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una marcha incierta y siempre tortuosa; me ha parecido un pigmeo que, apoyado en el polvo que cubre hasta la mitad de su cuerpo, se afana por escalar las celestes alturas. El mejor ó el menos peligroso de los hombres, es el que procura buscar la gloria por honrosos caminos y la gloria sin embargo no es por lo comun sino un resplandor fosfórico que brilla en la noche de las calamidades y de los errores; es un humo que se disipa al soplo encontrado de las creencias movedizas, y el tiempo en cada uno de sus pasos renueva la faz del mundo: y los mas grandes y brillantes personajes apenas podrán legar el eco débil de su fama á las generaciones venideras, ó si logran que escape de este naufrajio, no evitarán que se hunda algun dia en el oscuro archivo del olvido y de la indiferencia. ¡Pobre mortal, que llevas siempre impreso sobre tu frente el sello de la miseria!

Ocupábame yo de estas y otras reflexiones, y procuraba olvidar la triste condicion humana entregándome á la lectura de las inspiraciones del génio. El genio es un destello de la divinidad. Yo buscaba los vuelos de una imaginacion atrevida; ese tipo de creacion con que la piuma del poeta fecunda la nada, diviniza la verdad, pulveriza el error, y nos descubre en la lisonja los falaces atavíos de una indigna meretriz. Mi eleccion no hubiera podido ser dudosa, y he pasado embebecido muchas horas devorando mas bien que leyendo El Diablo Mundo, produccion lindísima con que está enriqueciendo nuestra literatura el distinguido poeta D. José de Espronceda.

Este nombre es para mí á la vez de admiracion, de respeto y de afectuosa amistad. Tambien lo es de compasion y de lástima. El génio llora siempre en sus cantos, y un colorido melancólico barniza todas sus producciones. La tristeza traspora por sus pensamientos, y se conoce que el dolor le ha derramado en el corazon su copa envenenada. ¡Mortal feliz y desventurado á la vez! Yo comprendo bien la causa del opaco tinte que resalta en tus poesías. El mundo te ha lastimado; en cada recuerdo encuentras una espina, y en vano luchas por olvidar, porque no puedes alejarte de tí mismo. Vagas como el ciervo herido por el

bosque, que lleva siempre clavada en el costado la flecba que le desangra.

Pero en lo vivo de este sentimiento se ha exaltado tu fantasía y has hallado el camino de la profundidad. Tá tienes una gran ventaja sobre la mayor parte de los poetas. Ellos han trabajado por seguir el compás y los giros de otros que les precedieron. Imitadores serviles no han producido sino acentos mas ó menos armoniosos, pero en que á través de su prestada belleza solo se encuentra la esterilidad y el vacío. Tú no has seguido ningun modelo. Desplegando las alas de tu génio, has tomado un vuelo esclusivamente tuyo, porque no habias nacido para imitar, ni para poder ser imitado. Tú puedes decir como Horacio:

Yo, si un camino abrí desconocido,

No en huella de otro pie puse la mia;

Que á todos siempre el mas valiente guia (1).

No has recibido la luz por un vidrio mas o menos terso. Te has remontado á las esferas, has mirado al sol de frente, y te has enseñoreado en el espacio, como el águila se mece sobre los vientos, ó como la nave velera se desliza rápida sobre las azuladas llanuras del Océano.

El primer canto del poema tiene tanta profundidad en las ideas, como propiedad y dulzura en los versos que las espresan. El viejo que sirve de órgano al pensamiento del poeta, y de oráculo á la voz de la sabiduría, aparece poseido de un sentimiento. profundo de escepticismo. ¿Y quién que haya meditado bastante sobre las cosas dejará de tenerlo? Nosotros vivimos por la fé, y nuestra vida, sin embargo, no es sino una cadena de engaños. Por la fé damos nuestro corazon, que por lo comun se recibe para romperlo y pisotearlo: por la fé nos entregamos confiadamente á la amistad, y bajo de este nombre se oculta con frecuencia el lazo que se nos tiende y el dardo que nos amenaza.

(1) Horacio, epistola 19, del libro 1, traduccion de Burgos.

Amamos ciegamente por la fé, y viene un dia que nos roba nuestras doradas ilusiones, haciéndonos abrir los ojos á la horrible verdad de la ingratitud y de la perfidia: por la fé enardecida por el entusiasmo admiramos al héroe; y mirado de cerca, hasta en el heroismo hay miseria. Nuestra vida por lo tanto es el error, y las halagueñas perspectivas que la mecen y entretienen, son tan solo una creacion de la fantasía y una pura vision óptica.

Sin duda la verdad habita en la tierra, y ¡ay del mortal si en ella no estuviere! Pero son á las veces tan imperceptibles los puntos que la separan del error, son tan débiles nuestros instrumentos para distinguirla, que cuando lanzamos una mirada indagadora en la sima profunda y tenebrosa que parece ocultarla, no podemos hacer penetrar en ella un rayo de luz que nos dirija y asegure en nuestro descubrimiento. Asi la ansiedad y la incertidumbre son nuestro triste patrimonio, y se suceden los tiempos, y se reemplazan las generaciones, y se destruyen alternativamente los sistemas; y lo que un dia fueron para nuestros padres acreditadas verdades, nosotros hemos condenado compadeciéndonos de su ignorancia, y á su vez nuestros hijos se compadecerán del mismo modo de la nuestra, y el mundo seguirá como hasta aqui su rumbo vario y contradictorio, y el hombre llenará en él su destino de remar afanado sobre incierta y débil barquilla en un mar de tempestades, de escollos y de oscuridad impenetrable. En su última hora abrirá tal vez los ojos para ver que la vida no es mas que un viaje por el vacío, con una posada al fin que es la eternidad.

A esta abre la puerta en el poema la muerte, y la muerte está pintada en el primer canto de un modo dulce y consolador. Yo no sé por qué se han empeñado los hombres en rodearla de formas tan aflictivas. No podemos ver un sepulcro sin que venga á quebrarse en nuestros oidos el tétrico susurro del ciprés que sobre él se mece, ó á entristecer nuestra vista la melancólica adelfa y la amarillenta rosa, emblema con sus espinas del dolor á que están consagrados aquellos lugares. Por todas partes el aparato de la muerte, cuanto la anuncia, cuanto la acompaña, y

cuanto la recuerda, es tétrico y aterrador: nos esforzamos en pintar una idea puramente negativa con el colorido mas opaco, y no queremos conocer que cuando no sabemos siquiera lo que es la vida aun despues de haber vivido muchos años, mucho menos podremos comprender qué es morir, ni dar un solo paso mas allá del sepulcro. La muerte es solo la noche que pone fin al dia agitado ó tranquilo de nuestra existencia: noche serena, noche apacible, alumbrada por una luna misteriosa que flota su luz inefable sobre las cruces de los cementerios, parecida à un centinela silencioso que se pasea por el espacio á la puerta de la tienda del grande Hacedor del mundo para guardar el sueño de los muertos, y para impedir que el ruido de los vivos venga á turbar el descanso y la quietud de las sombras.

El viejo opta entre la muerte y la inmortalidad por esta última, y su eleccion nos revela el designio del autor. No es de creer que se estienda solo á retratar todos los periodos de la vida humana con sus ilusiones, con sus pasiones y con sus flaquezas. Nuestra existencia, aunque breve, ofrece en pequeño esta historia repetida, y no habria para qué tomarse tanta pena, si solo se hubiera de describir el círculo miserable del individuo. Pero el poeta ha comprendido y abrazado la causa de la humanidad entera: ha concebido un pensamiento grande, atrevido, jigantesco; su hombre rejuvenecido vá á ser contemporáneo del mundo; hermano del tiempo, inmortal como él, vá á elevar su cabeza por medio de las edades para descubrir los futuros destinos de las sociedades humanas, la marcha de la civilizacion, y la suerte que aguarda principalmente á los pueblos de Oriente y América. Vasto campo y empresa digna á que solo puede lanzarse un génio muy superior, capaz de abarcar hasta la inmensidad misma para enlazar todos sus eslabones, y sujetar los elementos y marcha heterogénea que ofrece á las operaciones audaces de un talento privilegiado.

El canto segundo á Teresa, es lo mas melancólico y tierno que se puede concebir. Se conoce que el poeta ha dejado correr su imajinacion por el campo de las memorias, y dado suelta á

TOMO VI.

2

la pena que desgarra al corazon. Su inspiracion es lúgubre como el sonido lastimero del arpa sobre las montañas al caer de la tarde. ¿Quién será el que no haya amado un dia, y perdido en otro sus esperanzas y sus ilusiones? ¿Quién el que no se haya detenido mas o menos tiempo en este pais encantado, el que no haya oido dulcísimas palabras y tiernos juramentos de la boca de una hermosa, palabras y juramentos que pasan y se olvidan, porque la mudanza es la ley primera de la naturaleza y la muger su obra privilegiada? Cree, génio desgraciado, que hay dos verdades que el hombre aprende á pesar suyo en el libro del dolor. La primera, que es un gran mal haber pasado en pocos años por todos los goces de una larga vida: la otra, tener buena memoria y un corazon siempre jóven.

Al bosquejar el retrato de tu amada has perfeccionado con tu entusiasmo la obra de la creacion, y tu pluma ha realzado las perfecciones que pudo en su prodigalidad derramar sobre una criatura favorecida la mano del Omnipotente. Has querido pintar una muger y has pintado un ángel.

El cuadro de los placeres que á su lado gozaste; de esos placeres inefables que solo puede sentir un amante correspondido y satisfecho, es tan perfecto y acabado, que no puede negarse al leerlo un pensamiento á la ternura y una lágrima á las memorias. No podias tú cantar aquel amor degenerado y licencioso, hijo de la voluptuosidad, compañero del vicio y precursor del arrepentimiento: aquel amor ciego é inmundo enjendrado en la corrupcion, que queda en los sentidos sin llegar jamás al alma. Cantaste el amor en su pureza, en su virjinidad, cuando realza sus favores el pudor, el que nos representa á la tímida beldad cediendo dulcemente al ardoroso beso de la pasion, como la blanca azucena inclina su tallo y abre su fragante cáliz al rocío que la alimenta.

Y sin embargo, fueron condenadas al olvido horas de tanta dulzura y felicidad. Tú lo recuerdas, y en tu recuerdo, aunque doloroso, mezclas la indulgencia y la compasion. No puede el hombre maldecir á la que una vez bendijo, ni perseguir con su

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