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tes, que es el paraje mas resguardado del monasterio. Desde allí se divisaba Madrid, por su casquete de humo que salia de la chimenea del rico y del pobre hogar del miserable. Elisa me decia despues de un momento de triste meditacion :

-¡Cuánto me duele, Emilio, retenerte en esta soledad! Allí están la agitacion y los placeres que tu edad necesita. Yo soy una pobre muger que no merezco el sacrificio que tu generosidad me hace, pero que mi corazon se rehusa á admitir. Vete á esa córte, centro del lujo, de las bellezas y de las distracciones, y déjame aquí con mi madre. Nosotras buscamos el retiro como un remedio á la desgracia, y estamos ya acostumbradas á ver esos erizados picos y á oir bramar los enfurecidos aquilones; pero tú no debes participar de nuestras amarguras En ese pueblo que desde aquí contemplamos, tu vida no será tan monótona. Allí gozarás de reuniones brillantes, y verás hermosas que te sonrian y que te ofrezcan su afecto. Yo te pido que nos dejes; ya ves que no puede ser mayor mi abnegacion.

Entonces yo me arrojaba á sus pies, y con un lenguaje delirante que hoy no podria repetir, porque los recuerdos son la ceniza que cubre el fuego, estrechando entre mis manos las suyas, la decia:

-¿Cómo me propones, hermana de mi corazon, que parta y te abandone? ¿Quieres alejarme de tí, y no piensas que el aire que respiro y la sangre que circula por mis venas son menos necesarios que tú á mi existencia? Me prometes placeres; ¿ pero para qué se necesitan placeres cuando se tiene ventura? Me dices que vaya a ver mugeres hermosas. ¡Cuán poco me conoces, Elisa! No se ama mas que una vez; y para mí ya no hay, ya no puede haber mas que una muger en el universo. Déjame que esté à su lado; que oiga su voz halagadora; que perciba á cada instante su respiracion, que me trastorna, y que á su lado pasen mis dias serenos, como pasa el esquife coronado de flores sobre las aguas dormidas de un lago. ¡Que veré hermosas que me sonrian!... Si: en esa morada, nido de aves viajeras ó vivero de plantas parásitas, me seria fácil encontrar mugeres que

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me sonrieran; pero con esa sonrisa estudiada que prodigan á todos los hombres, y que me es odiosa porque representa un culto sin Dios determinado. Su corazon palpitaria tal vez de vanidad ó de deleite, pero nunca de amor; al menos del amor de mis ensueños; de ese amor puro, virginal, marcado con un sello divino, inmenso como la obra de la creacion, é inmortal como el Dios que la hizo brotar de su labio. Yo no podria resistir el dolor de una separacion, ni vivir sin tí un solo dia. No: no lo esperes; jamás partiré, sino llevándote conmigo.

-Y bien, repuso entonces Elisa, si yo decidiera á mi madre á que marchásemos á Madrid, ¿no cesaria entonces tu oposicion tenaz?

-De ningun modo, la contesté. Aleja, Elisa, de tu cabeza ese proyecto, cuya sola idea me hace estremecer.

-¿Y por qué?

-No puedo, no debo ocultártelo. Mira, Elisa, aquí soy yo el único hombre que te vé, el único hombre que te habla, el único hombre que recoge tus pensamientos como un tesoro de felicidad. Mas si viviéramos en la córte, su movimiento nos arrastraria; la sociedad con sus hábitos se interpondria entre nosotros, y otros hombres te rodearian con fingidos halagos, y tendrian el derecho de llamarte hermosa y de decirte que te adoraban, mientras yo sufriria horriblemente, teniendo que partir con los demás lo que aquí es solo para mí. Créeme. El amor es una religion con su culto y con su templo. No basta que en ese templo se tribute un culto sincero; es necesario además que haya recogimiento y silencio. Los afectos que se evaporan corren mucho riesgo de disiparse.

-¿Sois, segun eso, celoso por carácter? me preguntó entonces Elisa.

-Preguntar á un hombre si es celoso, la dije, es hacerle á un tiempo dos preguntas. Es preguntarle si tiene corazon, y es preguntarle si tiene pundonor y amor propio. No solo no toleraria yo nunca en una muger, por mas que la amase, nada que pudiera justamente empañar su recato, sino nada, que aun

que fuera inocente en sí, pudiese dar lugar á una interpretacion ofensiva, la mas vaga y lejana. La reputacion de una muger padece con la mas ligera sombra, como el cristal se mancha con el aliento mas imperceptible. Quitad al amor su idealidad; quitadle su delicadeza; quitadle ese brillo, tan fácil de deslustrarse, y que lo coloca como los astros en las regiones etéreas, y no quedará otra cosa que una pasion vulgar y comun, manchada tal vez con las sombras de la connivencia y de la degradacion. Yo impediria siempre en la muger á quien amase todo roce intimo con otro hombre, fuera este quien fuese; porque el hombre cuando se acerca á la muger, hace con ella lo que el caracol con la rosa; si no la destruye, la mústia y afea con su asquerosa baba. Y hasta tal punto llevo mi rigorismo, Elisa, que si tuviérais un hermano que viviera con vos en la franqueza é intimidad que autoriza este título; que os viera á todas horas; que á todas horas estuviese oyendo vuestra respiracion, que á mí me embriaga, y el trastornador crugir de vuestros vestidos; que durmiera bajo el mismo techo, y que desde su estancia pudiera oir vuestras palpitaciones y el murmurar de vuestros sueños dichosos, yo no podria amaros; y si os amaba, cortaria para siempre el lazo que nos uniera. Yo entonces os pediria el sacrificio de esos afectos naturales, contra los cuales se sublevan otros afectos naturales tambien, pero fortificados además por la eleccion, por la simpatía y por el mas sagrado de los juramentos. El amor es sobre todo; los demás sentimientos deben estarle subordinados, y el que no tenga valor para hacer este sacrificio, que no pronuncie un sí falaz, ni engañe á un corazon confiado y crédulo. Y no penseis por esto que tengo aspiraciones á ser el tirano ó el verdugo de la muger que se me asociara. Su voluntad seria en todo mi norma, y adivinaria sus deseos para complacerla. Sufriria sus genialidades, mientras no llegara á herir este sentimiento; pero el dia en que se colocara en una posicion equívoca; el dia en que pudiera dar lugar á la sospecha mas remota; el dia en que yo pudiese abrigar un recelo por esterioridades de aquellas que se prestan á siniestras interpretaciones, y que hacen que los demás

se sonrian con burla al pasar por nuestro lado; ese dia yo derramaria, mas bien que lágrimas, veneno en el lecho solitario, y dejaria de amar, porque habria dejado de creer. La muger que trae á este estremo al hombre á quien dice que ama, lo engaña torpemente. No ama; no ha amado; no es capaz de amar.

Una muger solo puede merecer el sacrificio de la vida de un hombre en cuanto se presenta á sus ojos y á los de todos los demás pura como el ambiente de la mañana, como el aroma de la flor, como el rayo de la luz que el sol nos envia cuando se ostenta refulgente en las horas mas apacibles y serenas. No estraneis, Elisa, lo que tal vez podreis graduar de una exageracion estraña. He nacido en el Mediodia de mi pais; he estado algun tiempo en Oriente; y sin que yo pretenda encerrar á la muger, poniendo los cerrojos por única garantía de su virtud, deseo preservarla de peligros, y tengo en mi amor el fuego y el inquieto esclusivismo del árabe. He visto el mundo; he visto la historia, y desde Lot hasta nuestros dias encuentro mil páginas manchadas por la fatalidad de un encuentro, por la influencia peligrosa del trato y por el poder indefinible de la casualidad. Y no creais tampoco que soy injusto. Quiero que el sacrificio sea recíproco; y de mí sé deciros que cuando pienso en una muger adorable que hoy llena todo el vacío de mi exis-tencia, y que es á la vez mi providencia y mi destino; cuando me entrego á este sentimiento que me embriaga, entonces creeria que el recuerdo de otra muger profanaba este afecto, y no me acuerdo de mi madre sino con temor y casi con vergüenza.

Mas al punto que yo apetezco de completa union y de seguridad, solo se llega por el camino recto y despejado de la confianza. Yo querria ver el alma de la muger que me perteneciera, como vemos las piedrecitas de un arroyo á través de su límpida corriente; querria leer en su corazon como leemos en un libro al rayo de luz que nos baña al Mediodia. La que tiene para el hombre á quien ha elegido pensamientos ocultos, lo entretiene sin amarlo; y la que apela al disimulo, al engaño ó á la mentira, merece el desprecio. Nosotros debemos solo hacer

lo que todos puedan mirar; mas la muger, respecto al hombre con quien se ha unido, no debe pensar sino lo que podria formular su labio sin peligro ni inconveniente. No se sabe hasta dónde conducen muchas veces la doblez y la simulacion. Quien engaña y miente en lo poco, puede engañar y mentir en lo mucho; esto deja una marca dolorosa en el corazon, y concluye por defraudar los destinos mas dichosos y por matar la ventura de una vida entera. La que no me haya de mostrar su pensamiento siempre que yo lo desee, que no me muestre jamás su rostro por peregrino que sea; porque para mi nada vale la hermosura cuando no la acompaña el candor y otras prendas mas apreciables y menos transitorias. Y sin embargo, ¡qué necias son muchas veces las mugeres! A una esperanza vana, á un orgullo funesto ó á un deber mal entendido, sacrifican la felicidad que no vuelve, porque las heridas del corazon no se curan una vez hechas.

Iba ya á cerrar la noche, y Elisa, su madre y yo nos volvimos á su casa. Marchaba aquella pensativa y triste. ¡Dios mio! dije para mí, ¿qué secreto encerrará en su pecho? Y el sobresalto y los celos empezaron á oprimirme con su manto de plomo. Pero Elisa volvió pronto á su habitual calma, y mis recelos se disiparon como se disipa la columna de humo al sonar la voz impetuosa del viento que manda su dispersion.

Aquella noche, dulces y horribles ensueños me asaltaron sin cesar. Primero veia á través de círculos brillantes à la dichosa aparicion de mi primera juventud, que mostrándoseme sin velo y sin nube que ocultára su semblante, me dejaba reconocer á Elisa en su rostro, en su cuerpo y en sus ademanes. Bajaba esta vision fantástica hasta cerca de mi lecho, y sonriendo me decia:-Yo te prometia volver, y he vuelto: te significaba que te amaria, y mira cuánto te amo.-Se inclinaba sobre mi; me daba un beso en la frente en muestra de un cariño intenso y puro; despues besaba mis labios, derramando en ellos un bálsamo de consuelo, y desaparecia. Yo entonces en mi alu cinacion creia dirigirle estas palabras:-¡ Vírgen! mi corazon

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