punto en que pensábais quedaros?—No, le dije: mi direccion era á Italia; pero iré despues. He sabido que estábais enfermo, y no he querido entregaros á los accidentes que pueden sobreveniros, y en los cuales espero no os sea enteramente inútil la compañía de un amigo. Al escuchar mis palabras, el jóven se enterneció. Despues de una breve pausa, me dijo con una voz todavía mal segura:

-¿Por qué alterar por mi causa vuestro plan?

-No tengo ninguno, le respondí, que no pueda modificarse sin que en ello se haga un gran sacrificio. No esperimento ansiedad por llegar donde nadie me espera, y donde yo tampoco espero encontrar nada que me sea grato y querido. Me es de todo punto indiferente permanecer ó marchar. No me encuentro del todo mal, puesto que tengo seguridad, que no podria prometerme entre mis conciudadanos, ni tampoco bien, porque no reflejan sobre mi frente los rayos del sol de la patria. Mi corazon vaga por el vacío desde que perdí de vista los lugares en que se meció mi cuna. Aquí todo me es estraño, como yo soy estraño á la vez á cuanto me rodea. Te he encontrado, y he sentido por tí un interés y una simpatía irresistibles. ¿Quieres ser mi hermano? Este será un parentesco sagrado contraido entre las amarguras y las lágrimas del destierro. Cuando recobres tu salud, nos separaremos, y yo seguiré mi peregrinacion impelido como siempre por el soplo del destino. Los soberbios palacios de Roma y

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