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bergue. El naufragará sin duda en esos escollos, porque no sabrá huirlos, ni lleva consigo un práctico que lo guie. Y yo entre tanto privada de su compañía. ¿Pues qué, mis afanes y mis cuidados no me daban derecho al menos para esperar que él me cerrara los ojos cuando yo muriera? Esto es injusto y hasta inhumano.

-Ese lenguaje, decia entonces mi padre ya incomodado, es en demasía violento y decisivo, y no se aviene con la subordinacion al gefe de la familia.

-La paloma, volvia á responder mi madre con tono mas dulce, es mansa é inofensiva, y sin embargo defiende á sus hi jos cuando intentan quitárselos.

-Yo lo quiero, decia por último mi padre; y esta palabra soberana ponia término á todas las disputas.

Tal vez mi madre tenia razon. Chateaubriand ha dicho: «Dichosos los que no han visto el humo de las fiestas estranjeras, y que solo han asistido á los festines de sus padres;» y en otra parte: «Cuando yo deje de existir no habrá quien eche un puñado de yerba sobre mi cuerpo para libertarlo de las moscas. A nadie interesa el cuerpo de un desgraciado estranjero. >>

Resolvióse por fin el dia de mi partida, y todo se aprestó para la marcha. Yo me retiré aquella noche á mi habitacion con una mortal angustia: y no teniendo valor para resistir la última escena, ni queriendo tampoco causar un dolor inútil, sali en silencio dos horas antes de lo que se habia convenido. Así abandoné la casa paterna como un fugitivo, cuando dejaba en ella lágrimas y corazones que me amaban tiernamente. Al lanzar el sol sus primeros rayos, pasábamos por una montaña que dominaba á nuestro valle. Fijé por la última vez mis ojos arrasados en lágrimas en aquellas paredes que encerraban tantos recuerdos, y pronuncié un adios tristísimo, bajando con rapidez la cuesta que me abria un nuevo horizonte.

Yo necesitaba consuelos, y mas que consuelos, distraccion. Queria ver ante todo el pais de nuestros vecinos y rivales los ingleses, y la afinidad de los pensamientos me hizo dirigirme

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primero á Escocia. Recorria sus montañas en busca de los sonidos del arpa del Bardo, y pronunciaba contínuamente el nombre de Úsian, que me devolvian los ecos de aquellos sitios salvajes. Los caledonios creian que las sombras vagaban por las nubes, y yo buscaba inútilmente la sombra del cantor de Fingal. Recordaba las costumbres de los antiguos habitantes, la hospitalidad que estendian hasta á sus enemigos, las piedras de la memoria para recordar los grandes hechos, el tronco de la reconciliacion y de la fiesta que encendian en las ocasiones de comun regocijo, y su decidida pasion á la música y á la poesía. Buscaba despues á los guerreros, que me representaba mi imaginacion firmes y fuertes como montes de hielo, empuñando una lanza mas alta y robusta que un fresno, y con broqueles parecidos á la creciente luna, segun nos los pinta el poema, y ereia oir su voz, aquella voz áspera y aterradora de que nos dice que era:

«Ronca como el estruendo de un arroyo Que á lo lejos por riscos se despeña.»

Pero lo que mas deseaba hallar en mi ilusion eran las huellas de Malvina, de aquella beldad pálida y acongojada que guiaba los pasos del viejo y ciego cantor, y que la credulidad llegó á tomar por su musa. Musa poderosa, la que inspiró unos cantos tan sublimes é inmortales como los del otro ciego Homero. Entonces pensaba yo que la suerte del génio es verse olvidado ó perseguido, vivir y morir en la pobreza; y dejaba los montes para defenderme en las ciudades de mis propios pensamientos.

Marché desde Escocia á Lóndres, y su magnificencia me pasmó, ó mas bien me anonadó. Recorria á todas horas sus calles de eterno ruido, y deseaba ver los monumentos mas notables. Hallé una leccion muy útil en los que la patria ha levantado á sus héroes. La poderosa Albion puede ser soberbia, porque en ella la fuerza de la opinion es aliada de la del gobierno

para recompensar los grandes hechos. El mérito no es olvidado, y el heroismo tiene segura su recompensa en símbolos magníficos, que hablarán siempre á la memoria de las edades.

Mas yo buscaba particularmente lo que de algun modo estuviera ligado con la vida y con la historia de Cárlos I, y me entregaba á profundas meditaciones acerca de los caprichos de la suerte, que hizo caer á un rey desde toda su elevacion sobre las tablas de un cadalso. Pensaba yo que aquel monarca, como otros muchos, habia sido víctima, mas que de sus propios errores, de las faltas de los demás, como las ligerezas de su espo→ sa habian empezado á indisponerlo con la opinion, y como habian contribuido á su ruina el tenaz empeño en sostener á un ministro impopular, y la debilidad é ingratitud con que habia aprobado la sentencia de muerte pronunciada contra otro. El mismo lo habia reccnocido en un largo discurso al tiempo de morir. ¡Mas qué fortaleza mostró en la desgracia! Sufre sin quejarse los insultos, que llegan hasta el estremo de escupirle en el rostro; recusa con entereza á sus jueces, entre los cuales hay algunos que son sus personales enemigos; oye sin inmutarse su sentencia firmada en la sala pintada; esperimenta al tiempo de la ejecucion de la sentencia una dilacion bárbara de mas de dos horas; habla despues sobre su anticipado féretro con una serenidad pasmosa; dirige palabras festivas á los que tocaban la cuchilla, encargándoles que no embotasen su filo; y por último, inclina su cuello ante dos verdugos que, para ocultar su nombre y su vergüenza, estaban cubiertos con una máscara. Y luego seguia mi memoria á la viuda é infeliz familia de aquel monarca, y la veia sumida en la miseria, mendigando del parlamento de París un triste socorro, no pudiendo dejar la cama por falta de leña para calentarse, y dando con su resignacion muestras de las altas virtudes que inmortalizó Bossuet con su magnífica oracion fúnebre.

¿Y cuál habia sido el resultado de tantos desastres? Una república transitoria; despues el protectorado de un hombre que trataba á los individuos del parlamento como á sus lacayos; y

por último, una restauracion acompañada de una reaccion, que escribieron con sangre los anales de aquella época. Me acordaba entonces de la respuesta de Rousseau, cuando aconsejaba tener gran cuidado con no provocar revoluciones, porque empiezan causando males reales, y no se sabe si aun á tanta costa podrá conseguirse algun bien.

¿Fué provechosa esta revolucion ni aun al mismo Cromwell que la esplotó? Le dió el poder, cuyo peso no pudieron sostener despues los hombros de su hijo, pero le quitó la tranquilidad. Cercado siempre de temores, ni aun se atrevia á dormir dos noches seguidas en el mismo aposento; vestia interiormente una cota de malla; recelaba hasta de sus mismas hijas, cuyos maridos eran de partido opuesto al protector; su existencia era agitada y miserable; y si bien es verdad que, mas afortunado que César, pudo morir en su cama y se siguieron á su muerte ostentosos funerales, tambien lo es que llegada la hora de las venganzas, al ruido de los suplicios que por todas partes se alzaban, fué su cadáver exhumado y colgado en una horca.

Con la cabeza henchida de estas lúgubres ideas, me embarqué para los Estados-Unidos.

Mucho deseaba yo ver aquella tierra, morada predilecta de la libertad y del trabajo. Por las noches y á la pálida claridad de la luna, solia sentarme sobre cubierta, y dirigiendo mis ávidas miradas á través de las llanuras inmensas del Océano, creia en mi éxtasis descubrir los edificios de alguna ciudad, ó los seculares árboles de algun bosque. Repasaba en mi memoria la historia de ayer de este pueblo dichoso, y me complacia en pensar cuánto puede el hombre cuando el gobierno dirige sábia y paternalmente sus buenas tendencias. Yo iba a pisar aquellos valles en que Guillermo Peem formó en 1682 su primer establecimiento en las márgenes del Delaware, y recordaba en mis meditaciones la guerra con la Inglaterra, el triunfo de los angloamericanos, la fundacion de su república federal, la sabiduría de sus leyes, la proteccion de que goza la agricultura, la completa libertad de su comercio, la facilidad con que se adquiere

y trabaja un terreno, la hospitalidad de los habitantes y la tolerancia política y religiosa, por la cual desaparecen los odios, y todas las opiniones viven en una paz y concordia inalterables. Ya por fin llegué á este pais, y salté en él con planta azorada y sintiendo los fuertes latidos de mi corazon.

Recorri detenidamente á Nueva-York, y me sorprendieron la belleza de sus calles y edificios, su gran comercio de libros, sus muchas imprentas, sus paseos, su casa consistorial de mármol, su sociedad central de la templanza y su establecimiento del refugio, donde se encierra y dá trabajo análogo á los niños que han cometido algun delito, porque se cree, y con razon, que en el camino del crímen el primer paso conduce hasta el fin si no se ataja, y que la edad no debe servir de escusa cuando se daña á la sociedad.

Filadelfia, en el Estado de la Pensilvania, en la situacion mas agradable, colocada en el centro de una pequeña península, me hizo, ver el monumento erigido á la memoria de Washington en la calle que lleva su nombre; su magnífica casa del Banco, toda de mármol; sus muchas fábricas; su mercado, servido casi esclusivamente por lindas jóvenes; sus inumerables fuentes, y sus setenta y cuatro templos para los presbiterianos, metodistas, episcopales, anabaptistas, cuákaros, reformados, holandeses, luteranos alemanes, católicos, judios y otras creencias. Esta ciudad es célebre porque se fundó poco despues de la llegada de Guillermo Peem, y porque en ella se celebró el primer Congreso de los Diputados, y se adoptó y proclamó la declaracion de la independencia de los Estados-Unidos. Ha aumentado mucho su poblacion con los franceses que escaparon á la horrible matanza de Santo Domingo; y los alrededores de la ciudad, poblados de hermosísimos jardines, hacen de ella una mansion deliciosa.

Ví tambien la ciudad de Washington, fundada en 1791, con sus calles cortadas por campos de trigo, con sus muchos squares ó plazas, con sus filas de árboles dentro de la poblacion, con su capitolio sobre una colina en el centro de la ciudad, con sus

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