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el tiempo ha abierto en sus antiguas paredes. Homero en la Ulixea es el árbol del invierno con la misma raiz y con el mismo ramaje, pero sin vástagos frondosos, sin flores y sin verdura.

-Aquí veo á Osian, ciego tambien como el poeta griego de que hemos hablado. ¿Qué pensais del bardo de Escocia?

-Pienso, dijo Elisa, que el Fingal es compañero y rival de la Iliada. Aquel génio de la naturaleza salvaje; aquellas pinturas de los héroes que confiaban su fama á las arpas de los cantores; aquellos amores descritos con tanta suavidad y con tanta pureza; aquella accion de duracion tan corta, pero de desempeño tan sublime; aquel frecuente recuerdo de la juventud poderosa y de la postracion en medio de una vejez sin consuelos que hiere sin cesar la cuerda del patético; aquellos afectos tan tierna pero tan castamente espresados, colocan al padre de la bella y melancólica Malvina á la altura á que solo puede llegar el génio en sus mas dichosos trasportes. Osian es mi poeta favorito, porque la tristeza de sus cantos está muy en armonía con la amargura de mi corazon.

-Al lado de Osian, teneis, dije yo, la Eneida de Virgilio. ¿Qué juicio os merece el poeta latino?

-Me parece, respondió Elisa, que es acreedor á la grande reputacion de que goza. ¡Qué bien descrito está el incendio y toma de Troya, las tempestades que sufrieron los buques de Eneas, los amores de Dido, y el fin trágico de aquella reina sin ventura; los combates y el carácter de Turno y de Mecencio; y sobre todo, qué ternura hay en el bello episodio de Niso y Eurialo! Sin embargo, Virgilio ha tomado mucho de Homero, como la descripcion de los ciclopes y la bajada á los infiernos, el episodio que acabo de citar, y que no es mas que una imitacion de la salida de Diomedes y Ulises al campo de los troyanos; las tres vueltas que dá al campo Turno huyendo de Eneas, como las dá Hector alrededor de Troya huyendo de Aquiles; la piedad que muestra Eneas para perdonar á Turno, como Aquiles la habia mostrado para dejar la vida á Hector, y la muerte

que le dá por último al verle con la banda que habia sido de Palante, como Aquiles se enfurece y mata á Hector al verle vestido con las armas de su amigo Patroclo. El carácter de Camila y su fin están felizmente descritos; y en el dolor de Evandro al saber que ha muerto su hijo, en el del impío Mecencio al ver espirar al suyo á manos de Eneas, hay tintas tan suaves y de tanta emocion, que acompañamos á aquellos héroes en las lágrimas que derraman sobre sus armas homicidas.

-¿Y qué me decís de la Jerusalen del Tasso, que veo aqui inmediata?

-Están las dos, dijo Elisa, y Il mondo creato del mismo autor. Este y la Jerusalen conquistada, muestran que el hombre en sus últimos años tiene el reflujo del Océano, el menguante de la luna, el frio que hiela la imaginacion, como hiela á la naturaleza en las regiones polares, y la aridez de las selvas cuando las baten los aquilones ó las desarraiga el huracan. Pero la Jerusalen restaurada que Torcuato Tasso escribió en los años en que ardian sus pasiones, y su fantasía era rica y exhuberante, es una prueba y un esfuerzo del talento humano. Es, con todo, á las veces menos casta y medida de lo que yo quisiera; y la descripcion del retiro y palacio de Armida, como de los placeres de Reinaldo y de las ninfas que la servian, ofenden al pudor de una tímida doncella. Por lo demás, el carácter de Tancredo, de Reinaldo, de Argante y de Saladino, están perfectamente descritos; la pintura de la sequía que sufrió el ejército de los cruzados, es inimitable; el encuentro entre Tancredo y Argante cuando ya ardia Jerusalen, toca al último punto de lo heróico y de lo sublime; y el fin de Clorinda, á quien mata su amante Tancredo sin conocerla en medio de las tinieblas de la noche; y el bautismo que le dá llevando en el hueco de su casco el agua de la regeneracion para aquella cabeza adorada y espirante; y las últimas palabras que se dirigen, hacen en el corazon una impresion honda que no se borra en mucho tiempo. Este es acaso el poema que mas ha hecho llorar.

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¿Y qué me direis de Camoens y de Milton, cuyos poemas veo colocados al lado del Tasso?

-¡Pobre Camoens! dijo Elisa exhalando un suspiro. Ese ha sido el poeta mas infeliz entre cuantos han recibido la inspiracion de Apolo. Sus Lusiadas, traducidos hasta en hebreo, no le valieron mas que una mezquina recompensa; cantó á Catalina como el Petrarca á Laura; vivió siempre desterrado y pobre ó preso, y ni aun en la tumba dejó de perseguirle el infortunio; pues despues de morir en un hospital, donde no tenia ni aun una sábana con que cubrirse, un terremoto borró las señales de su sepulcro, y hasta sus cenizas se ocultaron á la admiracion del mundo. Su poema abunda en pinturas magníficas. La despripcion que hace del palacio de Neptuno y de todas las divinidades marítimas; la aparicion del gigante Adamastor al doblar el cabo de Buena Esperanza, y el episodio de la muerte de doña Inés de Castro, son obras acabadas del talento y de la sensibili dad. ¡Lástima que el canto noveno, en que pinta la isla encantada, donde acuáticas doncellas esperaban á los navegantes, no sea mas púdico y reservado, pues sin duda escede en belleza á todo lo demás de la obra! En cuanto á Milton, ciego como Homero y Osian, ha ganado inmortal renombre con su Paraiso Perdido. Su armonía y su facilidad no tienen ejemplo, ý se vé correr la versificacion como corren las abundantes aguas de un rio lamiendo sus orillas pobladas de rosas y de adelfas. La relacion que hace Rafael á Adan del combate de los ángeles, es verdaderamente sublime; en estremo bella la descripcion del Paraiso; sorprendente la de la creacion, é inimitable el modo en que refiere la tentacion de la primera muger, su seduccion al primer hombre y el triste panorama que el ángel presenta á los ojos de Adan de las desdichas y dolores que habia de dejar en herencia á sus desventurados hijos.

-Veo tambien aqui, le dije yo, la Henriada, la Araucana y el Bernardo.

-El primero de esos poemas, me contestó Elisa, debe seros muy conocido, puesto que es la apoteosis de un rey que ha ilus

trado á la Francia: el segundo canta en la pluma de Ercilla la guerra de los españoles con los araucanos, y del tercero no os hablaré por no mortificar vuestro orgullo nacional.

-Veo, añadi yo, que teneis aquí reunidas todas las obras de Chateaubriand. Segun esto, haceis de mi compatriota un alto aprecio.

-Me gusta siempre, me contestó Elisa, su imaginacion y su lenguaje; pero no me sucede lo inismo con sus ideas.

-¿En qué las encontrais malas? le pregunté.

-En el ensayo sobre las revoluciones, me dijo.

-Reparad, sin embargo, la opuse, en que ese libro está escrito en la juventud fogosa del autor; en que estaba entonces pobre y emigrado; en que abatido por una dolencia lenta, pero mortal, veia muy cercano su último dia. Reparad en aquellas tristes palabras: «Mi fin está demasiado cerca para que yo estienda mis miradas mas allá del horizonte de mi tumba.» Y no obstante, el ensayo es un libro de duda, como él mismo le llama, pero no un libro de impiedad. Recordad la confesion que hace en la Historia del Politeismo: «Hay un Dios, dice. Las yerbas del valle y los cedros del Líbano le bendicen, el insecto susurra sus alabanzas, y el elefante le saluda cuando sale el sol.»

-Veo, me dijo Elisa, que teneis muy buena memoria, pues reproducis testualmente las frases del libro; pero olvidais que mas adelante añade dirigiéndose á Dios: «Oh tú, á quien no conozco; tú, cuyo nombre y cuya morada ignoro, invisible arquitecto del Universo, que me has dado un instinto para conocerte y me has negado la razon para que te comprenda, ¿serás un ser imaginario, el sueño dorado del infortunio?» Y en otra parte ha añadido: «Sin duda fué la amistad llorosa en un sepulcro la que imaginó el dogma de la inmortalidad del alma y la religion de las tumbas.» Estas palabras, como veis, no son de duda; son de impiedad y de escepticismo. Una obra que causó la muerte á la piadosa madre del autor, no creo que merezca la indulgencia que para ella reclamais.

-Sea en buen hora, la respondí; pero el Genio del Cristianismo, que escribió despues para reparar su falta, el viaje á Jerasalen, el bello poema de los Mártires, aquellas lacónicas pero sentidas palabras de una fé ciega en años mas adelantados y reflexivos «Lloré y creí,» todo esto habla en favor del hombre á quien defiendo.

-¡Ah! dijo entonces Elisa tomando su rostro una animacion indefinible. El Genio del Cristianismo es una obra acabada, y los Mártires dan la mas elevada idea de nuestra religion y de nuestro Dios. ¡Qué bien descritos están los caractéres de Eudoro y de Cimodocea; y en cuanto á los episodios, qué bellísimos son el de Atala, el de René y el de Velleda! No cabe pintar mejor las pasiones salvajes; aquellas pasiones que nacen y se desarrollan á la sombra del árbol gigante, con el soplo abrasador de los vientos, con los ecos de la lejana catarata, con el sol que se pone, con la ausencia de los hombres y con la energía que dan al alma la soledad y la idea de lo infinito. Chateaubriand es el hombre de la sensibilidad; es un gran pensador y un gran poeta.

-Supongo, continué yo, que no me direis lo mismo de Lord Byron, cuyas obras veo tambien aquí.

-No las vereis todas, me respondió Elisa. El D. Juan, por ejemplo; ese libro de amargura y de licencia; ese libro en que hay envueltas ideas tan repugnantes en descripciones tan bellas, no está en mi librería, ni nunca lo he leido entero. Y no por eso condeno ciega é indistintamente á Lord Byron, como lo hacen sus enemigos. Yo leo las cartas á su muger, que sin razon le habia abandonado; leo las cartas á su hija Ada, llenas de sentimiento y empapadas en lágrimas; veo su mano siempre pronta á socorrer al indigente; veo la heróica resolucion que le hizo sacrificarse por la causa de la libertad de la Grecia, muriendo en la empresa en Missiolonghi, y entonces compadezco los delirios de una imaginacion desarreglada, pero amo un corazon tan noble y generoso. Por fin, su patria admiró y honró en la muerte al hombre con quien se habia mostrado tan injus

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