Imágenes de páginas
PDF
EPUB

ro vivir y morir con un solo pensamiento; el amor á que debo mis placeres de ayer, y mis penas de hoy. Por eso escribo estas notas ellas me darán, tal vez, algun alivio, y me servirán de dulce entretenimiento.

Mis padres contaban ya algunos años de matrimonio cuando yo vine al mundo. Miraba mi madre con tristeza su union solitaria, y pedia sin cesar al cielo que le concediera un hijo. ¡Votos insensatos! Si pudiéramos penetrar con una mirada en las tenebrosas regiones de lo futuro y ver en ella los dolores que prepara el destino á los que todavía no han nacido, preferiríamos una vejez sin apoyo, y una muerte sin consuelos, á reproducir nuestra existencia en otros seres infortunados.

Mi infancia fué tan dichosa, que me parece haber durado un solo dia. Yo habia nacido en Marsella, pero vivíamos en una casa de campo construida en medio de una deliciosa campiña y en la situacion mas feliz. Mis horas se dividian entre los juegos y el sueño. Despertábame al canto de las aves, y me dormia al agradable ruido de nuestras fuentecillas. Mis ocupaciones se reducian á vaguear ó correr por la llanura, á alcanzar los nidos de los árboles, y á coger las flores del jardin y de la pradera. Solia detenerme tambien á la orilla de los límpidos arroyuelos que cruzaban nuestra posesion. Mi alma era tan pura como sus aguas, ỳ mi vida se asemejaba á las conchitas depositadas en su fondo, que recibian sin cesar el blando beso de la linfa fugitiva, y estaban muellemente recostadas sobre un lecho de bordada arena. Yo tambien recibia á todas horas el beso de placeres inocentes, y despues iba á reclinarme sobre el pecho de mi madre. En la primavera pensaba que se acercaba el verano, en que nadaria con mis amigos en el lago; en el estío me acordaba del otoño cargado de sabrosas frutas; en el otoño esperaba que viniese el invierno para oir las consejas que contaba la familia reunida alrededor del hogar, y en el invierno volvia á pensar en la primavera con sus pájaros, sus brisas y sus perfumes. Fuera de este reducido círculo, que forma una vida de siete años, dentro y como separado del grande círculo del mundo, no habia

nada para mí. Acuerdome tambien de que mostraba grande interés por los pájaros y por los perros, y que lloraba mucho cuando se morian ó les veia padecer. Entonces mi madre me decia :

-Hijo mio, tú tienes una escesiva sensibilidad; el mundo te matará ó te la hará perder. Este es un presagio seguro de futuras desgracias.

Una lágrima se desprendia de sus párpados, y me besaba en la frente con una espresion tristísima y con el corazon lleno de sobresalto. Horas de placeres y de efusion, ¿á dónde habeis huido? Pasásteis por delante de mis ojos como una exhalacion luminosa, y solo me habeis dejado tristeza y oscuridad.

Entre tanto á nada me habian dedicado, y era ya necesario pensar sériamente en instruirme. Mi padre profesaba la máxima de que no debe ponerse en accion la parte intelectual de un niño hasta que la física esté perfectamente desarrollada. Un antiguo marino, amigo de mi padre, que vivia con nosotros, hombre que habia viajado mucho, y que era á la vez muy versado en las ciencias, se encargó de mi educacion. Pude adelantar mas que lo que comunmente se adelanta en las escuelas, porque mi preceptor no tenia el retraimiento ni la esquivez de un pedagogo, porque nuestras lecciones eran contínuas, y porque me instruia siempre deleitándome. El me enseñó idiomas, las matemáticas, la geología, la filosofía, la bella literatura, y con especialidad la poesía; esa lengua de los dioses, cuyos ecos nacen y resuenan en los cielos, y vienen á perderse en la tierra para que los recojan algunos pocos mortales favorecidos. En cuanto à la música y la pintura, dos maestros célebres de la capital venian dos veces cada semana á revelarme los misterios de su arte; y como yo cobrase por él suma aficion, hice pronto progresos que lisongeaban el amor propio de mi familia.

Nunca olvidaré el embeleso y los consuelos que nos proporcionaron estas ocupaciones. Mi pobre madre pasaba horas enteras á mi lado viendo cómo el lienzo se animaba al golpe de mi pincel; y despues, cuando llegada la noche empezaban aquellas TOMO VI.

9

largas veladas en que el tiempo es una carga y el pensamiento una fatiga; cuando los astros brillaban en medio del reposo de una naturaleza helada y muda; cuando el soplo de los vientos producia en las ramas desnudas de los árboles un quejido lastimero que lleva al corazon una melancolía profunda é indefinible, entonces mi madre me hacia tocar en el piano piezas escogidas, cantarle trozos de óperas ó romances nacionales, que le recordaban la patria y su juventud. Cuando espiraba el último eco de estas armonías, me abrazaba con indecible ternura, y nunca faltaba un beso y una lágrima como recompensa á mis atenciones. En aquella hora nos recogíamos hasta el dia siguiente, en que volvíamos á las mismas ocupaciones y á los mismos entretenimientos. Nuestra vida no era ciertamente una rica tela de oro bordada de pedrería; pero tenia la suavidad y los colores agradables de la seda, y nosotros la íbamos tejiendo exentos de ambiciones, y agenos á los cuidados y sobresaltos de un mundo ruidoso y corruptor.

En esta época se obró en mí una trasformacion repentina. De vivo é inconstante que era, me hice quieto y reflexivo. Permanecia en inaccion y silencioso largos ratos, y despues marchaba con celeridad, sin saber á dónde me dirigia. Resortes hasta entonces desconocidos me comunicaban un impulso nuevo. Me causaba tédio cuanto antes me habia encantado, y buscaba en el horrible vacío de mi existencia otra cosa que no podia definir, pero á la cual se abalanzaba mi deseo con tanta ánsia como inquietud. Yo habia leido algunas novelas, y algunos años antes habia traducido del latin los Metamorfóseos de Ovidio. La imágen de las divinidades mitológicas estaba clavada en mi alma y en mi corazon. Mi imaginacion corrió todo el espacio. Siempre tenia delante de mí una aparicion dichosa que me brindaba amor y me prometia ventura. Si vagaba por las soledades, esta belleza ideal venia pegada á mi sombra; y cuando despertaba á media noche oia sa aliento suave, y me parecia percibir algunas palabras confusas que escapaban de sus labios. Sus formas se ostentaban como impalpables; su rubia y flotante cabe

llera se asemejaba al rayo de tibia luz que lanza el sol á través de una nube enrojecida; sus pies no tocaban la tierra, ó si la tocaban no imprimian en ella huella alguna; su blanco pecho asomaba por entre las vestiduras que le servian, mas bien que de cárcel, de un ceñidor vaporoso; y esta figura celestial me sonreia dulcemente, y despues se elevaba hasta perderse de vista, y luego descendia hasta cerca de mi tendiéndome sus brazos, y rozando mi rostro con su velo, que era de tal trasparencia, que parecia haberse formado de aire tejido.

Si me paseaba por las orillas del estanque, allí la veia entre el rizo de las aguas dibujarse en formas voluptuosas; y yo me hubiera arrojado á un abismo y hasta al seno inflamado de un volcan para cogerla en mis brazos y estrecharla contra mi corazon. Lograda esta dicha, nada me hubiera importado que el mundo rodára en su destruccion ó volviera al caos primitivo, porque en la destruccion y en el caos hubiera yo conservado mi delirio y un tesoro de amor que ofrecer á su hermosura.

Me proponia cazar con frecuencia; pero lo hacia con tal dis-, traccion, que no percibia las aves que volaban de entre mis pies. Entonces creia ver á la imágen adorada que se mecia en las nubes, y bajaba á posarse en la cumbre de una montaña; subia yo presuroso, y cuando jadeante y cubierto de sudor ganaba la cima, creia ver que la ninfa descendia con apresurado paso por la pendiente opuesta, y que se internaba en un bosque retirado y sombrío. Guiaba hácia él mi planta; atravesaba la espesura con la rapidez del ciervo sediento que busca la fuente; llegaba á una bóveda inmensa formada por las copas de árboles seculares; y allí, bajo un templete construido por la naturaleza, al arrullo de las brisas que resbalaban suaves sobre las hojas lustrosas, al canto de pintados pajarillos que llenaban el aire con sus gorgeos, respirando el ambiente embalsamado de las flores, veia á mi divinidad echada sobre un poyo de césped, con cuyo verdor contrastaba la blancura de su cuerpo. Sus ojos estaban cerrados; su cabeza inclinada con un interesante abandono, y sus dedos entreabiertos sostenian apenas

algunas rosas y jazmines que le servian de dosel. Yo me aproximaba temblando, me arrodillaba junto aquel rústico lecho, y al ir á levantarme para abrazarla en medio de los mas terribles trasportes, la imágen querida se incorporaba y volvia á desaparecer.

Tal era el estado de mi imaginacion, que se hizo bien pronto sentir en el de mi salud. Mi madre se sobresaltó al notar tan rápida mudanza, y empezó á concebir sérios temores por mí. Mi padre, dotado de grande perspicacia y esperiencia, quiso disipar mi funesto encanto, y para ello dispuso que empezasen mis viajes; pero esta resolucion verdaderamente acertada, produjo mil cuestiones de familia, de que yo era siempre el objeto.

-Yo no me puedo resignar, decia mi madre, à separarme de mi hijo. No tenemos ninguna necesidad de esponerlo á los peligros de la tierra y de los mares. ¿Lo he criado, por ventura, á mis pechos, lo he cuidado con tanto esmero para que un dia lo arranquen de mi lado, tal vez para no volverlo á ver? ¿Hay alguna razon para llenar el corazon de una madre de zozobra y de amargura, y hacer depender su tranquilidad de la tardanza ó llegada de un correo?

-El mundo es un gran libro, respondia mi padre; y el que no ha salido de su pais no ha visto mas que la primera página. Además, Emilio está en una edad peligrosa; y en las enfermedades del alma como en las del cuerpo, es un gran remedio mudar de clima. Despues de algun tiempo volverá mas instruido, y sabrá mejor apreciar la paz de estos campos y las ventajas que ahora pasan para él desapercibidas.

-Yo no quiero á mi hijo sábio, replicaba mi madre; le quiero feliz y por ventura, los talentos sirven para la felicidad? En los viajes se corre el riesgo de que se pervierta el espíritu y se adquieran hábitos perniciosos. Nosotros vamos á esponerlo á que pierda las virtudes que le hemos inspirado, y tal vez se haga de vicios que ahora no conoce. ¡Instruirse! ¿y en qué se ha de instruir? En el dolo, en la intriga y en la falacia, tan comunes en el mundo, y felizmente ignorados en nuestro pacifico al

« AnteriorContinuar »