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salones para el Senado y para los representantes, y con la hermosa casa del presidente.

Pasé por último algunos dias en Baltimore, y allí admiré el monumento erigido á la memoria de Washington, que es una columna de mármol blanco de veinte pies de diámetro y ciento sesenta y tres de altura, con bajos relieves de bronce, y que termina con la estátua colosal del héroe. Pero no es este monumento solo el que la gratitud nacional ha levantado á los que aseguraron la independencia. Otro ha construido en recuerdo de los ciudadanos que perecieron en las jornadas de 1814 defendiendo la ciudad contra los ingleses.

Mas lo que yo deseaba sobre todo era dirigirme á la parte occidental y septentrional, donde la civilizacion ha encontrado una barrera, y donde la naturaleza no ha podido ser conquistada por el hombre. Cuando dejé á mi espalda los techos habitados y el rumor confuso de las poblaciones; cuando llegué á los sitios hollados solo por la planta del salvaje; cuando ví desplegarse ante mis ojos una vastísima estension de verdura y de follage, en que cada paso era un horizonte, pues parecia tocar los árboles al cielo con sus erguidas copas; y cuando este cuadro indefinible se veia animado por el grito de los animales errantes y por el canto de los pájaros que saltaban de rama en rama, llegué á dudar de mí mismo, y tuve que invocar todos mis recuerdos para persuadirme de que no era un sueño dichoso lo que traia tan dulcísima ilusion á mi alma y á mis sentidos.— Grandes y poderosos que brillais y haceis tan pobre ruido en las sociedades, esclamé yo entonces, ¿cómo podeis encerraros en vuestras estrechas, aunque doradas cárceles, á que dais el nombre de palacios, cuando aquí se hallan tan gigantescas bóvedas, construidas por la mano de Dios para atestiguar su omnipotencia? ¿Cómo respirais orgullo bajo de vuestras inmóviles techumbres, cuando estos techos de lustrosas hojas ceden á nuestra voInntad y se doblan hasta al impulso de nuestro suspiro; cuando se renuevan todos los años; cuando evitan el paso á los rayos del sol, en tanto que lo permiten á la fresca brisa que nos trae

el consuelo y la esperanza; y cuando sobre ellos se ostenta esa otra bóveda inmensa de los cielos de que el Criador ha hecho su tarima? ¿Cómo os ufanais porque pisais muelles alfombras, cuando nada valen al lado del blando y oloroso ropaje de que se visten estas praderas? ¿Por qué mostrais vuestra vanidad en ricos cortinajes y en ostentosas colgaduras, cuando todo este muro de verde parece salir del seno de las nubes, y cuando una cortina interminable de ramaje se estiende aquí, desde nuestros pies hasta los confines del mundo visible? ¿Teneis grandes banquetes? Aquí la naturaleza ha puesto su mesa con manjares que ella prepara, y los brinda con la libertad, sin la cual no hay nada dulce ni agradable. ¿Teneis músicas que halagan vuestros oidos? Aquí resuenan por todas partes los coros de las aves y la armonía inefable de las selvas, y se oyen en lontananza los ecos de la catarata que se despeña con sus espumantes aguas. Esto es mil veces mas grande, y dá un placer mas digno y mas elevado. ¿Sois objeto de adoracion entre abyectos servidores que llegan á vosotros arrastrando á la vez sus trajes y sus conciencias? Aquí un himno de reconocimiento se oye desde la aurora hasta ia noche; y cuando esta viene á tachonar el cielo con millares de lucientes estrellas, el cuadro es mas magnífico é imponente, y estática el alma esperimenta una serenidad que no acibaran ni el recuerdo de la esclavitud ni el disgusto que dejan en el corazon la bajeza y la lisonja.

En medio de aquellos bosques me sorprendia mas de una vez la tempestad. ¡Espectáculo grande y terrorífico de que no puede formarse idea, ni aun aproximada, el que no lo haya presenciado! Sí: es necesario ver para comprenderlo; aquel invadir las sombras súbitamente á la tierra, como si el infierno quisiese arrojar la noche al mundo en uno de sus bostezos; aquel tupido velo de agua que une al cielo con la tierra; aquel bramar de los torrentes desencadenados, parecido al rugir de cien leones qué enviasen á un tiempo al desierto su voz formidable; aquel arrancar de cuajo árboles gigantes, tan antiguos como la creacion; aquel arrastrar la impetuosa corriente los cadáveres de los

pinos, que poco antes levantaban su cabeza con jactanciosa arrogancia; aquel momento de siniestra y amenazante calma; el canto del chorlito, nuncio de la serenidad; y poco despues correrse de improviso el velo de las sombras, y aparecer una luz radiante y un cielo azul, á que saludan los pobladores de los aires con improvisados conciertos y con dulcísimos trinos. Conquistadores con vuestros ejércitos, decia yo otra vez; guerreros con vuestras armas y con vuestras victorias, ¿qué sois al lado de esta naturaleza, ni qué podeis contra estos sacudimientos? Sois la débil caña que el viento doblega ó aniquila; y si esta tempestad os hiciera blanco de sus iras, pediríais de rodillas piedad al que dispone del rayo, ó rodaríais dispersos entre las aguas cenagosas. Cada vez mas entusiasta por estas escenas; cada vez mas indiferente al hombre y admirado de su pequeñez, dejé la América y me restituí á Europa.

Ya me sentia fatigado de viajar. Acababa de ver la vida de las sociedades y la vida de los bosques, y encontraba que en una y otra es el hombre desgraciado. Triste es tener que confiar en las selvas la propia existencia á la astucia, al valor ó á la fuerza del brazo; pero no es menos triste verse victima de las intrigas ó de los caprichos del poder en las naciones civilizadas. La fuerza se repele con la fuerza en el estado de la naturaleza; pero contra los abusos de la autoridad, sea quien fuese quien la ejerza, no hay defensa posible. El resultado de mis reflexiones era siempre acabar por compadecer al hombre y reirme de los ensueños de felicidad que su credulidad teje á cada paso. Resolvíme, pues, á volverme al lado de mi familia; pero como mi propósito era no abandonar ya nunca el hogar paterno, quise hacer antes una ligera escursion por los países del Norte. La Alemania fué donde mas me detuve, porque la gravedad, vida y maneras de sus habitantes, armonizaban mas con mi carácter pensador y algun tanto sombrío.

Desde Alemania volé sin mas retardo á los brazos de mi buena madre. Esta me recibió con las lágrimas y con el gozo con que volvemos á ver una persona, que es nuestro único pensa

miento.-Ya no me separaré mas de ti, le dije colmándola de besos; y por un instante ambos nos entregamos dichosos á tan halagüeña esperanza.

Pero mi padre lo habia dispuesto de otro modo. El marino que me habia educado, debia hacer muy pronto un viaje a Oriente, y estaba convenido que yo le acompañase. Fué, pues, necesario resignarnos, y en vano hubiera querido sustraerme al mandato. Al anunciármelo habia yo mostrado algun cansancio y disgusto; pero mi padre me habia dicho: el hombre que es jóven y no tiene mujer ni hijos, no debe enclavarse bajo el techo que le vió nacer, sino despues que haya visitado las regiones por donde el sol sale y los lugares por donde se pone.

A los quince dias de mi llegada volví á partir para imitar al ave viajera. ¡Pero qué diferencia! La primera vez marché de oculto y como fugitivo, y ahora mi madre me acompañaba llorando hasta la puerta de la cerca. Mi padre me alargó su mano, y á pesar de su glacial indiferencia, vi que una lágrima, que procuraba ocultar, rodaba por su encendida mejilla. Tal vez en aquel instante tenia el presentimiento de que no volveria á verme. ¡Y qué diferencia tambien bajo de otro aspecto! En mi primera salida llevaba el alma llena de ilusiones y el corazon henchido de esperanzas. Ahora habia visto ya el mundo, y no habia encontrado nada en él que no fuera desconsolador. Yo no habia sentido ninguno de aquellos impulsos, ninguna de aquellas pasiones que hacen nacer en nuestra mente un universo nuevo y encantado. Lo que hacia no era viajar, sino rodar por un horrible vacío.

Embarcámonos en Marsella, y creia que no nos detendríamos mas tiempo que el necesario para una estancia ligera, la ida y la vuelta; mas al llegar al mar de Candía, mi amigo me participó que debíamos dirigirnos á Atenas. ¡Pobre Atenas! Yo te ví, no solo mutilada sino destruida, tus fragmentos dispersos, y por consiguiente insepulta, envuelta en tu sudario, que es el blanco polvo y las ruinas amontonadas sobre tus robustos cimientos. Iba todos los dias al Pireo, que me recordaba los

grandes ejércitos y las ricas mercancías que habian salido de sus aguas, y que ni aun conserva el leon de piedra que le dió su nombre en lo antiguo, y que se llevaron los venecianos. Recorria despues el Partenon, el templo de Minerva, el lugar del Areópago, donde estuvo la tribuna en que resonaba la voz de Pericles, de Alcibiades y de Demóstenes, y buscaba en vano los sitios en que estuvo la Academia y en que habitaron aquellos grandes hombres que hicieron de su ciudad la primera del mundo. Ellos duermen en profundo sueño, y el tiempo ha pasado sobre los monumentos que alzaron como la ola bramadora pasa sobre la arena de la costa, llevándose entre sus espumas cuanto encuentra en la superficie. Recorrí por todas partes aquella tierra de opresion y desventura, y en ninguna pude encontrar el sepulcro de Agamenon, muerto traidoramente por Egisto al volver del sitio de Troya, ni el de Aquiles, que pereció junto á los muros de la ciudad de Príamo, á pesar de las precauciones de su madre. ¿Mas, dónde habia estado Troya? Tampoco se sabe de positivo; pero feliz idealidad, si acaso lo es, la que ha dado lugar á que el príncipe de los poetas escribiese la Iliada y la Ulixea.

Quise tambien ver á Esparta, ó por mejor decir, el sitio donde se habia levantado la ciudad guerrera, rival y vencedora por último de Atenas. El lugar en que estuvo es hoy desconocido; y al atravesar los campos sembrados de ruinas en que el sol acaba de destruir los pedazos de paredes derruidas, solo encontramos una soledad medrosa, sin el canto de un pájaro, sin el perfume de una flor silvestre, sin otra cosa que la pobre cabaña de un pastor que guia distraido sus cabras, algunas matas de sandía que él cultiva, y la yerba que nace sobre las tumbas. Si en un momento de exaltacion se pronuncia el nombre de Agis ó de Leonidas, las sombras de aquellos héroes permanecen mudas, y un silencio sigue á otro silencio. Solo se oye el ligero ruido que hacen los lagartos al correr sobre aquellas piedras dispersas; y al notarlo yo, acordábame de la opulenta Babilonia, entre cuyos escombros solo se albergan en el dia reptiles

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